Caupolicán y el clavicordista de la princesa

Las amigas se miran en silencio alrededor de una mesa con vasos de cerveza y vino… el silencio es denso, cargado de tensión… nadie habla, hasta las respiraciones pesan… de pronto, unos murmullos…  Caupolicán se podía haber quedado quietito con el tronco de las narices, Rubén Darío podía haber escrito sobre puñeteras golondrinas como todo el mundo, que son inmediatamente reprimidos por las miradas asesinas del resto. Y vuelve el silencio cargado de rencor acumulado…

Veinte años atrás. Primavera. Una clase de un instituto de secundaria en algún lugar de España… los alumnos escuchaban la explicación de doña Carmen, la profesora de Literatura. La lección del día era sobre Rubén Darío, y en España los alumnos estudian a Rubén Darío con el poema «Caupolicán», aquel que relata el nombramiento del líder araucano como «toqui» de la tribu mapuche tras cargar un pesado tronco…. una alumna fue invitada a leer en voz alta su comentario de texto… doña Carmen escuchaba, haciendo girar el bolígrafo entre sus manos en un gesto característico, el resto de la clase seguía las palabras en medio de un sopor llevadero y soportado sólo por la perspectiva de que ya quedaba menos para salir al recreo y disfrutar del sol primaveral. Y de pronto, la voz de la alumna concluyó «…y entonces, Caupolicán muere». El bolígrafo se detuvo, las miradas extrañadas de los alumnos se posaron sobre su compañera, mientras ella insistía: «está claro, se muere al final». Doña Carmen intervino con calma adquirida de años de enseñanza, «¿de donde sacas esa idea?» «del mismo poema, lo dice clarísimo: e irguióse la alta frente del gran Caupolicán… está clarísimo, se muere» «¿cómo se va a morir si alza la frente?!!» «Como los cisnes, alzan la cabeza antes de morir, es una metáfora del poeta»

Y entonces siguió un animado debate sostenido por la alumna (Alba), doña Carmen y las amigas de Alba, que trataban de convencerla en vano, mientras el resto de los alumnos, a los que les tocaba un pie el destino de Caupolicán, veían con desánimo que ese día saldrían retrasados al recreo…

Años después, Alba y sus amigas se seguían encontrando regularmente. La vida les había ido llevando por distintos caminos y geografías, pero aún así, lograban coordinar sus agendas para encontrarse en su ciudad natal de vez en cuando. Reían, se emborrachaban, recordaban anécdotas juveniles, lo normal de ese tipo de encuentros. Lo malo es que siempre, de una manera u otra, el recuerdo de Caupolicán volvía, y entonces, con la misma pasión adolescente, y el mismo convencimiento absoluto, Alba nuevamente defendía que Caupolicán muere al final del poema, provocando la misma febril discusión de antaño, pues el resto seguía sin rendirse en su afán por sacar a su amiga de su error absurdo.

Los años pasaban, y la discusión se repetía con idéntica intensidad una y otra vez. Hasta que una vez, pasados 20 años desde aquella fatídica clase, las amigas acordaron reunirse una hora antes de que llegara Alba. Llegaron al bar acordado para la cita, se sentaron, pidieron bebidas y escucharon a Angélica, organizadora de la reunión, resumir los sentimientos comunes del grupo: «creo que es hora de asumir nuestro fracaso, nunca convenceremos a Alba de que Caupolicán no se muere al final del poema, y no vale la pena que sigamos intentándolo» Las demás se mostraron de acuerdo, era mejor olvidar el maldito asunto de una vez por todas. «Vamos, ¡es que es ridículo después de tantos años! siguió Angélica, animada por el éxito de su discurso, «es como si ahora nos pusiéramos a discutir de cuándo Lucía decidió que se había muerto el clavicordista de palacio…»

Para qué. Todas miraron a Angélica horrorizadas, que deseó que la tierra la engullera para siempre por el cataclismo que acababa de desencadenar con su palabras, y en seguida, Lucía empezó la más fiera argumentación de su vida… Porque los niños en España cuando estudian a Rubén Darío, no sólo leen sobre la gesta de Caupolicán y el tronco, también analizan el poema de la princesa triste, qué tendrá la princesa, con suspiros que escapan de su boca de fresa…

Veinte años menos unos cuantos días. Primavera también. Sopor llevadero y soportado únicamente por la perspectiva de un cercano recreo bajo el sol. Una alumna lee su comentario de texto seguida pacientemente por doña Carmen haciendo girar su bolígrafo entre las manos… hasta que de pronto, se escuchan sus palabras: «la princesa está triste porque se ha muerto el clavicordista de palacio…» Bolígrafo que se detiene, miradas sorprendidas, mientras Lucía ahonda en su afirmación: está mudo el teclado de su clave sonoro… ¿veis? por eso está triste la princesa, porque se ha muerto el clavicordista de palacio y ya nadie toca el clavicordio para ella…» Doña Carmen suspira, la calma adquirida de años de enseñanza puesta finalmente un poquito a prueba, mientras las amigas de Lucía y Alba se enfrascan en una nueva discusión furiosa, bajo la desesperación del resto de la clase, que nuevamente ven evaporarse su recreo bajo el sol por la insistencia de esas petardas en matar a todo aquel salido de un poema de Rubén Darío.

