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España abdica

«España abdica»

84 minutos. 84 minutos tardó el locutor chileno en pergeñar la frase. Eso sí que es un record y lo demás son tonterías. Ya se le estaba agotando la inspiración, ya había conjugado Chile con gloria, eternidad, honor y grandeza, obviamente había repasado todas las glorias patrias chilenas desde Almagro y Valdivia (y pelín fuerte que un tío que se llama Fernández se atribuya glorias mapuches), reiteró que la Verdadera Roja escribía Historia con mayúsculas, y dijo cuatro veces que Chile alcanzaba la independencia (llenándome de perplejidad, yo creía que Chile ya llevaba un par de siglos independiente). Sin embargo hasta el minuto 84 no se le ocurrió lo de la abdicación. España abdica. Igual miró el twitter, los tuiteros españoles, Forges a la cabeza, llevaban ya un buen rato haciendo chistes con la coincidencia… mi locutor chileno compenso entonces su demora con mas de 10 minutos haciendo comentarios sobre nuestro Rey abdicado postrado de rodillas ante la furia de la Verdadera Roja… ay, los comentaristas deportivos, qué sería del fútbol sin ellos.

Una se hace diplomática para momentos así, para sonreír con elegancia a tu personal chileno cuando su equipo acaba de eliminarte en primera fase del Mundial. Aunque la mayoría del personal no estaba en el auditorio desde donde retransmitíamos el partido, ahí estaban únicamente un par, acompañando al técnico de sonido, el resto lo vio a salvo en la tele del comedor, en la planta de oficinas. Así que felicité a mis empleados presentes, más que por su (merecida) victoria, por haberle echado huevos de ponerse a celebrar al lado de su jefa española. Subí a la planta de oficinas y grité al resto, «¡felicitaciones, cobardes!». Silencio por respuesta. Caray, ¿tanto miedo me tienen? Vale que por la mañana había comentado que haría una hoguera con todo chileno que se me pusiera cerca si perdíamos el partido, ¡pero era broma! Yo nunca haría una hoguera en un Santiago con emergencia medioambiental. Al final apareció, casi de puntillas, mi secretaría, con sonrisa dulce: «¿me puedo ir…? es que seguro va a haber tumultos y tacos con la celebración…»

En el Facebook, mi amigo Pancho me acusaba de ser una Quintrala por aterrorizar a mis empleados (nota para españoles, la Quintrala era una terrateniente de la época colonial que martirizaba a sus pobres campesinos… también era muy guapa, pero Pancho creo que no iba por ahí), mientras que mi antigua secretaria en Montevideo afirmaba públicamente que sí, que doy miedo. Asumiendo que hoy es un Día Dracarys de los gordos, me vine para casa. Por el camino fui lógicamente acompañada por una población enfervorecida, celebrando feliz su (justa) victoria. También es mala suerte, leñe, me perdí la celebración en España de nuestras victorias en 2010 y 2012, y me pilla en Chile justo cuando nos elimina su selección… Reflexionaba sobre los caprichos del destino en un semáforo, cuando un tipo al lado se puso a agitar una bandera de Chile más grande que él (ay, qué fálicos son los hombres con las banderas, siempre quieren tener la más grande…). El tipo la agitaba y como no podía con ella, se le descontrolaba, y yo ya veía que me la metía en un ojo. Como no me apetecía quedarme tuerta en el día que España fue eliminada en primera fase del Mundial de Brasil, fui a decirle algo, pero entonces pensé que igual no era el momento, ni la situación, ni el lugar, para cortarle el rollo, con acento español, a un chileno extasiado con haber puesto al Rey de rodillas en el Día de la Abdicación. Así que cerré los ojos precavida y pacientemente mientras el semáforo se ponia en verde. Y mientras esperaba, el tipo por supuesto al final me estampó la bandera en la cara. Pero que se fastidie, porque en ese momento me estaba a punto de sorber el moquillo. Se lo llevó todo.

