Orientales

Los hombres lloran

Nunca pensé que estaría en situacion de ganarme el silencio admirado de toda una fila de taxistas, pero asi fue: tras unos minutos, todos los taxistas del aeropuerto de Cancún se quedaron callados, mudos de asombro, ante la suficiencia con la que juzgué el arbitraje del partido de Mexico con Holanda, y mi pormenorizado analisis del modo de juego de los ticos. Llegue a soltar cosas como «Costa Rica juega muy fuerte en la banda derecha, lo que les beneficia frente a Holanda, que es mas debil en el centro del campo». Que no se me juzgue, si, esta feo inventarse las cosas, y aprovecharme de esa ingenuidad que los hombres cultivan con largas horas de escucha a los locutores deportivos, que llenan los silencios en los eternos partidos con platitudes de ese calibre. Pero soy una mujer en terreno de hombres, y me defiendo como puedo.

Porque el futbol es cosa de hombres, eso es algo que los hombres tienen muy claro y que las mujeres no encuentran beneficio alguno en discutir, y yo no seré excepcion. Así que lo dejaremos así, el futbol es cosa de hombres, terreno para la exaltacion de las virtudes tradicionalmente consideradas masculinas. Y quizá por eso, y particularmente en esta America Latina aún muy tradicional en las cuestiones de genero, no hay cosa que perturbe mas que las lagrimas de los jugadores. Cómo es posible que lloren, esos hombres colosales, esos guerreros envueltos en los colores patrios que salen a defender los mas altos valores de sus respectivas naciones, como otrora hicieran los ejercitos. ¿Acaso lloraban los soldados? Lloró Alexis en los minutos previos a la tanda de penales decisivos, y mi locutor favorito, tras unos segundos de desconcierto, en los que quizá dudo si tratar de negar lo innegable, lo absolvió: si, esta bien, admitamoslo, Alexis estaba llorando, pero eso era porque no podia resistir la infinita emocion de haber llevado a su pueblo a lo mas alto, y esa emocion lo traicionaba, si, un momento de debilidad perfectamente explicable. Y luego, para explicarlo, mi locutor cambio de tercio y no volvio a hacer referencia al tema, por supuesto. Lloró el locutor argentino que retransmitia el infartante y eterno Argentina vs Suiza, cuando Di Maria sello la contienda en el segundo alargue, canto el gol a voz en grito hasta que, de pronto, se le quebro la voz y lloro, lloro, y lloro, y toda Argentina pudo oirlo… y todos se rieron, subieron el audio a internet, lo difundieron por redes sociales, todos mofándose del hombre que lloraba como un niño ante la gesta alcanzada por su equipo.

Nunca pense que estaria en situacion de pedir a un guia turistico que dejara su explicacion para que pudiéramos  seguir un partido de futbol, pero así fue. De nuevo, que no se me juzgue: Chichen-Itza es justificadamente una de las nuevas siete maravillas del mundo, pero el guia que nos habia  tocado era una plasta, en el grupo nos turnabamos para poner cara de poker escuchando sus tonterías  mientras el resto dormitaba bajo un calor húmedo aplastante, así que cuando subimos al bus, apenas climatizado, cansados y sofocados, yo me acerqué al conductor y le susurre que cómo iba el Brasil vs Colombia. Él entonces me lanzó una mirada con esa complicidad que a veces tienen los hombres por las mujeres que nos adentramos en su territorio, y acalló al guia subiendo la radio para que todos pudiéramos cantar el gol colombiano. Los españoles, mexicanos, chilenos, y argentinos del bus simpatizábamos con el unico colombiano del grupo, porque en realidad toda Iberoamérica  hinchaba contra esa Canarinha que seguía en el Mundial aupada por golpes de suerte y arbitrajes mas que discutibles, nunca estuvo Iberoamérica tan unida. Luego, ya de vuelta en el hotel, supimos que Colombia habia muerto matando, y que Neymar quedaba fuera del campeonato por una lesión. Y la televisión mexicana repitió una y otra vez el llanto de dolor del mas grande soldado, del equipo que mas antipatias despertaba.

