Sobre Chile

Amores perros

Esto era una vez un perro que conoció a una perra, se olisquearon, se dieron toquecitoscon el morro, corrieron juntos, ladraron felices y finalmente el perro se dispuso a montar a la perra. Así de simple podría parecer que es la vida amorosa canina, pero no, la experiencia de Juancho y Noa me ha enseñado que hasta los perros dan sus vueltas antes de entregarse al desenfreno carnal… En realidad, Juancho y Noa lo tuvieron facilísimo: ambos sus dueños/padres estaban felices de cruzarlos para tener una camada de peluditos pastores catalanes, y facilitaron los encuentros. Pero aunque Juancho ponía empeño y Noa lo animaba cada poco, nunca terminaban de completar el acto, en el fondo se les veía más pendientes de sus dueños voyeuristas que de ponerse en faena, y claro,así no había manera de terminar de engendrar a los pequeños gos d’atura… La dueña/madre de Noa finalmente aceptó que su hija/perra querida pasara  la noche fuera de casa, por vez primera, y así darles el tiempo y la intimidad necesaria. De este modo los dos amantes pudieron pasar una noche romántica y lujuriosa (a partesiguales) en el coqueto jardín del hogar de David en Pedro Valdivia Norte… A la mañana siguiente, Noa amaneció con cara melancólica y apesadumbrada, en plan “quizá nos hemos apresurado, no sé bien si estoy preparada para iniciar una relación seria, será este un buen padre para mis cachorros…”, mientras que Juancho la miraba desconfiado en plan “vaya, pero todavía no te fuiste, bueno, te doy el desayuno pero no vayas a pensar que esto ya es serio, yo no estoy preparado para comprometerme…” Pasaron el día sin hablarse mucho, con gesto embarazoso, y cuando la dueña/madre de Noa vino a buscarla, ésta no disimuló su alivio alegre de poder irse, justo cuando Juancho empezaba a vislumbrar la posibilidad de una nueva sesión amatoria, en plan “bueno, ya que sigues sin irte, aprovechemos, pero sin compromiso,eh”.

Por supuesto, Juancho no la llamó en los siguientes días, ni siquiera para un “hola, cómo estás, te llamo aunque no seas mi novia, porque compartimos un momento lindo y sólo por eso eres importante, aunque no vayamos a casarnos, es puro respeto y cariño, ya está, porque está feo acostarse con una tía y no llamarla al día siguiente y yo no soy así…”, pero bueno, todos los hombres, perdón, los perros son iguales… eso sí, cuando la dueña/madre de Noa la trajo de nuevo a casa (por si el encuentro nocturno no había sido lo suficientemente fértil), Juancho la recibió con renovado alborozo lujurioso. Una perra de otras latitudes quizá hubiera entrado en el juego histeriqueante de Juancho, pero Noa es una catalana orgullosa y le respondió con gruñidos, descartando la posibilidad de un nuevo polvo. Como todos los hombres, perdón, perros, Juancho se rasgó las vestiduras asegurando no entender a las mujeres, perdón, a las perras, y se echó a los brazos de Darling, que lo consoló como todas las madres consuelan a sus hijos (y así nos va): “¿viste, Juancho? Ella no te quería de verdad, era solo lujuria…”

También yo consolé a Juancho (no sé bien por qué, si en el fondo pienso que todos estos (perros) cabrones tienen lo que se merecen), pero a mi manera: Juancho ya no sólo duerme en mi cuarto, a veces salta a mi cama. David me regaña, con toda la razón, lo estoy mal acostumbrando, pero es que Juancho es listo (como todos los hombres, perdón, perros) y sabe aprovechar la oportunidad para meterse en la cama de una chica, básicamente cuando estoy dormida y no tengo fuerzas para echarlo… además, últimamente las noches son tan frías que se agradece tener su cuerpo peludo sobre los pies… la culpa del frío es de David, que no supo ser humilde con los técnicos de la caldera. La caldera se rompió, no funcionaba la calefacción y David llamó a la empresa de mantenimiento, éstos vinieron (tres días después, prisas las justas) y tras apretar dos tuercas, dictaminaron que todo estaba perfecto. Aquella noche la calefacción seguía sin funcionar, y ahí es cuando le aconsejé a David que representara el papel de “damisela de la Madre Patria, obviamente subnormal”, pero David es un orgulloso hidalgo español que entiende que hay que exigir que se cumpla lo pactado, así que firmemente emplazó a la compañía a que arreglaran bien la caldera. Los chilenos llevan muy mal que les lleves la contraria cuando han dictaminado que una cosa está ya solucionada (bueno, en realidad llevan muy mal que les lleves la contraria en cualquier cosa), así que los operarios vinieron por segunda vez (cuatro días después, a ver qué necesidad de tanta prisa), apretaron tres tuercas más y se fueron diciendo que estaba ya arreglada. Aquella noche, bajo los primeros síntomas de congelación (fue entonces cuando Juancho saltó a mi cama), volvimos a llamar a la compañía, que mostraron su sorpresa incrédula de que la cosa no estuviera ya resuelta, y finalmente los operarios volvieron (a la semana siguiente, ¿quién necesita de calefacción en invierno?), y ya ahí reconocieron que había un problema con “la tarjeta”, dijeron que volverían con una nueva… y en esa estamos…

Mientras tanto, yo sigo progresando en mi instalación en el Santiago bip! Ya tengo tarjetas de crédito (mi ordalía para abrir una cuenta bancaria merece un capítulo aparte), y chachan, ¡ya tengo apartamento! En el mismo barrio de Valdivia Norte, al otro lado del Mapocho a la altura de Providencia, un tranquilo barrio de casitas, atravesado por la avenida Pedro Valdivia Norte, calle que van cortando sucesivamente las calles de los Conquistadores, los Hidalgos, los Españoles, los Navegantes , el Comendador, los Araucanos y los Misioneros. Vamos, que es un barrio temático. En mi nueva calle lamentablemente se les acabó la imaginación y sólo se llama del Cerro, con lo genial que hubiera estado vivir en la calle Caupolicán… pero por lo demás estoy contenta, sobre todo tras haber triunfado en las intensas negociaciones que han precedido la firma, prácticamente todas en torno al color de las paredes. Todo el apartamento era amarillo, amarillo albero en el salón, amarillo crema en los dormitorios, amarillo con pintitas en los cuartos de baño. Todo amarillo (menos el dormitorio, que estaba cubierto de papel azul celeste con florecitas). Mi nueva amiga Maria Inés me contó que esto de los chilenos con el amarillo es digno de estudio sociológico, una verdadera obsesión que no sólo abarca a la decoración sino también a la moda, que ella tiene una amiga que se enamoró de un perro, perdón, hombre, que gustaba de llevar camisas amarillo clarito (de manga corta) con el traje de chaqueta, y claro, eso complicó enormemente la relación.