Y bueno, ahora que nos han eliminado (justamente), habrá que pensar por qué equipo me pongo a hinchar para el resto del campeonato…. Veamos, me da bastante rabia que se asuma que Brasil tiene que ganar este Mundial, que se lo curren al menos, así que hincharé por la Roja chilena si se acaban cruzando con la «Canarinha». Mis orientales se tienen ganado a pulso un lugar en mi corazón, y mañana encima se enfrentan a Inglaterra. Pero en fin, con esto de que mis amigos ingleses han sido super delicados y no me han hecho comentario alguno en estos tiempos de derrota hispana, y además ya sufrieron con los italianos, tampoco es que me vaya a poner en plan «vuelve la Pérfida Albión» (mi locutor chileno favorito no desmerece de sus homólogos españoles…). Mis amigos franceses sí que han hecho sangre. Cabrones. Pero no me veo poniéndome a hinchar por Suiza y Ecuador… Mis queridos portugueses son otra posibilidad, y toda mi simpatía después de la manta de palos que les dieron los teutones, contra Ghana lo tengo clarísimo con quien voy… Con cada partido, iré teniendo mis simpatías, iré oscilando, seré chaquetera, no sé…

Y es que al final, no me queda otra que confesar la Verdad, siempre la Verdad… Confieso… que de mis tiempos de Erasmus en Leiden en casa de los Verkade, guardo un profundo y honesto afecto por Holanda. Que aún sonrío recordando aquellos días tan bonitos. Y que el gol de Van Persie fue precioso. Y que ya les toca ganar un Mundial, que a la cuarta sería la vencida, que es su turno. Y recomiendo a mi locutor chileno favorito que se repase la época de las guerras de Flandes. Allí sí que hubo grandeza, gloria, honor, reyes de rodillas, Historia con mayúsculas y verdaderas gestas por la independencia. Pero es lo bueno del fútbol, que gracias a él, las naciones se enfrentan en estadios, no en campos de batalla.

Mis disculpas si mi sinceridad ofende a amigos españoles, chilenos, uruguayos, portugueses, ecuatorianos, italianos, argentinos, brasileños, ingleses y franceses. Son las ventajas de que te eliminen en primera fase, de ese «España abdica» tras haber ganado un Mundial y dos Copas de Europa seguidas. Que a continuación dices lo que te sale del moño.

Ah, y que sepan todos que cada vez que alguien hace una broma sobre la eliminación y la abdicación, se muere un cachorrito. Es trending topic.

Cómo dar un testimonio informal en el día de la abdicación

«Perdón, Embajador, es que se me hizo tarde viendo el discurso del Rey anunciando la abdicación»

Tengo una amiga que opina que esto de usar una abdicación como excusa por llegar tarde al trabajo es lo más. Y la opinión de mi amiga no es poca cosa, que conste, porque ella tiene una secretaria que le llega siempre con unas excusas alucinantes, un día que se estaba recuperando tras una manifestación pro-aborto en que habían sufrido las pedradas de unos grupos pro-vida; otro, que se había ido a rezar el rosario con su madre y su abuela; otro, que había acompañando a una amiga a un tratamiento de fertilización in vitro… Pero claro, lo de la abdicación es aún mejor, porque es una excusa que no puede soltar todo el mundo, y los que podemos, sólo la usamos una vez cada 30 años más o menos.

Pero que quede claro, es verdad que se me hizo tarde viendo el discurso del Rey anunciando la abdicación, que con la diferencia horaria, aquí lo vimos en diferido, aunque tuvimos periodistas madrugadores que ya estaban llamando desde temprano. Ahora mismo acabo de dejarme seducir por los cantos de sirena de un maldito que me ha convencido para que mañana participe en una tertulia radial a las 8 de la mañana. Para mí, que trabajo con los tiempos de la cultura, que suelen coincidir con los tiempos de ocio de la gente, fuera de horario laboral, mucha tarde, mucha noche y mucho fin de semana, levantarme a las 7 de la mañana es una tortura. Pero lo hago porque me arrancaron lágrimas de emoción tras decirme que mi relato por teléfono del artículo 57 de la Constitución les había entusiasmado y querían compartirlo en vivo con todos sus oyentes. Como dice mi Embajador, desengañémonos, la adulación siempre funciona.