Hasta que la camara enfoco al colombiano James tras su eliminación, agotado, sin camiseta, con los ojos arrasados en lagrimas, hipando ante el locutor incómodo que lo entrevistaba. ¿Lloras, James? le soltó entonces el agudo analista. Y James, ese casi adolescente que durante dias había llevado sobre los hombros el peso de los sueños de toda una nación, miró a la camara y sentenció, haciendo quizá el mayor servicio a la causa de la igualdad de genero en Latinoamerica: «los hombres lloran». Y enmudeció el periodista,enmudeció todo un continente, y ni una sola mujer, fuera y dentro del terreno de hombres, deseo otra cosa mas que consolar a ese joven hermoso que lloraba sin complejos.

Nunca pense que estaria en situacion de sentirme incomoda atestiguando una humillacion historica. Años escuchando historias del Maracanazo uruguayo, orientales viejitos rememorando donde estaban cuando se produjo la historica azaña, orientales no tan viejitos celebrando aun la gesta, en un pais que hace de la nostalgia casi su himno nacional, y nunca pense que yo llegaria a ver otro maracanazo, otro partido histórico con el que dar la castaña a mis sobrinos cuando sea vieja. La goleada merece capitulo aparte, así que hoy me quedare unicamente con las lagrimas que las camaras reiteraron una y otra vez. Pero no fueron lagrimas de hombres sino de mujeres, la cara del humillante 7-1 es un rostro de mujer llorando a gritos. Porque todos sabemos que las mujeres sí que pueden llorar.

Y es que es eso, que el futbol es cosa de hombres. Que terror pensar en mis congeneres antepasadas, las que vivieron en un mundo en el que TODO era cosa de hombres y ellas meras turistas de su propia vida. No es de extrañar que ellas lloraran tanto y ellos tan poco.

 

Mordiscos celestes

Pongo la radio y me encuentro con un biologo analizando los efectos en la piel tras recibir un mordisco humano. Estoy por cambiar de emisora pero me puede la responsabilidad y escucho con atencion. Gracias a Luis Suarez, me estoy haciendo de unos conocimientos inéditos, nunca pensé que un mordisco pudiera dar tanto que hablar. Nunca me peleé más por un tema con tanta gente distinta. Pero ya me voy quedando sin nuevos matices, y con esta nueva informacion fitosanitaria del moridsco, mis peluqueras, compañeras habituales de tertulia deportiva, me hacen la ola. Y no te digo ya mi personal de mantencion, que se quedaron todos impresionados cuando zanje la discusion por la sancion a Suarez con un «nulla poena sine lege». Por fin me sirvio de algo la carrera de Derecho, para defender a Luis Suárez, que no se me alteren mis amigos orientales, que ya me reclaman porque sólo consigno las épicas de la Roja (verdadera) y nada sobre la Cumplidora Celeste.

Desde que he descubierto mi nueva vocacion de comentarista deportiva, estoy disfrutando como un Dothraki galopando en las praderas, pero con el estrés de un Lannister moroso. He dedicado mis horas a perfeccionar mi estilo. De mi locutor chileno favorito he aprendido la grandilocuencia: que partido me regaló el sábado, que penales contra Brasil que entonó, «Chile silenciando a Mineirao», pero tambien aprendo de sus momentos bajos, «Chile lo que necesita es encontrar la pelota y jugar con rapidez» soltó el estratega, haciendome ver que hay espacio para mi en el sector… De todas formas, el partido del sábado me reconcilió un poco con él,  porque lo cierto es que tuvo momentos gloriosos despotricando contra los brasileros, «grandotes abusadores»gritaba, y luego cuando el brasileño Hulk se puso a lloriquear por un codazo de nada se preguntó «¿para que se llama Hulk entonces?»,y ya en el descanso antes de los penales se quejaba, «¡y que no se pueda fumar…!». Estuvo genial, me contagio su pena al final del partido. Y es que los brasileños jugaron tan mal que merecieron perder en todo momento, yo estoy segura que hasta la hinchada brasileña al final animaba un poco a los chilenos de puro enfado con su equipo. Hubo un momento para la historia, cuando la mitad de los jugadores chilenos estaban tirados por el suelo, y los «grandotes abusadores», esos que se han creído que tienen derecho porque sí a ganar la Copa, los miraban brazos en jarra, alucinados de que no se desgastaran, de que al final volvieran a sacar energías de la pura terquedad y siguieran peleando, como conejitos de Duracell, hasta el último penalty (o penal, como dicen los sudamericanos, nota para españoles)

