Reflexiones (de todo un poco)

#metoo vs #notmetoo

Tengo una amiga funcionaria, grupo A, bien posicionada y respetada en su departamento. Hace unos años tuvo que aguantar a un jefe baboso. No era jefe suyo directo, pero él tenía que dar el visto bueno en determinados documentos que salían del departamento de mi amiga, lo que la obligaba a tratar mucho con él. El tipo era un baboso de libro. De esos que solo te miran las tetas y hace chistecitos (sin gracias alguna) sobre lo guapa que estás, chistes que no te hacen sentir mejor en absoluto porque no tienen gracia, y porque no te apetece que un viejo desagradable te haga patente que se está imaginando cómo sería montárselo contigo. Que lo piense si quiere, pero que no lo comparta, leñe. Pero al baboso, mi amiga le gustaba más aún que al resto, o simplemente la vio más accesible, cualquiera sabe. El caso es que el tipo la acariciaba en los brazos, o incluso en las piernas si estaba sentados, a la menos ocasión, y con cualquier excusa. Le echaba miradas super desagradables. Hacía comentarios sobre su ropa: si iba algo «destapada», pues nada, a celebrarlo con las «gracias» de siempre. Si iba tapada hasta el cuello, en la ingenua creencia de que eso la salvaría, al contrario, el tipo se pasaba media reunión lloriqueando por lo tapada que iba. Que el tipo era un baboso lo sabía todo el mundo. Pero con respecto al tratamiento especial que daba a mi amiga, ésta había optado por no contarlo a nadie excepto a nosotras, sus compañeras de café y amigas. A su marido prefería no contarle nada. Pero era tan evidente que su jefe directo y sus compañeros acabaron notándolo. Así que lo que hacían era evitarle ir a esas reuniones. O permitirle entregar telemáticamente los informes. O incluso, si no había otra que ir a una reunión con el baboso, ellos se colocaban físicamente rodeando a mi amiga para que el tipo no pudiera ni rozarla. Eran buenos tipos. Pero lo curioso es que a ninguno se le ocurrió decirle nunca, oye, por qué no denuncias a este impresentable. Tampoco hablaron con el tipo directamente, o informaron a superiores comunes. Tampoco lo hicimos ninguna de sus amigas. Sabíamos que al final la cosa se volvería en contra de mi amiga, que se montaría un escándalo, que todo el mundo la señalaría, que tendría detractores, que todo el mundo opinaría, muchas veces criticándola, y que habría quienes defenderían al tipo desde lo alto porque era un jefe con muchos contactos…ella lo sabía, así que lo fue llevando como pudo y, eso sí, cuando el tipo se jubiló y le dieron una copa de despedida, ni ella ni otras muchas fuimos, en señal de solidaridad. Hubo quien nos lo afeó: como sois, si el tipo es así, no puede evitarlo, si ya se jubilaba…

 

Tengo otra amiga. Aprobó unas oposiciones dificilísimas. De esas que los abuelos ponen de ejemplo cuando quieren hablar de alguien muy listo o trabajador. Las aprobó. En su promoción apenas había mujeres, eran todo tíos. Un día salieron de marcha todos, y uno de ellos, que era conocido por ser «rarito», se tomó dos copas de más y se puso super pesado con ella. Baboso. Pesado. Nada de flirteo inocente. Cuando un tío se te pone pesado en un bar y no hay manera de quitártelo de encima. Al final se fue a su casa porque no podía aguantarlo más. Compartió taxi con otros dos compañeros que estuvieron de acuerdo con ella en que el tipo se había pasado varios pueblos. Al día siguiente, mi amiga fue al despacho del tipo, y le hizo ver lo absolutamente desubicado que había estado. Le preguntó si le gustaría que alguien hubiera tratado así a una hermana suya. El tipo se enfureció, negó todo, y empezó a criticarla siempre que podía. Automáticamente, toda la promoción se colocó en una pura y exquisita neutralidad, no queremos meternos, todos, incluidos los que la habían acompañado en el taxi. Pasadas unas semanas, mi amiga se dio cuenta de que ya no la llamaban para quedar, y cuando preguntó, le dijeron que preferían no llamarla, para que no coincidiera con el tipo. Como ahora andáis peleados… Al final, mi amiga tuvo que transigir, arreglar como pudo la situación, ¡cómo si la culpa fuera suya!, porque veía que iba a quedarse sin amigos en el trabajo.

