Judias pintas e historias contadas

Vale, el sábado me salté la dieta Dukan a lo grande: tortilla de patatas, atún y pimientos, y judías pintas con morcilla y chorizo… ¡¡¡de España!!! Se me caían los lagrimones de la felicidad.

Fue una cena en la casa preciosa de Alejandra, una de las dos coordinadoras de Cinemateca uruguaya (ambas se merecen ya un lugar en la historia montevideana por el corazón y el esfuerzo que están poniendo en sacar a ese tesoro que es la Cinemateca adelante).  Alejandra tenía de invitado a Javier Rebollo, que viene de rodar una película con José Sacristán en Argentina, y que esa noche ofició de cocinero con productos españoles traídos a hurtadillas en la maleta (los españoles somos los únicos ciudadanos del mundo capaces de desafiar cualquier control fronterizo con tal de llevar consigo un chorizo ibérico y una morcilla). Yo había visto la película de Javier, «La mujer sin piano», en la que me encantó ver patente que Carmen Machi es mucho más que Aída, y que tiene unas escenas fantásticas de la Estación Sur de Autobuses de Madrid, que creo que cualquier ser humano que haya padecido la experiencia de pasar por ahí apreciará sin duda. El sábado Javier me dejó «Lo que sé de Lola», que vi ayer y me gustó aún más, los personajes quedan muy bien definidos en pocos trazos, y entiendes y te metes en los ambientes al segundo.

En la cena también estaba Inés Bortagaray, una de las guionistas de «La vida útil» (película uruguaya que, de forma imperdonable, aún no vi), y los cuatro, alentados por las cuatro botellas de vino que nos pimplamos felices, tuvimos una velada muy divertida. Yo tenía ganas de conocer a Javier, aunque sólo fuera para darle las gracias, porque me consta que anima a otros cineastas españoles a venirse a Uruguay a mostrar sus películas, Jonás Trueba y Oliver Laxe me lo dijeron durante el último Festival de Cinemateca, lo que es sin duda una alianza inapreciable para una pobre funcionaria que ve con frustración cómo las películas españolas, incluso las de Almodóvar o Amenábar, pueden tardar hasta un año en llegar, cuando llegan, pero que eso sí, se venden «truchas» antes como rosquillas, lo que demuestra que hay un público que quiere ver cine español, al que no se le está dando respuesta de forma adecuada…

Javier nos grabó con una camarita tamaño móvil en algunos momentos durante la cena, sobre todo a Inés y a mí, cuando recordábamos alguna anécdota o cuento, nos contó que últimamente está rumiando junto con Jonás Trueba, que a veces lo bonito de una historia no es tanto la historia en sí, sino la persona que la cuenta, como cuando te cuentan un chiste y te mueres de la risa, y luego cuando tú quieres repetirlo, maldita la gracia o el interés que tiene, y no ya sólo por lo divertida que pueda ser o no la persona, sino porque la historia queda así tintada de su propio punto de vista, de su enfoque, su reacción, todo… y eso es lo que hace irrepetible a la historia… Me pareció una teoría muy cierta, yo cuando relato anécdotas de gente que conozco, también me parece muchas veces que está faltando la parte más importante, que es la persona en particular contándola en directo… quizá por eso Javier insistió en tomar personalmente las fotos de sus judías, tras verme a mí fotografiar a la tortilla…

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