Y la discusión seguía, veinte años después. Pero el problema aquí no era tanto por si la príncesa estaba realmente triste porque nadie le tocaba el clavicordio («¿soy yo la única que ve la obsesión sexual clara que subyace en esa interpretación absurda??!!» había gritado una vez Angélica en plena pelea), sino porque en el grupo nunca llegaba a haber acuerdo sobre quién había protagonizado la anécdota: la mitad estaban convencidas de que había sido Lucía, mientras que ésta, furiosa, sostenía que ese comentario de texto era también de Alba, que no contenta con matar a Caupolicán, también se había propuesto matar al clavicordista de la princesa.

La discusión se alargó durante una hora, en voz en grito. Ataques, reproches, acusaciones, heridas mal cerradas y rencores añejos fueron sucesivamente lanzados como armas arrojadizas entre las antiguas amigas, hasta que finalmente el dueño del bar, las amenazó con expulsarlas si seguían armando escándalo. Y entonces todas se callaron. Y esperaron en tenso silencio la llegada de Alba. Todas asumían que la amistad del grupo pendía de un hilo, y se preparaban para intentar por todos los medios evitar el tema prohibido en las siguientes horas. El temor era generalizado, todas sabían que cualquier conversación banal acabaría más pronto o más temprano en Caupolicán, en la princesa triste o en su clavicordista.

Y en estas llegó Alba, «¿lleváis mucho rato esperando?»… la chica no pareció reparar en las caras ceñudas de sus amigas y siguió hablando: «¿A que no sabéis quién se ha muerto?… Doña Carmen, la profe de Literatura del instituto, ¿os acordáis de ella?…estaba ya muy mayor, pobrecita… joder, cómo la volvimos loca con lo de Caupolicán y el clavicordista, ¿os acordáis?… qué fuerte… bueno, ¿pido otra ronda?…»

Aquella noche se alargó más de lo habitual. Las amigas bebieron, rieron, lloraron, se emborracharon, cantaron un poco, y sobre todo, recordaron. Recordaron tiempos pasados, amores y momentos que habían parecido sepultados por el tiempo, decepciones, ambiciones, sueños conseguidos y sueños frustrados. Y al final se abrazaron llorando. Porque si veinte años después seguían preocupándose de si Caupolicán moría tras cargar su tronco, es que ellas seguían vivas.

(Inspirado muy libremente en una anécdota de juventud. Dedicado a las verdaderas Alba, Angélica y Lucía)

… y fueron felices y comieron perdices…

Iba yo tan rícamente hace unos días paseando por Chicago (sí, Chicago), cuando de pronto se me apareció un espíritu con la cara  de Katherine Heigl. Lo juro, era igualita. Sí, la actriz que interpretaba a esa petarda que no tenía otra cosa que hacer en la vida que ser dama de honor de 27 amigas suyas, en la eterna espera de encontrar marido. El espíritu con cara de Katherine Heigl me miró sonriendo y me dijo: «querida, paseas sola, es Chicago, hace un sol divino de otoño, luces preciosa y juvenil, pero sencilla, nada escandalosa, qué gorrito de lana tan monísimo… está claro, hoy conoces al Hombre de tu Vida… sí, es hoy, hoy toca… será un hombre espectacular, con el físico de James Mardsen, Gerald Butler o Edward Burns… Hugh Grant está algo más pasado de moda… tendréis un encuentro casual, quizá accidentado que te haga enfadarte con él al principio, pero la química será tan fuerte que no podrás resistirte… eso sí, tardarás en aceptar que es el Hombre de tu Vida, y desde luego no lo besarás en seguida… no, no porque compartas habitación de hotel con tu prima, sino porque has sufrido muchas decepciones en el amor y tienes miedo de volver a enamorarte y sufrir… es posible que él también tenga miedo de volver a enamorarse y sufrir… que no, que aunque eches a tu prima del cuarto, que no lo vas a besar en seguida… y luego te lo encontrarás de nuevo en Chile, y ahí seguirás con el miedo a enamorarte y sufrir, por lo que seguirás sin atreverte a dar el paso, pero finalmente, tras una conversación reveladora con tu Mejor Amigo Gay, te darás cuenta de que debes apostar para ser feliz y correrás tras él… vuestro primer beso será en público y todo el mundo alrededor aplaudirá. Os casaréis, seréis felices, tendréis muchos hijos y comeréis muchas perdices» Y así, el espíritu con cara de Katherine Heigl desapareció. Y yo lo supe. Con total seguridad. Mi día perfecto en Chicago tendría una falla porque desde luego no iba a conocer al Hombre de mi Vida, no me iba a casar con él ni iba a tener muchos hijos, así que nunca sería un día totalmente perfecto. Tenía que asumirlo: soy una víctima más de las comedias románticas de Hollywood.

