Sobre Uruguay

Elogio del cotilleo

Mi nana Rosa (the Pooh) me pregunta mientras se sienta a observar como desayuno: «¿En España es así, la gente no sabe nada de nada del vecino, viven todos apartados…?» Porque aquí en Chile, me relata a continuación, no es así: en su barrio se conocen todos, las casas están todas juntitas y todos saben la vida de todos… Se le nota feliz y satisfecha, y yo me encuentro esta mañana entendiéndola perfectamente.

En España es similar. En mi Granada natal, crecí compartiendo detalles íntimos de mis vecinos, las paredes de papel que nos ha regalado la moderna construcción de mi país, lo permitían sin problema. Y lo que no oíamos a través de las paredes (o el techo), nos enterábamos en el descansillo de cada planta, cada vez que nos encontrábamos los vecinos y nos parábamos a comentar antes de subir al ascensor. Y lo que no nos enterábamos por ahí, nos enterábamos por la portera o portero de turno, que normalmente se las componía para saber vida y milagros de absolutamente todo el mundo. Y si algo se le escapaba al portero, ya estaba allí la tienda de la esquina, toda un centro de información que ya quisiera la CIA, mi padre volvía siempre de la frutería con todo el recuento que le hacía «la Toñi», nada se le escapaba a la Toñi, yo creo que en algún momento el Mossad barajó reclutarla.

En Madrid, toda una capital, conformada por barrios con fuerte personalidad, la vida cotidiana puede podía ser similar, aún recuerdo mi Barrio de la Florida, la china del Todo a 1euro (seguro reclutada por el Kuomingtan) te ponía al día en un plis plas cuando ibas a comprarle un bolígrafo. Y también estaba el bar de la esquina, en el que me informaron puntualmente que la socia (casada) del gimnasio al que yo iba, se había liado con el profesor de salsa; y luego en el propio gimnasio, una vez despedido fulminatemente el susodicho profesor, su sustituto estuvo brujuleando con una de las alumnas y con el monitor de sala, pues, como me comentaban los chicos que entrenaban con las pesas y máquinas, «el muchacho aún no lo tiene muy claro...». Todo esto por supuesto, sin obviar al portero de mi edificio, que sabía TODO, y lo que no sabía se lo inventaba sin mayor problema, y como la invención era tanto más jugosa que la verdad, pues todos tan contentos. En mi calle de la Florida, todos sabíamos de las razones que habían llevado a Nelly, la indigente sin techo que vivía allí, a acabar en esa situación y negarse en redondo a acudir a un albergue, y cuando finalmente un invierno se murió, los del bar de la esquina compraron una corona de flores, que colocaron en la marquesina del bus en la que ella solía dormitar las borracheras.

Ya en Uruguay, al principio pensé que los orientales eran más reservados, pero pronto tuve oportunidad de conocer a la buena señora Castillo, de mi edificio, que sobre una humeante taza de té con pastas te hacía partícipe de todos los vericuetos de mi (añorada) cuadra de la Avenida Artigas. Y lo que se le escapaba a la señora Castillo, me lo completaba mi grupo de pilates, o las chicas con las que compartía el champú en la ducha del gimnasio, como las extraño a todas.

Y ahora me encuentro aquí, bendiciendo las paredes de papel, a los vecinos que aporreaban al techo, a las horas muertas de charleta en el descansillo con la puerta del ascensor abierta. A las confidencias en las corralas, plazas y piscinas comunitarias. A las tiendas de la esquina, a los bares de la esquina, a los gimnasios de barrio. A las chinas de los «Todo a 1 euro«, a las Toñis, y a los porteros de todo el mundo mundial. Porque si por un casual a un vecino degenerado le diera por encerrar a su hija en un sótano, o secuestrar a unas adolescentes, con la simpática intención de convertirlas en sus esclavas sexuales, esa increíble ingeniería de información lo harían imposible en la práctica. Y por eso, esas cosas horribles que una lee en la prensa, en general siempre suceden allá, y nunca acá.

Levantando sospechas

Cena de amigos. La conversación transcurría con normalidad (yo asegurándome de que nadie pase por alto que los Borbones son de origen francés), cuando de pronto, inesperadamente, el tema giró y nos encontramos hablando de amores. Yo me irrité, es muy deprimente hablar de amores cuando tienes un par de parejas homosexuales delante. Porque sí, lo confieso, tengo envidia de los homosexuales, y del modo en que van escalando posiciones en el panorama sentimental.

