españoles

Una madre conceptual

Desde que vivo expatriada en el hemisferio sur, mis padres abandonan el invierno del norte y aprovechan el verano austral para pasar unos meses conmigo. Yo feliz, me encantan mis padres, son atentos, cariñosos y divertidos (y leen puntualmente mi blog…). Una cosa que me gusta observar en ellos, es que, llegados a una edad, tras haber sobrevivido a Franco y la transición, al felipismo y al guerrismo, a la foto de las Azores y a la alianza de civilizaciones, a estas alturas no se guardan una opinión así se encuentren en frente del Rey o del Papa o de Zeus reencarnado en mariposa. No se cortan un pelo, vamos, dicen lo que se les canta el culo. Ambos en su estilo, mi padre agarra la verborrea (que yo he heredado,todo hay que decirlo), arranca con las memorias de su Ceuta natal y puede acabar con John Ford o con lo que se le tercie. Mi madre es más directa. Y brutal. Es particularmente brutal con el arte, mi madre es una mujer culta que no soporta el arte mediocre. A mí me me parece perfecto que sea honesta ante supuestas manifestaciones artísticas que no son más que tomaduras de pelo, el problema es que cuando una tiene una labor de representación en el ámbito cultural, esa sinceridad puede ser complicada de gestionar en ocasiones…

Una exposición de Van Dyck y Rubens fue uno de sus últimos momentos geniales. Un centro cultural de zona bien de Santiago inauguraba una exposición de dibujos y grabados flamencos, propiedad de un coleccionista particular. Las curadoras eran españolas, así que allí que me plante yo. Y conmigo mi madre, qué mejor acompañante para una exposición de pintura flamenca. Llegamos, saludamos a las curadoras, que no se diga que no hemos ido, mi madre se pone a estudiar los cuadros y yo me topo con mis colegas del Instituto Francés… Yo con mis colegas franceses siempre adopto la misma actitud de frialdad cortés con la que pretendo dejar claro que no se me olvidan las cobardías de su reyezuelo Francisco con nuestro buen Emperador Don Carlos, así que allí que estaba yo toda augusta chuleando de curadoras y de exposición (yo es que me apropio cualquier cosa que tenga a un español de por medio), cuando mi madre aparece de vuelta en voz en grito (voz en grito que yo he heredado, todo hay que decirlo): «Vaya birria de exposición, un par de dibujos de Van Dyck y un cuadrito de Rubens, el resto morralla tonta…» Afortunadamente mis colegas franceses se han chilenizado y no entienden ya el español de España, y luego las curadoras se enamoraron de mi madre, y le explicaron el concepto de la exhibición: en América les encanta el arte europeo que no tienen en sus museos. Del mismo modo que los europeos flipamos ante sus pirámides, sus cataratas, sus glaciares o sus altas cumbres, a los americanos les encanta el arte europeo, no necesariamente el contemporáneo, es más el clásico, el de siempre, el Renacimiento y el Barroco de toda la vida, vamos. Y claro, sus museos apenas tienen de ese arte, tienen mucho del XIX (a veces más que en Europa, menudos fondos de arte decimonónico español que tenía el Museo Nacional de Artes Visuales de Montevideo), pero de antes apenas nada, por razones obvias. Por eso les gusta mucho, porque no lo tienen; y por eso se emocionan con una exposición de pintura barroca, aunque sea de cuadros cuyo destino natural sean las bodegas del Prado, el Louvre o el Rijksmuseum. Es ahí donde entra en marcha el juego de demanda y oferta que fundamenta al arte (yo estoy convencida de que la tribu que vivía en Altamira era la más pudiente de la zona y que pagaron para que les decoraran las paredes…), y por eso a Latinoamérica están llegando más y más muestras del formato «one painting exhibition». Son expos que giran en torno a un cuadro o dos de cierta envergadura, de un autor clásico consagrado, y el resto son añadidos. La curadoría es esencial entonces, y nuestras chicas habían hecho un buen trabajo, mi madre lo reconoció, y todos felices.