 

Estoy hablando de dos funcionarias de la Administración. En donde hay leyes que nos protegen. Un oasis en el que la igualdad está más que reconocida, en donde se supone que no hay discriminación. Y aún así… son cosas que pasan, a diario, que te pueden pasar a ti, aunque estés en un puesto alto, en una buena situación. Y no se habla del tema porque al final, si la cosa no se desmadra mucho y no pierdes tu puesto, o algo irremediable, pues te aguantas. De hecho, mis dos amigas no existen como tales. Son una mezcla de varias, he distorsionado datos, porque sé que si las protagonistas reales se reconocieran en mi blog se sentirían muy incómodas. Son temas desagradables, cosas que pasan, que no apetece airear. Lo del #metoo no cala aquí.

 

Por eso es tan fantástico lo que estas mujeres de Hollywood han hecho. Porque al decir #metoo aparte de dar voz a las que no tienen poder, ni capacidad alguna, a las débiles, han dejado claro que estas cosas que pasan pueden pasarnos a todas, incluso a las que nos sentimos protegidas por nuestra posición, por nuestra situación económica, por nuestra ubicación social. Si le pasó a Salma Hayek, a Ashley Judd, a las dos actrices que interpretaban a unas brujas buenas que luchaban contra el mal con tacones y minifalda…(y que apenas han vuelto a actuar, por cierto y ahora sabemos por qué), al final te das cuenta que te puede pasar a ti también. Por eso es alucinante lo que hicieron. Y por eso todas nos emocionamos cuando Oprah gritó but their time is up .

 

Bueno, no todas. Las mujeres somos tan diversas como los hombres, y de todo hay en esta viña de Zeus. Es curioso porque en mis años de diplo en el exterior, siempre he sostenido con uñas y dientes que España no es más machista que otros países de Europa. Una especie de leyenda negra actualizada nos señala a veces como tales, y yo defiendo a los hombres (y mujeres) de mi país. No somos los más machistas de Europa. Y muchas veces añado, «en mi opinión, Francia es tanto o más machista». Es verdad que es el país de Olympe de Gouges, de Flora Tristán y de Simone de Beauvoir. Pero también es el país en el que a Edith Cresson en su discurso de investidura como PM de Mitterrand, le gritaron obscenidades e insultos que nunca escuché en un parlamento español. Es también el país que considera que era super moderno tener a un presidente polígamo manteniendo a sus dos mujeres en la casa oficial pagada con los impuestos de los ciudadanos. El país en el que muchos están seguros de que su presidente actual es gay sencillamente porque está casado con una mujer 24 años mayor. Así que el manifiesto de las 100 intelectuales y artistas contra el #metoo no me ha sorprendido mucho. Me ha cabreado, obviamente también ha habido mujeres en Francia igualmente cabreadas, y realmente, como europea, me hubiera gustado que este movimiento hubiera tenido más mujeres de aquí equivalentes a las de Hollywood. Quizá nadie acosa ahora a Catherine Deneuve (no por ser vieja, sino porque es poderosa). Pero me apuesto la mano derecha a que sí tuvo que aguantar lo suyo cuando era una actriz joven y poco conocida. O no tan conocida. Nadie le pedía que lo contara, pero su cinismo al firmar ese manifiesto retrógrado ha sido decepcionante. Y encima seguro que todas se creen super modernas y valientes.

Pero ya digo que no me ha sorprendido. Porque esto de definir el acoso sexual como flirteo o seducción es algo de toda la vida. Tan viejo como definir la violación como un acto consentido en el que la mujer es demasiado tonta como para darse cuenta de que era consentido, o sencillamente, se ha enfadado y busca vengarse de cualquier forma. Y de la misma actualidad. No hay más que dar un repaso a la vomitiva defensa de los «buenos hijos» de La Manada. 

Pero bueno, estaba claro que no iba a ser fácil. Hay que seguir. Their time is up. Tandis que le votre, chères demoiselles, c’est tout à fait fini. 