Es alucinante que lo sea porque no soporto las comedias románticas de Hollywood y me niego en redondo a ir a ver una voluntariamente. Pero aún así, se te cuelan en tu vida: sufres insomnio en un avión y te está poniendo una, o te equivocas y te metes en la sala equivocada del cine, o vas con un grupo grande a ver otra película, no hay entradas, y de una manera absurda la mayoría decide ir a una comedia romántica (la democracia está sobrevalorada en las relaciones de amistad), o estás enfermo en casa viendo la tele, se le acaba la pila al mando a distancia y no puedes cambiar de canal, o estás prisionera en Guantánamo, etc, etc. En fin, que hay múltiples maneras de que una acabe viendo una comedia romántica de Hollywood en contra de su voluntad. Y yo las odio, porque de forma inconsciente, influyen en mi vida…

Antes de seguir, que quede claro, por «comedia romántica de Hollywood», me refiero a esas historias protagonizadas por una treinteañera urbana, con gran éxito profesional y buen nivel socioeconómico, pero que por supuesto es profundamente desgraciada porque está soltera y sin hijos, cuando todo el mundo sabe que la única fuente de felicidad final de una mujer son el marido y los hijos. La película cuenta como conoce al Hombre de su Vida, cómo no se quiere dar cuenta porque ha sufrido muchas decepciones y tiene miedo de volver a enamorarse y sufrir, pero cómo finalmente decide abrir su corazón. Y se casan, son felices, y comen muchas perdices.

A mí las comedias románticas de Hollywood me ponen nerviosa porque añaden un punto de amargura o de simple cabreo a mi vida. Lo de Chicago no es más que un ejemplo, hay otras ocasiones… por ejemplo, las comedias románticas hacen que mis días asquerosos sean aún más asquerosos. Todos tenemos días malos, días asquerosos, días en los que uno debió quedarse en la cama. Yo últimamente los llamo «Días Dracarys», en homenaje a Danaerys de «Juego de Tronos», que cada vez que se cabrea grita «dracarys», y cualquiera de sus tres dragones, o los tres a la vez, chamuscan al subnormal con pintas que la ha cabreado. Yo en esos días asquerosos me encantaría gritar «dracarys», y chamuscar a un subnormal con pintas, cualquiera de los muchos que una se cruza en un día asqueroso. Y el no tener ni tres, ni dos, ni un dragón al que gritar «dracarys» es factor de mosqueo añadido…

Pero esos días asquerosos suelen ser los escenarios favoritos de las heroínas de las comedias románticas para conocer a sus respectivos Príncipes Azules. Ellas suelen toparse con el Hombre Ideal en medio de un día horrible, pero como están inmersas en su amargura, no se dan cuenta, de hecho son las únicas que no se dan cuenta,  porque todos los espectadores en el cine, las moscas que revolotean por la sala del cine, las cucarachas que escarban en la basura del cine, todos tienen clarísimo que el subnormal que normalmente una querría chamuscar si tuviera dragones, es el Hombre Ideal de la heroína. Sólo ella no se da cuenta, básicamente porque es idiota, más todavía que el subnormal, porque aunque sea una mujer con carrera profesional, no tiene marido ni hijos, así que algo de discapacitada debe de tener… cómo supera su incapacidad fundamental y se acaba dando cuenta, es el resto de la película.