Pero aparte de la soberbia de los técnicos de calderas, la obsesión con el amarillo, y las jugadas de mi (nunca suficientemente odiados) corredores inmobiliarios (con excepción de la que finalmente me ha conseguido el apartamento: nos hemos hecho amiguitas), sigo descubriendo cosas positivas de los chilenos. La última: ¡bailan! Todos, no sólo las mujeres, no sólo los gays, todos, como las locas, una maravilla. Se me saltaron las lágrimas de la emoción cuando en una velada superchic de gente de teatro, con ostras, empanadas y champagne, acabaron poniendo música y arrancaron a bailar. Nadie entiende mi alegría aquí, cuando les digo que he pasado los últimos 4 años de mi vida en un país en el que sólo bailan una noche al año, que llaman Noche de la Nostalgia, se ríen a las carcajadas asumiendo que les estoy gastando una broma…

Y para concluir, mensaje de la dueña/madre de Noa: se muestra agotada, nerviosa y con mucha hambre… ¿seremos finalmente todos titos de la primera camada de gos d’atura chilenos??

 

Juancho, Darling, San David y yo

“Señora MaEugenia, hice el jugo de piña y fregué las estanterías y los platos de los armarios, como me dijo. Dígale por favor a Don David que hace falta jabón y suavizante para la ropa, pero dígale bien la marca, que él al final siempre compra uno muy malo que es el que estropea ropa” Darling lo tiene super claro: por encima de 200 años de lucha por la igualdad de sexos, en una casa quien manda es la mujer, aunque esta sea una mera invitada, y el hombre es quien pone el dinero, y así que es como el pobre (San) David se encontró el otro día al llegar a casa con que Darling, la “nana” (empleada/asistenta) que él paga, me escribe ya las notas con instrucciones a mí…

No soy la única presencia femenina que ha irrumpido en el pacífico hogar de Valdivia Norte de David, también está Noah, la “polola” (novia) de Juancho, una hermosa gos d’atura gris, cuya dueña quiere cruzarla para tener una camada de peludos pastorcitos catalanes, que es una raza bastante inusual en Chile. Juancho se enamoró de Noah al segundo de conocerla, y ahora se le nota nervioso ante la perspectiva de su primera noche de amor.

Mientras tanto, yo continúo instalándome en el Santiago bip! Ya soy persona, tengo RUT, y sigo a lo mío con mis (nunca suficientemente odiados) corredores inmobiliarios. Gracias a ellos me voy aprendiendo las calles de Santiago a base de ir a ver apartamentos (alguien me aseguró al llegar que los corredores te van a buscar y te llevan a los departamentos que van a enseñarte, pero yo estoy convencida de que eso es una leyenda urbana: la única excepción fue una corredora que fue a buscarme en coche al grito de que su mejor amiga es española, el resto, me cita en el apartamento en cuestión, y a veces ni aparecen). Gracias a ellos voy aprendiendo pequeños detalles de la sociedad chilena: por ejemplo, ninguno puede comprender que una diplo no quiera vivir en el alejado, escasamente conectado por transporte público y residencial Vitacura, con la de jardines, parques, colegios y grandes avenidas que tiene, con la de familias que viven allí… yo trato siempre de explicarles que estoy soltera sin hijos, y que por trabajo me viene mejor estar cerca del centro, pero ellos no hacen acuso de recibo, insisten en llevarme a hermosos apartamentos en urbanizaciones a las afueras, así que yo ya no sé si es que lo que no se creen, es que España deje que una soltera sin hijos deambule por el mundo defendiendo sus intereses, cualquiera sabe. “Hágame caso” me insistía uno, “será muy feliz en este hermoso departamento silencioso y tranquilo frente a un parque lindo”. “No” le respondí yo, “seré desgraciada, me deprimiré y me suicidaré y mi muerte pesará sobre su conciencia”. Ya fuera porque no tenía sentido de la ironía, o porque cargar con el peso de mi muerte le tocaba un pie, pero el caso es que el tipo aún siguió intentándolo durante media hora… Otro detalle, las cocinas: he visitado lindos apartamentos en edificios señoriales con cocinas sencillamente cochambrosas. Cuando me quejo, los corredores sonríen: “usted cocina, ¿no?” asumiendo que tienen una cordon bleu delante y no una pobre chica a la que le gusta desayunar en la cocina. A mi amiga (santa) Carmen le pasaba similar cuando buscaba piso (Carmen es santa entre otras cosas, porque me dejó un montón de vestidos para que eligiera qué llevar a la inauguración del SANFIC, probablemente la única actividad con etiqueta que me va a tocar en todo este tiempo y que justo tuvo que caer cuando mi ropa sigue en el contenedor en Montevideo), y ella que también se quejó recibió la siguiente clarificadora respuesta: “¿pero por qué le preocupa la cocina, si tendrá una nana que se ocupará de todo y usted no tendrá que entrar nunca?”

Voy conociendo nuevos barrios: Lastarria/Bellas Artes, en el centro, muy moderno y cultureta, que me dio ganas de sumarme a la moda de vivir en el centro, pero mi búsqueda de apartamento por esa zona resultó infructuosa: el único que pude ver, en un edificio años 40 precioso sobre un «Emporio la Rosa», una cafetería famosa con sucursales, no tenía calefacción, y yo seré muy moderna, independiente, soltera y sin hijos, pero también puse a Zeus por testigo que nunca más volvería a pasar frío, como bien saben mis lectores más antiguos. Otra opción fallida fue el Barrio Italia, una especie de Palermo Viejo santiaguino, aún en sus primeros balbuceos, pero con perspectivas: casas antiguas reconvertidas en coquetas galerías de tiendas de diseño, anticuarios, talleres de artesanía, cafés y restaurantes estilosos… pero la cosa aún está muy centrada en un día a la semana, la mañana de los sábados, el resto del tiempo la zona está muy cerrada, tan sólo permanecen abiertos los talleres mecánicos en un ambiente desolado, así que ni me molesté en ir a ver las dos casas que se ofertaban allí en alquiler, que como dice la bruja de Juego de Tronos, for the night is dark and full of terrors…