 

#metoo

Time Person of the Year

 

Dedicado a mi arrendador, Eduardo Cespedes Ayala

Estaba hoy haciendo limpieza de papeles y me encontré con el intercambio reiterado de correos con mi antiguo arrendador chileno a propósito de la devolución de mi fianza… mis lectores lo han adivinado correctamente: NO me devolvió mi fianza, a pesar de que dejé todas los gastos pagados y la casa en perfecto estado. Me dicen mis amigos chilenos que esta es una práctica habitual, pero eso no significa que sea una práctica correcta. Así que este capítulo va dedicado a mi arrendador chileno, Eduardo Cespedes Ayala, de Coml Chamal, y a los actuales inquilinos del departamento situado en la Avenida del Cerro, 1823, número 603, Providencia, Santiago. Queridos, no os conozco, pero tenedlo muy claro: Eduardo Cespedes Ayala NO os va a devolver la fianza.

 

A mí siempre me han fascinado estas personas que viven como millonarios, se comportan como tales, pero que viven siempre pendientes de ahorrarse el más miserable peso, normalmente a tu costa. Aquí el amigo Eduardo Cespedes Ayala vive en un barrio acomodado, su mujer pasa el invierno en Miami, y la corredora inmobiliaria me decía siempre que era un hombre ocupadísimo… demasiado ocupado como para, por ejemplo, contestar mis correos cuando le decía que tenía una gotera sempiterna en el cuarto de baño, o que en la vieja moqueta de la casa se habían desarrollado ya formas de vida propia. Eso sí, su vida ocupada no le impedía pedirme, periódicamente, que le adelantara la renta del departamento. Lo alucinante es que esto no lo hacía personalmente, sino que usaba a una intermediaria (la corredora), que me decía que el buen señor estaba demasiado ocupado como para pedírmelo personalmente. El día que yo le contesté que yo los favores los concedía a petición personal, se rebajó a mandarme un correo electrónico. Accedí a adelantarle la renta un par de veces. A la tercera me harté y le hice ver que pagar la renta con 10 días de antelación era bastante abusivo… y entonces me dijo que tenía grandes problemas de liquidez. Amo esta expresión. Me encanta la gente que tiene problemas de liquidez. Su mujer en Miami, él con casa en La Dehesa, y yo impidiendo que le cortaran la luz por impago adelantándole el alquiler…

 

La mayoría de los chilenos no tiene problemas de liquidez. Qué va, son gente que llega justo a fin de mes, pero aún así son gente honrada, que pagan sus deudas puntualmente. Sin embargo, cuando alguien cataloga a todos los chilenos como a gentecilla como el propietario de mi departamento de Santiago, ellos no protestan, y lo asumen cual condena bíblica.

 

El día que protesten, quizá el país cambie. Porque cuando uno protesta contra las pequeñas injusticias, también se rebela ante las grandes. Por eso desde aquí les digo a mis lectores chilenos: cuando os encontréis un Eduardo Cespedes Ayala (de Coml Chamal) en vuestras vidas, haciendo de las suyas, no os conforméis. No les deis el gusto.

 

PD: Inquilinos de la Avenida del Cerro, 1823, departamento 603, Providencia, Santiago: en serio, que NO os va devolver la fianza. Tras llamar mil veces a la corredora, a la pobre le dio vergüenza y me reconoció que nunca la devolvía…

 

Eduardo Cespedes Ayala

 

Madres

 Madres… He conocido muchas madres, aparte de la mía. Yo no tengo ningún problema con la mía, por cierto. Es verdad que acostumbra a dar su opinión en voz alta, pero ya me acostumbré. No obstante, madres hay como colores, a qué negarlo. Y yo he conocido muchas que me han hecho dudar de si realmente quiero tener hijos. Sobre todo las madres de adolescentes. Aún recuerdo una compañera que entró una vez a mi despacho, tras tener una bronca monumental con su hijo de 17 años. “No tengas hijos, NO TENGAS HIJOS” me gritó. También tenía una amiga, madre de un muchachote que amenazaba con irse de casa con cada pelea. Ella a continuación escribía un mensaje a su marido: “cariño, no me quiero hacer ilusiones, pero algo me dice que esta vez por fin sí que se larga…”

Yo creo que el único momento en que he tenido claro tener hijos fue de niña, jugando con muñecas. Nuestro mundo predetermina a las niñas a tener hijos con los juguetes. Es increíble que los malthusianos no se hayan planteado la posibilidad de restringir el acceso de muñecos a las niñas. Apuesto que la natalidad descendería automáticamente. Ya mayor, me desaparecieron las ganas (que reconozco que la Barbie había puesto ya muy a prueba). Desde entonces, no he oído nunca, ni una sola vez, ese llamado reloj biológico que todas las mujeres tenemos supuestamente.