Antes, lo que una envidiaba de los gays, era el sexo libre y frecuente. Los gays siempre parecían tener una facilidad para arrejuntarse con cualquiera en cualquier lado, aún recuerdo mi estupefacción cuando mi compi de piso en Madrid salió un día a correr por el parque, y volvió tan contento porque había ligado con otro corredor, y ambos se lo habían montado felices como conejos tras unos matorrales. Yo cuando salgo a entrenar lo único que consigo es mala conciencia por lo pronto que me canso, además de que me ladren los perros con que me cruzo… Pero había un monopolio que las heterosexuales detentábamos sin discusión y era el del amor eterno. Los gays follarían mucho, pero a la hora de encontrar una pareja estable, ganábamos. Pues bien, hasta en eso nos ganan ahora: «lo conocí en un almuerzo de trabajo», «fui a una cena de compromiso que me apetecía cero, y acabé conociendo al amor de mi vida», «un día paseando, nos cruzamos por la calle y ya nunca más nos separamos»… sí, todas esas historias dignas de guión de Hollywood, son las historias de amor de mis actuales amigos gays, todos felizmente emparejados, todos protagonistas de historias como las que antes interpretaban Rock Hudson y Doris Day, y que ahora interpretarían… bueno, Rock Hudson y Doris Day, en realidad.

Mientras tanto, las chicas de la cena nos enfrentábamos a nuestra triste realidad actual: «Yo no levantamos ni sospechas» dijo una (no digo su nombre… pero es una amiga argentina, y morocha, y vive en Chile desde hace tiempo… vamos, que era Marisol). «Levantar» en rioplatense = «ligar» en español de España. Y no lo traduzco al chileno, porque no tengo ni flowers de cómo se dice en chileno, lo cual es indicativo de mi vida amorosa en en el Santiago bip!, así que para qué extenderse… Pero en mi caso hay una razón, como quise explicar a los allí presentes: es el pacto que hice con Zeus y el destino, a cambio de tener siempre asegurado encontrar aparcamiento.

A ver, «flashback» al estilo de «Cómo conocí a vuestra madre»: verano de 2010, una noche en La Barra de Punta del Este. Yo en el coche con Ifat y Fabiana, dando vueltas como locas, buscando un lugar en donde soltar el coche. Cualquiera que haya estado en La Barra de Punta del Este en enero, se carcajeará imaginando nuestra situación. Yo juraba en arameo, mientras Fa e Ifi respondían frenéticas a mensajes de texto de tíos que preguntaban por qué no habíamos llegado aún a la fiesta a la que se suponía debíamos llegar. Antes, aquella noche, durante la cena, las tres habíamos intercambiado nuestros deseos para el Nuevo Año, lo típico, como afortunadamente teníamos salud y tampoco es que estuviéramos mal de trabajo, nuestras peticiones se habían centrado en el amor. Pues bien, tras pasar por el mismo sitio por quinta vez sin tener visos de poder soltar el coche en ningún lado, cuando empezaba a plantearme si dejarlo en Montevideo y caminar desde allí a La Barra, lo dije, en voz alta y sonora: «pues mi deseo de Año Nuevo no es encontrar a un tío, es encontrar aparcamiento de una p… vez!!!!» Y entonces, APARECIÓ. El hueco más increíble del mundo, en plena calle principal de La Barra, a pocos metros del lugar de la fiesta. Científicos de la NASA tendrían que haber ido allí para dejar constancia del paranormal fenómeno… y así, se selló mi destino, que empezó aquella misma noche: Ifi y Fa «levantaron» como locas, mientras que yo contemplaba mi coche líndamente estacionado… Decenas de personas posteriormente han podido atestiguar el hecho: parkings atestados de centros comerciales en sábado, calles en horario de cierre de oficinas, barrios en plena efervescencia nocturna, yo siempre encuentro aparcamiento. Aparecen así nomás… y como bien saben mis amigas orientales, mi vida sentimental en Uruguay fue un páramo desolado y aquí en Chile ni siquiera sé cómo se dice «ligar».

