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La reina de las princesas

Se nos fue la Princesa Leia…

Crecí en un mundo en el que todas las niñas queríamos ser princesas. No creo que fuera casual el hecho de que quisiéramos ser princesas, y no reinas. Estoy segura de que era algo predeterminado de nuestro mundo patriarcal machista, haciendo que nuestra ambición quedara reducida a ser una segunda en la línea de poder.

La uniformidad en nuestro sueño de ser princesas era aterradora: todas queríamos llevar vestidos de colores pasteles (curiosamente, las reinas solían vestir de colores fuertes), con cancanes y volantes, lazos ridículos y tacones incómodos. Las princesas eran siempre delicadas, de voz dulce y modales exquisitos. Había por ahí un cuento particularmente espantoso, en el que se identificaba a una porque su piel era tan delicada que notaba un guisante bajo una pila de colchones. Y, ya para rematar, las princesas además rara vez lo eran por derecho propio. Normalmente lo eran por matrimonio. Así que nuestras heroínas eran dobles segundonas, por debajo de un rey, de una reina, y de su propio marido. Y por supuesto, aunque eran protagonistas de los cuentos, siempre lo eran de una historia en el que eran rescatadas por un héroe, toda su felicidad final recaía en la acción de un hombre.

Así crecimos. Queriendo ser esos seres etéreos e inútiles. Hasta que llegó ELLA. Ella era una princesa clásica total: hermosa, delicada, con vestidos blancos vaporosos y un peinado extraño. Y el cuento además empezaba como cualquier cuento de princesa que se precie: la raptaban, pedía auxilio y la rescataban. Pero en seguida se notaba que ella era distinta. Para empezar: desde el primer minuto desafiaba al Malo Malísimo de Darth Vader (¿se podía ser mas malo que Darth Vader??), y la habían raptado porque era parte protagonista en un plan para acabar con el Jefe del Malo Malísimo. Por supuesto que era distinta: en un plisplas, se ponía a regañar a sus salvadores («estos rescates hay que planearlos mejor»), cogía un arma y se ponía en primera línea a disparar.  A partir de ahí, no dejó de superarse a sí misma: siempre en la vanguardia, parte activa de todos los planes, sin perder el sentido del humor, el carácter y, lo más importante, sin dejar de ser princesa en ningún momento. Y cuando se enamoró, no se enamoró de un Príncipe Encantador, sino de un golfo adorable, al que convertía (esa parte del cuento sí que era un poquito clásica, pero se la perdonamos). Y encima, ¡era preciosa! Ese bikini sensual con el que estrangulaba a Jabba the Hutt, seguro que las lesbianas adultas de hoy, se iniciaron con ella.

Gracias a ella, las niñas que crecimos en un mundo en el que había que ser princesas, tuvimos un modelo distinto de princesa. Una princesa independiente, fuerte, valiente, decidida. Nos mostró un camino distinto, nos enseñó que nuestros sueños podían ser mejores. Todo en plena época de Reagan, cuando nadie podía ni imaginarse que una mujer pudiera presentarse a Presidenta de los EEUU. Luego llegarían princesas más modernas, hasta las de Disney se adaptaron, y ahora lo que pega es dar mensajes modernos a las niñas. Pero no sé si sirve de mucho porque las tiendas de juguetes siguen teniendo una sección aparte color de rosa, y el modelo de las chicas de hoy es Miley Cyrus, que para quitarse la etiqueta de adolescente pazguata se quitó toda la ropa. Qué gran mensaje. No es de extrañar que haya adolescentes criadas en Occidente que se dejen convencer de que irse a Siria a ser esclavas sexuales de un barbudo con turbante, es lo máximo.

Por eso, Princesa Leia, hoy te estoy llorando a lágrima viva. Te lloro como se llora a un familiar cercano. Porque tú fuiste la Reina de las Princesas, y hoy, nos dejas un vacío que ninguna princesa de Disney podrá llenar.

Hasta siempre, Alteza. Descansa en paz. Y que la Fuerza te acompañe.

