El 7 chileno (nuevas verdades sobre chilenos)

«Sí, yo había visto que no había pagado la contribución este mes y me extrañaba porque usted siempre es muy puntual… estuvo a punto de decírselo cuando la vi salir con las maletas, pero me dio verguenza…» Y así, mi conserje da la excusa más chilena para justificar que no me hubiera avisado de mi olvido, dos meses de contribución seguidos que me han llegado, menudo susto al ver la factura. Y el tipo lo sabía, me daba los buenos días sabiendo que no le había dado el cheque, pero no decía nada, «porque le daba verguenza..» Nunca conocí gente más timida y contenida, pensé que con los orientales había alcanzado el límite, pero estos chilenos me están mostrando insospechadas cotas… en la región miran a los chilenos como orgullosos y agresivos. Yo pienso que pueden ser agresivos, y que sí, son orgullosos, pero no como los argentinos, lo suyo es distinto, es un orgullo íntimo, lo llevan por dentro, lo sacan solo cuando les tocas las narices, muy en la onda de los uruguayos, aunque sin su pesimismo existencial.

Supongo que consecuencia directa de ello, es que los chilenos no saben decir que no. De verdad, no les sale, no lo dicen nunca. La de meses frustrantes que me he pasado lidiando con chilenos hasta que he aprendido a conocer su sutil manera de dar una negativa. Esto de «no decir no» los acerca al Pacífico, a las tierras asiáticas en donde dicen que los idiomas no incluyen la palabra «no», porque son demasiado educados. Nunca he llegado a confirmar si esto es cierto. En España recuerdo que una vez que teníamos un tema con la Embajada de Japón, y que yo le insistía a mi secretaria que les respondiera que no podíamos hacer el tema como ellos planteaban, que teníamos que ver otra forma, ella acabó confesando, «mire, es que yo he leído que los japoneses no saben decir que no, así que por eso no me entienden cuando se lo digo…»; pero cuando en Montevideo  les contaba esta anécdota a mis colegas Yuko y Yazushi, ellos se morían de la risa, pero nunca llegaron a decirme si era cierto… ni tampoco me dijeron nunca que no, ahora que lo pienso… Bueno, en aras de las buenas relaciones con el Extremo Oriente, aceptemos que en japonés no existe la palabra «no», ¡pero en español sí que existe, leñe! Pues nada, los chilenos impertérritos, no hay manera. Yo mantengo una reunión con alguna contraparte chilena, en presencia de alguien de mi equipo (chilenos en su mayoría). Termina la reunión, yo feliz, hasta que me encuentro con la mirada resignada de «mi» chileno… Entonces, indefectiblemente, se reproduce este diálogo:

– ¿Qué pasa, te parece que decían que no?
– Y bueno, sí…
– ¿Sí, han dicho que no, o sí, han dicho que sí?
Y el chileno de mi equipo, que a pesar de haber trabajado durante años para españoles, mantiene el gen nacional que le impide decir la palabra maldita, se resiste, suspira, da vueltas, hasta que al fin, compadecido de mis lloros histéricos, acaba reconociendo: «está complicado»

Y eso es lo que hay, es el máximo «no» que una recibe…

Pero mi anécdota favorita con la contención chilena era una que en realidad me inventé, porque yo asumí una cosa que no era cierta (y nadie se molestó en decirme que no, claro está). El 7. Tienen toda una serie de expresiones en torno al 7: «eres un 7», «me saqué un 7″… y yo entonces llegué a la conclusión de que los chilenos, en su genética timidez, no se ponían un 10, ellos mismos se bajaban y se ponían un 7. Y así les contaba a amigos españoles, cuando les describía este país: «no, no es verdad que sean orgullosos, al contrario, figúrate que cuando quieren alabarse, en vez de darse un 10, se dan un 7, como si les diera verguenza darse un sobresaliente, se conceden un notable» Y mis amigos españoles, felices. Porque a los españoles nos encanta escuchar teorías antropológicas simplistas y generalizadoras sobre los latinoamericanos (y sobre todo el mundo, en definitiva, pero esa es otra historia).