«La solución es muy sencilla» apuntaron los comensales de la cena, una vez concluido mi relato. «Sencillamente tienes que renunciar a tu privilegio de aparcamiento»… Yo empecé a temblar, ¡¿renunciar a mi privilegio?! ¿Ahora, que por fin parece que llega mi coche, tras toda una travesía oceánica y un periplo burocrático de casi 5 meses, ahora que desembarcó en Iquique desde donde me manda fotitos saludando, ahora que parece que «al tiro» me llega (un par de mesecitos más, vamos)…? ¡¿Ahora voy a renunciar a mi privilegio?! …

Porque sí, amigos lectores, no se escandalicen ni asombren: pertenezco a una generación de mujeres descreídas, que ya hemos superado la fase del cuento de hadas y del reloj biológico, y a estas alturas, con una mochila de situaciones embarazosas y de relaciones que una jura no haber tenido en realidad, de llamadas de teléfono y mensajes de texto sin respuesta, de puñadas certeras al corazón y de llantos frustrantes, de confusiones y señales mal entendidas, pues bien, una ya no sueña con que la espere en casa el Príncipe Azul de Cenicienta, sino, como bien dice mi amiga Maria Inés, el mayordomo de Batman.

Que obviamente era gay, pero eso ya no importa.

 

Trabajadores

Un día iba para la Sala Adela Reta del SODRE en la Ciudad Vieja (1), a ver una representación del Ballet, y cuando fui a dejar el coche, el cuidadocoches me habló sonriendo: «usted es cliente de mi señora».

Antes de seguir, debo de aclarar a todos aquellos que no conozcan Montevideo, que cuando digo «cuidador», no me refiero a un funcionario de la intendencia o a un empleado del parking del teatro, no, hablo de un tipo de la calle que se gana unas monedas vigilando que otros tipos (similares a él) no te rompan el vidrio del coche, lo que en Andalucía llamamos «gorrillas», vamos. La Intendencia de Montevideo tiene un registro, algunos exhiben una tarjeta en un chaleco reflectante, en algún sitio leí que tenían un sindicato, algo que conociendo a Uruguay no me sorprende en absoluto, pero bueno otros no, los ves mal vestidos, no muy limpios, apostados en su esquina día a día, y al volver le das unas monedas, «servite, jefe»… o no, como en España, hay todo un debate, hay gente que se niega a darles, alegan que es una extorsión, o una limosna encubierta, en fin, a veces algo de razón tienen…

El caso es que lo miré flipando cuando me dijo que yo era cliente de «su señora»: «¿cómo dice…?»

– Y si, cliente de mi señora, usted estaciona en Bartolomé Mitre, ¿no?

Es la calle en la esquina del Centro Cultural de España, así que tuve que reconocer que sí, y pensé que «la señora» debía ser la mujer de sonrisa mellada que alguna noche que terminé tarde en el Centro, había llegado a esperarme sentadita en la acera al lado de mi auto, sabedora de que suelo darle buenas propinas (porque yo pago bien a aquellos cuidadores que conozco, y cuando me ayudan a aparcar, o me preguntan educadamente si quiere que limpien los cristales),  y recordé que justamente la semana pasada me habían roto el vidrio en esa calle, así que aproveché para quejarme:

– Pues bien que extrañé a su señora hace unos días que me rompieron el vidrio, a ver si vigila mejor…

Me voy para el ballet, y cuando salgo, allí que están los dos, el tipo y la señora, los dos esperando a la vera de mi auto: «Menudo disgusto que tengo, me avisó mi esposo y vine al toque, no la puedo creer, ¡¿cuándo fue que le rompieron el vidrio?!»

Allí ya empecé a tener que contener la risa, pero lo mejor vino entonces, cuando le dije la fecha, y el esposo la miró con reproche, «yo ya te dije… de ese chico no te podés fiar…» La mujer se desesperaba, «ay, si ya sé…» y acabó buscando solidaridad en mí: «ay, mire, si es que los chiquilines de hoy están para la joda, no quieren trabajar…» Yo ya no sabía ni qué decir, asentía con sentimiento, si, es verdad que los jóvenes hoy son unos irresponsables, mientras me parecía entender que ese día en cuestión la señora había dejado la calle a cargo de un chico poco atento (un «chiquilín que estaba para la joda«, vamos), y de ahí que me hubieran roto el vidrio…