Pues bien, yo por culpa de las comedias románticas de Hollywood me cabreo aún más en un día asqueroso. Yo llego a casa en plan, bien, hoy me peleé con mi jefe, me peleé con la mitad de mi equipo, me peleé con mi padre, se fue la luz antes de que pudiera guardar el informe infecto con el que llevo 3 días peleándome, el internet ha ido de pena y por eso no entró ningún correo a tiempo y mañana me esperarán todos, una niñata esquelética en una tienda miró con superioridad mis muslos antes de anunciarme que no tenía pantalones de mi talla, al meter el coche en el garaje lo rallé contra esa maldita columna que se cambia de sitio todos los días, en mi nevera sólo hay un cartón de leche caducado, ninguna amiga coge el teléfono, me hice una rozadura en el pie y no encontré una maldita tirita (curita) en todo el planeta así que estoy cojeando, no tengo ningún dragón al que gritarle «dracarys», y encima NO HE CONOCIDO A MI PRÍNCIPE AZUL…

Luego está el hecho de que las comedias románticas de Hollywood me hacen pensar que no tengo los amigos adecuados, particularmente los amigos gays adecuados. Yo tengo amigos maravillosos, y los amo. Muchos de ellos son gays, por cierto. Todos mis amigos me apoyan y están ahí cuando los necesito, pero las comedias románticas a veces me hacen sentir que no hacen lo que tendrían que hacer. Las protagonistas de las comedias románticas siempre tienen un Mejor Amigo Gay (a veces su vecino, a veces su compañero de piso) que no parece tener nunca mejor cosa que hacer que esperarla en casa con uno tarro de helado de chocolate para consolarla. El Mejor Amigo Gay es monísimo y elegante, da consejos amorosos que normalmente incluirán una frase de una canción de Barbra Streisand o de Madonna, no tiene vida propia, por lo que si hay que coger un avión para ir a otra ciudad a escuchar los gritos histéricos de la protagonista, lo hará, y, lo dicho, siempre tienen un tarro de helado de chocolate en la mano,es como los uruguayos con el mate, se podría decir que salieron del útero materno con el tarro de helado de chocolate en la mano. A veces hay variaciones, una bolsa de patatas fritas, una botella de vodka, (hubo un tiempo que era un paquete de cigarrillos pero eso ya está prohibido). Pero el Mejor Amigo Gay nunca tiene otra cosa en la mano, no sé, un libro o una azada para cavar…

Hay una variación al Mejor Amigo Gay: la Mejor Amiga Chistosa. La Mejor Amiga Chistosa suele ser más patética aún, está clarísimo que no tiene vida propia por lo que realmente la única razón de su existencia es escuchar los llantos de su amiga protagonista (normalmente en un café super mono o en unos grandes almacenes probando perfumes), suele estar gorda (a diferencia de a la protagonista y al Mejor Amigo Gay, a ella sí que le engorda el helado de chocolate, las patatas fritas y el vodka), y sus consejos irán de la amargura profunda, a la filosofía de Corín Tellado. Pero desde luego su intervención será decisiva para que la protagonista se de cuenta de que debe de dar el paso y abrir su corazón a pesar de haber sufrido muchas decepciones y tener miedo de volver a enamorarse y sufrir.

Pero si hay algo que me irrite más que el hecho de que mis amigos maravillosos sean infectados por la duda insultante de si esos clichés patéticos serían mejores compañeros de vida, es que las comedias románticas también han infectado mis viajes en solitario. Yo llevo mucho tiempo viajando sola. Empecé a los 17, desde París me fui a Holanda, a visitar a unos amigos de mi familia, y desde entonces no he parado, me gusta viajar sola, también me gusta viajar en compañía, pero viajar sola siempre me ha divertido. Hasta que un día que estoy subiendo fotos a Facebook de una última escapada en solitario, un amigo me comenta «desde Comer, Rezar, Amar, está el mundo lleno de tías viajando solas..»… y desde entonces mis maravillosos viajes solitarios han quedado tintados de la sospecha de que si no como cual gorda feliz (pero sin engordar), si no rezo cual monja budista feliz, y, lo más importante, si Javier Bardem con camisa de lino dejando adivinar pectorales no aparece y me consquista, de forma que yo abandone mis temores por haber sufrido muchas decepciones de volver a enamorarme y sufrir, mi viaje habrá sido un fracaso.