Aunque su momento de mayor gloria vino de una muestra de arte conceptual. A mi madre le impresiona poco el arte conceptual, uno de sus libros de crítica artística favoritos es «La palabra pintada» de Tom Wolff, en la que se ridiculiza ese arte que necesita de una explicación escrita de varios folios para que la obra tenga algo de sentido… esta muestra era así, necesitaba de mucha explicación, hablada o escrita, y el curador se lo había currado poco… nada, en realidad, estaban las obras, los títulos y punto pelota, y el concepto no aparecía por ninguna parte… y eso es un problema para una muestra de arte conceptual. Yo estaba allí porque uno de los artistas era español, uno de los artistas conceptuales más reconocidos de la actualidad, así que allí que me planté. Con mis padres, por supuesto. Saludamos al artista, y nos enfrentamos a la obra, consistente en grandes murales de recortes de periódico… y entonces observé con terror como la cara de mi madre se iba nublando…

Esto requiere una explicación para el lector: todo matrimonio tiene sus momentos complicados, incluso los más felices. El de mis padres conoce sus horas más bajas cuando mi padre agarra el periódico y se pone a recortar noticias, recortes que luego no guarda, sino que deja diseminados por toda la casa, para gran furia de mi madre, que los acaba tirando, despertando a continuación las iras de mi padre… Pues bien, en aquella galería, enfrentada ante aquellos gigantescos recortes, mi madre no vio ni arte ni concepto, ni leches en vinagre, mi madre sólo vio a otra víctima mujer como ella y su innata solidaridad femenina se disparó al máximo nivel: exigió saber donde recortaba el artista y cuál era el destino inmediato de esos recortes. «En mi estudio, y los voy guardando…» se defendió el artista. «¿Seguro que los guardas bien, no los dejas en cualquier lado?» El artista le aseguró que guardaba los recortes en cajas. «¿Cajas bien cerradas, estás seguro, no se abrirán facilmente dejando todo perdido en un santiamén?!!» El artista le aseguró que no, pero mi madre aún no respiraba tranquila: «¿y qué haces con el resto del periódico?» «¡Lo reciclo!» lloró el artista…

La autora de mis días contempló entonces la obra en silencio reprobatorio: «así que recortas periódicos…» «Bueno, también hago otras cosas…» murmuró tímidamente el artista. «Bien, haces otras cosas, eso está bien» concedió ella. Por fin, el artista asumió el quizá mayor desafío de su carrera profesional: explicarle su obra a esa señora de pelo blanco con una aplastante seguridad en sí misma. Y lo hizo, se dedicó un buen rato, la fue guiando por los recortes de periódico, ilustrándola con los conceptos que quería transmitir, hasta que mi madre le reconoció que era un proyecto interesante. Entonces ahí el artista sonrió, como uno sonríe cuando recibe la aprobación de una madre.

Yo pensaba que el arte conceptual había ganado una nueva adepta, pero luego me dijo en voz baja que toda la muestra le parecía una soberana chorrada, afirmación que mi padre secundó, pero que el artista español era muy simpático, eso también lo secundó mi padre (creo que con algo de envidia de alguien que podía recortar periódicos sin que nadie se los tirara por detrás).

Porque lo único que corta a mis padres a la hora de hablar, es el temor a herir sentimientos. Porque son buenas personas.

 

La Verdad sobre los chilenos

Vale, hoy es 12 de diciembre de 2012 (12/12/12), lo que amerita reflexiones profundas a lo Paulo Coelho, o que sencillamente actualice el blog, que a lo tonto llevo ya más de un mes sin escribir nada.