El tipo seguía regañando a la mujer, y ella se defendía: «pero ¿qué puedo hacer?… yo, yo es que tengo que delegar, no puedo ocuparme yo de todo»… y yo comprensiva le daba la razón, y si, obvio, ella no se puede ocupar de todo, pero el marido no daba su brazo a torcer: «mirá que te dije que a los clientes de confianza les dieras tu celular para que te pudieran llamar en caso de necesidad…», y ahí yo ya tuve que ponerme a toser para disimular las carcajadas…

Aún hoy me enternece recordar a aquella pareja desarrapada de Ciudad Vieja, ambos en una situación límite, y no obstante tan preocupados de lograrse el respeto de los demás por su trabajo, de tener su lugar en la sociedad… Y en estos días de crisis económica en el que diariamente veo en tele y periódicos a tanto canalla, tanto ladrón miserable enriquecido, tanta gentuza que no ha hecho más que robar y que ahora hace filigranas para librarse de la merecida cárcel o la simple destitución de su cargo, o a la que sencillamente hay que «rescatar» financieramente con el dinero de nuestros impuestos… veo a políticos acusar a los funcionarios de todos los males de nuestra sociedad mientras aplauden cuando nos siguen recortando derechos que obtuvimos por justa oposición, veo a alcaldes que endeudaron las arcas públicas de las que eran responsables a extremos criminales y que siguen tan campantes, y bueno, veo todo eso y recuerdo al cuidador y a su señora, preocupados por no haber hecho bien su trabajo y pienso que si todos hubieran desempeñado su labor con la misma responsabilidad, quizá no estaríamos donde estamos…

(1) Nota para no olvidar: la Sala Adela Reta fue rehabilitada sobre todo con aportes de la cooperación española, que el Presidente Vázquez se olvidara de dar las gracias el día de la inauguración, no cambia el hecho de que mi país aportó dinero para que Montevideo pudiera volver a tener su sala más emblemática operativa…

Mirando hacia atrás (II)… Silvina

Sigo en pleno trajín de limpieza y siguen saliendo tarjetas, recibos, postales, papeles y más papeles, que me retrotraen a momentos determinados de mis cuatro años en Uruguay… hoy apareció una factura del Puerto de San Anselmo, que es un restaurante a las afueras de Piriápolis, y recordé mi primer viaje a Punta del Este, con Pilar y Silvina. Este es un recuerdo hermoso pero que ahora me resulta triste, porque recientemente supimos de la muerte de Silvina, tras una larga enfermedad.

Recuerdo perfectamente el día que conocí a Silvina. Sábado, 4 de octubre de 2008. Yo había llegado a Montevideo el 1 de octubre, ese mismo día conocí a Pilar, nuestra canciller en el Consulado, que me prestó el colchón sobre el que dormí mis primeras semanas aquí (favorcito), y además me presentó a algunos de los que luego serían mejores amigos (favorazo). Eso lo hizo el sábado, que era fin de semana de Patrimonio, que en Uruguay se celebra al modo francés de “puertas abiertas”: pasé la mañana caminando por la Ciudad Vieja con Pilar y Gus, al que adoré desde el segundo número 1, siguiendo las líneas amarillas que marcaban el sendero de la antigua muralla de la ciudad, un proyecto en el que había trabajado un compañero arquitecto de Gus, pasamos por la tienda de Ana Livni y Fernando Escuder, y acabamos obviamente en el Mercado del Puerto, sobre el que ya he dicho que es uno de los sitios que más me gustan de Montevideo.

Luego salimos de noche, Pilar organizó la previa en casa, y allí estaba Fa, aún recuerdo lo hermosa que me pareció, y allí estaba Silvina, una periodista argentina que estaba en la ciudad trabajando con ANSA, y que me cayó genial al instante. Esa noche fue tan tan divertida, fuimos al Lotus, una discoteca hortera en el World Trade Center, y volví a mi hotel  (entonces aún no tenía  mi casa de losa radiante), de madrugada, con una sonrisa de felicidad, por las perspectivas que Montevideo había despertado en mi primer sábado aquí.