En definitiva, lo más irritante de las comedias románticas de Hollywood, es que Hollywood inventó estas comedias en los años 30, pero lo hizo con una Rosalind Russell quedándose con un egoísta y encantador Cary Grant, pero porque este le divertía más y le ofrecía un futuro profesional aparte de amor; con una Katherine Hepburn obligando a Cary Grant (todas tenía que ligarlas el pobre) a pasearse con un tigre a cuestas durante toda una noche antes de que él aceptara que ambos estaban hechos el uno para el otro; con una Barbra Stanwyck subiéndose a un par de libros para alcanzar a Gary Cooper y poder plantarle un beso sin pedirle permiso y sin preocuparse de las consecuencias (porque si tienes a Gary Cooper delante, lo besas sin ponerte a pensar en que vas a volver a enamorarte y sufrir, lo besas y punto, leñe); y con una Lauren Bacall volviendo loco a Humphrey Bogart con un «si me necesitas, silba…» Y 80 años más tarde, Hollywood nos planta a Sandra Bullock arrodillada pidiendo matrimonio a un pazguato, a Drew Barrymore convocando a toda una cancha de fútbol como única forma de conseguir que la bese alguien, a las inteligentes y divertidas protagonistas de «Sex and the City» convertidas en unos mamarrachos infantiles inseguros con la menopausia, a Cameron Díaz renunciando a ser arquitecta para casarse, a Julia Roberts haciendo el idiota para agenciarse tipos que desde luego NO son Cary Grant ni Gary Cooper… ¡y además incluso nos dicen que todo eso representa el feminismo del siglo XXI…!

Chicas, ¿qué coño nos ha pasado…?

 

Espia de la NSA: estás ahí?

Querido espía de la NSA: tú me conoces, muy bien asumo, aunque esto de que hable tan deprisa y de que mezcle vocablos españoles, rioplatenses y chilenos supongo que no te lo debe poner muy fácil. Pero me conoces, vamos, y creo que es hora de que yo te conozca a ti también…

Vale,desde que se que tengo un espía de la NSA analizando mis llamadas y mi facebook, vivo sin vivir en mí. Un portavoz de la NSA declaró algo así como que no es una violación de la intimidad sino sabes que te están violando la intimidad. Yo estoy super de acuerdo: he vivido tranquila hasta que me he enterado que tengo un espía de la NSA acechándome, y desde entonces, lo tengo claro: debo conocerlo o no encontraré la paz.Vale, vale, reconozco que al principio esto de saber que nos espían me hizo cero gracia, pero cuanto más lo pienso, más ventajas le veo al hecho de tener un Gran Hermano vigilando mis pasos…

Empecemos por lo más básico: un tipo que se sabe tus claves de todas tus cuentas. Pensadlo, normalmente una lo hace mal y pone la misma clave en el banco, en todos los perfiles de todas las redes sociales en los que una pierde el tiempo, en el Deezer, el Netflix, el cable, Amazon, en todo… pero luego periódicamente sale un aviso que te dice que esa clave tipo «1234ynometoquesmáslasnarices» es más fácil de descubrir que la edad verdadera de Marujita Díaz, así que te obligas a hacerlo bien, te pones una clave más pensada con la que obtienes el aprobado, pero que olvidas a los 10 minutos… ¿qué cosa mejor que tener alguien que te las recuerde sin ningún tipo de problema?! Yo es que me lo imagino, oye, espía querido, que se me olvidó la clave del Messenger, y el tipo, ya te vale, es la quinta vez en este mes… y ya que estamos, se te está acabando la batería del iPhone, y supongo no te acordaste de llevarte el cargador, mira que te lo tengo dicho, que con el nuevo IOS la batería no nos dura nada…

Pero eso no sería más que el inicio, conforme nuestra relación avanzara, el tipo se preocuparía por mí, muy en su papel Gran Hermano, me lo imagino perfectamente, tercer día mirando el teléfono atacada porque el chico de la cita del sábado con el que pasaste tan bien, inexplicablemente, sigue sin llamar, y aquí tu espía interviene y te manda un mensajito cariñoso, tía, no te rayes, no te va a llamar, hazme caso, ni siquiera se tomó el trabajo de meter tu número en contactos predeterminados… y mira, si lo piensas, en realidad nunca te llamó, a lo máximo un sms, qué va, ni eso, un whatsapp, se esperaba a tener wifi para escribirte para no gastarse el dinero del sms, un tacaño, y un desconsiderado… pasa de él. Reconocedlo, chicas, un espía de la NSA que controle nuestros teléfonos, es el sueño de cualquier treinteañera soltera urbana de hoy que se precie.