Del comentador digital en directo de El Pais, he aprendido de la furia por las estadisticas absurdas: «el porcentaje de precision en el pase es el mas bajo de la Canarinha en un Mundial desde 1966» le leo en pleno infartante alargue del CHIvsBRA, ah menos mal, desde 1966, yo hubiera jurado que desde 1978, pero si el dice 1966, me lo creo… Luego le lei que Chile habia ganado en posesion del balon, que es probablemente el consuelo mas inutil que te pueden ofrecer cuando te han eliminado a penales. Qué atinado estuvo Sampaoli cuando dijo que no existen las victorias morales, sólo las victorias de los que marcan más goles. (¿Me leerá Sampaoli…?)

Y luego, por supuesto, tampoco puedo olvidar a algunas de mis lectoras femeninas, concretamente las que en el fondo pasan bastante del fútbol y se ven los partidos para no estar desconectadas de la realidad, pero que se los pasan mirando a los jugadores. El Uruguay vs Colombia me lo vi con correspondiente amiga y amigo gay, que inmediatamente sacaron a relucir las camisetas ajustadas que lucían los de la Celeste, y yo, feliz, recordé aquellos días hermosos del Mundial de Sudáfrica y de la Copa de América de Argentina, contemplando los abdominales de Forlán, aquellos sí que fueron buenos tiempos… porque el James colombiano, aunque jovencito, tiene su gracia, pero nada que ver con mis celestes, y además es bastante desconcertante que sus padres lo llamaran «James» para pronunciarlo a la española ¡que lo hubieran llamado Jaime!

Pero lo más importante que he aprendido en estos tiempos formativos para ser cronista deportiva, es lo esencial de cerrar la crónica con una buena frase, y para que no se me quejen mis amigos orientales, ésta la concluiré con las sensatas declaraciones del seleccionador Tabárez, que me parece que simbolizan el sentido común equilibrado y digno que siempre me seduce del «paisito»:  «La distancia entre ganar y perder es mínima. Cuando se gana no hay que dar rienda suelta a la euforia, y cuando se pierde tampoco creer que está todo mal»

 

España abdica

«España abdica»

84 minutos. 84 minutos tardó el locutor chileno en pergeñar la frase. Eso sí que es un record y lo demás son tonterías. Ya se le estaba agotando la inspiración, ya había conjugado Chile con gloria, eternidad, honor y grandeza, obviamente había repasado todas las glorias patrias chilenas desde Almagro y Valdivia (y pelín fuerte que un tío que se llama Fernández se atribuya glorias mapuches), reiteró que la Verdadera Roja escribía Historia con mayúsculas, y dijo cuatro veces que Chile alcanzaba la independencia (llenándome de perplejidad, yo creía que Chile ya llevaba un par de siglos independiente). Sin embargo hasta el minuto 84 no se le ocurrió lo de la abdicación. España abdica. Igual miró el twitter, los tuiteros españoles, Forges a la cabeza, llevaban ya un buen rato haciendo chistes con la coincidencia… mi locutor chileno compenso entonces su demora con mas de 10 minutos haciendo comentarios sobre nuestro Rey abdicado postrado de rodillas ante la furia de la Verdadera Roja… ay, los comentaristas deportivos, qué sería del fútbol sin ellos.

Una se hace diplomática para momentos así, para sonreír con elegancia a tu personal chileno cuando su equipo acaba de eliminarte en primera fase del Mundial. Aunque la mayoría del personal no estaba en el auditorio desde donde retransmitíamos el partido, ahí estaban únicamente un par, acompañando al técnico de sonido, el resto lo vio a salvo en la tele del comedor, en la planta de oficinas. Así que felicité a mis empleados presentes, más que por su (merecida) victoria, por haberle echado huevos de ponerse a celebrar al lado de su jefa española. Subí a la planta de oficinas y grité al resto, «¡felicitaciones, cobardes!». Silencio por respuesta. Caray, ¿tanto miedo me tienen? Vale que por la mañana había comentado que haría una hoguera con todo chileno que se me pusiera cerca si perdíamos el partido, ¡pero era broma! Yo nunca haría una hoguera en un Santiago con emergencia medioambiental. Al final apareció, casi de puntillas, mi secretaría, con sonrisa dulce: «¿me puedo ir…? es que seguro va a haber tumultos y tacos con la celebración…»