Ya en España, de vacaciones prenavideñas… desde la distancia, me he reencontrado con todo lo malo que conlleva ser española (en el extranjero, una se queda con el buen vino y la paella, pero en cuanto bajas del avión, te metes en el taxi, y te sumerges en la primera «tertulia griterío» de la radio, recuerdas con resignación que no es sólo jamón ibérico lo que viene con nuestro pasaporte…) y me he puesto a reflexionar sobre mis primeros meses en Chile. No sé si es la fecha mágica del calendario, haber escuchado a Wyoming en la tele (ese entra en la categoría del jamón ibérico) o las lentejas de mi madre, pero el caso es que he tenido una Revelación Total y Absoluta (de la muerte).

Ahí va mi Revelación Total y Absoluta (de la muerte): Zeus me ha enviado a la Tierra para dar a conocer la Verdad a los chilenos.

Sí, amigos lectores chilenos (y ya de paso, orientales, españoles y lo que se tercie), yo tengo el mandato divino de haceros ver la Verdad, esa que durante unas cuantas décadas os habéis negado a aceptar… A ver, sois una gente bien, en serio, atentos y agradables, buenas personas, de verdad. Pero en algún momento de vuestra historia, un cabrón (con pintas) se plantó en vuestro hermoso país y os soltó que sois los prusianos de América Latina. Y vosotros os lo creísteis. Con intensidad, sin ambajes ni reservas, como si el cabrón (con pintas) fuera el Nuevo Mesías dictando la Biblia del siglo XXI. Y aquí llega el duro momento de revelaros la Verdad.

¿Preparados?

No sois los prusianos de América Latina.

Ni siquiera de Sudamérica, ni del Cono Sur, ni del Arco del Pacífico, vamos que no sois prusianos, leñe, que no lo sois ni de lejos, ni de coña, ni siquiera un poquito, vamos, que no lo sois, y punto.

Porque si fuérais prusianos, no me habría tenido que pelear con todos y cada uno de los corredores inmobiliarios a los que contacté para alquilar un piso, ni habría acabado de los pelos con la ejecutiva de cuentas del banco en el que, oh pecado, pretendía ingresar mi dinero, ni estaría hoy hablándole como si de un amante esquivo se tratara al vendedor de coches para que me haga el (incomensurable) favor de venderme uno. Si fuerais prusianos, los del SAG de la aduana no se hubieran puesto a abrir como locos todas las cajas de libros de mi contenedor, mientras otras cajas lucían claramente con rótulos del tipo «vinos y varios», «productos de cocina», etc. Si fuerais prusianos, mi casero no le hubiera encargado la pintura del salón a un subnormal que pintó encima de todos los clavos que había dejado la loca (prusiana de verdad) con horror vacui que vivía antes allí. Si fuerais prusianos, la señora chilena que he contratado para limpiar en mi casa no tendría problemas en entender recetas de cocina o manuales de instrucciones, a pesar de no ser analfabeta. Si fuerais prusianos, las tiendas no negarían la tarjeta de crédito a los extranjeros con el argumento de que «no sabemos si va a abandonar el país sin pagar». Si fuérais prusianos, no le pondríais queso parmesano a las ostras. En definitiva, si fuerais prusianos, cuando cualquier extranjero residente en Santiago se encontrara con otro por la calle, no se pondrían en seguida a valorar la conveniencia de llevar al cabrón (con pintas) al Tribunal Penal Internacional por engañar tan vilmente a toda una nación.

Pero no os pongáis tristes. Porque ahora llego con la Segunda Verdad (esta de propina, la próxima ya os la cobro): el cabrón (con pintas) que os engañó, también os hizo creer que ser los prusianos de América Latina era la ser la madre del cordero porque los prusianos son lo más perfecto del mundo (mundial). Y no lo son. De verdad, no lo son. De hecho, pueden ser lo más lejano a la Perfección, e incluso los hay que son bastante subnormales (otros no, obviamente, un beso para mi amiga Steffi si me está leyendo!). Y cualquiera que haya vivido en Prusilandia, os podrá confirmar que su administración fue la que inspiró a Kafka, y que no hay nada más amargo que un prusiano en un día gris de lluvia.