Pero es que además tengo super claro que al cabo de un tiempo yo tendría a mi espía en el bote, y conmigo se animaría a hacer travesuras… lo estoy viendo, yo enganchada en una llamada a un servicio de atención al cliente, empezando a sufrir temblores convulsos tras escuchar las notas del «Para Elisa» durante 40 minutos, y entonces un susurro, pst, soy yo… no puedo más de esperar, de verdad necesitas que te arreglen el cable de la tele, no lo puedes arreglar tú sola? si quieres te ayudo… bueno, bueno, ya sé que la última vez lo fastidié aún más, seguimos esperando con la musiquita… pst, oye, qué aburrimiento de esperar, acabo de llamar a un colega y me he enterado, esta operadora no se llama Maria Rosa, se llama Enriqueta, y tiene un mosqueo de narices porque le ha estado curioseando el teléfono al novio y ha descubierto que se intercambia mensajitos guarros con una compañera del trabajo, quizá por eso está siendo tan borde y no termina de arreglarte la avería…

Y luego pensad en las conversaciones de café tan buenas que podríamos tener todos en el trabajo… caray, qué nochecita que me ha dado el espía, ¿soy la única a la que le ha tocado uno que habla en sueños? No te quejes, el mío está con insomnio porque a la hija le han vuelto a catear las matemáticas, yo me ofrecí a darle clases particulares, pero siempre me catearon en mates…

Al fin y al cabo, ¿quién necesita intimidad cuando puedes tener tanta calidad espiritual de vida a cambio? Espía de la NSA que me escuchas y lees… manifiestate, porfa… lo pasaríamos tan tan bien…

Madres (y padres) de hoy

«Mi hijo me ha apuntado a una nueva actividad en el campo, esta vez hay que cocinar platos típicos sobre una hoguera… yo he pensado que los voy a cocinar en casa, los llevo en el coche escondidos, y cuando me toque, los saco así como si nada… ¿cómo lo veis?» GA nos mira buscando aprobación, pero en mi ojos encuentra sobre todo una inmensa misericordia. Y es que mi amiga GA lleva lo de la maternidad a otro nivel.

A ver, que no se me ofenda nadie, mi vida ha transcurrida rodeada de padres maravillosos y sacrificados, empezando por los míos: mi padre, que se chupó decenas de conciertos del coro infantil de su hija, y mi madre, toda conceptual ella, pero que durante años, se quedó todos los días previos a la Navidad en vela hasta las tantas cosiendo los traje de pastorcilla de sus dos hijas. Pero es que a mí me da la impresión de que el mundo actual posmoderno le exige demasiado a los padres de hoy día. Vamos, que yo no termino de entender que mi hermano, por el bien de la comunicación con sus hijos, tenga que concerse al dedillo las reglas del juego endemoniado de ordenador que los tiene absortos, ese Club Penguin de las narices. Hablo con amigos de mi generación con hijos, y me suele pasar que acabo acordándome de una peli argentina fantástica, «Derecho de familia», en la que Daniel Hendler se preguntaba por qué tenía que meterse en una piscina y bailar cogido de la mano con los padres de los compañeros de parvulario de su hijo, que por qué el colegio no se conformaba con la clásica función de Navidad. No sé, igual la próxima generación va a ser más rica emocionalmente, pero espero que por lo menos sean conscientes del duro recorrido realizado por sus padres.

Tomemos a GA, con su permiso, de ejemplo. Al poco de conocernos me llama comentando que está preparando una especie de feria de las naciones con el resto de las madres españolas del colegio internacional de Santiago al que va su hijo. Mis compatriotas se lo curraron bien, todo hay que decirlo, además de la consabida paella e hicieron una especie de mosaico gigante sobre una imagen de Gaudí, e imanes de nevera en forma de toro, además de paella y tortillas de patatas. Lástima que su esfuerzo se viera opacado por la competencia absolutamente desleal del grupo de madres asiáticas, que aparecieron vestidas con unos vestidos típicos, sí, pero ajustadísimos y con escote, y ante una audiencia de niños de media de 10 años, ejecutaron una danza provocativa con acordes orientales. Los nenes no parecieron tener ningún tipo de complejo al ver a unas madres bailar como golfas, de hecho las jalearon con gusto, ante mis pobres madres españolas con su mosaico, sus toros, su paella y sus tortillas de patata. GA no me ha dicho nada, pero a mí no me cuesta nada imaginarme lo que pasó por la mente de todas, en plan castizo: «para la próxima montamos una expo de portadas de la Interviú, y se van a enterar estas p**** chinas…» (nota para no españoles: Interviú es una revista que siempre tiene mujeres en topless de portada)

Pero los trabajos de Hércules de GA en pro de la maternidad no terminan ahí: al poco su hijo se apuntó a los Scouts. Lejanos quedan los tiempos en que los nenes se iban de acampada y los padres se quedaban en casa relajaditos. Ahora lo que se lleva es acompañar a tu hijo. GA se consiguió una tienda de campaña (nota para no españoles: «carpa»), que montó en el salón de su casa a modo de ensayo, y de acampada que se va con su hijo. Llegó al campo de noche, y en ningún momento había calculado que el suelo del salón de su casa difería bastante del terreno natural al que se tuvo que enfrentar, así que allí que estuvo durante horas, cavando en la más absoluta soledad, bajo la luz  del iPhone, descubriendo que la tierra de Chile es una de las tierras más duras del mundo, como las llagas de sus manos al otro día pudieron atestiguar. Y es lo que digo, lo de los padres y madres de esta generación no es paternidad ni maternidad, es apostolado…