En el Facebook, mi amigo Pancho me acusaba de ser una Quintrala por aterrorizar a mis empleados (nota para españoles, la Quintrala era una terrateniente de la época colonial que martirizaba a sus pobres campesinos… también era muy guapa, pero Pancho creo que no iba por ahí), mientras que mi antigua secretaria en Montevideo afirmaba públicamente que sí, que doy miedo. Asumiendo que hoy es un Día Dracarys de los gordos, me vine para casa. Por el camino fui lógicamente acompañada por una población enfervorecida, celebrando feliz su (justa) victoria. También es mala suerte, leñe, me perdí la celebración en España de nuestras victorias en 2010 y 2012, y me pilla en Chile justo cuando nos elimina su selección… Reflexionaba sobre los caprichos del destino en un semáforo, cuando un tipo al lado se puso a agitar una bandera de Chile más grande que él (ay, qué fálicos son los hombres con las banderas, siempre quieren tener la más grande…). El tipo la agitaba y como no podía con ella, se le descontrolaba, y yo ya veía que me la metía en un ojo. Como no me apetecía quedarme tuerta en el día que España fue eliminada en primera fase del Mundial de Brasil, fui a decirle algo, pero entonces pensé que igual no era el momento, ni la situación, ni el lugar, para cortarle el rollo, con acento español, a un chileno extasiado con haber puesto al Rey de rodillas en el Día de la Abdicación. Así que cerré los ojos precavida y pacientemente mientras el semáforo se ponia en verde. Y mientras esperaba, el tipo por supuesto al final me estampó la bandera en la cara. Pero que se fastidie, porque en ese momento me estaba a punto de sorber el moquillo. Se lo llevó todo.

Y bueno, ahora que nos han eliminado (justamente), habrá que pensar por qué equipo me pongo a hinchar para el resto del campeonato…. Veamos, me da bastante rabia que se asuma que Brasil tiene que ganar este Mundial, que se lo curren al menos, así que hincharé por la Roja chilena si se acaban cruzando con la «Canarinha». Mis orientales se tienen ganado a pulso un lugar en mi corazón, y mañana encima se enfrentan a Inglaterra. Pero en fin, con esto de que mis amigos ingleses han sido super delicados y no me han hecho comentario alguno en estos tiempos de derrota hispana, y además ya sufrieron con los italianos, tampoco es que me vaya a poner en plan «vuelve la Pérfida Albión» (mi locutor chileno favorito no desmerece de sus homólogos españoles…). Mis amigos franceses sí que han hecho sangre. Cabrones. Pero no me veo poniéndome a hinchar por Suiza y Ecuador… Mis queridos portugueses son otra posibilidad, y toda mi simpatía después de la manta de palos que les dieron los teutones, contra Ghana lo tengo clarísimo con quien voy… Con cada partido, iré teniendo mis simpatías, iré oscilando, seré chaquetera, no sé…

Y es que al final, no me queda otra que confesar la Verdad, siempre la Verdad… Confieso… que de mis tiempos de Erasmus en Leiden en casa de los Verkade, guardo un profundo y honesto afecto por Holanda. Que aún sonrío recordando aquellos días tan bonitos. Y que el gol de Van Persie fue precioso. Y que ya les toca ganar un Mundial, que a la cuarta sería la vencida, que es su turno. Y recomiendo a mi locutor chileno favorito que se repase la época de las guerras de Flandes. Allí sí que hubo grandeza, gloria, honor, reyes de rodillas, Historia con mayúsculas y verdaderas gestas por la independencia. Pero es lo bueno del fútbol, que gracias a él, las naciones se enfrentan en estadios, no en campos de batalla.

Mis disculpas si mi sinceridad ofende a amigos españoles, chilenos, uruguayos, portugueses, ecuatorianos, italianos, argentinos, brasileños, ingleses y franceses. Son las ventajas de que te eliminen en primera fase, de ese «España abdica» tras haber ganado un Mundial y dos Copas de Europa seguidas. Que a continuación dices lo que te sale del moño.