Mi sordera se mantuvo durante los 4 años que viví en Uruguay, y eso sí que es asombroso. Nunca conocí mujeres con instinto maternal más furioso que las uruguayas. Bueno, miento, conocí a una, que quizá por oposición con el medio, era la más antimaternidad que he conocido. Suspiraba al entonar un sempiterno “la especie humana subsistirá incluso si yo no tengo hijos…”. Alguna vez estuvo por contestarle que, la especie humana en general, sí, pero que la oriental, considerando que sólo había tres millones, capaz que sí que necesitaba el apoyo de todas sus mujeres. En todo caso, el resto con el que me crucé, todas adeptas por la causa. ¿Por qué no te congelás los ovulos?, escuché mucho en aquellos años. El Óscar se lo lleva una amiga con la que comentaba un día lo poco que me parecía iba a durar con un noviete que tenía entonces. En un momento, me interrumpió con un: y ahora que todavía estás de novia, antes de dejarlo, ¿por qué no aprovechás y tenés un nene?

Mi reloj biológico sigue muy controlado actualmente. Y eso que ya por edad debe de estar dándome alaridos. Me encantan los bebés, me derrito al ver su ropita, pero no siento esas punzadas que muchas mujeres me han dicho que sienten. Lo único que me hace dudar es el recuerdo de una figurita de escayola que pinté para mi madre cuando tenía 5 años. Era una paloma dorada, con una vela roja. Una vez mi madre la sacó de un cajón y quedé en shock al ver lo espantosamente horrible que era… en mi memoria, era la figura más hermosa y delicada del mundo. Recuerdo que la víspera del Día de la Madre, cuando debía dársela, yo no podía dormir de puro nervio. Pensaba que iba a entregarle el regalo más bonito que se podía dar a ser humano: el que se merecía, en definitiva. Y ese recuerdo me lleva a ese amor intenso, despiadado, egoísta y ansioso que tienen los niños por sus madres. A veces tengo algo de pena de no experimentar que es sentir ese amor de otro ser vivo.

Y toda esta reflexión me viene por una amiga uruguaya, que acaba de adoptar a un bebé hermoso. Me anunció su intención de adoptar hace años, y reconozco que la apoyé muy poco. En parte porque desconfiaba mucho de los servicios de adopción del país. Pero ahora que es mamá de un niño sano y feliz, quiero enlazar aquí el relato de su proceso de adopción. Creo que define a la perfección el instinto maternal más puro.

Por cierto que mis dos amigas, madres de adolescentes, esta semana pusieron sendas fotos de sus retoños en su perfil de Whatsapp. Y las dos me comentaron lo orgullosísimas que se sentían de sus últimos logros. Algo debe de tener para que a diario decenas de miles de mujeres se decidan a alistarse en el ejército de madres…

Madres

(Dedicado a las “no madres”, porque son las que mejor me van a entender…)

La reina de las princesas

Se nos fue la Princesa Leia…

Crecí en un mundo en el que todas las niñas queríamos ser princesas. No creo que fuera casual el hecho de que quisiéramos ser princesas, y no reinas. Estoy segura de que era algo predeterminado de nuestro mundo patriarcal machista, haciendo que nuestra ambición quedara reducida a ser una segunda en la línea de poder.

La uniformidad en nuestro sueño de ser princesas era aterradora: todas queríamos llevar vestidos de colores pasteles (curiosamente, las reinas solían vestir de colores fuertes), con cancanes y volantes, lazos ridículos y tacones incómodos. Las princesas eran siempre delicadas, de voz dulce y modales exquisitos. Había por ahí un cuento particularmente espantoso, en el que se identificaba a una porque su piel era tan delicada que notaba un guisante bajo una pila de colchones. Y, ya para rematar, las princesas además rara vez lo eran por derecho propio. Normalmente lo eran por matrimonio. Así que nuestras heroínas eran dobles segundonas, por debajo de un rey, de una reina, y de su propio marido. Y por supuesto, aunque eran protagonistas de los cuentos, siempre lo eran de una historia en el que eran rescatadas por un héroe, toda su felicidad final recaía en la acción de un hombre.

