La Carretera Austral (II): la Patagonia en perspectiva

Aterrizamos en la mitad de la carretera austral, aeropuerto de Balmaceda. Hay muchas formas de llegar hoy día a la Carretera, que empezar, empieza en Puerto Montt. Desde allí tienes tres opciones: conducir hacia Hornopirén, pero el tema es que no se conduce mucho, porque en realidad vas tomando una serie de ferries hasta el Chaitén. La segunda opción es quitarte los ferries, salir a Argentina hacia el bello Bariloche, aprovechar esa insultante llanura de la Patagonia de los vecinos y bajar sin sobresaltos hasta volver a entrar por Futaleufú. Una tercera posibilidad es pillar un ferry en Puerto Montt que te lleve (24 horas) hasta Puerto Chacabuco (creo que en breve también te podrán llevar a Caleta Tortel).  La información es confusa, ese quizá es el principal problema de la Carretera, que guías y mapas quedan incompletos ante una naturaleza que igual provoca que 10 kilómetros signifiquen 2 horas de carretera y que llegues tarde a pillar el único ferry que puede sacarte de un pueblo en mitad de la nada.

Nosotras al final, para ahorrar tiempo, pillamos el avión de Santiago hasta Balmaceda, que tiene un aeropuerto chiquito en mitad de un páramo hermoso, a casi metros de la frontera argentina. El viento es fortísimo, el encargado de la agencia de alquiler de coches nos recomendó que nunca abriéramos las puertas en dirección contraria, porque éstas podían volar sencillamente. Luego un autoestopista que venía de las Torres del Paine nos confirmó que allí vio coches sin puertas…

Desde Balmaceda puedes tirar hacia Coyhaique y al norte, hacia el mar en Puerto Aysén o hacia el sur. Emma y yo acabamos tirando hacia el sur, tras dormir la primera noche en Puerto Chacabuco. Al día siguiente tomamos la carretera hacia el sur, hacia el Río Baker, en donde teníamos reservada habitación para la siguiente noche en un lodge al borde del río. Así que condujimos hasta Villa Cerro Castillo, en donde se acaba la buena vida pavimentada y empieza el ripio. A la sombra del impresionante Cerro Castillo fuimos bordeando los ríos Ibáñez y Murta, de aguas azules y verdes clara por recibir agua de deshielo de glaciares, hasta el impresionante Lago General Carrera. Por el camino cuando comentábamos que íbamos a hacer esos casi 300 kilómetros en un día, que en principio no parecen tanto, nos miraban sorprendidos. Luego entendimos: en la Carretera, 300 kilómetros es mucho. La perspectiva. Viajar te hace ver siempre las cosas en perspectiva, te hace adquirir la sabiduría de colocarte siempre en el punto de vista del otro. Pero la Patagonia le da una dimensión adicional a la perspectiva, nunca la sentí con tanta fuerza como en esta región, que de hecho debe su nombre a un error de perspectiva: los españoles llamaron “patagones”, por el gigante Patagón de una novela de caballerías, a unos indígenas a los que veían enormes, pero la realidad es que los indígenas tenían una talla que hoy veríamos como normal, eran los españoles los que eran muy chiquitos.

La belleza se juzga en perspectiva en la Patagonia. Me cuesta encontrar una palabra que defina el paisaje. Hermoso, bello, impresionante, son palabras que quedan cortas. Son todo postales de cuento, de esas que se envían en cadena por internet con una musiquita de fondo: cascadas cristalinas, lagos azules con montes nevados al fondo, valles verdes sembrados de flores coloridas… la belleza te acaba embotando, y te hace mezquino en los juicios estéticos: bueno, este lago es lindo, pero no tiene las aguas turquesas claro, y las flores son sólo de un color… así que lo más terrible que te puede pasar a lo largo de la carretera es que el paisaje no sea “tan” lindo como el anterior… belleza en perspectiva. Más adelante, explicándoles a una pareja de profesores argentinos de La Plata que recogimos en un camino, cómo podían seguir hacia el norte evitando los ferries, estos chicos del interior argentino suspiraron con las ganas que tenían de subirse a un ferry en el Pacífico. Cuestión de perspectiva.