En fin, que poco a poco voy construyendo mi rutina en la ciudad al otro lado de los Andes, aunque por ahora es en torno a Juancho y Darling. Y a David, claro. David y yo conformamos una amistad moderna: hacemos la cena juntos (él cocina todo y yo pongo los dos platos y las servilletas), y a continuación nos sumergimos en nuestros respectivos iPads, para pasarla poniendo “me gusta” en nuestras actualizaciones y fotos de Facebook, y retuiteando nuestros mensajes. Alguien podrá decir que es un ejemplo de la alienación de las redes sociales modernas, pero eso es una chorrada, toda persona moderna actual sabe que las redes sociales virtuales se disfrutan doblemente con alguien que tienes al lado. Luego me voy a dormir y Juancho me acompaña, estos días prefiere dormir conmigo antes que con David, sospechamos que es el inminente encuentro carnal con Noah, que le hace proclive a la cercanía del sexo femenino. A Juancho no le gusta el tono new age de la aplicación despertador del iPad, así que en cuanto suena se pone a ladrar. Dormir con Juacho en un seguro. No porque la noche sea particularmente oscura y terrorífica, sino porque vamos, es que es seguro que te despiertas…

Sin RUT no eres nada en el Santiago BIP

Días antes de llegar, San David me comentó que me iba a dejar una «tarjeta VIP», para que pudiera usarla. Yo me puse muy contenta, pensé que sería algo similar a mi antigua tarjeta de los (nunca suficientemente añorados) VIPs de Madrid, o algo similar en atención a lo megaimportante y divina que soy. Ja, ilusa yo, se trataba de una tarjeta bip!, que se usa fundamentalmente para pagar en el transporte público de Santiago, llamada así por el ruidito bip que hace al pasarla por la máquina.

En Santiago todo hace bip!, en realidad. Desde que una pone el pie en la calle, empieza a escuchar el puñetero sonidito, suena en el micro (autobús), en el metro (que por cierto cuesta lo mismo todos los santos días, sin posibilidad de abono semanal, mensual o ticket reducido de 10 pasajes, nada, un bip! de las narices de 600 pesitos chilenos cada vez que te subes. También hace bip! la autopista, el coche suena cada vez que pasas por los invisibles peajes automáticos, mi nueva amiga Carolina (sobrina de Jenny, la Internacional Oriental, que funciona muy bien) me contaba que una vez con su marido que se equivocaron de salida y se tuvieron que recorrer la Costanera antes de poder dar la vuelta, cada bip! les iba recordando lo cara que les iba a salir la bromita…
Otra cosa que tiene el Santiago de hoy es el RUT, el equivalente de nuestro DNI, pero que va mucho más allá, porque aquí nuestro DNI o nuestro número de pasaporte se la trae al pairo, lo único que te aceptan es su RUT, que te dan junto con la residencia legal, y que la Cancillería chilena aún no me ha dado. Sin RUT no abres una cuenta bancaria, no te dan una línea de teléfono, no compras por internet, y muchos de mis (nunca suficientemente odiados) corredores inmobiliarios me histeriquean (aún más) ante la ausencia del numerito de marras…

Pero más allá del eterno bip!, el no tener RUT, y los histeriqueos de los corredores inmobiliarios, estoy contenta con el balance de estas dos primeras semanas en Santiago. Llueve sin parar, algo rarísimo según me cuentan todos, y estoy anhelando que amanezca soleado para poder disfrutar al fin de la vista de la cordillera sin polución.

Voy conociendo gente interesante: los responsables del Centro Cultural Estación Mapocho (su director,Arturo Navarro, una institución en gestión cultural, me habló de lo que marcó la exposición Letras Españolas, que el Ministro Solé Tura montó para la Feria del Libro del Francfort del 92, y que luego Felipe González quiso llevar al Chile que reiniciaba su democracia), a los organizadores de la XVIII Bienal de Arquitectura

También vi una peli chilena muy interesante, que volvió premiada de Cannes: «NO». Relata la campaña publicitaria que realizó la Concertación, durante el referéndum que Pinochet convocó para ganar pero finalmente perdió. Un publicista (al parecer ficticio) que interpreta Gael García Bernal, convence a la gente de la Concertación de que sólo podrían ganar con un mensaje positivo, alegre, de confianza en el futuro, en vez de recrearse en las ya conocidas imágenes de los horrores de la dictadura, y esa línea optimista va ganando adeptos en la población, que poco a poco van arrinconando a la campaña plúmbea y acartonada del SI. Fui con el grupo de David, y (San) Carlos decía a la salida que había sido una vuelta a su infancia, a aquellos anuncios felices del NO con su canciocilla pegadiza que todo el mundo tarareaba y al arcoiris que poco a poco la gente se atrevió a ponerse de pin o de camiseta. Fue divertido escuchar al público chileno reírse ante las imágenes, sobre todo ante el video de cierre de la campaña del SI, con un Pinochet sonriendo a la cámara: «si algo hice mal, pido perdón…»

En realidad, la película enseña cómo hasta la izquierda más radical dentro de la Concertación acabó aceptando las reglas del merchandising más básico en un sistema de libre mercado… de ahí al Santiago bip!, sólo había un paso…

Al otro lado de los Andes: las turbulencias acostumbradas

Cuando estudiaba ingles de niña, tuve un profesor imaginativo que nos ponía juegos para que practicáramos conversación y un día nos hizo imaginar que estábamos en una isla desierta, nos habíamos quedado sin comida y había que designar a alguien del grupo para comérselo. El ejercicio consistía en argumentar por qué uno no debía convertirse en el almuerzo del resto, y yo hice (en un inglés más que aceptable ya por entonces) una encendida, extensa y complete defensa de mi misma, explicando mis importantísimas cualidades humanas, ventajas profesionales, etc etc que sólo podían aportar beneficios al grupo. Todos, por unanimidad, votaron comerme a mí.

Cuando el domingo me encontraba sobrevolando los Andes y el avión empezó a removerse bajo unas turbulencias terribles que me sacudieron hasta el alma, mi vida pasó ante mis ojos, y se quedó en ese recuerdo. Aunque en seguida el piloto se apresuró a explicar que esas turbulencias son muy normales en invierno mientras el avión sobrevuela a 9000 metros unos Andes que rozan los 7000, yo ya no pude quitarme el negro convencimiento de que íbamos a estrellarnos en alguno de esos montes nevados, y que en breve todos los pasajeros supervivientes decidirían incluirme de plato principal para su cena.