Claro que llovía sobre mojado, porque ayer tuve la decepción de no ser invitada a uno de los programas de televisión nacional más vistos en Chile. Yo feliz porque ya me imaginaba que podría enviárselo a mis sobrinos. Yo les he mandado muchos videos a mis sobrinos en estos años de lejanía transoceánica, videos caseros, pero también alguno más profesional como el del de mi entrevista en la tele uruguaya de cuando hicimos el Don Juan en el cementario, y cuando eran pequeños, pensaban que su tita era una estrella famosa de la televisión latinoamericana, y no una triste diplo expatriada. Pero ahora que ya están más creciditos, están más resabiados, claro, mis videos caseros ya no dan tanto el pego, así que pensé que con una aparición estelar en la tele chilena, podría mantener la ilusión un par de años más. Pero a pesar de mi felicidad, mi natural modesto hizo que les preguntara antes a los de la tele que por qué querían entrevistarme a mí y no al Embajador o a nuestra estupenda Consejera de Prensa, y entonces me sueltan que ya los habían entrevistado, y que ahora buscaban un testimonio «más informal» sobre la abdicación y la monarquía en España. Yo soy una informal total, siempre chequeo mi agenda por la mañana para ver si no hay reuniones institucionales y puedo ir de vaqueros a la oficina, pero en ese momento me pudo el oficio – y mi papá, mi mamá y mi madrina – y les advertí que yo era ante todo «miembro de la Carrera Diplomática del Reino de España» y que el Rey en persona me había entregado el despacho que marcó mi ingreso en la Administración, así que no estaba segura de ser todo lo informal que requerían. El tipo dijo que iba a consultar y me llamaba. Y nunca más llamó, obvio.

Ay, un testimonio informal, ¿qué narices es un testimonio informal? ¿Un testimonio personal, como ciudadana, de esos que a todos nos gusta dar en cuanto nos dan la oportunidad? Y sin que nos la den incluso, lo que gusta sentar cátedra… Si se trata de eso, una podría decir que nuestro país ha cambiado, porque ya hay otra generación, la generación de los que crecimos en democracia y no juramos los Principios del Movimiento. Y una nueva generación, necesita un nuevo jefe de Estado, sin desmerecer al anterior. Y sin pensar que ese nuevo Jefe de Estado vaya a llegar como Superman a salvarnos de todo: los españoles tendremos que protagonizar nuestra propia salvación, como todos los pueblos. Y hablando del anterior, quizá no estaría mal recordar que cosas que ahora se le reprochan, antes despertaban simpatía, y que los de esta nueva generación, crecimos en ese ambiente de, o bien simpatía, o bien indiferencia, muy rara vez odio. Y bueno, con respecto a la esposa del nuevo Jefe de Estado, no puedo menos que irritarme porque la principal crítica que tarde o temprano sale al final en toda conversación, es que le pidiera a su prometido que la dejara terminar una frase.

Podría haber dado este «testimonio informal». Pero entonces tendría que haber advertido que mi testimonio informal vale tanto como el de cualquier otro ciudadano, en un país en donde no encuentras dos personas que tomen el café igual. Es lo que tiene la informalidad, que al final, informales somos todos.

Pero en fin, mañana me voy a resarcir recitando el Título II de la Constitución tan bien, que va a flipar medio Chile. Y mis sobris seguro que disfrutan también cuando les mande el audio. Aunque sean de otra nueva generación…

 

Pedro e Inés: una historia de amor chilena

Esto era una vez un chico llamado Pedro, que conoció a una chica llamada Inés. Se enamoraron al instante, se arrejuntaron, y fueron felices, y conquistaron un nuevo territorio americano para la Corona de España, para lo que atravesaron el desierto más seco del mundo, ahorcaron insurgentes, ganaron batallas con ayuda del Apóstol Santiago, decapitaron indios, se enfrentaron a la Iglesia, y supongo que también comieron perdices. Una historia de amor común y corriente, vamos.