Días más tarde, Pilar nos metió en su coche a Silvina y a mí, y nos llevó a Punta del Este, ahora me puse a rescatar nuestras fotos frente a los famosos dedos de la Playa Brava…

Pero tuvo el acierto de hacernos pasar antes por Piriápolis, que me encantó. Piriápolis es el primer desembarco de los argentinos en la costa uruguaya, atraídos por este balneario construido a la imagen de la Costa Azul, por un empresario visionario, Francisco Piria. Ahora que los argentinos se instalaron en Punta y más allá, Piriápolis ha quedado englobado en los balnearios uruguayos (Atlántida, la Floresta, las Flores, Bellavista…). Bueno, ser, son todos uruguayos, pero esos son los balnearios en los que la mayoría de los uruguayos pasan las vacaciones, porque Punta del Este, en realidad es argentino. Yo tenía muchas ganas de ver Piriápolis, tenía en mente las imágenes de la película Whisky, y aún recuerdo la impresión que me produjo ver el Hotel Argentino… hacía poco que había visto el barrio montevideano del Prado, que tiene todo el aire de una peli de Visconti… pero el Hotel Argentino es ya directamente «Muerte en Venecia»… desde ese día, he llevado a todas mis visitas al Argentino, y todos han adorado su majestuoso aire decadente.

Con Silvina fui al evento por la reapertura del Galpón, un grupo teatral cuyo teatro expropió la dictadura uruguaya, y de vuelta nos reímos con el aire circunspecto y austero de la celebración, con los aplausos justos, «estamos de fiesta» decían los presentadores con aire serio para presentar a continuación un extracto de «Montevideanas», que no es una comedia precisamente… Analizamos eso que dicen muchos de que los argentinos son más alegres porque heredaron la vitalidad de los italianos, mientras que los uruguayos tienen la contención pausada de los castellanos, afirmación con la que yo no me mostré muy de acuerdo, sobre todo por la parte española que me toca, ¡austera, pausada y contenida, yo!!

Y recuerdo perfectamente la última vez que vi a Silvina. Fuimos juntas a ver «Las viudas de los jueves», que retrata los días del «corralito», pero desde la perspectiva de un country argentino, de unos ricachones que se niegan a ver que están tan arruinados como el resto de sus compatriotas… a la salida, Silvina me estuvo contando sus propios recuerdos de aquellos días de Navidad de 2001-2002, las manifestaciones contra De la Rúa, los cambios de gobierno, la frustración, el miedo…

Hace poco volví a ver Whisky, que retrata maravillosamente el Uruguay posterior a su crisis bancaria de 2002, en la que ni coches circulaban por las más tristes que nunca calles de Montevideo… vista ahora, sin embargo, la película resulta anticuada, el Uruguay que muestra ya no es el Uruguay del que me estoy despidiendo, lo que ha cambiado en estos 4 años… incluso veo a los uruguayos distintos, menos contenidos y austeros, ahora aplauden más, me parece que se empiezan a creer que son un gran país… me gustaría mucho conversar sobre esto con Silvina, qué pena me da pensar que no volveré a disfrutar de su charla inteligente y amena…

Mirando hacia atrás… Rocha en invierno

Estos días de preparación de la mudanza, me dedico a hacer limpieza, en un patético intento de no llegar a Chile cargada de papeles y objetos absurdos… digo patético, porque obviamente, no sé a quién pretendo engañar, es imposible evitar lo inevitable, que en mi contenedor acaben llegando unas cuantas cajas de papeles sin clasificar. Como me comentaba David el otro día, uno dice a los de la mudanza: «deje, deje eso ahí que yo ya lo arreglo…» y la caja va siendo empujada poquito a poco en un armario o bajo una cama, para ser descubierta, totalmente intacta, 3-4 años más tarde, al limpiar de nuevo para la mudanza siguiente… lo gracioso es que ese proceso se va repitiendo, traslado tras traslado… recién llegada a Madrid, Aurora me contaba que se enfrentó a esa caja, que lleva sin abrir desde su salida de Dublín, ya hace más de 10 años, y que había decidido quemarla directamente, considerando que llevaba ya una década sin vivir sin esos papeles y que no había pasado nada… pero no sé si se atreverá, los papeles ejercen una especie de respeto profundo que te impide arrojarlos a la basura aún a sabiendas de que son inútiles.

