La ciudad cercana al Olimpo

«¿Va a La Paz? Tiene que salir por nacional, no por internacional» Miro al policia de inmigración chileno un tanto escandalizada, caray, córtense un poco, cómo se pasan ustedes de chulos, estoy a punto de decirle, mira que considerar La Paz como un destino nacional… pero nuevamente me traiciona mi disponibilidad a creer cualquier situación surrealista en lo que a pasos de frontera latinoamericanos se refiere. No es que los chilenos consideren La Paz un destino nacional, es que los trámites de inmigración se hacen en Iquique, ciudad en la que el avión hace escala. Cuando compré el billete, pensé que la pésima conexión se debía a las rara vez cordiales relaciones diplomáticas entre ambos países, luego veré que la capital chilena tiene de las mejores conexiones con su equivalente boliviana de la zona: mis colegas de Argentina, Paraguay y Uruguay llegarán tras periplos de horas, mayormente nocturnas, y largas esperas en Santa Cruz de la Sierra.

Viajo a una reunión de directores de Centros Culturales de la zona, y por los escasos vuelos semanales que oferta LAN, que ya digo que luego veré es una oferta comparativamente buena, tengo que ir dos días antes. Es poner un pie en La Paz, y darme cuenta de que dos días de aclimatación igual no es algo tan malo… una oye hablar del mal de altura, del apunamiento, las distintas historias, y luego simplemente aterrizas a más de 4000 metros de altura, que es donde está el aeropuerto de El Alto, y te das cuenta de que el tema es mucho más serio de lo que te habían advertido. Te subes al taxi para bajar a La Paz, que está más abajo que El Alto (suerte de ciudad dormitorio sobre las cumbres de la capital), pero todavía a más de 3500 metros, por lo que el tema apenas remite. Qué narices estaban pensando mis antiguos compatriotas colonizadores para plantar una ciudad allí, es algo que se me escapa. Y de hecho la colocaron aún más alto, en pleno altiplano, se bajaron tras vivir allí una semana, con un frío espantoso y una climatología que impide que crezca absolutamente nada. Un guía me explicará que les interesaba la locación por el oro del río, pero yo no termino de entender la ventaja de encaramarse tan arriba. Porque, sepan mis estimados lectores, que la altura afecta. Y cuando digo que afecta, es que afecta. Durante los siguientes días, caminaré cual viejita asmática, me enfrentaré a las cuestas de la ciudad o a cualquier escalera como si del Everest se tratara, y me quedaré sin aire y con taquicardia a cada poco.

En los primeras horas de trance me acompaña Gastón, el director del Centro en Rosario. Temblorosos y jadeantes llegamos al lindo hotelito de arquitectura colonial en el centro de la ciudad, junto a la iglesia de San Francisco, y con nuestras menguadas fuerzas nos sentamos a tomar el primero de los cientos de mates de coca que tomaremos durante la semana. Algo más respuestos, gatearemos por la empinada vecina calle, llena de tiendas turísticas, y de casas de cambio, para luego bajar (en La Paz no se camina en realidad, se sube o se baja) al hermoso edificio restaurado que ocupa el Centro Cultural de España en La Paz. El recorrido nos mantiene en una permanente sensación de caos ruidoso, lidiando con un tráfico endiablado que nunca remite (cruzar la calle es un ejercicio de alto riesgo), y siempre con miriadas de personas deambulando a todas horas, un día que finalmente logramos trasnochar un poco comprobaremos que la afluencia no baja. Población variopinta, muy joven de media, que combina a encorbatados ejecutivos con «cholas» con mil refajos, trenzas y un absurdo sombrero tipo bombín que sostienen en un admirable equilibrio. Luego me contarán que los refajos fue una imposición de los españoles, que consideraron que el verdadero traje típico, una falda que dejaba las piernas al aire, era poco decoroso; para el bombín hay cientos de teorías, siendo la más curiosa la que afirma que a las costas bolivianas, cuando aún Bolivia tenía costa, llegó una vez un barco cuya mercancía incluía bombines, que se tiraron al descubrir que habían llegado estropeados, para ser recogidos con emoción por las lugareñas.

Llegamos al Centro Cultural en un estado jadeante lamentable, y el equipo hispano-bolivianos nos contempla con la superioridad que otorga una sangre con glóbulos suficientes… aunque acaban reconociendo que aclimatarse del todo, uno no termina de hacerlo, si no has nacido allí: el cuerpo se acostumbra, sí, pero las taquicardias, la mala calidad del sueño, las pesadillas, las dificultades para concentrarse, el quedarse sin aire, es algo que, de alguna manera, se mantiene latente. De nuevo, no sé en qué estaban pensando nuestros antiguos compatriotas colonizadores, con lo listos que estuvieron en Santiago o en Montevideo…

Y sin embargo, en los siguientes días, acabaré encontrándole su aquel a La Paz, esa ciudad cercana al Olimpo, que pareciera hubiera sido planteada para semidioses, y no para simples mortales…

La Paz

 

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