El caso es que un día conozco a un profesor de universidad. Y el chico me comenta que se considera un profesor benévolo, «siempre les pongo 7 a mis alumnos»… y yo suspiré y decidí que era el momento de hacer ver a un chileno que no es plan de ir por la vida con tanta tímida contención. «Podrías ponerles un 10…» Y él: «¿un 10, pero cómo un 10…?. Y yo: «que sí, hombre, que si es posible sacarse un 10, es cuestión de esfuerzo, pero se logra…». Y él seguía: «pero un 7 está perfecto», y yo, dale que te pego: «un 10 es mucho mejor, ese debe de ser el objetivo siempre…». La conversación absurda se alargó durante unos minutos, primero porque el chileno obviamente no terminaba de decirme que no, y segundo porque yo, por mi parte, ya tenía claro que Zeus me había traído a Chile para aportar un poco de ambición positiva a este pueblo, y me veía a mí misma como la monja superiora de «Sonrisas y lágrimas» («La novicia rebelde»), cuando le canta a María Climb every mountain… Así que llegó un momento en que yo hablaba y hablaba sobre lo positivo de verse como los máximos campeones, de aspirar a la perfección, mientras que el chileno flipaba mirándome. Finalmente interrumpí unos segundos mi discurso positivista (para tomar aire y para ajustarme la toca imaginaria), y fue entonces cuando el chileno aprovechó para decirme lo que la mayoría ya sabe: que el 7 es la nota máxima que puede darse en el sistema educativo chileno.

Reconozco que al principio me sentí un poco tonta. Además como la cosa pasó en septiembre, mes de la chilenidad, me empecé a mosquear con esto de que los muy cabrones estuvieran estableciendo como costumbre nacional que yo me sintiera Subnormal Hispana en su mes. Pero al final me recompuse.  Mira que son complicados, leñe, es dificilísimo poner notas así, si es número impar, ¡¿donde está el aprobado?! Y así, me puse con una nueva teoría antropológica, sobre lo mucho que les gusta a los chilenos complicarse la vida a lo tonto: «figúrate que en vez de poner un 10 o múltiplo de 10, se ponen un 7, mira que son complicados…»

Pero esa ya la elaboro otro día.

 

Las vacaciones que la Humanidad disfruta cada 4 años

Este ha sido el Mundial de los arrieritos: alemanes contra brasileros, holandeses contra españoles, y casi contra argentinos, pero ahí llegaron los alemanes en nombre de Europa… En un mundo amnésico, donde líderes políticos cambian sus declaraciones sin que nadie haga el esfuerzo de recurrir a las hemerotecas para llamarles la atención cuanto menos, nadie olvida nada en el fútbol, cuántas veces ha salido a relucir la sanción al italiano Tassotti por aquel ya lejanísimo codazo a Luis Enrique en el debate por los mordiscos de Luis Suarez.

Nadie olvida nada en el fútbol, pero todo se olvida durante las semanas de la competencia. El Campeonato Mundial de fútbol son unas vacaciones que la Humanidad se toma cada 4 años, unas semanas en las que viajamos a Otro Mundo, que disfrutamos con la familia y los amigos. En ese Otro Mundo, los conflictos, las cotizaciones de la bolsa, las crisis financieras, los debates políticos, las desigualdades económicas, todo aquellas cosas importantes que rigen (y amargan…) nuestras vidas en Este Mundo, pasan a un discreto segundo plano y ceden el protagonismo para la más importante de las cosas menos importantes. Durante semanas, en el Otro Mundo, nadie reconoce a nadie: todos saben dónde está Costa Rica y Uruguay, los iraníes lucen tan guapos como los australianos, Colombia se da a conocer por algo más que sus guerrillas y el narcotráfico, los croatas se convierten en símbolos de la lucha contra la homofobia, los modestos éxitos de los estadounidenses son vistos con condescendencia paternalista… En este Otro Mundo, las grandes super potencias son distintas, lidera Brasil con sus cinco estrellas, y el Otro Mundo se divide entre los que se visten de amarillo y verde y festeja la alegría imbatible del líder mundial, y los que los odian porque son justamente eso, líderes, y por eso el 7-1 fue la más grande noticia de este Mundial, y tiene ya su sitio de honor en la Historia de este Otro Mundo, porque la Historia siempre reserva un sitio de honor a esos momentos en los que los grandes son derrotados… A Brasil  le sigue ya ahora una Alemania imperial que sólo unos cuantos desubicados vinculan a la historia de Este Mundo. En este Otro Mundo, Uruguay iguala a Argentina, y Francia se tiene que aguantar que España también luzca otra estrella. En este Otro Mundo hay una suerte de ONU, la FIFA, cuyas decisiones son criticadas furiosamente, pero acatadas disciplinadamente como nunca fue acatada la ONU, en este Otro Mundo rigen unas leyes que todos, hasta los más ignorantes, conocen, aunque sea vagamente: todos saben que la cosa va de marcar goles.