Ah, y que sepan todos que cada vez que alguien hace una broma sobre la eliminación y la abdicación, se muere un cachorrito. Es trending topic.

El día que Rosa tuvo razón

Vale, me considero una chica austera. Y los lujos y placeres que me permito, que tampoco creo que sean tantos, me los he permitido cuando he podido pagarlos y no antes. Es decir, que nunca me endeudé por tener un par de zapatos, a lo Carrie Bradshaw, o por tener un cuadro caro en el cuarto de baño, a lo politico municipal español. Sin embargo, hay una cosa que luché por tener, incluso cuando compartía piso, no tenía trabajo, y pagar la factura de la luz y el agua era algo triste: una nana (adopto el chilenismo por «empleada del hogar» porque sencillamente me encanta). Porque sí, en mi hogar materno siempre hubo nanas, y ya independizada, en cuanto pude, convencí a mis compas en aquel piso del Paseo de la Florida, y contratamos a una nana, entonces sólo por un par de horas a la semana, luego ya fui subiendo. Este empecinamiento por tener a alguien que me planchara la ropa y limpiara el baño sigue despertando sorpresa entre algunos miembros de mi familia, that shall remain unnamed, y que siempre me dicen que uno debiera poder de arreglar su propio desorden. Desde aquí les digo: no se trata de no poder. Se trata de no querer.

Mi primera nana, Natalia, era ucraniana, y de joven debió ser muy guapa, pero estaba ya baqueteada por la vida, tras huir de un marido abusador, y emigrar a España para sacar dinero con que mantener a sus hijos. Era lista, resolutiva, de ese tipo de personas que sabes que van a salir adelante por puro empeño. Era tan buena en su trabajo, que tenía mucho empleadores, y a veces, cuando tenía más de un compromiso, mandaba sustitutas, y así fue como conocí sucesivamente a Alejandra, Tatiana y Olga. Nunca le di una instrucción a Natalia. Bueno, miento, lo intenté alguna vez, creo que le dije algo así como, Natalia, hoy yo creo que habría que limpiar los cristales, y en respuesta ella me lanzó una mirada azul límpida con calma eslava, no, hoy toca limpiar el frigorífico, provocando que yo tuviera pesadillas con asesinas rubias durante varios días y que obviamente nunca más intentara darle una orden. Consiguió la residencia definitiva en España y se acabó llevando consigo a sus hijos, tras amenazar a su exmarido con un cuchillo en la puerta del juzgado por si se atrevía a negarse. Se despidió de mí suspirando preocupada porque me iba de España sin un hombre al lado. Intenté hacerle ver que su marido abusador no era precisamente buen ejemplo, pero ella me despachó resolutiva: «un hombre siempre es necesario, aunque sea para echarlo después…»

Mi segunda nana fue ya en Uruguay, Elena. Elena era un genio. De verdad, nunca conocí mujer más inteligente, tenía respuestas para todo. Tuvo clarísimo que el Pepe Mujica sería el próximo presidente uruguayo cuando nadie daba un duro por él en plenas primarias, y luego fue la primera en predestinar que su popularidad iba a caer en picado. Cuando se cansó de ver a arquitectos e ingenieros contratados por la comunidad de propietarios esforzándose en encontrar la razón por el olor pestilente que asolaba nuestro edificio, nos informó a todos de que la razón eran las trampillas extractoras de humo de las parrillas, que se abrían con el viento, dejando entrar a las palomas para hacer sus nidos. Si se me estropeaba un electrodoméstico, lo chequeaba antes de que viniera el técnico para asegurarse de que no me engañaba cargando cosas de más en la cuenta, y llegó a saber cocinar con mi Thermomix mejor que yo. Yo soy una buena diplo celosa de la legislación laboral local, así que siempre me preocupé de que estuviera convenientemente dada de alta en el seguro y de pagar los impuestos que me correspondían. Al principio contraté una abogada para que estuviera todo perfecto, pero la verdad es que nunca hizo falta. Al final de cada mes, sin ayuda de abogada alguna, Elena llegaba con una pulcra hoja de cuaderno escolar con preciosa letra de escuela pública uruguaya, sin una falta de ortografía, y en la que estaba perfectamente clarificado su sueldo, con detalle y porcentajes. Cada 6 meses incluía los aguinaldos y las vacaciones, yo una vez llevé el cálculo al contable de la Embajada y él por respuesta me pidió permiso para contratar a Elena para cuando se le rompiera la calculadora. Cuando el sindicato de nanas uruguayas llegó a un nuevo acuerdo con el gobierno, me lo trajo rubicado para justificar los incrementos que iba a incluir en su primorosa hojita escolar. Así que yo me limitaba a firmar y pagar lo que ella me decía sin preocuparme.