Pedro de Valdivia conoció a Inés Suárez en Cuzco, en torno al 1538, él estaba a las órdenes de Pizarro, y ella había conseguido unos terrenos por ser viuda de un soldado español. Los dos eran extremeños, jóvenes, atractivos y audaces, yo me apuesto que se liaron en seguida, pasando tres pueblos de que Pedro tuviera esposa en España, y a pesar del peso de la religión del momento: América era una burbuja en ebullición, y el océano Atlántico era mucho más grande en aquella época. Por aquel entonces, Pedro había recibido unas minas de plata en el Potosí, en premio a sus servicios, y como dije, Inés también estaba bien establecida, otros se hubieran quedado quietitos explotando sus propiedades, pero ellos estaban hechos de otra pasta, y buscaban más. Pedro, en concreto, se había empecinado en conquistar los territorios al sur del desierto de Atacama, que los indígenas conocían ya como «Chili»… Nadie entendía a Pedro, absolutamente nadie en el Virreinato del Perú veía el más mínimo interés a esta tierra considerada hostil, agreste, sin riquezas conocidas, y que encima se ponía a temblar cada poco. «No había hombre que quisiera venir a esta tierra, de la que como de la pestilencia huían» reconoció el propio Valdivia por carta el Emperador Don Carlos. Pero Valdivia, como buen extremeño terco, insistía en que «Chili» tenía posibilidades de establecer explotaciones agrícolas, y que no estaba enteramente probado que el territorio no contara con riquezas naturales. La realidad era más idealista, lo cierto es que Pedro estaba cansado de ser un encomendador más en Perú, y buscaba hacer Historia con mayúsculas («Dejar fama y memoria de mí«), y las terribles historias que le llegaban del «tan mal infamado» Chile, no hacían sino animarlo: cuanto más complicada fuera la empresa, más mérito para el emprendedor. Así que Pedro se entrampó hasta las cejas, y consiguió finalmente financiación para su aventura, secundado a muerte por Inés, que vendió sus joyas, y se alistó en el grupo en calidad de sirvienta personal del jefe (aunque pasaran tres pueblos de los convencionalismos, las formas había que guardarlas). Y digo «jefe» porque aunque en principio Pedro iba en calidad de ejecutor de los cómodos inversores que se apoltronaban en Perú, y del propio Pizarro, que controlaba esa zona por mandato del Emperador, lo cierto es que Pedro tenía muy claro que él iba a ser gobernador de lo que conquistase.

Y así fue como 153 hombres llegaron en 1540 al Desierto de Atacama, bajando por la Ruta del Inca. Yo que he estado allí y lo he visto, sólo puedo expresar admiración por una gente que se atravesó ese inmenso secarral andando y a caballo, sin tener mucha idea de lo que les esperaba a cada paso, pues lo único que se encontraban eran cadáveres de hombres y animales. Marchaban despacito, en grupos chiquitos (para así dar tiempo a que las escasísimas fuentes de agua pudieran reponerse).  La fe ciega de Pedro e Inés encontraba resistencias a cada poco entre el grupo (sobre todo cuando todos asumieron que en el Reyno de Chile de entonces, por no haber, no había ni shoppings), resistencias que Inés finiquitaba dando golpes en el suelo para hacer brotar una fuente natural de agua (la actual «Aguada de Doña Inés», a unos 20 kms del actual pueblo de El Salvador), y Pedro, ahorcando a los que aún no se convencían. Cada uno en su estilo, vamos.