Este Otro Mundo es el destino de vacaciones soñado que toda la Humanidad, sin excepción, se merece. Y sólo abre cada 4 años, tampoco es tanto.

Y termino estas crónicas futboleras (para descanso de mi hermana), con la perfecta descripción que John Carlin hace de la Tribu del fútbol, que no es más que la Humanidad de vacaciones en el Otro Mundo…

Pertenezco a la tribu más grande del mundo. La más numerosa,
la más heterogénea, la de mayor alcance territorial. Somos
hombres y mujeres, blancos y negros, rubios y morenos, altos y
bajos, gordos y flacos, listos y tontos, analfabetos y doctores en
filosofía, heteros y gays; somos nacionalistas, comunistas, fascistas,
ecologistas, de derechas, de izquierdas o indecisos flotantes;
somos cristianos y judíos, musulmanes y budistas, hindúes
y ateos, y los que no tenemos ni idea de qué pensar del más allá;
poblamos todos los continentes, todos los climas, todas las posibles
geografías. De China al Chad, de Tierra del Fuego a Timbuktú,
de Reikyavik a Riad, de Vladivostok a Valencia: busca
en un bar, en un autobús, en una choza, en la playa, en un
puestito callejero donde venden churros o rollitos de primavera
o empanadas o hot dogs o blinis o tacos al pastor y, en cualquier
rincón de la Tierra donde se te ocurra mirar, nos encontrarás.
A diferencia de todas las demás tribus —o religiones o nacionalidades
o ideologías o como las quieras llamar— no tenemos
enemigos. Y no los tenemos porque no exigimos condiciones
para entrar, ni peajes para pagar. Todos somos bienvenidos, todos
reconocemos alegremente nuestra identidad y nada nos da
más placer que hablar sobre lo que nos une. Somos los dueños
del gran tema de conversación mundial, el fútbol.

 

Los hombres lloran

Nunca pensé que estaría en situacion de ganarme el silencio admirado de toda una fila de taxistas, pero asi fue: tras unos minutos, todos los taxistas del aeropuerto de Cancún se quedaron callados, mudos de asombro, ante la suficiencia con la que juzgué el arbitraje del partido de Mexico con Holanda, y mi pormenorizado analisis del modo de juego de los ticos. Llegue a soltar cosas como «Costa Rica juega muy fuerte en la banda derecha, lo que les beneficia frente a Holanda, que es mas debil en el centro del campo». Que no se me juzgue, si, esta feo inventarse las cosas, y aprovecharme de esa ingenuidad que los hombres cultivan con largas horas de escucha a los locutores deportivos, que llenan los silencios en los eternos partidos con platitudes de ese calibre. Pero soy una mujer en terreno de hombres, y me defiendo como puedo.

Porque el futbol es cosa de hombres, eso es algo que los hombres tienen muy claro y que las mujeres no encuentran beneficio alguno en discutir, y yo no seré excepcion. Así que lo dejaremos así, el futbol es cosa de hombres, terreno para la exaltacion de las virtudes tradicionalmente consideradas masculinas. Y quizá por eso, y particularmente en esta America Latina aún muy tradicional en las cuestiones de genero, no hay cosa que perturbe mas que las lagrimas de los jugadores. Cómo es posible que lloren, esos hombres colosales, esos guerreros envueltos en los colores patrios que salen a defender los mas altos valores de sus respectivas naciones, como otrora hicieran los ejercitos. ¿Acaso lloraban los soldados? Lloró Alexis en los minutos previos a la tanda de penales decisivos, y mi locutor favorito, tras unos segundos de desconcierto, en los que quizá dudo si tratar de negar lo innegable, lo absolvió: si, esta bien, admitamoslo, Alexis estaba llorando, pero eso era porque no podia resistir la infinita emocion de haber llevado a su pueblo a lo mas alto, y esa emocion lo traicionaba, si, un momento de debilidad perfectamente explicable. Y luego, para explicarlo, mi locutor cambio de tercio y no volvio a hacer referencia al tema, por supuesto. Lloró el locutor argentino que retransmitia el infartante y eterno Argentina vs Suiza, cuando Di Maria sello la contienda en el segundo alargue, canto el gol a voz en grito hasta que, de pronto, se le quebro la voz y lloro, lloro, y lloro, y toda Argentina pudo oirlo… y todos se rieron, subieron el audio a internet, lo difundieron por redes sociales, todos mofándose del hombre que lloraba como un niño ante la gesta alcanzada por su equipo.