Y así, malcriada por nanas mandonas y resolutivas, llegué a Chile y me encontré con Rosa. Mis lectores ya conocen a Rosa. Tras casi un año juntas, nos hemos ido acompasando, y si bien es cierto que es la más pasiva y dócil de mis nanas, discutimos mucho, me estreso si no hay miel en casa, y me enfurezco por su afición a las biblias editadas en mi país, que compra con fruición por internet. Dirán mis lectores que qué me importa a mí sus aficiones, desde aquí les informo: Rosa las compra asumiendo que luego yo se las traeré en la maleta, y así me vine la última vez, cargando casi 5 kilos de estudios levíticos… Pero a pesar de la miel, de las biblias, de sus experimentos para lograr que crezcan tomates en mi balcón, y de que sigue sin saber cómo organizar mi armario, lo cierto es que la quiero mucho, como quise a Natalia y a Elena.

Como sigo celosa de la legislación laboral local, desde el principio he querido pagar todo lo que le corresponde, y mensualmente entro en la completa página web del sistema social chileno, Previred, para hacer la transferencia correspondiente. Pero el caso es que cada mes pagaba una cifra distinta, y me llegaban avisos diciendo que no estaba pagando ni cobrando correctamente las cargas familiares (una ayuda que paga el empleador pero que luego devuelve el Estado). Yo siempre había entendido que las cargas familiares iban comprendidas en el sueldo y que luego yo sumaba algo más por Previred, así que conforme llegaban más avisos, acababa peleándome con Rosa, acusándola de no estar dada de alta correctamente. Rosa no entraba al quite, pero siempre terminaba mirándome con calma mapuche y dictaminaba, yo lo estoy haciendo bien, es usted la que se equivoca, y seguía regando las plantas.

Finalmente, (santa) Alicia, la funcionaria que Zeus (español) envió a nuestra embajada para asesorarnos a los expatriados sobre los matices de la ley chilena, decidió ir de paseo a la oficina local con Rosa y Darling para ver qué pasaba con las cotizaciones sociales. Y desde allí me llamó para echarme la bronca: porque resulta que llevo un año haciendo todo mal. Yo tenía que haber pagado un plus al sueldo todos los meses y luego declararlo en Previred. Por eso Rosa era acreedora mía de las cargas familiares de 10 meses, y el Estado chileno estaba esperando que yo declarara haberlas pagado para reembolsarlas, por lo que Previred tenía un saldo favorable para mí. Mientras (santa) Alicia me echaba la bronca, yo prácticamente podia oir a Rosa cuchichear con Darling, yo se lo he dicho muchas veces, pero estos españoles no escuchan…

Al día siguiente, con dos botes de miel delicatessen y un cheque con las cargas atrasadas, más un aguinaldo en concepto de Subnormalidad Hispana en Semana de la Chilenidad, me disculpé con Rosa. Ella fue magnánima en su victoria, y me dijo que siempre había sabido que yo acabaría dándome cuenta del error, que entonces cobraría toda las cargas juntas, y que llevaba tiempo ilusionada con la cantidad de plata que iba a recibir de una vez… y luego se puso a parlotear contenta como una loca, porque se lo había pasado genial en su paseo con Alicia y Darling, de esta última se había hecho amiguita, estaba muy feliz de tener una amiga en el barrio, y empezó a contarme cotilleos de Juancho… a saber los chismes míos que Darling le estará contando a David… y yo mientras tanto haciéndome las tostadas (porque Rosa no puede trabajar y hablar al mismo tiempo) y suspirando. No por el dinero que le acababa de cascar, que el Estado chileno me va a reembolsar en algún momento, en definitiva (no así el aguinaldo de Subnormalidad Hispana en Semana de la Chilenidad, ese lo sufrago yo solita). Sino porque la puñetera tenía razón y yo me había equivocado.

