Viajes

Rumbo a las reducciones jesuíticas (II): las misiones, utopias adelantadas a su tiempo…

El segundo tramo de nuestro viaje a las reducciones jesuíticas es el más agotador: cruzamos el puente Salto-Concordia, ingresamos a Argentina con bastante facilidad, y conducimos hasta el norte por carreteras en desigual estado, con un tráfico infernal de camiones en bastantes ocasiones, y sobre todo con una ausencia total de cartelería, para qué, dirán los argentinos, cuál es el punto de informar a la gente de por donde tienen que ir o donde están… encima yo estoy resfriada, con lo que mis padres dictaminan que el aire acondicionado es un peligro en mi estado, y atravesamos esa estepa inmensa bajo un sol de justicia derritiéndonos a ojos vista… el único momento agradable y descansado es durante el desvío para almorzar en Yapeyú, tierra «en la que tres pueblos encontraron su libertad» (no uno ni dos, tres), y que se anuncia como una «tierra sin maldad»… esa era una de las definiciones que los guaraníes daban a las misiones, y es que Yapeyú, a orillas del Río Uruguay, es uno de los 30 pueblos jesuíticos organizados en en el corazón de la Cuenca del Plata, en los actuales territorios de Paraguay, Brasil y Argentina.

Mi vida en América Latina me va convirtiendo en una creciente admiradora de mis antepasados, y este circuito por las Misiones jesuíticas, no va a hacer sino añadir nuevos matices a mi admiración por sus gestas en este continente… como reza el folleto de la oficina de turismo paraguaya: «Nunca antes en la historia, la humanidad logró llevar a la práctica la utopía de crear una sociedad diseñada según los cánones de lo que, en la época, se consideraba como bueno y justo…» Las Reducciones fueron un proyecto colosal de los jesuítas, apoyados por la Corona de España, verdaderos falansterios, ciudades utópicas en las que la vida transcurría plácidamente («sin maldad») para todos. Todos ganaban con las misiones: los jesuítas, que lograban «reducir» el paganismo contra el que luchaban, los guaraníes, que encontraban refugio de los «bandeirantes» portugueses que los cazaban para esclavizarlos, y la Corona de España, que afianzaba control en territorios en disputa con Portugal (y de ahí las Ordenanzas de Alfaro, que dotaron de un verdadero blindaje jurídico a las misiones).

Las misiones eran ciudades perfectas, con estructuras jerárquicas, ejército propio,  escuelas, talleres, plantaciones, ganado, se autosustentaban perfectamente.  Ahora mismo las misiones son denominadas jesuítico-guaraníes, y es lo justo, porque los guaraníes eran tan dueños de ellas como los jesuítas: tras los primeros  momentos de conversión espiritual, ayudados de la música (ese Jeremy Irons tocando la flauta en «La Misión»), los jesuítas tuvieron la inteligencia de respetar las estructuras indígenas, cuyos caciques adoptaron el sistema con entusiasmo, y fueron ellos en realidad los que construyeron los muros de las iglesias, y las imágenes de los templos… impresionante la capacidad de liderazgo de esos padres, pues sólo dos vivían en cada misión, el resto, eran guaraníes. Casi 150000 habitantes llegaron a tener esos 30 pueblos en total… habitantes que aceptaban el sistema, pero sobre todo respetaban a estos jesuítas inteligentes, firmes y pacíficos… la Corona, quedaba lejos…

Sigo citando al folleto turístico argentino: «Despertaron admiración entre quienes profesaban las utopías, pero también sospechas entre quienes detentaban el poder político, quienes lograron desacreditar a la Compañía de Jesús hasta que el Rey Carlos III firmó la expulsión de los jesuítas de los dominios españoles»

«Abandonas a su suerte, en 1767, destruidas por las invasiones portuguesas y paraguayas (habría que discutir este adjetivo con el redactor del folleto argentino, en realidad, fueron pasto de las disputas fronterizas entre los nuevos países, y ya luego la Guerra de la Triple Alianza contra Paraguay, puso la puntilla final) entre 1816 y 1819 y posteriormente saqueadas, de las reducciones quedó el ejemplo de una experiencia civilizadora inédita…»

Y sobre esa experiencia, pretendo aprender más en los próximos días…

Geografías en la Licorne: la Jerusalén que mata

«¿Vas para la librería?» me pregunta Daniel que camina por Ellauri junto a Valentín… «nosotros vamos a buscar vino, que me bebí todo el whisky…» Me río: «caray, Daniel, que se supone que esto es una ronda de lecturas, una sesión cultivada, no una reunión de bebedores…»

Hoy toca Ronda de Lecturas en La Licorne. La Licorne es una especie de librería, digo «especie» porque es más que una simple tienda en donde se venden libros, es un lugar de encuentro, residencia de poetas, biblioteca, salón de talleres de literatura, escritura e idiomas, terraza de conciertos, feria de domingos, etc etc… me la descubrió mi amigo Leo, de la Embajada argentina, que me recomendó un curso de Borges y Cortázar que impartía Jorge, uno de los dueños, al que fui con mis padres y más amigos. Es un local mágico, la verdad, en el corazón de Pocitos (porque «inside Pocitos» también hay cultura, que conste…), y sólo entrar da una sensación cálida de hogar.