En fin, que ya antes me parecían absolutamente heroicos los padres que llevaban a sus hijos al cine a ver películas de Parchís (mi pobre prima Carmen, que se aguantó «Chispitas y sus gorilas»)… pero creo que mi generación se está tomando muy a pecho el temor de que los niños se pillen un trauma por no tener padres participativos y amigos… la verdad es que a mi madre no le salieron mal comparativamente aquellas horas cosiendo trajecitos de pastorcillas…

 

El día que Rosa tuvo razón

Vale, me considero una chica austera. Y los lujos y placeres que me permito, que tampoco creo que sean tantos, me los he permitido cuando he podido pagarlos y no antes. Es decir, que nunca me endeudé por tener un par de zapatos, a lo Carrie Bradshaw, o por tener un cuadro caro en el cuarto de baño, a lo politico municipal español. Sin embargo, hay una cosa que luché por tener, incluso cuando compartía piso, no tenía trabajo, y pagar la factura de la luz y el agua era algo triste: una nana (adopto el chilenismo por «empleada del hogar» porque sencillamente me encanta). Porque sí, en mi hogar materno siempre hubo nanas, y ya independizada, en cuanto pude, convencí a mis compas en aquel piso del Paseo de la Florida, y contratamos a una nana, entonces sólo por un par de horas a la semana, luego ya fui subiendo. Este empecinamiento por tener a alguien que me planchara la ropa y limpiara el baño sigue despertando sorpresa entre algunos miembros de mi familia, that shall remain unnamed, y que siempre me dicen que uno debiera poder de arreglar su propio desorden. Desde aquí les digo: no se trata de no poder. Se trata de no querer.

Mi primera nana, Natalia, era ucraniana, y de joven debió ser muy guapa, pero estaba ya baqueteada por la vida, tras huir de un marido abusador, y emigrar a España para sacar dinero con que mantener a sus hijos. Era lista, resolutiva, de ese tipo de personas que sabes que van a salir adelante por puro empeño. Era tan buena en su trabajo, que tenía mucho empleadores, y a veces, cuando tenía más de un compromiso, mandaba sustitutas, y así fue como conocí sucesivamente a Alejandra, Tatiana y Olga. Nunca le di una instrucción a Natalia. Bueno, miento, lo intenté alguna vez, creo que le dije algo así como, Natalia, hoy yo creo que habría que limpiar los cristales, y en respuesta ella me lanzó una mirada azul límpida con calma eslava, no, hoy toca limpiar el frigorífico, provocando que yo tuviera pesadillas con asesinas rubias durante varios días y que obviamente nunca más intentara darle una orden. Consiguió la residencia definitiva en España y se acabó llevando consigo a sus hijos, tras amenazar a su exmarido con un cuchillo en la puerta del juzgado por si se atrevía a negarse. Se despidió de mí suspirando preocupada porque me iba de España sin un hombre al lado. Intenté hacerle ver que su marido abusador no era precisamente buen ejemplo, pero ella me despachó resolutiva: «un hombre siempre es necesario, aunque sea para echarlo después…»

Mi segunda nana fue ya en Uruguay, Elena. Elena era un genio. De verdad, nunca conocí mujer más inteligente, tenía respuestas para todo. Tuvo clarísimo que el Pepe Mujica sería el próximo presidente uruguayo cuando nadie daba un duro por él en plenas primarias, y luego fue la primera en predestinar que su popularidad iba a caer en picado. Cuando se cansó de ver a arquitectos e ingenieros contratados por la comunidad de propietarios esforzándose en encontrar la razón por el olor pestilente que asolaba nuestro edificio, nos informó a todos de que la razón eran las trampillas extractoras de humo de las parrillas, que se abrían con el viento, dejando entrar a las palomas para hacer sus nidos. Si se me estropeaba un electrodoméstico, lo chequeaba antes de que viniera el técnico para asegurarse de que no me engañaba cargando cosas de más en la cuenta, y llegó a saber cocinar con mi Thermomix mejor que yo. Yo soy una buena diplo celosa de la legislación laboral local, así que siempre me preocupé de que estuviera convenientemente dada de alta en el seguro y de pagar los impuestos que me correspondían. Al principio contraté una abogada para que estuviera todo perfecto, pero la verdad es que nunca hizo falta. Al final de cada mes, sin ayuda de abogada alguna, Elena llegaba con una pulcra hoja de cuaderno escolar con preciosa letra de escuela pública uruguaya, sin una falta de ortografía, y en la que estaba perfectamente clarificado su sueldo, con detalle y porcentajes. Cada 6 meses incluía los aguinaldos y las vacaciones, yo una vez llevé el cálculo al contable de la Embajada y él por respuesta me pidió permiso para contratar a Elena para cuando se le rompiera la calculadora. Cuando el sindicato de nanas uruguayas llegó a un nuevo acuerdo con el gobierno, me lo trajo rubicado para justificar los incrementos que iba a incluir en su primorosa hojita escolar. Así que yo me limitaba a firmar y pagar lo que ella me decía sin preocuparme.