Y ahora a ver quién la aguanta.

Elogio del cotilleo

Mi nana Rosa (the Pooh) me pregunta mientras se sienta a observar como desayuno: «¿En España es así, la gente no sabe nada de nada del vecino, viven todos apartados…?» Porque aquí en Chile, me relata a continuación, no es así: en su barrio se conocen todos, las casas están todas juntitas y todos saben la vida de todos… Se le nota feliz y satisfecha, y yo me encuentro esta mañana entendiéndola perfectamente.

En España es similar. En mi Granada natal, crecí compartiendo detalles íntimos de mis vecinos, las paredes de papel que nos ha regalado la moderna construcción de mi país, lo permitían sin problema. Y lo que no oíamos a través de las paredes (o el techo), nos enterábamos en el descansillo de cada planta, cada vez que nos encontrábamos los vecinos y nos parábamos a comentar antes de subir al ascensor. Y lo que no nos enterábamos por ahí, nos enterábamos por la portera o portero de turno, que normalmente se las componía para saber vida y milagros de absolutamente todo el mundo. Y si algo se le escapaba al portero, ya estaba allí la tienda de la esquina, toda un centro de información que ya quisiera la CIA, mi padre volvía siempre de la frutería con todo el recuento que le hacía «la Toñi», nada se le escapaba a la Toñi, yo creo que en algún momento el Mossad barajó reclutarla.

En Madrid, toda una capital, conformada por barrios con fuerte personalidad, la vida cotidiana puede podía ser similar, aún recuerdo mi Barrio de la Florida, la china del Todo a 1euro (seguro reclutada por el Kuomingtan) te ponía al día en un plis plas cuando ibas a comprarle un bolígrafo. Y también estaba el bar de la esquina, en el que me informaron puntualmente que la socia (casada) del gimnasio al que yo iba, se había liado con el profesor de salsa; y luego en el propio gimnasio, una vez despedido fulminatemente el susodicho profesor, su sustituto estuvo brujuleando con una de las alumnas y con el monitor de sala, pues, como me comentaban los chicos que entrenaban con las pesas y máquinas, «el muchacho aún no lo tiene muy claro...». Todo esto por supuesto, sin obviar al portero de mi edificio, que sabía TODO, y lo que no sabía se lo inventaba sin mayor problema, y como la invención era tanto más jugosa que la verdad, pues todos tan contentos. En mi calle de la Florida, todos sabíamos de las razones que habían llevado a Nelly, la indigente sin techo que vivía allí, a acabar en esa situación y negarse en redondo a acudir a un albergue, y cuando finalmente un invierno se murió, los del bar de la esquina compraron una corona de flores, que colocaron en la marquesina del bus en la que ella solía dormitar las borracheras.

Ya en Uruguay, al principio pensé que los orientales eran más reservados, pero pronto tuve oportunidad de conocer a la buena señora Castillo, de mi edificio, que sobre una humeante taza de té con pastas te hacía partícipe de todos los vericuetos de mi (añorada) cuadra de la Avenida Artigas. Y lo que se le escapaba a la señora Castillo, me lo completaba mi grupo de pilates, o las chicas con las que compartía el champú en la ducha del gimnasio, como las extraño a todas.

Y ahora me encuentro aquí, bendiciendo las paredes de papel, a los vecinos que aporreaban al techo, a las horas muertas de charleta en el descansillo con la puerta del ascensor abierta. A las confidencias en las corralas, plazas y piscinas comunitarias. A las tiendas de la esquina, a los bares de la esquina, a los gimnasios de barrio. A las chinas de los «Todo a 1 euro«, a las Toñis, y a los porteros de todo el mundo mundial. Porque si por un casual a un vecino degenerado le diera por encerrar a su hija en un sótano, o secuestrar a unas adolescentes, con la simpática intención de convertirlas en sus esclavas sexuales, esa increíble ingeniería de información lo harían imposible en la práctica. Y por eso, esas cosas horribles que una lee en la prensa, en general siempre suceden allá, y nunca acá.

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