Pero bueno, en limpieza me encuentro, y los papeles también tienen la virtud de traerte recuerdos, y han salido facturas del Parador de San Miguel, al norte de Rocha, en donde me alojé con un amigo en julio de 2009, en un viaje un poco raro, porque normalmente nadie va a Rocha en invierno. Entonces escribí:


Vale, ir a Rocha en invierno es la cosa más extraña que se puede hacer en este país. No os podéis figurar las caras alucinadas que recibí cada vez que comenté que tenía intención de pasar un finde en Rocha… lo normal es que la gente flipe con esto de que haya gente a la que le interese el interior de Uruguay (importante porcentaje de población uruguaya incluida), pero ya con esta propuesta el asombro llegó a preocuparme… y es cierto que hubo un momento en que yo misma me pregunté qué narices hacía yo allí, concretamente cuando estábamos en medio de la niebla en una carretera perdida rodeados de humedales, palmeras diseminadas y vacas…

La primera noche la pasamos en Punta del Este, el balneario aún me sorprendía entonces…

El viernes por la noche dormimos en Punta del Este, en casa de Gus. Fue alucinante ver una vez más Punta absolutamente vacío, nada, apenas cuatro gatos por las calles, la mayoría de tiendas y bares cerrados, te cuesta creer que en unos meses esto volverá a estar lleno a rebosar. Asombra el concepto creado alrededor de Punta: en España, la Costa del Sol no llega a vaciarse nunca completamente, hay meses en que hay menos gente, claro está, y dependiendo del mes se ve un turismo distinto, pero aquí no es así, es un balneario turístico inmenso, carísimo y precioso… que se usa unos tres meses al año, el resto del tiempo está desierto… no sé entonces para qué la gente se compra esas casas tan caras, y paga esas contribuciones tan exageradas durante todo el año para luego ocupar la casa un par de meses al año, la verdad es que no lo entiendo, pero algo debe de tener cuando tanto brasileño y tanto argentino hacen esto.

Y tiramos para Rocha, a sus dunas, a sus humedales inmensos sembrados con palmeras muy separadas entre sí… (muestra al parecer de que crecieron de forma natural). Entre las aguas pantanosas y las palmeras solitarias, pasean vacas y ovejas con aire apacible, y así durante kilómetros…

Era 18 de julio, aniversario de la jura de la primera constitución uruguaya, así que era fiesta nacional… y lo gracioso es que llegamos a un pueblo que se llamaba ¡18 de julio! Así que estaban de fiesta, en la plaza había puestos, y algunos vestían trajes típicos, ellos de gaucho y ellas con falda larga, aunque el frío y la lluvia impedían mostrar mucho… este país tiene todas sus fiestas importantes en invierno, así que son menos folclóricas al final por el frío muchas veces. Jerome se compró un sombrero gaucho, y nos acercamos a una especie de cabaña decorada con cabezas de jabalí… dentro uno grupo de gente se afanaba en torno a cacerolas sobre un fuego. Nos invitaron a pasar, se autodenominaron la Casa del Gaucho, y el presidente nos explicó que eran una cooperativa de pequeños propietarios rurales de Rocha, que se juntaban para unir esfuerzos en temas comunes, y para organizar romerías y comidas. En cuanto tomaron confianza, empezaron a preguntarnos, no sabían mucho de Europa, allí no era como en Montevideo en donde todo el mundo tiene un pariente o ancestros europeos, aquello era el interior, un universo a miles de años luz de la capital, es increíble la diferencia. Una de las señoras era la maestra del pueblo, y yo quedé asombrada cuando supe que ese pueblito tenía ¡200 niños en la escuela! Luego iríamos viendo que en cada pueblito, de los habitantes, un tercio son siempre niños. Aún así, en cuanto crecen se van, al extranjero o a Montevideo, y pocos vuelven, nos explicó el Presidente de la asociación. Los dejamos a todos cocinando el carpincho para la cena (una especie de cerdo salvaje) y el presidente nos acompañó para mostrarnos la sede de la asociación, porque la cabaña la usan para las comidas. Fuimos a una casa en donde en una sala se amontonaban una veintena de hombres, mujeres y niños, sentados y tumbados sobre colchones, alrededor de la chimenea, comiendo torta frita y  escuchando la música de dos guitarristas. Eran ganaderos de otras zonas de Rocha, que habían venido al pueblo de romería con sus caballos para estar en la fiesta, tardan varios días, y por la noche se van quedando en estancias, esa noche iban a dormir en esa sala. Nos contaron que la asociación les permitía viajar a zonas más urbanas (¡porque ese pueblito para ellos era casi ciudad!), y conocer a otros propietarios. El presidente era muy activo, también estaba en la junta vecinal, y después nos decía que su empeño era ofrecer atracciones y actividades para que llegaran turistas: “si no ofrecemos nada, ¿quién va a venir por aquí?”.

