Mi destino de Acuario (o «hello, I’m from Tacuarembó»)

Sólo por lo que he trabajado esta semana, me podrían dar el sueldo de dos meses y la extraordinaria, impresionante, tres eventos internacionales de primer nivel, tres, en la misma semana, y en los tres, España tenía interés y por tanto nuestro Ministerio nos había dado instrucciones para no perdernos ni una sola sesión, y con nuestro Ministro Consejero de licencia matrimonial, y con eventos culturales varios, gestiones de la UE, y con cócteles después de cada sesión… Con dolor he aprendido porqué los diplos experimentados dicen siempre que sólo van a un cóctel si no les queda otra, obvio, las ganas de irte una noche a tomarte un refresco (pues uno no debe beber cuando está de servicio) y un canapé inmundo con la misma ropa y los tacones de todo el día, a ver a la misma gente del trabajo que ves todos los días, y seguir trabajando pues te tienes que dedicar a sonsacar detalles, información nueva, o, peor aún, sonreírte con el mismo pelma que has tenido que aguantar durante toda una sesión, cuando uno preferiría estar en un bar en vaqueros tomando cerveza con amigos, o en casa en pantuflas sobre el sofá viendo el último capítulo de Glee (o de The Walking Dead, o de Downton Abbey, o de Barrio Sésamo, lo que sea)… pero bueno, esta es la vida que elegí, y esta es la vida que tengo, así que no me quejo, en absoluto.

Sobre todo, porque es gracias a mi trabajo que tengo la oportunidad de conocer a gente interesante, como esta semana en que conocí a Martín Sastre. Martín es un artista uruguayo multifacético, que ha hecho carrera en España, con lo que representa bien el camino de vuelta España-Uruguay-España que hemos tratado de reflejar también en este año de Bicentenario. Martin dirigió una película hispano-uruguaya que me encanta, «Miss Tacuarembó», basada en el libro de Dani Umpi. Como le dije al propio Umpi el día que lo conocí, y ahora le he dicho a Martín, no sé si la peli era una tomadura de pelo o una obra maestra, pero sencillamente me encantó. Me encantó ver ese Tacuarembó del que yo siempre digo que soy cuando se me acerca un tío en un bar con una cerveza en la mano, me encantó ver a esos niños bailando al ritmo de la música de “Parchís” (“los chicos de Parchís no pueden estar equivocados, ¿no ves todos los discos que venden?»), me encantó ver a Natalia Oreiro bajo el “hongo” de la plaza de Tacuarembó suspirando, “¡tenemos que salir de Tacuarembó!”, y su amigo Carlos replicando, “linda, si en enero vamos a Montevideo…” (y Natalia displicente, “Montevideo es como Tacuarembó pero más grande…”)… Recuerdo que le dije a Dani Umpi que la peli me había parecido muy española, y él me comentó que de hecho había tenido una primera oferta de adaptar su libro a la realidad española totalmente y titularla “Miss Alicante”. Martín me lo confirmó ahora, y que de hecho se barajó alguna que otra actriz española, como Natalie Verbeke, pero que finalmente se decidió hacerla en Tacuarembó y con la Oreiro. Yo me alegro, sobre todo porque haciéndola “uruguaya”, y que haya salido tan “española”, me demuestra una vez más esto que yo ya repito ad nauseam, de que 200 años no son nada, etc etc

Martín llegó a mi oficina en un día de locos en el que yo había conseguido, de manera milagrosa, reservarme un rato para comer como es debido, así que le propuse irnos a comer juntos, al Tinkal, que es un boliche sobre la rambla, super racial (con dueños gallegos, obviamente), y que de hecho está cerca de la sede de la ALADI, en donde tenía que pasar la tarde en otra sesión. Ir de mi oficina a la ALADI, parando en el Tinkal, es algo así como pasar por el cuarto de baño yendo para la cocina, pero como yo me pierdo muchas veces haciendo ese recorrido en mi casa, pues no es de extrañar que no encontrara el Tinkal y me perdiera con Martín por el Barrio Sur… yo apuradísima, porque cuando me pongo nerviosa porque no encuentro el camino, normalmente mis habilidades conduciendo ya se desploman al nivel de las Fosas Marianas, así que me iba saltando “pares” y “ceda el paso”, atropellando ciclistas y viejitos con mate, mientras trataba de mantener una conversación civilizada con alguien al que acababa de conocer, literalmente… menos mal que Martín demostró ser un tío encantador, y consiguió relajarme con una pregunta sorprendente: “¿eres Acuario, verdad?… y sí, era obvio, los acuarianos nos perdemos siempre…”

Martín y yo hablamos de todo, me contó de su próximo proyecto cinematográfico, de inspiración Buñueliana (o Buñuelesca, o como se diga), y de su idea de hacer una itinerancia por América Latina con su primer periodo artístico con videos, en una expo que tendría a Rafael Doctor de comisario, y que quieren que empiece en Montevideo, en el Espacio de Arte Contemporáneo. Me encanta el proyecto, me pongo muy contenta en medio de mi día de locos, en medio de mi semana en la que me estoy ganando el sueldo de dos meses y la extraordinaria, pero en realidad, la razón primera de mi alegría es que acabo de descubrir que esto de perderme hasta para llegar a mi casa, esta nula capacidad mía de orientación que padezco, esta cruz que llevo a cuestas resignada (a ratos, la mayoría de las veces me desespero y juro en arameo), esto, en realidad, no es un defecto único, sino que lo comparto con otros Hermanos en Desorientada Desolación, los Acuarianos del mundo, que sufrimos el mismo destino… y como soy una tonta a la que le consuela saber que su mal es de muchos, pues me pongo tan contenta…

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