Desde entonces, sigo yendo, y sobre todo nunca me pierdo la Ronda de Lecturas, en la que nos juntamos un grupo variopinto, de todas las edades y procedencias, y, bajo un mismo tema cada vez, llevamos una lectura para compartir y bebemos whisky o vino (o lo que lleve Daniel). A veces cocina un chef chileno que vive con los poetas bohemios de la Licorne. Hoy el tema era «Geografías», abrió Juan con unas descripciones de unos poetas israelíes y siguió Jorge, con «Pedro Páramo»… Yo esta vez me animé con un trozo de «Jerusalén», de Selma Lagerloff, que fue la primera mujer que ganó el Nobel, y que noveló sobre un hecho verídico: un grupo de campesinos suecos que dejaron todo su mundo atrás para instalarse en Jerusalén a principios del S.XX, con la idea de instalarse con una comunidad cristiana de estadounidenses, que vivían en un sitio conocido como la «Colonia americana», y que hoy es uno de los hoteles más famosos de la ciudad. La novela es preciosa e intensa, un hallazgo que descubrí mientras hacía cola para pagar la leche en el «Opencor» de mi barrio de la Florida en Madrid, en un estante en el que se apilaban libros de Coelho, Zafón, y César Vidal. (Nota para uruguayos: el Opencor es una cadena de tiendas que abre hasta muy tarde, y por tanto de los sitios en los que se puede ir a comprar leche y demás al salir, siempre tan tarde, de la oficina…)

La descripción que hace de Jerusalén en un momento dado, es impresionante, teniendo en cuenta, además, que en aquel momento aún no existía Israel… no puedo reproducir el trozo entero, pero voy a intentar resumirlo, porque en su día cuando lo leí me recordó muchísimo a aquel día de espanto que mi prima Soli y yo pasamos en la Ciudad Santa…

«La verdad es que no todo el mundo tiene la fuerza necesaria para sobrevivir a una estancia prolongada en Jerusalén. Aunque soporten bien el clima y consigan eludir el contagio de enfermedades, ocurre que la gente perece. La Ciudad Santa induce a la melancolía o la locura, incluso a la muerte. Es imposible permanecer en la ciudad un par de semanas sin que, alguna vez, oigamos cometar sobre alguna persona fallecida repentinamente: «es Jerusalén la que le ha matado«

Lagerloff a continuación, describe tres Jerusalén distintas, en busca de esa Jerusalén que mata, describe maravillosamente «la Jerusalén de la guerra», en donde tantos ejércitos batallaron, «la Jerusalén del Apocalipsis», y «la Jerusalén del desconsuelo de la Vía Dolorosa», pero concluye en los tres casos que esas no son la Jerusalén que mata… y luego describe la zona nueva, la de los nuevos barrios de extramuros, con las casas de misioneros, iglesias, hospitales, casas de peregrinos e instituciones benéficas, por «donde pululan frailes y monjas, enfermeras y diaconisas, popes y misioneros»… «donde se celebran misas y oficios donde se disputan almas»

Y allí llegamos a la conclusión: «Aquí es donde el católico despotrica contra el protestante, el metodista contra el cuáquero, el luterano contra el reformista, el ruso contra el armenio. Por aquí acecha la envidia, aquí desconfia el idealista del ensalmador, aquí litigan los ortodoxos con los herejes, aquí no se practica la clemencia, aquí se odia a todo el mundo para mayor gloria de Dios»


«Y es aquí donde encuentras lo que estabas buscando. Aqui está la Jerusalén de la caza de almas, aquí está la Jerusalén de las malas lenguas, aquí está la Jerusalén de la mentira, la difamación y la calumnia. Aquí se acosa sin tregua, aquí se mata sin armas. Ésta es la Jerusalén que quita la vida a las personas«

Termina la Ronda, hemos escuchado el cuento de Dahl sobre el chico que se apuesta un dedo a que su encendedor se enciende sin falta y que Hitchcock adaptó para la TV, Daniel ha leído de su antepasado Supervielle, y Valentín un poema brasileño que despierta la emoción de una de las presentes… terminamos y Jorge bromea sobre lo rápido que leo siempre… Camino a casa recordando aquella foto que me sacó Soli junto al Muro de las Lamentaciones, queríamos sacar a unos soldados israelies caminando junto al túnel que lleva al Barrio Musulmán, y me dijo que disimulara, que sonriera, y por eso salgo sonriendo… cuando en realidad lo que me apetecía era llorar del disgusto que tenía, tras un día entera rodeada de santos lugares y santas personas, en una ciudad santa, «en la que todos se odian para mayor gloria de Dios…»

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