El sol brillante que me recibió en Santiago, contribuyó a que mi trauma infantil cediera paso a la ilusión tremenda de haber llegado a la ciudad que deberá ser mi hogar para los próximos años. Con esa alegría, me instalé en Pedro Valdivia Norte, en casa de San David, mi colega de la Embajada, que me la presta aún estando él de vacaciones, con empleada incluída, una empleada que se llama Darling (lo juro) y se dirige a mí como «señora MªEugenia».
Los chilenos son agradables. Esa ha sido mi primera conclusión tras una semana viviendo en Santiago. Tampoco es que haya conocido a muchos, pero contestan amablemente cuando perdida en medio de la calle pregunto por una dirección, me ayudan a cargar la tarjeta bip para el metro en vez de maldecir porque mi ignorancia está creando una cola de kilómetros, y los taxistas en general son honestos, cuando les llevo a las direcciones absurdas en que a veces están los pisos que estoy visitando y ellos se pierden, paran el taxímetro y siguen buscando. Uno incluso me explicó cómo debía de entregar los billetes de 10000 pesos («bien extendido, que se vea»), para que nunca pudieran timarme dándome menos cambio con la excusa de que les había dado un billete menor. Y otro día que hubo una fuga en la casa de San David, y nos cortaron el gas, el técnico que apareció a las 10 de la noche (cuando yo ya empezaba a sufrir los primeros síntomas de hipotermía en una casa que llevaba más de 12 horas sin calefacción en un Santiago muuuuuuuy frío) se quedó un buen rato chequeando que la caldera volvía a encenderse y que seguía teniendo agua caliente. Claro que estos detalles no sé si son amabilidad, o porque yo bordo el papel de «damisela de la Madre Patria, obviamente subnormal» que suele hacer furor en América Latina…

De mi primer juicio positivo de los chilenos, excluyo a una categoría: los corredores inmobiliarios. Una tendería a pensar que una expatriada con ingresos asegurados en búsqueda de vivienda, debería ser el típico manjar por el que las inmobiliarias se pelearan por comérsela (en sentido figurado, va a ser que mi trauma infantil aún sigue). Pues no, en Chile los corredores inmobiliarios son dioses que te hacen el favor de decirte por teléfono la dirección del apartamento que tú has visto en internet, para que puedas ir tú a visitarlo, y luego tienes que llamarlos de vuelta para comunicarles si finalmente te interesa, y así ellos te dicen cómo pagarles su comisión por su esforzado trabajo. Desde la embajada y en el centro cultural me dieron varios contactos de inmobiliarias, yo llamé a todos y por ahora ninguno me contestó. He ido personalmente a algunas para contarles lo que estoy buscando. He escrito decenas de correos a las direcciones que veo en Portal Inmobiliario. Y nada, esa gente me sigue histeriqueando y chuleando al mejor estilo de un divorciado treintañero heterosexual en Montevideo. Y no hay manera de librarse de ellos, ningún propietario alquila directamente su casa, así que nada, tengo que plegarme a su juego si quiero encontrar apartamento.

Los primeros días en Santiago han pasado volando. La ciudad es grande, apabullante, nada que ver con mi plácido Montevideo. La omnipresente cordillera da sentido a sus habitantes, cuando te dan indicaciones siempre dicen, y sigues en dirección a la cordillera, y yo rodeada de rascacielos preguntándome cómo narices voy a saber donde está la cordillera, pero ellos lo saben. También saben muy bien donde está el oriente y el poniente, ellos nunca hablan de este u oeste, así que cuando visito un apartamento siempre pregunto si tiene orientación al norte y al oriente, yo no tengo ni la más remota idea de dónde están ni el norte ni el oriente, pero ya me han dicho que es la mejor orientación en una casa, así que yo pregunto siempre.

Aún tengo tics de Montevideo,  allí sí que sabía siempre donde estaba la rambla. El precioso barrio de Bellavista, lleno de restaurantes y bolichitos me pareció inmenso, lo comparaba con la calle Luis Alberto Herrera. Me sorprendieron las proporciones del Teatro Municipal de Las Condes. Y me agarré un rebote de impresión cuando descubrí en el supermercado del Costanera center (un megashopping cerca de la casa de San David) que aquí no te llevan la compra a domicilio (y como soy una damisela de la Madre Patria, obviamente subnormal, no reparé en que hay una parada de taxis a la que se puede ir con el carrito del supermercado). Así que volví a casa cargada hasta las orejas y agrediendo a todos los santiaguinos que tenían la mala suerte de cruzarse conmigo con el palo del «escobillón» (escoba) que Darling me había pedido.  Yo en otra vida tuve que ser mula de carga, no me cabe duda…

Pero bueno, esto no son más que las turbulencias acostumbradas cuando una cambia de país de residencia, así que en general, todo bien.

Aunque seguro que acabé mis días de mi anterior vida de mula de carga devorada por mis dueños cuando alcancé la vejez…

Mirando hacia atrás (III): la Patagonia

Sigo en mi ejercicio recordatorio, y ahora me tocó recordar mi viaje tan lindo a principios de 2011 a la Patagonia, tanto argentina, como chilena, y ahora que en breve cruzo los Andes, bien me parece recordar mi primer paso fronterizo chileno-argentino, y la primera vez que pisé Chile…

El viaje empezó en el Calafate, con un percance fronterizo anunciado…

Vale, tengo una suerte impresionante, es la leche… y no lo digo por el tiempo, que anuncian lluvias para toda la semana, no, eso forma parte del acuerdo personal al que llegué con Zeus el día en que le pedi que por favor no lloviera el día en que quemábamos nuestra falla en Ciudad Vieja, y a cambio le di permiso para que me mandara lluvia los días que quisiese en los siguientes meses (de todas formas, Zeus, yo creo que ya basta, que menudo primer día me diste en las cataratas de Iguazú)… no, no me refiero a eso, me refiero al hecho de que el presidente Piñera haya elegido esta semana para anunciar las subidas de los precios del gas, un 20% quiere subir, y lo anuncia en la Patagonia, en donde el gas es producto de primera necesidad, y claro, los chilenos patagónicos pues se han mosqueado, y ¿qué hace un habitante del cono sur cuando se cabrea? pues cortar una carretera, obviamente, y si encima hay cerca una una binacional fronteriza (que son las que más morbo despiertan), pues allá que se plantan todo felices… así que miles de turistas y demás ciudadanos están a ambos lados del paso de Punta Arenas sin poder pasar… ayer dejaron pasar de vez en cuando, pero no parece que la cosa vaya a cambiar mucho en los próximos días, así que posiblemente me pasaré la semana en Calafate sin poder ir a Chile…  