Y así llegaron al actual valle de Copiapó, tierras de las que Pedro tomó posesión «en nombre del Rey de España» ( y no de Pizarro), las bautizó como Nueva Extremadura, en honor a la región natal de él y de Inés. Con todo esto, Pedro ya dejaba muy claro que él era el que llevaba el chiringuito, que Perú estaba muy lejos, y era él quien se había chupado el desierto de Atacama… Siguieron bajando y llegaron al Valle del Río Mapocho.

Era una zona fértil, extensa y con mucha agua, ideal para instalarse. Lo malo es que el valle tenía ya inquilinos, unos indios a los que no les hizo la más mínima gracia que unos tipos bajitos, con barba y mala uva, vinieran a instalarse a su casa, así que Pedro les envió unos regalitos, y se hizo fuerte, por si acaso, en el peñón de la isla natural que en aquel entonces quedaba entre los dos brazos del río Mapocho, llamado Huelén y rebautizado Cerro de Santa Lucía. Los indios se quedaron con los regalos, y luego, sin más contemplaciones, atacaron a los hombrecitos barbudos que montaban sobre animales extraños. La batalla pronto pintó color hormiga para los españoles, que ya estaban a punto de ser derrotados por el Cacique Michimalonco, cuando ¡chachán!… ¡apareció el Apóstol Santiago! Normalmente Santiago se dedicaba a matar moros, pero en aquella época que en España las cosas estaban muy mal, el santo se había visto obligado a reconvertirse laboralmente poniéndose a matar indios. No se le dio mal, las crónicas hablan de unos indios espantados, perseguidos por un jinete descendido de las nubes sobre un caballo blanco, que cabalgó siguiendo el cauce del Mapocho, guiado por la divina Providencia… Y por eso la ciudad que se fundó en torno al Cerro de Santa Lucía, se llama así, porque los españoles eran gente agradecida con las ayudas del Altísimo (que obviamente es español también, por si alguno le cabe alguna duda). Corría el 12 de febrero de 1541.

Entre tanto, a Pizarro lo asesinan en Peru, lo que aprovecha Pedro para terminar de nombrarse Gobernador de Chile. Ya con el cargo, sigue la ruta hacia el sur. Buscando oro, obvio. Incluso con Pizarro muerto, había muchas deudas que pagar esperando en Perú, pero bueno, también es verdad que a los españoles expatriados de la época no había cosa que les alegrara más la vida que un yacimiento de oro. (Ahora somos más modestos, nos conformamos con que el oficial de aduanas nos deje colar un paquete de embutidos y con encontrar un bar en donde hagan una tortilla de patatas decente y se pueda ver el fútbol…). En sus nuevas correrías, los indios, que eran cabroncetes, al darse cuenta de cómo los tipos bajitos barbudos y mala uva perdían la compostura con la simple mención del oro, pues empiezan a marearlos, oye, que el oro que le dábamos al Inca está ahí arriba, no, más abajo, a la izquierda, más abajo, arriba, no, un poco más a la derecha. La reacción fue inmediata: los españoles se pusieron de peor mala uva, y encima empezaron a conspirar entre ellos para ver quién se quedaba con el oro al final. El cacique Michimalonco aprovechó entonces para empezar a reunir a todos los indios de la zona. Entonces, Pedro tuvo una epifanía, y agarró como rehenes a varios caciques (Quilicanta y otros) de alrededores de la (Región Metropolitana) de Santiago. Pero luego metió la pata: se fue de Santiago con la mayoría de los hombres creyendo ir en pos del grueso de los indios. La ciudad quedó desprotegida tras él…

El 11 de septiembre (historiadores, antropólogos, astrólogos o quien sea, deben investigar qué problema tiene Chile con esa fecha), Michimalonco atacó Santiago con un ejército de 8000 hombres, que avanzaron prendiendo fuego todo lo que veían a su paso. Y con esa seguridad ignífuga, se dirigieron hacia donde Quilicanta y los otros caciques estaban encerrados. Y entonces fue cuando Inés, que hasta ese momento había desempeñado el papel de valiente enfermera en batalla, decidió mostrar una nueva faceta de su personalidad. Se fue hacia la celda en donde estaban los rehenes y ordenó a los guardianes que los mataran. Uno de los guardas respondió, aterrorizado, que cómo se suponía que tenía que matarlos.  Desta manera, exclamó Inés, y agarró una espada y los decapitó ella misma. Y luego se plantó en la plaza en donde se desarrollaba la batalla y enfrentó a los indios con un par de cabezas en la mano, al grito de «¡afuera, auncaes!» (traidores)…