Nunca pense que estaria en situacion de pedir a un guia turistico que dejara su explicacion para que pudiéramos  seguir un partido de futbol, pero así fue. De nuevo, que no se me juzgue: Chichen-Itza es justificadamente una de las nuevas siete maravillas del mundo, pero el guia que nos habia  tocado era una plasta, en el grupo nos turnabamos para poner cara de poker escuchando sus tonterías  mientras el resto dormitaba bajo un calor húmedo aplastante, así que cuando subimos al bus, apenas climatizado, cansados y sofocados, yo me acerqué al conductor y le susurre que cómo iba el Brasil vs Colombia. Él entonces me lanzó una mirada con esa complicidad que a veces tienen los hombres por las mujeres que nos adentramos en su territorio, y acalló al guia subiendo la radio para que todos pudiéramos cantar el gol colombiano. Los españoles, mexicanos, chilenos, y argentinos del bus simpatizábamos con el unico colombiano del grupo, porque en realidad toda Iberoamérica  hinchaba contra esa Canarinha que seguía en el Mundial aupada por golpes de suerte y arbitrajes mas que discutibles, nunca estuvo Iberoamérica tan unida. Luego, ya de vuelta en el hotel, supimos que Colombia habia muerto matando, y que Neymar quedaba fuera del campeonato por una lesión. Y la televisión mexicana repitió una y otra vez el llanto de dolor del mas grande soldado, del equipo que mas antipatias despertaba.

Hasta que la camara enfoco al colombiano James tras su eliminación, agotado, sin camiseta, con los ojos arrasados en lagrimas, hipando ante el locutor incómodo que lo entrevistaba. ¿Lloras, James? le soltó entonces el agudo analista. Y James, ese casi adolescente que durante dias había llevado sobre los hombros el peso de los sueños de toda una nación, miró a la camara y sentenció, haciendo quizá el mayor servicio a la causa de la igualdad de genero en Latinoamerica: «los hombres lloran». Y enmudeció el periodista,enmudeció todo un continente, y ni una sola mujer, fuera y dentro del terreno de hombres, deseo otra cosa mas que consolar a ese joven hermoso que lloraba sin complejos.

Nunca pense que estaria en situacion de sentirme incomoda atestiguando una humillacion historica. Años escuchando historias del Maracanazo uruguayo, orientales viejitos rememorando donde estaban cuando se produjo la historica azaña, orientales no tan viejitos celebrando aun la gesta, en un pais que hace de la nostalgia casi su himno nacional, y nunca pense que yo llegaria a ver otro maracanazo, otro partido histórico con el que dar la castaña a mis sobrinos cuando sea vieja. La goleada merece capitulo aparte, así que hoy me quedare unicamente con las lagrimas que las camaras reiteraron una y otra vez. Pero no fueron lagrimas de hombres sino de mujeres, la cara del humillante 7-1 es un rostro de mujer llorando a gritos. Porque todos sabemos que las mujeres sí que pueden llorar.

Y es que es eso, que el futbol es cosa de hombres. Que terror pensar en mis congeneres antepasadas, las que vivieron en un mundo en el que TODO era cosa de hombres y ellas meras turistas de su propia vida. No es de extrañar que ellas lloraran tanto y ellos tan poco.

 

Mordiscos celestes

Pongo la radio y me encuentro con un biologo analizando los efectos en la piel tras recibir un mordisco humano. Estoy por cambiar de emisora pero me puede la responsabilidad y escucho con atencion. Gracias a Luis Suarez, me estoy haciendo de unos conocimientos inéditos, nunca pensé que un mordisco pudiera dar tanto que hablar. Nunca me peleé más por un tema con tanta gente distinta. Pero ya me voy quedando sin nuevos matices, y con esta nueva informacion fitosanitaria del moridsco, mis peluqueras, compañeras habituales de tertulia deportiva, me hacen la ola. Y no te digo ya mi personal de mantencion, que se quedaron todos impresionados cuando zanje la discusion por la sancion a Suarez con un «nulla poena sine lege». Por fin me sirvio de algo la carrera de Derecho, para defender a Luis Suárez, que no se me alteren mis amigos orientales, que ya me reclaman porque sólo consigno las épicas de la Roja (verdadera) y nada sobre la Cumplidora Celeste.