Pasé el primer día paseando, hizo un día precioso (Zeus, que es un cachondo y me manda sol cuando no tengo excursiones programadas ya pagadas, pero bueno, un trato es un trato), así que caminé por este pueblito de construcciones alpinas, en esta época rebosante de turistas. Almorcé en una libreria cafetería que mis padres me habían recomendado de cuando estuvieron por aquí, llena de libros del Che y con la música de los Diarios de Motocicleta (un poco exagerada la cosa, pero es que el Che es omnipresente en la zona, y eso que él pasó a Chile más hacia el norte, seguro que porque a el también le cortaron el paso de Punta Arenas por los precios del gas…). Acabé paseando por la Costanera, un paseo que bordea el lago Argentino, y miré pájaros de todo tipo (primera vez que vi flamencos rosados) sobrevolando sobre sus aguas celestes…

Y es que en Patagonia aprendí mucho de historia argentina y chilena…

Vale, el relato de hoy necesariamente tiene que empezar con las controversias fronterizas entre Chile y Argentina, porque el Chaltén es efecto directo de una de ellas. Voy a hacer un poquito de historia, el tema se retrotrae a las primeras décadas de vida independiente de las naciones americanas , cuando las fronteras se decidían por el principio uti possidetis, que en lenguaje claro significa «vamos a no pelearnos por las fronteras y mejor hacemos caso de los mapas que nos dejaron los españoles, que para algo tienen que servir a fin de cuentas»… pero por supuesto, no siempre se respetó, y las fronteras entre Chile y Argentina es un ejemplo… es difícil encontrar referencias objetivas en internet, pero parece que en teoría el principio uti possidetis beneficiaba a Chile porque la Patagonía estaba integrada en su zona en la época del imperio español, pero teniendo en cuenta que la zona estaba muy despoblada, apenas unos pobres indios que no se indentificaban ni como chilenos ni argentinos y que Chile se lo montó fatal en el XIX, peleándose con todos los países que le rodeaban, pues Argentina lo tuvo fácil para proponerle una línea de separacion basada en los Andes, y en este batuburrillo de glaciares, canales, ríos y demás que tanto sufrieron Magallanes y los suyos, pues se basaron en el principio «Chile en el Pacífico y Argentina en el Atlántico»… la frontera quedó algo liosa, los argentinos tienen que pasar por Chile para llegar a Tierra de Fuego, por ejemplo (y de ahí que el corte de los chilenos por el gas sea tan puñetero), y por supuesto, ninguno quedó muy conforme, especialmente los chilenos, que se han pasado todo el siglo XX tratando de sacar más territorio… para un turista las cosas no son fáciles, pues uno mira el mapa y hay momentos en los que la línea fronteriza sencillamente no está dibujada, no hay nada claro ni consensuado en varias zonas…

Con el Canal de Beagle («empieza en aguas del Pacífico y termina en aguas del Atlántico»), las cosas estuvieron a punto de salirse de madre varias veces, y en Navidad de 1978 ambos países estuvieron al borde de la guerra. Hay una pelicula chileno argentina que recomiendo, «Mi buen enemigo», sobre unos soldados chilenos que se pierden en la Patagonia, encuentran a unos argentinos igualmente perdidos y acaban haciéndose coleguitas, la mejor escena es cuando intentan ellos delimitar la frontera por su cuenta y son incapaces, y acaban jugándoselo en un partido de fútbol… Esta controversia acabó con un laudo arbitral del Papa en 1985, pero mientras tanto los chilenos seguían a la suya con otras zonas de la Patagonia, y se pasaron los primeros años de la década de los 80 dando títulos de propiedad falsos en determinada zona gris de esas con las que el mapa no te aclaras, para que chilenos se instalaran alllí, haciéndolo territorio chileno de facto… la respuesta argentina no se hizo esperar, y crearon un pueblo, el Chaltén, que poblaron con gente a la que prometieron trabajo como funcionarios. El pueblo nació oficialmente el 12 de octubre de 1985 (me encanta la fecha elegida), «para preservar la soberanía», y durante mucho tiempo el pueblo era una maqueta en mitad de la nada… pero ganaron finalmente, y hoy el pueblito de 800 habitantes se autodenomina «Capital mundial del trekking», y está enteramente dedicado al turismo natural… aunque si yo fuera argentina llamaría al pueblo «Aún no nació el chileno capaz de robarle a un argentino»

El tour para el Chaltén me recoge temprano, es un minibus en el que también van tres matrimonios argentinos, y una portuguesa, una rusa y un danés, los tres víctimas del corte de la frontera, a los que la Agencia ha recolocado en esta excursión para que no pierdan el día… luego a la noche cenaré con Gaby, una amiga de un amigo de Manolo, que me insistieron mucho en Baires para que la llamara y lo hice, un encanto la chica, y ella me comenta en la cena que en el fondo están felices con el corte de ruta: «los argentinos siempre somos los salvajes piqueteros, los que siempre están de lío, mientras que los chilenos son siempre los buenos… pues bien, que quede claro, que ellos también cortan rutas, que no son tan civilizados…» Cuestión de perspectiva…

El primer día patagónico, visitando el Chaltén, estuvo muy interesante, y descubrí que tenía familiares ilustres en la zona… y además casi me lío a tortas defendiendo la orientalidad de Gardel…

El Chaltén es el nombre que los nativos indios tehuelches daban a la montaña ahora conocida como Cerro Fitzroy (en honor al oficial que acompañaba a Darwin), literalmente significa «montaña que humea», porque creían que era un volcán, siempre cubierto de nubes que veían como humo, de hecho apenas  vemos el cerro un rato porque el día está nubladísimo (Zeus que sigue en la suya) y en seguida se cubre su linda silueta. Ahora mismo el Fitzroy es un mito para todos los montañeros del mundo, porque, aunque no es muy alto (unos 3500 metros), es muy complicado de escalar por su material granítico y por los fuertes vientos, el último en matarse fue un escalador profesional brasileño…