Los indios echaron a correr por respuesta. Los historiadores aún no terminan de asumir que esa fuera la razón de la huida de un ejército tan numeroso. Desde aquí les digo a todos esos historiadores: yo me topo con una mala bestia dando alaridos con un par de cabezas en una mano y una espada goteando sangre en la otra, y echo a correr hasta que se me deshicieran los tendones…

Y es que la Inés era mucha Inés.

 (CONTINUARÁ)

Elogio del cotilleo

Mi nana Rosa (the Pooh) me pregunta mientras se sienta a observar como desayuno: «¿En España es así, la gente no sabe nada de nada del vecino, viven todos apartados…?» Porque aquí en Chile, me relata a continuación, no es así: en su barrio se conocen todos, las casas están todas juntitas y todos saben la vida de todos… Se le nota feliz y satisfecha, y yo me encuentro esta mañana entendiéndola perfectamente.

En España es similar. En mi Granada natal, crecí compartiendo detalles íntimos de mis vecinos, las paredes de papel que nos ha regalado la moderna construcción de mi país, lo permitían sin problema. Y lo que no oíamos a través de las paredes (o el techo), nos enterábamos en el descansillo de cada planta, cada vez que nos encontrábamos los vecinos y nos parábamos a comentar antes de subir al ascensor. Y lo que no nos enterábamos por ahí, nos enterábamos por la portera o portero de turno, que normalmente se las componía para saber vida y milagros de absolutamente todo el mundo. Y si algo se le escapaba al portero, ya estaba allí la tienda de la esquina, toda un centro de información que ya quisiera la CIA, mi padre volvía siempre de la frutería con todo el recuento que le hacía «la Toñi», nada se le escapaba a la Toñi, yo creo que en algún momento el Mossad barajó reclutarla.

En Madrid, toda una capital, conformada por barrios con fuerte personalidad, la vida cotidiana puede podía ser similar, aún recuerdo mi Barrio de la Florida, la china del Todo a 1euro (seguro reclutada por el Kuomingtan) te ponía al día en un plis plas cuando ibas a comprarle un bolígrafo. Y también estaba el bar de la esquina, en el que me informaron puntualmente que la socia (casada) del gimnasio al que yo iba, se había liado con el profesor de salsa; y luego en el propio gimnasio, una vez despedido fulminatemente el susodicho profesor, su sustituto estuvo brujuleando con una de las alumnas y con el monitor de sala, pues, como me comentaban los chicos que entrenaban con las pesas y máquinas, «el muchacho aún no lo tiene muy claro...». Todo esto por supuesto, sin obviar al portero de mi edificio, que sabía TODO, y lo que no sabía se lo inventaba sin mayor problema, y como la invención era tanto más jugosa que la verdad, pues todos tan contentos. En mi calle de la Florida, todos sabíamos de las razones que habían llevado a Nelly, la indigente sin techo que vivía allí, a acabar en esa situación y negarse en redondo a acudir a un albergue, y cuando finalmente un invierno se murió, los del bar de la esquina compraron una corona de flores, que colocaron en la marquesina del bus en la que ella solía dormitar las borracheras.

Ya en Uruguay, al principio pensé que los orientales eran más reservados, pero pronto tuve oportunidad de conocer a la buena señora Castillo, de mi edificio, que sobre una humeante taza de té con pastas te hacía partícipe de todos los vericuetos de mi (añorada) cuadra de la Avenida Artigas. Y lo que se le escapaba a la señora Castillo, me lo completaba mi grupo de pilates, o las chicas con las que compartía el champú en la ducha del gimnasio, como las extraño a todas.