Si fuérais prusianos, no sonreiríais nunca, ni diríais cachai, ni sí poh, no comeríais sopaipillas ni bailaríais cueca, y ya os habríais cargado Valparaíso, con el pretexto de arreglarla. Si fuérais prusianos, no sabríais disfrutar de la vida, ni se os vería caminar bajo el sol en los parques. Si fuérais prusianos, os creériais de verdad que las Malvinas son británicas, y no sólo para dar por saco a los argentinos.  Si fuérais prusianos, vuestros taxistas o vuestros policías serían igualmente honestos, pero quizá no tan amables. Si fuérais prusianos, no tendríais la sabiduría de contemplar los Andes, que con su presencia de milenios te hacen ver que en el fondo todos somos unos piltrafillas que venimos de paseo por la Tierra durante unas décadas.  Si fuérais prusianos, no habríais tenido el sentido del humor de terminar esta lectura.

En definitiva, si fuérais prusianos, yo no hubiera estado tan feliz en mis primeros 6 meses con vosotros.

Así que gracias, y felices fiestas.

¿Cuántos años tiene España?

¿Cuántos años celebran? Esa fue la pregunta que hizo la periodista de sociales mientras nos hacían las fotos a la jefa y a mí en la recepción oficial por el 12 de octubre (nota para españoles: en Uruguay todos los periódicos tienen una sección de «sociales», en las que sacan fotos de la gente, no siempre conocida, que acude a eventos sociales, culturales, políticos, etc etc). No era ninguna pregunta tonta: las naciones latinoamericanas tienen una edad, un año de nacimiento, y por tanto cada Día Nacional «cumplen» años… también algunas naciones europeas: este 17 de marzo, Italia festejó que su República cumplía 150 años… pero nosotros no somos una República, seguimos siendo un reino, pero con bastantes vaivenes, así que se nos complica un poco la cuenta…

Porque podríamos decir que cumplimos 36 años, desde 1975, con la democracia, eso estaría divertido, España y yo tendríamos la misma edad, pero también sería ridículo, sería afirmar que los combatientes de la Guerra Civil, de las guerras carlistas no eran españoles, o que tampoco lo eran los «gallegos» que emigraron a América Latina… digamos entonces que desde 1811, cuando nos levantamos en armas contra la invasión francesa… pero entonces sería decir que los ingleses les quitaron Gibraltar en 1713 a un país que no existía, y que Felipe II y Carlos V no reinaron sobre España… bueno, pues 1492, tenemos 519 años, pues «nacimos» cuando Castilla y Aragón se unificaron vía matrimonial, acabó la Reconquista, y Colón descubrió América… ¿pero entonces dónde se nos queda el Cid, y el pilar sobre el que se apareció la Virgen que detuvo a Santiago cuando iba a cruzar los Pirineos, y más atrás, acaso los romanos no invadieron «Hispania», Pelayo no merece ser considerado español…?

«Existimos desde tiempos inmemoriales» la jefa despacha la pregunta en un plisplas y me urge a seguir atendiendo a los invitados y dejarme de mandangas (nota para todo el mundo: una recepción por el 12 de octubre, es agotadora, es trabajo puro y duro para un diplomático, no es una fiesta, que conste!!!). ¿Desde siempre? ¿Tan viejitos somos? ¿Siempre fuímos españoles ruidosos y protestones? Ya me estoy figurando a los tíos que pintaban en Altamira, cagoentó, la madre que me parió, me volví a quedar sin polvo rojo, ahora a ver cómo coj… termino yo el toro este… y a la gente de Atapuerca a la hora del café, yo con leche, yo solo, el mío sin azúcar y con leche templada, yo corto de café, a mí una gotita nada más, yo en vaso, a mí en taza, a mí ponme un poleo…

Uno a veces desearía tener sólo 200 años…

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