Tomamos la mítica ruta nacional 40, la que recorre Argentina de norte a sur, y recorremos páramos desolados que acaban en una especie de meseta escalonada, y que recuerdan al desierto de las películas del Oeste… de hecho, hay una película del Oeste que transcurre en este paisaje patagónico, «Dos hombres y un destino», pues aquí acabaron Butch Cassidy y Sundance Kid. Paramos en la Estancia La Leona, en donde los dos bandidos pararon a descansar tras atracar un banco en Tierra de Fuego. Circular por la ruta 40 es un placer aunque la guía, Margarita, nos comenta que está asfaltada en esa zona desde hace muy poco en esta provincia, que se circulaba «en ripio» siempre… al igual que en el Calafate, en donde las calles también se asfaltaron hace poco… ¿mejoras de la Administración K a su provincia? Es probable, por la noche Gaby me contará que el nuevo aeropuerto en el Calafate, también obra de los K,  ha sido clave para el desarrollo del turismo en la región.

Aún así, Santa Cruz no es una zona pobre, ni mucho menos, tiene enormes recursos de petróleo, gas, oro y plata, además de la exportación de la lana de sus ovejas merino australianas… el turismo es un rubro en expansión en esta enorme región dos veces el tamaño de Portugal, aunque poco poblada (unos 200000 habitantes), y parece que los K no han hecho sino potenciarlo, empezando por unos cuantos hoteles impresionantes propiedad de ellos… pero no oigo hablar mucho de los K, Gaby se ríe a la noche diciendo que parecía que nadie los quería, pero que luego se murió Nestor y salieron seguidores de debajo de las piedras…

Margarita la guía, a la que se la ve claramente de origen indígena (aunque igual ella no se reconoce como tal) nos habló de los tehuelches, los indios originarios de la región, así como de los mapuches, y de cómo fueron desposeídos de sus tierras en el XIX… porque sí, los grandes atentados contra los derechos de los indios del cono sur se cometieron ya alejados de la órbita española… no voy yo a poner la conquista española como ejemplo de respeto a los derechos de los nativos, pero ahora que estamos con los bicentenarios, estaría bien que las nuevas naciones se pagaran una copa en esto de las culpas colectivas… pero bueno, el caso es que me acordé de Fede, mi colega en la Cancillería argentina, que me contó del tema del reciente resarcimiento de territorio robado a los indios, esto ha sido otra cosa de los K, se les ha dado nuevas tierras para resarcirles de los robos del XIX, así que se lo comento a Margarita… Margarita es una guía diplomática, que antes se ha negado en rotundo a ponerse a hablar de las Malvinas a pesar de la insistencia de los argentinos de Rosario del tour, y en esto tampoco se explaya mucho, pero al final me dice que las «devoluciones» se están haciendo al norte, en la provincia de Chubut, nada en la de Santa Cruz, y me parece oir un deje de amargura en su voz…

En fin, gracias a Margarita descubro que tengo primos ilustres en la región patagónica… ¡la familia Menéndez! Descendientes de emigrantes españoles de principios del XX, acabaron emparentados con otras dos familias de pioneros, los Braun y los Behety, …Los Braun- Menéndez- Behety son los dueños del principal supermercado de la zona, la «Anónima», y luego Gaby me cuenta que la Patagonia está llena de Braun-Menéndez, de Menéndez-Behety, de Braun-Menéndez-Behety, todo depende, a ambos lados de la frontera además, son parte viva de la historia local…

Comemos en el Chaltén, yo ya me he hecho coleguita de la rusa, y en la mesa se nos unen Margarita y el chófer, que me cuentan que se pusieron muy contentos con que ganáramos el Mundial: «lo necesitaban ustedes, después de un año tan malo, fue como nosotros en el 86, fue una terapia colectiva inigualable…» Claro que el momento más surrealista vino cuando no sé cómo salió el tema de Gardel, y antes los ojos alucinados de la rusa (que no entendía nada), y de los argentinos (que no se lo podían creer), el danés y yo nos enfrascamos en una furiosa discusión sobre el origen de Gardel, el maldito vikingo estaba empeñado en que era francés, y yo defendiendo a mi Tacuarembó del alma, casi llegamos a las manos… luego nos fuimos todos a pasear… Chaltén tiene tres calles, pero aún así me las arreglé para perderme, y conmigo se perdieron los tres matrimonios argentinos, que habían seguido mansamente a la ciudadana honoraria de Tacuarembo… si es que yo tengo dotes de liderazgo, está claro: ser una Menéndez imprime carácter…

Aunque lo mejor del viaje fue sin duda el Perito Moreno…

Hoy Zeus se portó de lujo y mandó un sol precioso para mi visita al rey de la zona: el Perito Moreno. Porque lo es, sencillamente. Mira que el día anterior nuestra guía Margarita se desgañitó repitiendo que el glaciar Viedma, que vimos tras el Chaltén, navegando sobre el lago Viedma, era 4 veces más grande, y mira que desde la compañía de cruceros de Gaby, insisten en que el Uppsala es también impresionante para que así la gente compre el crucero «todo glaciares», pero da igual , por su disposición, la ubicación, la perspectiva, la accesibilidad, el rey indiscutible es el Perito Moreno, mi amiga rusa me lo repitió hasta la saciedad en el barco frente al glaciar Viedma, ya verás el Perito, ese sí que es un glaciar…

 

Y lo cierto es que es impresionante, vaya una maravilla, no me cansaba de mirarlo, esos témpanos azules sobre el agua de aspecto cremoso, los guías nos tuvieron que sacar casi a la fuerza… yo tenía comprado el trekking sobre el glaciar, una versión light, pero trekking sobre el glaciar, qué narices, y vaya si lo disfruté, de las cosas más divertidas y emocionantes que he hecho, nos colocaban unos crampones de hierro en los pies, y tras unas lecciones sencillas, nos tiramos para el Perito, triscando felices por las laderas congeladas, observando los riachuelos y los agujeros azules sobre la blanca superficie, atravesando un túnel natural de hielo, y escuchando de vez en cuando el estruendo terrible cuando caía un trozo de hielo… porque el Perito es un glaciar en movimiento, por razones naturales, va avanzando como si de un lento curso de un río se tratara,  y dejando caer trozos de hielo sobre el lago… hay que tener cuidado porque un metro cúbico de ese hielo puede llegar a pesar 900 kilos, y al caer provoca pequeños tsunamis, así que no nos dejaron acercarnos a la costa antes de subir… estuvimos un buen rato esperando a que se derrumbara una torre que tenía toda la pinta de estar a punto de caer, pero por supuesto cayó cuando todos nos dimos la vuelta, aunque luego desde la cumbre pudimos ver la nubareda que se formaba al caer un trozo grande…