Y ahora me encuentro aquí, bendiciendo las paredes de papel, a los vecinos que aporreaban al techo, a las horas muertas de charleta en el descansillo con la puerta del ascensor abierta. A las confidencias en las corralas, plazas y piscinas comunitarias. A las tiendas de la esquina, a los bares de la esquina, a los gimnasios de barrio. A las chinas de los «Todo a 1 euro«, a las Toñis, y a los porteros de todo el mundo mundial. Porque si por un casual a un vecino degenerado le diera por encerrar a su hija en un sótano, o secuestrar a unas adolescentes, con la simpática intención de convertirlas en sus esclavas sexuales, esa increíble ingeniería de información lo harían imposible en la práctica. Y por eso, esas cosas horribles que una lee en la prensa, en general siempre suceden allá, y nunca acá.

Eugenia de Montijo, qué pena pena…

«O sea, que no quieren ni yonquis, ni putas, ni indios, ni rojos, ni maricones…» Catorce personas se atragantan, tosen repetidamente, beben agua y finalmente se me quedan mirando aterrorizados… pobre madrina mía, hay que ver el poco caso que le hago cuando me insiste en que soy demasiado bruta para este continente. En mi descargo, dire que el comentario no iba dirigido a las catorce personas en cuestión, sino a mi colega portuguesa, que estaba sentada a mi lado (y que es divertida y divina como mi añorada Raquel). Y que las catorce personas en cuestión no eran latinoamericanas, sino europeas. Los representantes culturales de los países UE presentes en el país, reunidos para concretar los últimos detalles del Festival de Cine Europeo. Las organizadoras nos comentaban que desde alguna de las sedes, vinculada a una universidad católica, les habían dejado caer que preferían no emitir películas con «temática conflictiva». Y alguno preguntó que qué era «temática conflictiva», y ahí es cuando yo hice mi comentario a mi colega portuguesa. No es mi culpa que en ese momento todos decidieran quedarse calladitos, de forma que mi comentario se escuchó claro y sonoro en toda la sala. Si le pasó a Mujica también me puede pasar a mí, digo yo… «Disculpad mi francés» dije, y entonces fue mi colega galo el que me lanzo una mirada acusadora…

Mis colegas franceses me acusan de ser francófoba. A mí me parece exagerado, vale que no haya cosa que me ponga de mejor humor que repasar detalles de la batalla de San Quintin, pero no me parece que eso conlleve automáticamente la etiqueta de francófoba… en cierto modo, lo mío es un determinismo onomástico-geográfico. Vamos, que es lo que tiene llamarse MªEugenia y ser de Granada.

Explicación histórica para aquellos que no han pillado la referencia: yo comparto nombre y lugar de nacimiento con la ilustre MªEugenia de Montijo, granadina que llegó a ser Reina de Francia pues se casó con Napoleón III. Invito a los lectores a revisar detalles reales de su historia, se dice que fue una mujer inteligente, que influyó en importantes reformas de la Francia de su tiempo, que además tuvo una juventud loca, y que fue por eso que conoció a Napoleón III, al que también le iba la farra, y que se casó con él, no tanto por ser reina, sino por fastidiar a su hermana, que se acababa de casar con el Duque de Alba. A mí me gusta esa Eugenia juerguista que se engancha a un emperador para ser más que la Duquesa de Alba, pero  no es esa la Eugenia de la imaginería popular con la que yo he crecido…