Princesa Leia

… y fueron felices y comieron perdices…

Iba yo tan rícamente hace unos días paseando por Chicago (sí, Chicago), cuando de pronto se me apareció un espíritu con la cara  de Katherine Heigl. Lo juro, era igualita. Sí, la actriz que interpretaba a esa petarda que no tenía otra cosa que hacer en la vida que ser dama de honor de 27 amigas suyas, en la eterna espera de encontrar marido. El espíritu con cara de Katherine Heigl me miró sonriendo y me dijo: «querida, paseas sola, es Chicago, hace un sol divino de otoño, luces preciosa y juvenil, pero sencilla, nada escandalosa, qué gorrito de lana tan monísimo… está claro, hoy conoces al Hombre de tu Vida… sí, es hoy, hoy toca… será un hombre espectacular, con el físico de James Mardsen, Gerald Butler o Edward Burns… Hugh Grant está algo más pasado de moda… tendréis un encuentro casual, quizá accidentado que te haga enfadarte con él al principio, pero la química será tan fuerte que no podrás resistirte… eso sí, tardarás en aceptar que es el Hombre de tu Vida, y desde luego no lo besarás en seguida… no, no porque compartas habitación de hotel con tu prima, sino porque has sufrido muchas decepciones en el amor y tienes miedo de volver a enamorarte y sufrir… es posible que él también tenga miedo de volver a enamorarse y sufrir… que no, que aunque eches a tu prima del cuarto, que no lo vas a besar en seguida… y luego te lo encontrarás de nuevo en Chile, y ahí seguirás con el miedo a enamorarte y sufrir, por lo que seguirás sin atreverte a dar el paso, pero finalmente, tras una conversación reveladora con tu Mejor Amigo Gay, te darás cuenta de que debes apostar para ser feliz y correrás tras él… vuestro primer beso será en público y todo el mundo alrededor aplaudirá. Os casaréis, seréis felices, tendréis muchos hijos y comeréis muchas perdices» Y así, el espíritu con cara de Katherine Heigl desapareció. Y yo lo supe. Con total seguridad. Mi día perfecto en Chicago tendría una falla porque desde luego no iba a conocer al Hombre de mi Vida, no me iba a casar con él ni iba a tener muchos hijos, así que nunca sería un día totalmente perfecto. Tenía que asumirlo: soy una víctima más de las comedias románticas de Hollywood.

Es alucinante que lo sea porque no soporto las comedias románticas de Hollywood y me niego en redondo a ir a ver una voluntariamente. Pero aún así, se te cuelan en tu vida: sufres insomnio en un avión y te está poniendo una, o te equivocas y te metes en la sala equivocada del cine, o vas con un grupo grande a ver otra película, no hay entradas, y de una manera absurda la mayoría decide ir a una comedia romántica (la democracia está sobrevalorada en las relaciones de amistad), o estás enfermo en casa viendo la tele, se le acaba la pila al mando a distancia y no puedes cambiar de canal, o estás prisionera en Guantánamo, etc, etc. En fin, que hay múltiples maneras de que una acabe viendo una comedia romántica de Hollywood en contra de su voluntad. Y yo las odio, porque de forma inconsciente, influyen en mi vida…

Antes de seguir, que quede claro, por «comedia romántica de Hollywood», me refiero a esas historias protagonizadas por una treinteañera urbana, con gran éxito profesional y buen nivel socioeconómico, pero que por supuesto es profundamente desgraciada porque está soltera y sin hijos, cuando todo el mundo sabe que la única fuente de felicidad final de una mujer son el marido y los hijos. La película cuenta como conoce al Hombre de su Vida, cómo no se quiere dar cuenta porque ha sufrido muchas decepciones y tiene miedo de volver a enamorarse y sufrir, pero cómo finalmente decide abrir su corazón. Y se casan, son felices, y comen muchas perdices.

A mí las comedias románticas de Hollywood me ponen nerviosa porque añaden un punto de amargura o de simple cabreo a mi vida. Lo de Chicago no es más que un ejemplo, hay otras ocasiones… por ejemplo, las comedias románticas hacen que mis días asquerosos sean aún más asquerosos. Todos tenemos días malos, días asquerosos, días en los que uno debió quedarse en la cama. Yo últimamente los llamo «Días Dracarys», en homenaje a Danaerys de «Juego de Tronos», que cada vez que se cabrea grita «dracarys», y cualquiera de sus tres dragones, o los tres a la vez, chamuscan al subnormal con pintas que la ha cabreado. Yo en esos días asquerosos me encantaría gritar «dracarys», y chamuscar a un subnormal con pintas, cualquiera de los muchos que una se cruza en un día asqueroso. Y el no tener ni tres, ni dos, ni un dragón al que gritar «dracarys» es factor de mosqueo añadido…

Pero esos días asquerosos suelen ser los escenarios favoritos de las heroínas de las comedias románticas para conocer a sus respectivos Príncipes Azules. Ellas suelen toparse con el Hombre Ideal en medio de un día horrible, pero como están inmersas en su amargura, no se dan cuenta, de hecho son las únicas que no se dan cuenta,  porque todos los espectadores en el cine, las moscas que revolotean por la sala del cine, las cucarachas que escarban en la basura del cine, todos tienen clarísimo que el subnormal que normalmente una querría chamuscar si tuviera dragones, es el Hombre Ideal de la heroína. Sólo ella no se da cuenta, básicamente porque es idiota, más todavía que el subnormal, porque aunque sea una mujer con carrera profesional, no tiene marido ni hijos, así que algo de discapacitada debe de tener… cómo supera su incapacidad fundamental y se acaba dando cuenta, es el resto de la película.

