Don Juan y mi bicicleta rosa

Vale, ya hablé del Don Juan en el cementerio que organizamos en Montevideo, el éxito tan grande que tuvo, y lo bonito que fue mostrar nuestra propia tradición de Día de Difuntos (odio el p… Halloween de las narices). Así que fue desembarcar en Santiago, y yo ya tenía claro que me apetecía hacerlo también aquí. Se lo propusimos a Jesús, que es un director y profesor de teatro, que llegó hace años a Chile de casualidad y aquí se quedó, pero él me hizo ver que en tan poquito tiempo no podíamos hacer una cosa decente, así que decidimos que por este año haríamos una versión breve, «esencial», una mesa coloquio sobre el mito, y que haríamos otra función en la Feria del Libro, que justo empezó la semana pasada. Le comenté a Jesús que no se le ocurriera poner a un niñato mono de Don Juan, que el Burlador de Sevilla ante todo tiene que ser un hombre y él me envió fotos del elegido, que me comentaron salía en una telenovela chilena con mucho éxito, «Soltera otra vez». Yo lo ví, me pareció que era el tipo de hombre por el que dejas los hábitos y perdonas que haya matado a tu padre (perdóname, papi, tú me entiendes), y ya dejé el tema donjuanesco, porque tenía que concentrarme en otras cosas (mi vitrina, por ejemplo). Eso sí, a veces me acerqué de puntillas al teatro del Centro a verlos ensayar, los versos de Zorrilla me siguen emocionando, y mira que son ramplones!!

Pero bueno, hoy me levanté decidida a comprarme una bicicleta. A pesar de la polución, o quizás por ello, Santiago es una ciudad de bicicletas, muchas calles tienen ciclovías, y es habitual que los santiaguinos utilicen la bici como medio de transporte, los grandes centros comerciales y los restaurantes suelen tener aparcamientos adecuados en la entrada, el mismo Centro Cultural tiene su sitio para bicis. Así que tenía ganas de tener una. En su día me habían recomendado ir a la calle San Diego con Copiapó, y allí que me planté. En efecto, decenas de tiendas de bicicletas se alineaban a ambos lados de la calle, la recorrí durante un rato, entré a preguntar en un par, los dependientes me hablaban de las excelencias de cada bici, que si las marchas, que si las llantas, que si los frenos, pero yo tenía un requerimiento específico: ¿la tiene rosa?

Porque sí, queridos lectores, yo quería una bici rosa. Para mí, una bici rosa es una declaración de principios: para ir por la calle con una bici rosa hace falta muchísima personalidad, y si hay algo que a mí me sobra (aparte de los kilos), es personalidad. Así que quería mi bici rosa, y finalmente la encontré, blanca y rosa, lindísima, y pedaleando feliz me encaminé al Barrio Italia, donde había quedado con David y Carmen a almorzar. David y Juancho salieron a mi encuentro. Encadené la bici, y le saqué la cesta rosa desmontable (que mola que lo flipas), mientras David me preguntaba si era consciente de que en una cesta rosa así sólo caben lechugas y tomates orgánicos. Entro con mi cesta a la galería cubierta en donde estaba la cafetería y me topo con Paulo, el actor que hace de Don Juan. Lo saludo, me comenta que va a ensayar, y me dirijo a la mesa en que nos esperaba Carmen, que me recibe con ojos de furia: «te odio»

Ya sé, Carmencita, lo sé, es duro asumir que tienes una amiga con tantísima personalidad que puede ir por la vida con la cesta rosa de su bici blanca y rosa, pero ella me interrumpió, «subnormal, que te odio, porque le acabas de plantar dos besos a Paulo…, qué hombre más guapo» Yo estaba un poco mosca de que mi cesta rosa no le hubiera causado la más mínima impresión, pero sonreí con suficiencia: «si alguno se molestara alguna vez en ver la programación de nuestro Centro Cultural, quizá os habríais enterado de que va a ser nuestro Don Juan…» Y es que mis amigos no vienen nunca al Centro Cultural, bueno, miento, Carolina sí que fue, se chupó un diálogo de Ulises con Electra, Medea y Antígona (qué duro es el teatro contemporáneo a veces), pero el resto nunca va. Carmen se volvió loca, se puso a taggearnos en el Facebook, puso los convenientes «me gusta» a nuestro post de la actividad, mientras David trataba de matar su entusiasmo: «es gay, seguro…» Y en esto que suena el teléfono y, ¿quién es? Pues nuestro Don Juan, que iba con Jesús y me llamaba con su móvil. Yo me emocioné pensando que quería alabarme por mi bici rosa, pero no era por eso (¡¿es que en esta ciudad nadie es capaz de apreciar el mensaje de pedalear sobre una bici rosa?!), era que se había dado cuenta que se había dejado algo en el restaurante. Al teléfono me iba explicando donde se había sentado, «al lado de la mesa de tu amiga» (Carmen: «¡¡Paulo me vio, sabe que existo!!)… la que estaba sentada con tu amigo (David: «¿Ves? Se fijó en mí, es gay») … que estaban con un perro muy lindo…» Y ahí quedó claro que el único que le había causado impresión del grupo era Juancho.

En fin, que al final Don Juan desplazó en protagonismo a mi bici rosa, increíble e imperdonable, pero aún así estoy contenta e impaciente, no sé qué versos habrá seleccionado Jesús para el «Don Juan esencial», pero seguro me inspirará y recordaré de nuevo… si es que de ti desprendida llega esa voz a la altura, y hay un Dios tras esa anchura por donde los astros van, dile que mire a don Juan llorando en tu sepultura…

 

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