 

Nos alojamos en el Fortín de San Miguel, una antigua fortaleza española, ahora reconvertida en posada, muy bonita y tranquila, y cenamos en un gran salón con chimenea. Al día siguiente, tras hacer fotos y jugar un rato con el perro del hotel, Obama (“porque es joven y negro” nos explicaron), nos dirigimos al Chuy, la gran ciudad de frontera con el Brasil.

Mi amigo colombiano Alfonso tiene la teoría de que todas las ciudades de frontera en América Latina son iguales. Él vio muchas y dice que es así. Chuy es el prototipo: una agrupación de casas sin ningún tipo de orden o planificación, sin NADA de vegetación (“plánteme usted un arbolico” dice Alfonso, “que le rodea la selva, caray”, pero nada, no hay plantas), arena, tiendas libres de impuestos, y árabes. Chuy está lleno de árabes, normalmente son libaneses, pero estos son palestinos, o así me pareció, porque si no sería raro tanta foto de Arafat. La leyenda urbana dice que en Chuy se festejó el 11 de septiembre, y que adoran a Bin Laden, y dicen que la CIAmanejó este lugar como uno de los posibles escondites del terrorista… pero normalmente es el lugar al que los uruguayos van a comprar electrodomésticos y cosméticos sin impuestos en el lado uruguayo, y comida, sábanas y toallas en el lado brasileño… porque sí, cada lado de la única calle del pueblo pertenece a un país distinto, así que con cruzar unos metros estás en un país distinto, y las tiendas son completamente distintas. No sé muy bien cual es la reglamentación, y bajo qué ley viven las gentes de Chuy, ni siquiera si hay gente que vive en Chuy, o sencillamente van allí a trabajar, el señor de la Casa del Gaucho nos contó que llevaba sus productos semanalmente allí, se los compraban, y ya otra gente se ocupaba de pasarla por la frontera legalmente.

 

Ahora que en Uruguay hay más cosas, y se encuentra todo en las tiendas, Chuy ha perdido algo de encanto, pero mis amigas me cuentan cosas que me hacen pensar en la magia de ir de compras a Andorra en los 80, cuando allí se encontraban marcas de galletas y chocolates desconocidos por los niños españoles… el chófer de la Embajada me contó que fue a Chuy a hacerse del ajuar antes de su boda, y que eso era lo típico entonces…

Luego nos dirigimos a la segunda fortaleza española, Santa Teresa, objeto de eternas disputas entre portugueses y españoles, y hoy conservada bastante bien como museo, la verdad es que es de lo mejorcito que este país tiene en plan museo. Desde entonces, siempre he aconsejado a todos los turistas, sobre todo los españoles, que vayan a Santa Teresa, porque es el mejor ejercicio histórico que pueden hacer, no tanto por lo que tiene el edificio, sino por el emplazamiento, en mitad de la nada más nada, palmeras y vacas, y uno piensa que qué narices harían mis compatriotas allí… la respuesta es sencilla: vigilar que no pasaran los portugueses procedentes de Brasil…

 La vista era increíble, y desde ahí se divisaba un bosque inmenso con el mar detrás, Jerome quiso ir allí, yo objeté que se veían militares, que seguramente era una instalación reservada, pero alguien nos comentó que era un camping… y sí, lo era, sólo que quien nos abrió la valla a la entrada era un militar. Luego supimos el porqué. Es el Parque Nacional de Santa Teresa, la joya de los parques del Ministerio de Defensa que, como Ifat nos explicó al teléfono, son las instalaciones que el Ejército tiene para que su gente vaya de vacaciones, aunque también están abiertos a todo el mundo (sólo que es difícil conseguir plaza en los campings o en las cabañas, pues tienen buena calidad y los precios son muy asequibles, como luego pudimos comprobar preguntando en la capitanía general a un atento soldado). Las playas eran increíbles, tienen la reputación de ser las mejores playas del país, y el parque estaba poblado de árboles y especies increíbles, cabañitas para avistar pájaros, lagos, un surtidor natural… me pareció precioso que un lugar tan increíble fuera en realidad un sitio en el que la gente podía pasar vacaciones asequibles…

En fin, que con tanto recuerdo, apenas hice limpieza… ay, esos cajones de papeles que me voy a llevar a Chile… 

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