Desde que he descubierto mi nueva vocacion de comentarista deportiva, estoy disfrutando como un Dothraki galopando en las praderas, pero con el estrés de un Lannister moroso. He dedicado mis horas a perfeccionar mi estilo. De mi locutor chileno favorito he aprendido la grandilocuencia: que partido me regaló el sábado, que penales contra Brasil que entonó, «Chile silenciando a Mineirao», pero tambien aprendo de sus momentos bajos, «Chile lo que necesita es encontrar la pelota y jugar con rapidez» soltó el estratega, haciendome ver que hay espacio para mi en el sector… De todas formas, el partido del sábado me reconcilió un poco con él,  porque lo cierto es que tuvo momentos gloriosos despotricando contra los brasileros, «grandotes abusadores»gritaba, y luego cuando el brasileño Hulk se puso a lloriquear por un codazo de nada se preguntó «¿para que se llama Hulk entonces?»,y ya en el descanso antes de los penales se quejaba, «¡y que no se pueda fumar…!». Estuvo genial, me contagio su pena al final del partido. Y es que los brasileños jugaron tan mal que merecieron perder en todo momento, yo estoy segura que hasta la hinchada brasileña al final animaba un poco a los chilenos de puro enfado con su equipo. Hubo un momento para la historia, cuando la mitad de los jugadores chilenos estaban tirados por el suelo, y los «grandotes abusadores», esos que se han creído que tienen derecho porque sí a ganar la Copa, los miraban brazos en jarra, alucinados de que no se desgastaran, de que al final volvieran a sacar energías de la pura terquedad y siguieran peleando, como conejitos de Duracell, hasta el último penalty (o penal, como dicen los sudamericanos, nota para españoles)

Del comentador digital en directo de El Pais, he aprendido de la furia por las estadisticas absurdas: «el porcentaje de precision en el pase es el mas bajo de la Canarinha en un Mundial desde 1966» le leo en pleno infartante alargue del CHIvsBRA, ah menos mal, desde 1966, yo hubiera jurado que desde 1978, pero si el dice 1966, me lo creo… Luego le lei que Chile habia ganado en posesion del balon, que es probablemente el consuelo mas inutil que te pueden ofrecer cuando te han eliminado a penales. Qué atinado estuvo Sampaoli cuando dijo que no existen las victorias morales, sólo las victorias de los que marcan más goles. (¿Me leerá Sampaoli…?)

Y luego, por supuesto, tampoco puedo olvidar a algunas de mis lectoras femeninas, concretamente las que en el fondo pasan bastante del fútbol y se ven los partidos para no estar desconectadas de la realidad, pero que se los pasan mirando a los jugadores. El Uruguay vs Colombia me lo vi con correspondiente amiga y amigo gay, que inmediatamente sacaron a relucir las camisetas ajustadas que lucían los de la Celeste, y yo, feliz, recordé aquellos días hermosos del Mundial de Sudáfrica y de la Copa de América de Argentina, contemplando los abdominales de Forlán, aquellos sí que fueron buenos tiempos… porque el James colombiano, aunque jovencito, tiene su gracia, pero nada que ver con mis celestes, y además es bastante desconcertante que sus padres lo llamaran «James» para pronunciarlo a la española ¡que lo hubieran llamado Jaime!

Pero lo más importante que he aprendido en estos tiempos formativos para ser cronista deportiva, es lo esencial de cerrar la crónica con una buena frase, y para que no se me quejen mis amigos orientales, ésta la concluiré con las sensatas declaraciones del seleccionador Tabárez, que me parece que simbolizan el sentido común equilibrado y digno que siempre me seduce del «paisito»:  «La distancia entre ganar y perder es mínima. Cuando se gana no hay que dar rienda suelta a la euforia, y cuando se pierde tampoco creer que está todo mal»

 

Menos lagrimitas y más goles

«Esto es un robben a mano armada»

Volvió a tardar mi locutor chileno favorito en dar con el justo juego de palabras, pero al final la dio. Claro que para entonces ya había entrado en barrena. Ya había conjugado a Holanda con estafa, mezquindad, cobardía, y deshonra. Y a Chile con todos los sinónimos y variables posibles del sustantivo «víctima». «Víctimas de nuestra furia y nuestra valentía» llegó a decir el tipo. Yo que no sé (tanto) de fútbol, en el campo había visto a la Holanda de siempre, la de toda la vida, la heredera directa de la pesadilla de nuestros Tercios en Flandes. A esa que mi locutor chileno favorito había encontrado tan divertida cuando goleaba a España. Pero ahora resulta que era traidora y facinerosa. Ay, estos locutores deportivos tan objetivos cuando juega su selección, qué sería del fútbol sin ellos…