Otro ejemplo de perspectiva lo tuvimos con las “catedrales de mármol”, unas cuevas de mármol excavadas por el agua en rocas sobre el lago, una excursión simpática, y muy conocida, posiblemente la más comercializada de la zona, pero que algún amigo había juzgado con cierta displicencia, tampoco son para tanto, y llegamos a la conclusión que había dicho eso porque había acabado harto de que todos te pregunten si has visto las dichosas cuevas, como si fuera lo único que vale la pena hacer allí, y en cambio no te pregunten si no te has quedado media hora contemplando el verde claro de las aguas del Murta… En todo caso, Emma y yo disfrutamos el paseo en lancha hacia las susodichas catedrales, conducida por un señor que presumió de ser hijo del primer marino que hizo paseos turísticos hasta las rocas y que exhibió su pericia paseándonos entre las cuevas, algo que luego supimos no hacían otros navegantes del lago. El lago General Carrera es binacional, en la parte chilena se llama así, y en la parte argentina Lago Buenos Aires. La binacionalidad del lago fue de las primeras reivindicaciones de soberanía que realizara Chile, y por eso se apresuró a llamar a su parte de otra forma. Ni argentinos ni chilenos pensaron en mantener el nombre original tehuelche, Chelenko, que fue el nombre que consignó en su mapa el español Juan de la Cruz Cano, el primer occidental en dar noticia de esta zona allá por el siglo XVIII. Hace unos meses, la Municipalidad de Santiago convocó un referéndum para plantear, entre otras cuestiones, el cambio del nombre del Cerro Santa Lucía, bautizado así por Pedro de Valdivia, a su original mapuche “Huelén”. Los ciudadanos de Santiago optaron por mantener el nombre que hace honor a la santa que perdió sus ojos con tal de mantener su virginidad, pero no ya que estaban preguntando, igual se podría haber planteado el tema desde una perspectiva global y simplemente volver a todos los nombres toponímicos indígenas del país, dejando en este caso de honrar al General Carrera, para llamar al lago como lo llamaron los tehuelches…

Los carteles también se deben leer en perspectiva: unos inmensos que incluían la dirección de correo electrónico de un «inspector fiscal global austral» para que se reportara cualquier «reclamo, sugerencia, consulta o aviso» sobre el «estado del camino, obras y accidentes». La primera vez pensamos que era una broma, con retranca, que ese fuera el único cartel visible en kilómetros a la redonda mosqueaba un poco (señor inspector global austral: que haya una sola carretera y por tanto escasa posibilidad de perderse, no quita utilidad a esos lindos carteles que dicen cuánto te falta para llegar a un sitio…); luego, cuando vimos que eran en serio, alucinamos, incidencias sobre el estado del camino, where shall I begin??  ¿Por los miles de hoyos, por las cuestas pronunciadas acabadas en curvas cerradas con nula visibilidad, por los estrechos caminos al borde de un acantilado terminado en lago con pinta de ser profundo…? Pero luego entiendes, perspectiva, ese es el estado normal de la carretera, fuera de eso, ¿algo extraordinario que reportar?, pregunta el inspector fiscal global austral… los otros carteles cachondos son los que avisan que hay huemules en la zona y que ojo con atropellarlos. Nosotras no vimos, lamentablemente, ninguno, pero sí que nos cruzamos con cientos de ciclistas, héroes, los veías pedalear subiendo cuestas interminables, cargados, envueltos en la polvareda del camino… al parecer es una especie de rito iniciático entre los jóvenes chilenos, ya que no tienen que dejarse la vida abriendo la carretera con pico y pala, ahora se la pedalean. Pues bien, ni un solo cartel, ni uno, avisando de que hay ciclistas y que cuidado con atropellarlos. Y es nuevamente cuestión de perspectiva: ciclistas hay muchos, pero que les atropelles al simpático ciervito que tienen en el escudo nacional, en peligro de extinción,  ahí sí que la cosa se pone grave.

Llegamos finalmente al río Baker, que allí pronuncian españolizado, “Báquer”, y que es un impresionante caudal de aguas azul turquesa, muy conocido entre los aficionados a la pesca. También es el segundo río más caudaloso de Chile. Lo que no es tan conocido es que también es el río en el que casi se ahoga Pinochet: fue en una de sus visitas periódicas a chequear el avance de la obra, que el coche se colocó sobre un terraplén recién construido y que se desmoronó, dejando la mitad del camión en el que viajaba suspendido sobre el agua. Veinte soldados se colgaron del otro extremo del vehículo para hacer contrapeso mientras sacaban a Pinochet por la puerta del conductor. Leí la anécdota en una entrevista de The Clinic al antiguo jefe del Cuerpo Militar de Trabajo,  y el hombre seguía defendiendo toda el proyecto de construcción de la carretera, más allá de la dureza extrema que sufrieron los soldados obreros con el siguiente argumento: “si no se hubiera construido, el Estrecho de Magallanes hubiera caído en manos de la Unión Soviética, y la Guerra Fría no se habría terminado”

La Patagonia no agota nunca sus diversas perspectivas…

carretera austral

La carretera austral


Leave a reply

Este sitio usa Akismet para reducir el spam. Aprende cómo se procesan los datos de tus comentarios.