Y así, malcriada por nanas mandonas y resolutivas, llegué a Chile y me encontré con Rosa. Mis lectores ya conocen a Rosa. Tras casi un año juntas, nos hemos ido acompasando, y si bien es cierto que es la más pasiva y dócil de mis nanas, discutimos mucho, me estreso si no hay miel en casa, y me enfurezco por su afición a las biblias editadas en mi país, que compra con fruición por internet. Dirán mis lectores que qué me importa a mí sus aficiones, desde aquí les informo: Rosa las compra asumiendo que luego yo se las traeré en la maleta, y así me vine la última vez, cargando casi 5 kilos de estudios levíticos… Pero a pesar de la miel, de las biblias, de sus experimentos para lograr que crezcan tomates en mi balcón, y de que sigue sin saber cómo organizar mi armario, lo cierto es que la quiero mucho, como quise a Natalia y a Elena.

Como sigo celosa de la legislación laboral local, desde el principio he querido pagar todo lo que le corresponde, y mensualmente entro en la completa página web del sistema social chileno, Previred, para hacer la transferencia correspondiente. Pero el caso es que cada mes pagaba una cifra distinta, y me llegaban avisos diciendo que no estaba pagando ni cobrando correctamente las cargas familiares (una ayuda que paga el empleador pero que luego devuelve el Estado). Yo siempre había entendido que las cargas familiares iban comprendidas en el sueldo y que luego yo sumaba algo más por Previred, así que conforme llegaban más avisos, acababa peleándome con Rosa, acusándola de no estar dada de alta correctamente. Rosa no entraba al quite, pero siempre terminaba mirándome con calma mapuche y dictaminaba, yo lo estoy haciendo bien, es usted la que se equivoca, y seguía regando las plantas.

Finalmente, (santa) Alicia, la funcionaria que Zeus (español) envió a nuestra embajada para asesorarnos a los expatriados sobre los matices de la ley chilena, decidió ir de paseo a la oficina local con Rosa y Darling para ver qué pasaba con las cotizaciones sociales. Y desde allí me llamó para echarme la bronca: porque resulta que llevo un año haciendo todo mal. Yo tenía que haber pagado un plus al sueldo todos los meses y luego declararlo en Previred. Por eso Rosa era acreedora mía de las cargas familiares de 10 meses, y el Estado chileno estaba esperando que yo declarara haberlas pagado para reembolsarlas, por lo que Previred tenía un saldo favorable para mí. Mientras (santa) Alicia me echaba la bronca, yo prácticamente podia oir a Rosa cuchichear con Darling, yo se lo he dicho muchas veces, pero estos españoles no escuchan…

Al día siguiente, con dos botes de miel delicatessen y un cheque con las cargas atrasadas, más un aguinaldo en concepto de Subnormalidad Hispana en Semana de la Chilenidad, me disculpé con Rosa. Ella fue magnánima en su victoria, y me dijo que siempre había sabido que yo acabaría dándome cuenta del error, que entonces cobraría toda las cargas juntas, y que llevaba tiempo ilusionada con la cantidad de plata que iba a recibir de una vez… y luego se puso a parlotear contenta como una loca, porque se lo había pasado genial en su paseo con Alicia y Darling, de esta última se había hecho amiguita, estaba muy feliz de tener una amiga en el barrio, y empezó a contarme cotilleos de Juancho… a saber los chismes míos que Darling le estará contando a David… y yo mientras tanto haciéndome las tostadas (porque Rosa no puede trabajar y hablar al mismo tiempo) y suspirando. No por el dinero que le acababa de cascar, que el Estado chileno me va a reembolsar en algún momento, en definitiva (no así el aguinaldo de Subnormalidad Hispana en Semana de la Chilenidad, ese lo sufrago yo solita). Sino porque la puñetera tenía razón y yo me había equivocado.

Y ahora a ver quién la aguanta.

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