Una se hace diplomática para momentos así, para mantener la calma y no carcajearte en frente de tu personal chileno, cuando por la televisión nacional el locutor está haciendo el más espantoso de los ridículos. Ridículo secundado por unos jugadores y un seleccionador, normalmente muy bien ubicados en sus declaraciones, pero que ayer parece no pudieron evitar el contagio en el desbarre. Sampaoli dijo que Holanda había sido «mezquina». ¿Por qué, por meter dos goles a un portero al que habían dejado más solo que Adán en el día de la madre? Van Gaal debió reirse de lo lindo al escucharlo. Pero mi personal chileno no se merecía que me carcajeara en frente de ellos, porque son gente noble que, tras la lógica decepción, reconocieron honestamente que su equipo no había jugado tan bien.Y que los goles holandeses habían sido de libro, nada de «robben».

Pero los pueblos no siempre tienen a los periodistas que se merecen. En la radio, otro locutor, con miles de seguidores en twitter, llamaba a manifestarse en la calle Holanda, y otros chistes igualmente ingeniosos, pero ojo, en ningún momento, en ningún momento, desautorizó los comentarios sencillamente racistas contra el arbitro, que en ese momento inundaban la red. Estaba muy ocupado clamando por el «robben» del partido.

Hubo un tiempo en el que a España también le robaban los partidos. Siempre. Si no eran los ingleses, eran los franceses, y si no, los italianos, pero siempre nos robaban los partidos. Siempre había un árbitro o un juez de línea, elemento clave para la traición, un nuevo episodio en la larga lista de afrentas de la conspiración europea contra España. Nuestros periodistas clamaban, nuestros seleccionadores se lamentaban, nuestros jugadores lloraban, el país era un llanto resentido, patriotero y ruidoso. Hasta que poco a poco, la gente en el café, al día siguiente de los partidos, dejó de quejarse y empezó a comentar que nuestros jugadores habían jugado peor y que por eso nos habían metido los goles, y que ese traicionero y facineroso árbitro se había limitado a pitar un fuera de juego, y poco a poco nuestros locutores deportivos empezaron a pedir más cuentas a nuestros seleccionadores, se miró con lupa el juego del equipo, y los jugadores dejaron de lloriquear y fueron más y más autoexigentes. Y a partir de ahí, ganamos dos Copas de Europa y un Mundial. Y en la final de Sudáfrica, el árbitro también parecía tener presbicia ante la Holanda de toda la vida, pero aún así ganamos.Y luego, y entre medias perdimos otras muchas veces. Porque así es el fútbol, no siempre se gana. Sobre todo cuando se meten menos goles que el otro equipo.

Afortunadamente Chile hoy ha tenido comentarios y análisis dignos y ecuánimes, antiguos seleccionadores, como Pedro García, que se han limitado a decir que «Chile no encontró lo que buscó en 90 minutos», y que, objetivamente, Holanda tuvo 13 ocasiones de gol. Lo destacable, y de lo que habría que enorgullecerse porque demuestra que Chile tiene un buen equipo, es que no metieran más goles. De todos los análisis, me quedo con el del editor de deportes de la Tercera: «Chile no jugó del todo bien, pero sí mucho mejor de lo que habló… no estuvieron bien las descalificaciones hacia Holanda, un adversario que, aunque defensivo y contragolpeador, ganó por oficio, astucia y plan… No procedían esas declaraciones coartadistas e incendiarias, igualmente despectivas hacia el ganador, e inculpatorias hacia el árbitro y una supuesta mano negra que dirige los designios del campeonato»

El sábado hincharé por Chile. Porque me gustaría mucho poder felicitar a mi personal chileno el lunes. Porque me gustaría que Brasil fuera menos conocida por la samba y el fútbol, y más por esa heróica clase media, profesional y estupenda, que diariamente levanta el país con su trabajo, y que está protestando por la corrupción, por la ineficacia burocrática y por los desorbitantes precios de unos servicios públicos de ínfima categoría. Y porque pienso que Chile puede ganar. Pero sin lagrimitas por el arbitraje, que los partidos los gana la gente grande que mete goles.

(Imagen encontrada hoy googleando «ChilevsHolanda»)

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