Así crecimos. Queriendo ser esos seres etéreos e inútiles. Hasta que llegó ELLA. Ella era una princesa clásica total: hermosa, delicada, con vestidos blancos vaporosos y un peinado extraño. Y el cuento además empezaba como cualquier cuento de princesa que se precie: la raptaban, pedía auxilio y la rescataban. Pero en seguida se notaba que ella era distinta. Para empezar: desde el primer minuto desafiaba al Malo Malísimo de Darth Vader (¿se podía ser mas malo que Darth Vader??), y la habían raptado porque era parte protagonista en un plan para acabar con el Jefe del Malo Malísimo. Por supuesto que era distinta: en un plisplas, se ponía a regañar a sus salvadores («estos rescates hay que planearlos mejor»), cogía un arma y se ponía en primera línea a disparar.  A partir de ahí, no dejó de superarse a sí misma: siempre en la vanguardia, parte activa de todos los planes, sin perder el sentido del humor, el carácter y, lo más importante, sin dejar de ser princesa en ningún momento. Y cuando se enamoró, no se enamoró de un Príncipe Encantador, sino de un golfo adorable, al que convertía (esa parte del cuento sí que era un poquito clásica, pero se la perdonamos). Y encima, ¡era preciosa! Ese bikini sensual con el que estrangulaba a Jabba the Hutt, seguro que las lesbianas adultas de hoy, se iniciaron con ella.

Gracias a ella, las niñas que crecimos en un mundo en el que había que ser princesas, tuvimos un modelo distinto de princesa. Una princesa independiente, fuerte, valiente, decidida. Nos mostró un camino distinto, nos enseñó que nuestros sueños podían ser mejores. Todo en plena época de Reagan, cuando nadie podía ni imaginarse que una mujer pudiera presentarse a Presidenta de los EEUU. Luego llegarían princesas más modernas, hasta las de Disney se adaptaron, y ahora lo que pega es dar mensajes modernos a las niñas. Pero no sé si sirve de mucho porque las tiendas de juguetes siguen teniendo una sección aparte color de rosa, y el modelo de las chicas de hoy es Miley Cyrus, que para quitarse la etiqueta de adolescente pazguata se quitó toda la ropa. Qué gran mensaje. No es de extrañar que haya adolescentes criadas en Occidente que se dejen convencer de que irse a Siria a ser esclavas sexuales de un barbudo con turbante, es lo máximo.

Por eso, Princesa Leia, hoy te estoy llorando a lágrima viva. Te lloro como se llora a un familiar cercano. Porque tú fuiste la Reina de las Princesas, y hoy, nos dejas un vacío que ninguna princesa de Disney podrá llenar.

Hasta siempre, Alteza. Descansa en paz. Y que la Fuerza te acompañe.

Princesa Leia

26 de julio de 2008

Hay días en que el método Zuckeberg para conservar la memoria individual, me provoca sensaciones intensas y largas. Hoy, en mis “recuerdos para rememorar”, al final de todo, había una anotación en inglés de 2008. En inglés, porque eran los primeros años de Facebook, cuando era aún una aplicación rara, que teníamos unos cuantos, bastantes, pero no todo el mundo. Eran los años en que aún te preguntaban si estabas en Facebook, porque no estarlo era una posibilidad (hoy es una opción vital que te retrata). El caso es que, en aquellos primeros años, yo usaba el inglés para comunicarme en FB. La anotación en mi muro dice: “Hysterical: what do you take with you for three years across the Atlantic Ocean????
El 26 de julio de 2008 yo ya sabía que me iba destinada a Montevideo. No sabía cuánto tiempo estaría allí, por eso hablo de tres años, y por supuesto no podía adivinar que luego vendría para Chile, por lo que serían 8 años los que pasaría al otro lado del Atlántico. Hoy, 26 de julio de 2016, me encuentro, una vez más, preparándome al momento en que mi casa quede reducida a cajas, a que me invada el olor a cartón fresco, olor de nuestra vida, llevándome de vuelta algo más que entonces… me llevo un contenedor de 40 pies, casi 60 m2… se ve que he progresado, o al menos tengo una idea clara de qué llevarme al otro lado del océano. Entre otras cosas, echaré un cuaderno en el que apunté un esquema de una explicación resumen que hice en 1998 sobre la posible extradición de Pinochet desde Londres… quién hubiera tenido una bola mágica entonces, que me hubiera dicho que acabaría viviendo en el país natal del dictador latinoamericano más conocido en España.