 

Caminábamos en fila india, y los dos guías, Nico y Jorge, adivinaron mis cualidades de líder y me nombraron cocapitana del grupo… emocionada (y asumiendo que estos lo que quieren es un visado), consigo no perderme por una vez y guío a la gente muy bien, me pongo muy contenta de haber sido alumna sobresaliente (es que los Menéndez también tenemos madera de repelentes Vicentes), y en premio, consigo dos raciones de whisky sobre el improvisado bar sobre el hielo que tienen montado los guías.

Por la noche,  Nico y Jorge me sacan a cenar en calidad de alumna brillante (o igual lo que querían era ligar, cualquiera sabe). Se juntan en el Libro Bar con el resto de los guías, la mayoría trabaja en el Calafate en temporada, y aprovechan estos meses para escalar las distintas cumbres de la zona… todos están obsesionados con el Fitzroy, no paran de hablar de él, sólo uno ha conseguido llegar hasta la cumbre, el resto tuvo que dejarlo en algún punto, Nico la última vez se tuvo que bajar cuando apenas le faltaban 140 metros, pero, como me explica, la clave en la escalada es dejar de avanzar cuando no tienes claro si vas a poder volver, incluso si son sólo unos pasos, y aquel día Nico vio cubrirse el cielo y adivinó las ráfagas de viento mortal que se acercaban, así que se volvió, llorando de rabia, pero la próxima tiene claro que va a coronar la cumbre… son curiosos estos montañistas, en un momento determinado les pregunto por qué demonios se juegan la vida por subirse a una montaña que saben es peligrosísima, y ninguno acierta a responder… quizá porque ya lo hizo Hillary en su día, cuando le preguntaron lo mismo frente al Everest… porque está allí…

Al final logré pasar a Chile, el piquete fronterizo sólo duró una semanita, aunque de ese primer periplo en el país en el que voy a pasar los próximos años de mi vida, lo que más me llamó la atención fue la frontera…

Vale, a mí siempre me han gustado mirar mapas, pero tras una semana en la Patagonia voy a acabar sencillamente perdiéndoles el respeto… todo ha empezado con mi paso a Chile, a visitar el Parque Nacional de Torres del Paine, y los glaciares del otro lado… resulta que del Calafate hasta Torres del Paine hay una distancia cortita, pero no me quedaba otra que hacer un rodeo hasta Puerto Natales, en un viaje de casi seis horas en total. En su día, desde la agencia de viajes argentina me lo habían explicado con la siguiente metáfora: en un reloj, el Calafate está en las menos cinco y Torres del Paine en las menos cuarto, distancia corta si fuéramos hacia atrás, pero no queda otro remedio que hacer el recorrido de las manecillas del reloj para llegar… “eso son tres-cuatro horas mínimo, y luego está, claro, cruzar la frontera…” No hice mucho caso de lo segundo, me quedé con esa distancia entre esas menos cinco y menos cuarto, y con curiosidad me dirigí a un mapa a buscar qué montaña o glaciar impedían el paso directo… mi búsqueda se interrumpió cuando me di cuenta de que el mapa patagónico tenía una particularidad…

Porque por las razones que ya expliqué en los capítulos precedentes, esto de las fronteras no es un tema sencillo en la región patagónica, aunque se acepte en general la regla de «las altas cumbres» que ayudara a establecer el perito Francisco Moreno, hay zonas grises, y de ahí que los dibujantes de mapas aquí hayan optado por una solución salomónica: cuando llegan a una zona controvertida, sencillamente no dibujan línea divisoria alguna, así que hay momentos en los que no hay manera de ver lo que es Argentina o Chile… eso se da intensamente en la zona del Chaltén en realidad, no en el paso de Río Turbio que yo tenía que tomar, pero se hace muy difícil leer un mapa en el que las líneas se cortan simplemente en un determinado momento… luego más tarde en el Museo del Glaciar en Calafate, podré ver las divisiones entre el Hielo Patagónico Norte y el Hielo Patagónico Sur, nítidamente delimitadas, pero de fronteras nada, el guía me lo dirá claramente, es que hay zonas en que no están muy claras, y como aquí no nos hacen mucha falta porque nos limitamos a investigar el hielo, pues no las ponemos… y esa idea es la que siguen la mayoría de los mapas y planos: las montañas, los ríos, los senderos, los glaciares… todos están clarísimos,  así que todo bien para estos anarco-alpinistas (Nico gritando sobre el Perito que el glaciar no era ni argentino ni chileno, sino que pertenecía a toda la humanidad), ellos chochos de la vida, pero yo soy una mimada europea a la que le gustan las fronteras, no sé, me parece cómodo esto de saber lo que es Francia y lo que es España, esto de tener muy claro dónde está Gibraltar, o dónde se acaba (y dónde no empieza) Alemania, y que todo eso esté dibujadito claramente en el mapa…

Así que yo busca que te busca en todos los mapas que pillaba, y cada vez más confundida, llegando a momentos surrealistas como en el control de frontera argentino, cuando me fui a curiosear en el mapa colgado en la oficina, y resulta que un cachondo había recortado justamente la parte que estábamos cruzando…

Claro está, que a mí me gustan las fronteras para verlas lindamente dibujadas sobre el mapa, pero luego a mí me gusta atravesarlas sin problemas, como se atraviesa la franco-española (que Zeus derrame sus bendiciones sobre el territorio Schengen), o como atravesé esa clarísima triple frontera Argentina-Paraguay-Brasil, que trae por la calle de la amargura a los yanquis porque sospechan que allí se financian grupos terroristas a mansalva, anda que no tuvo gracia ir de Ciudad del Este a Foz de Iguazú a pie, pasando por un control paraguayo sin nadie dentro y saludando en la distancia a los polis del control brasileño que estaban tomando el fresco (y que vieron claramente en mi cara que yo tenía el pasaporte en regla, así que para qué molestarse en ir a chequearlo)… así me gustan las fronteras a mí, claramente delimitadas y sencillamente franqueables…