MªEugenia nació en Granada, la leyenda asegura que en un verano de intensos temblores, que obligó a la gente a dormir en la calle muchas veces, así que en la calle nació, sellando su destino errante. En «Violetas imperiales» vemos a una chica predestinada por la profecía de una gitana (Carmen Sevilla, bien évidemment) que lee en su mano que va a ser reina. Tras una conversación con Prospero de Merimée, en la que se comenta de pasada que Napoleón III ya es rey y aún soltero, se va de vacaciones a París con su madre y su primo (Luis Mariano, bien évidemment). Allí va a un baile de la corte y el Emperador se queda embelesado, tras verla poner firme a una francesita impertinente que la había insultado por ser española. Como la película es una coproducción hispano-francesa, Napoleón III queda bien retratado, un hombre de bien que en seguida habla con la madre de Eugenia para pedirle su mano, pero la imaginería española es mucho más radical, asumiendo que un politico republicano a fuerza debe de ser un lujurioso pecador (no, no voy a hacer chistes de Strauss Kahn en el Sofitel de Nueva York…). Cuántas veces he escuchado el relato de esa MªEugenia señalando majestuosa a la torre de la iglesia en respuesta a las demandas carnales prematrimoniales del francés: «sans passer par là, rien de rien…» Y de hecho yo creo que la firme decencia inquebrantable con la que la gitana Violeta/Carmen Sevilla se resiste a los requiebros coquetos de Luis Mariano, están inspirados en esa imagen…

Pero la película en cambio es 100% acorde con la idea generalizada en España sobre Eugenia… a ver, la tipa se engancha al rey de un imperio que por entonces se atrevía a tocarle las narices a los EEUU en América Latina (que les saliera mal, no les quita el merito), y cuando el emperador en cuestión cayó, ella no se lo terminó de montar mal, murió anciana toda tranquilita en Bayona… en fin, en la carrera de echarse un buen novio, Eugenia se nos licenció con honores, lo normal sería que se la considerara una triunfadora…

Pues no. Los españoles sienten lástima por Eugenia. Pobrecita… ¡Si se fue de Granada, qué necesidad, a ver, con lo a gusto que se está en Granada! Así se lo hacía ver la madre de Eugenia en la película al compositor Merimée: «¡Se va a París, con el frío que hace…! Su Carmen se le va a helar…» Y luego Luis Mariano le canta a Carmen Sevilla (que viaja a París acompañando a la ya Emperatriz Eugenia), «Piensa que en esta corte francesa, eres más que gitana princesa… vuelve a tu rincón de la Alhambra, donde copia la luna tus zambras, Violeta de España, tú en tierra extraña…» Y como nuestra Carmen se nos muere de nostalgia en París, al final la reina la deja volver, y solo en la Alhambra consigue Luis Mariano que acepte ser su esposa. Y se casan en la catedral de Granada, bien évidemment, qué Notre Dame ni qué ocho cuartos…

Y fuera de la pantalla del cine, a mi tocaya le quedan esas coplas de Concha Piquer, que dejan clara la inmensa compasión con que el español la mira, y que yo tantas veces he escuchado…

Eugenia de Montijo, qué pena, pena… Que dejas a tu España, para ser reina…

Y ahí está todo dicho. Ni para ser reina está justificado que una granadina abandone España. Yo es que no entiendo como los españoles hicimos las Américas y fuimos los primeros en dar la vuelta al mundo…

Por la lises de Francia, Granada dejas…

Ea, mira que preferir a una florecilla de lis a una buena granada… aunque ahí podíamos pensar que la canción compara al trajín de la corte francesa con la tranquilidad granadina. Vamos a concederle esa posibilidad al compositor, aunque en la siguiente estrofa, el tipo definitivamente entra en barrena y se le va la olla…

Y las aguas del Darro, por las del Sena…

¡Si al menos hubiera dicho el Guadalquivir! Y si no le cabía en el verso, que se hubiera permitido la licencia geográfica y hubiera dicho el Tajo o el Ebro. Pero no, así, tajante y claro, la copla popular iguala sin empacho un riachuelo de aguas residuales con uno de los principales ríos de Europa, de fama universal. Con un par. Orgullo hispano y popular, que no se diga.

Eugenia de Montijo, qué pena pena…

(Dedico esta entrada a mi amiga Nathalie, divina, simpatica, atenta, y francesa)

 
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