 

 

Es difícil encontrar una sola palabra para definir estos 8 años. Tengo la fuerte sensación de abandonar este continente (¡por el momento!) siendo mejor persona y, espero al menos, mejor diplomática. He aprendido tanto, imposible condensarlo todo… pero creo que puedo destacar tres cosas: la primera, el concepto del desarraigo y la expatriación. Yo ya había viajado mucho y vivido temporadas en el extranjero, pero nunca había llegado a vivir expatriada. Y aunque considero que los diplos somos expatriados de lujo (lujo, no por la vida de boato y glamour que la tele falsamente vincula a nuestro colectivo laboral, taaaan desconocido, sino porque los trámites para el acceso e instalación en el país de turno suelen ser mucho más fáciles que para el inmigrante normal), aunque seamos expatriados de lujo, al final somos expatriados, y eso afecta. No lo creí nunca, pero afecta. Estar fuera de tu ambiente, de tu acento al hablar, de las expresiones cotidianas, de la comida, de los programas de la tele y la radio… aunque sea en un país hermano, como son los latinoamericanos, al final es otro país, y se nota. A veces no te das cuenta, pero te va afectando, sibilinamente… la expatriación es una enfermedad lenta y silenciosa, cuya única medicación es volver a tu país periódicamente… y no todos pueden, así que he aprendido el sufrimiento de los inmigrantes económicos, de los exilados políticos, de los que se van de su país para no volver. Yo vuelvo, otros no tienen esa suerte.
Vinculado a esto, he aprendido de la importancia de la amistad. Sin amigos, no hubiera sobrevivido estos 8 años, me habría vuelto loca, o enfermado de tristeza. Gracias a todos los amigos increíbles que me han acompañado estos 8 años.
He aprendido mucho de España, como país, como pueblo, como civilización, como actor de la Historia universal. Latinoamérica es un buen sitio para tener perspectiva sobre el lugar de España en el mundo. He aprendido a apreciar que entonces esos españoles vinieron bajo un proyecto global, que luego cada uno interpretaba y deshacía a su antojo, por supuesto, pero existir, existía. He aprendido a valorar la legislación avanzadísima con la que se buscó proteger a los habitantes originarios del continente, las Leyes de Indias. Luego no se cumplirían, pero existir, existían, e invito a leerlas: algunos artículos son calcados a la legislación actual de derechos humanos. Y he aprendido a admirar la inventiva, el valor, y el entusiasmo de aquellos expatriados que se subieron a barcos rumbo a lo desconocido, esos sí que se iban para no volver, y no tenían ni idea de a qué llegaban. Esa Inés Suárez, buscando agua en el desierto de Atacama, cómo no admirarla… Me van a criticar por decir esto, pero mis lectores ya saben que no tengo miedo a la sinceridad…
Porque además también he aprendido a avergonzarme de la cara oscura de nuestra Historia, pero más de la reciente que de la clásica que suele criticarse. Cuánta vergüenza de la prepotencia, y simple mala educación de muchos de mis compatriotas actuales… Qué apuros he pasado a veces, mirando la actitud chulesca de algunos españoles tratando a latinoamericanos, qué aires de superioridad ridículos, qué desprecio que en realidad tapaba una abismal ignorancia… creo que no son muchos, y creo sinceramente que no son mayoría, porque los apuros normalmente fueron compartidos (cuánta mirada de circunstancias me he cruzado con otros españoles), pero con que exista uno, ya son demasiados. Y lo digo, porque parte de la admiración presente a mi cultura y civilización, se la debo a los latinoamericanos, que hablan español mucho mejor que los españoles, y que tratan con mucho mayor cariño y respeto a elementos fundamentales de la tradición compartida.
Porque ahora llega una próxima enseñanza, una nueva lección que aprender. Esta esquina del mundo ha creado en mí un intenso cariño, una admiración sin límites, un asombro ante las maravillas físicas y humanas de este continente. Se me recibió con una generosidad apabullante, que me ha ayudado a diario, y ahora mismo escribo entre lágrimas, viendo que la cabecera de mi blog ya dice “De vuelta en España”. Esa será la próxima experiencia: ser emigrante en mi propio país, extrañar otros paisajes, otras hablas, otras cotidianidades, otra forma de vivir. Ya nunca más veré a España con los mismos ojos, el filtro del Cono Sur estará siempre ahí, transformando cada realidad, obligándome a comparar, e incluso a juzgar.
Y esa es una carga de precio incalculable que, afortunadamente, no se lleva ni en la maleta ni en el contenedor.
Nos vemos en la Plaza de las Ventas de Madrid.

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