Porque en el cálculo de tiempo que me hizo la agencia de viajes, me hablaban siempre del tiempo de control de frontera, yo no presté mucha atención, y claro, así me quedé, con la boca abierta por las dos horas largas que me chupé en el paso de Río Turbio (oficina la Dorotea), más de una hora haciendo una cola absurda en una oficinita argentina, para que un funcionario pudiera mirarnos la cara a cada uno personalmente, y luego otra larga hora en otra oficinita en plena inmensidad chilena, para que otro funcionario pudiera vernos a su vez la cara, mientras otro comprobaba que no llevábamos alimentos orgánicos en la maleta (en la maleta, no, pero en la cabina del bus todo el mundo traía multitud de alimentos orgánicos para merendar, pero eso parece que no les preocupa tanto)… hasta ahora, entrar en EEUU había sido para mí una de las experiencias más absurdamente tediosas desde el punto burocrático… ahora, la frontera chileno-argentina en la Patagonia no queda muy lejos en comparación…

En fin, que tras este viaje me va a quedar el tic de pegarle en los higadillos al próximo que me diga que la Unión Europea es un fracaso, porque parece que se nos olvida, demasiado a menudo, apreciar lo que es cruzar una frontera con el carné de identidad en la mano…y mientras tanto, conseguí ver un mapa completo en Chile, con toda las líneas dibujadas, sí, una maravilla, yo en éxtasis… hasta que de pronto me di cuenta que el mapa en cuestión ponía al Chaltén dentro de Chile… estaba en un parador en la entrada de Torres del Paine, y yo a esas alturas decidí resarcirme de tanto ataque mapero, así que puse mi mirada más inocente y en voz bien alta dije, anda, mira qué gracia, si resulta que el Chaltén es chileno, yo que pensaba que era argentino… y me alejé mientras una familia de porteños se abalanzaba sobre el mapa y se ponía a gritar y hacer aspavientos como sólo los porteños saben hacerlo… A veces me asombra lo cabrona que puedo llegar a ser…

El lado chileno estuvo bien, pero como viajé sola, me quedó en el recuerdo los buenos amigos que hice en el Calafate, más que cualquier paisaje de Torres del Paine, lugar al que tengo que volver, por otro lado…

…disfruté menos que en el Calafate, y creo que fue porque los chilenos, aunque corteses y amables, no tienen esa alegría galante que tienen los argentinos, que me ha permitido hacer amigos en tan solo una semana… le daré una nueva oportunidad a Chile, obvio, pero me voy con pena del Calafate, ayer llegué a mi hotel Kosten Aike y cuando los mozos me dieron mi traguito de bienvenida, ellos que me han mimado bien porque tienen familia en Uruguay y les encantaba oírme hablar de allí, todos las noches me dejaban escrito las horas de salida al día siguiente para que no olvidara, pues me sentí en casa… luego a la noche salí con Gaby y sus amigas, todas muy simpáticas e interesantes, me cuentan cómo acabaron aquí viviendo, una de ellas relataba divertida su llegada en autobús un día de nieve, cuando el pueblo aún no tenía aeropuerto y las calles estaban sin asfaltar… un pueblo que se llena en temporada, de jóvenes que trabajan como locos para aprovechar estos meses, pero que aún así luego salen todas las noches porque el pueblo se anima muchísimo en temporada, y al día siguiente enganchan a trabajar, una locura, pero es divertido, así que luego el invierno llega como una especie de vacación alargada y relajada… todas se declaran felices aquí… Gaby me lleva luego a los dos “bolichitos” que se abarrotan en la noche, y durante toda la noche o esta mañana durante mi último paseo por el pueblo antes de irme, me voy encontrando a gente conocida, a Patricia, la chica de la Agencia que se preocupaba como gallina con su polluelo ante el cierre de la frontera, mis guías, Margarita, Nico, Jorge (luego Gaby me cotilleó que los guías tienen fama de altivos entre la gente que trabaja en turismo, así que los trabajadores como ella que trabajan del lado de las oficinas, los aguantan poco), a Miguel, mi compañero de mate de la “costanera”, que me contó todos sus apuros por su reciente separación (se separa cada verano de la madre de su hijo, pero luego en invierno, cuando se encuentran en todos lados porque no hay gente en el pueblo, pues se acaban liando por aburrimiento, así que nunca logran divorciarse del todo), a Matías, el encargado del Museo del Hielo, que quedó encantado de que yo decidiera pasarme una hora entera escuchando música de mi mp3 mientras disfrutaba del maravilloso paisaje que había desde la cafetería, la montaña sobre el lago Argentino, a Gustavo, el chico que me vendió el primer día la “vincha” con la que he logrado sobrevivir sin los témpanos perforados a este viento huracanado… esta mañana me despedí del pueblo y de mis nuevos amigos con pena (Gustavo con ojeras aprotándose su mate porque había enganchado directamente del boliche a su puesto de ventas)… con ellos y este paisaje imponente, he aprendido de glaciares, cerros inalcanzables, senderos cortados por el hielo, animales distintos, pájaros exóticos, fronteras incompletas, piquetes, guerras que llegan a parecer absurdas en este contexto de hielo… en definitiva, he aprendido de la importancia de las perspectivas, lo que siempre aprendo en cada viaje, pero aquí quizá con más intensidad, porque la Patagonia, en definitiva, obtuvo su nombre de un error de perspectiva maravilloso: los españoles de la expedición de Magallanes pusieron el nombre de “patagones”, en honor al gigante Patagón de una novela de caballería, a los tehuelches y demás nativos locales, porque les parecieron enormes… pero no eran tan grandes, 1,80 mt los más altos, es que los españoles eran muy bajitos, y me voy desde este aeropuerto local, mirando las aguas azulísimas del lago, fabulando sobre estos indios, me imagino a dos de ellos, dos tranquilos tehuelches sentaditos tomando mate con las montañas nevadas a su espalda… ¿oíste?, dicen que andan por la región unos extranjeros navegando en unos barcos enormes, ah, mirá qué interesante, ¿y cómo son?, ah, pues unos petisos feísimos y peludos, y con una mala leche terrible, ni te los acerques… es que la gente chica suele tener peor humor, se les acumula la mala sangre en el cuerpo más pequeño (suspiro) mirá si no mi suegra… ¿querés más mate…?

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