Pues bien, yo por culpa de las comedias románticas de Hollywood me cabreo aún más en un día asqueroso. Yo llego a casa en plan, bien, hoy me peleé con mi jefe, me peleé con la mitad de mi equipo, me peleé con mi padre, se fue la luz antes de que pudiera guardar el informe infecto con el que llevo 3 días peleándome, el internet ha ido de pena y por eso no entró ningún correo a tiempo y mañana me esperarán todos, una niñata esquelética en una tienda miró con superioridad mis muslos antes de anunciarme que no tenía pantalones de mi talla, al meter el coche en el garaje lo rallé contra esa maldita columna que se cambia de sitio todos los días, en mi nevera sólo hay un cartón de leche caducado, ninguna amiga coge el teléfono, me hice una rozadura en el pie y no encontré una maldita tirita (curita) en todo el planeta así que estoy cojeando, no tengo ningún dragón al que gritarle «dracarys», y encima NO HE CONOCIDO A MI PRÍNCIPE AZUL…

Luego está el hecho de que las comedias románticas de Hollywood me hacen pensar que no tengo los amigos adecuados, particularmente los amigos gays adecuados. Yo tengo amigos maravillosos, y los amo. Muchos de ellos son gays, por cierto. Todos mis amigos me apoyan y están ahí cuando los necesito, pero las comedias románticas a veces me hacen sentir que no hacen lo que tendrían que hacer. Las protagonistas de las comedias románticas siempre tienen un Mejor Amigo Gay (a veces su vecino, a veces su compañero de piso) que no parece tener nunca mejor cosa que hacer que esperarla en casa con uno tarro de helado de chocolate para consolarla. El Mejor Amigo Gay es monísimo y elegante, da consejos amorosos que normalmente incluirán una frase de una canción de Barbra Streisand o de Madonna, no tiene vida propia, por lo que si hay que coger un avión para ir a otra ciudad a escuchar los gritos histéricos de la protagonista, lo hará, y, lo dicho, siempre tienen un tarro de helado de chocolate en la mano,es como los uruguayos con el mate, se podría decir que salieron del útero materno con el tarro de helado de chocolate en la mano. A veces hay variaciones, una bolsa de patatas fritas, una botella de vodka, (hubo un tiempo que era un paquete de cigarrillos pero eso ya está prohibido). Pero el Mejor Amigo Gay nunca tiene otra cosa en la mano, no sé, un libro o una azada para cavar…

Hay una variación al Mejor Amigo Gay: la Mejor Amiga Chistosa. La Mejor Amiga Chistosa suele ser más patética aún, está clarísimo que no tiene vida propia por lo que realmente la única razón de su existencia es escuchar los llantos de su amiga protagonista (normalmente en un café super mono o en unos grandes almacenes probando perfumes), suele estar gorda (a diferencia de a la protagonista y al Mejor Amigo Gay, a ella sí que le engorda el helado de chocolate, las patatas fritas y el vodka), y sus consejos irán de la amargura profunda, a la filosofía de Corín Tellado. Pero desde luego su intervención será decisiva para que la protagonista se de cuenta de que debe de dar el paso y abrir su corazón a pesar de haber sufrido muchas decepciones y tener miedo de volver a enamorarse y sufrir.

Pero si hay algo que me irrite más que el hecho de que mis amigos maravillosos sean infectados por la duda insultante de si esos clichés patéticos serían mejores compañeros de vida, es que las comedias románticas también han infectado mis viajes en solitario. Yo llevo mucho tiempo viajando sola. Empecé a los 17, desde París me fui a Holanda, a visitar a unos amigos de mi familia, y desde entonces no he parado, me gusta viajar sola, también me gusta viajar en compañía, pero viajar sola siempre me ha divertido. Hasta que un día que estoy subiendo fotos a Facebook de una última escapada en solitario, un amigo me comenta «desde Comer, Rezar, Amar, está el mundo lleno de tías viajando solas..»… y desde entonces mis maravillosos viajes solitarios han quedado tintados de la sospecha de que si no como cual gorda feliz (pero sin engordar), si no rezo cual monja budista feliz, y, lo más importante, si Javier Bardem con camisa de lino dejando adivinar pectorales no aparece y me consquista, de forma que yo abandone mis temores por haber sufrido muchas decepciones de volver a enamorarme y sufrir, mi viaje habrá sido un fracaso.

En definitiva, lo más irritante de las comedias románticas de Hollywood, es que Hollywood inventó estas comedias en los años 30, pero lo hizo con una Rosalind Russell quedándose con un egoísta y encantador Cary Grant, pero porque este le divertía más y le ofrecía un futuro profesional aparte de amor; con una Katherine Hepburn obligando a Cary Grant (todas tenía que ligarlas el pobre) a pasearse con un tigre a cuestas durante toda una noche antes de que él aceptara que ambos estaban hechos el uno para el otro; con una Barbra Stanwyck subiéndose a un par de libros para alcanzar a Gary Cooper y poder plantarle un beso sin pedirle permiso y sin preocuparse de las consecuencias (porque si tienes a Gary Cooper delante, lo besas sin ponerte a pensar en que vas a volver a enamorarte y sufrir, lo besas y punto, leñe); y con una Lauren Bacall volviendo loco a Humphrey Bogart con un «si me necesitas, silba…» Y 80 años más tarde, Hollywood nos planta a Sandra Bullock arrodillada pidiendo matrimonio a un pazguato, a Drew Barrymore convocando a toda una cancha de fútbol como única forma de conseguir que la bese alguien, a las inteligentes y divertidas protagonistas de «Sex and the City» convertidas en unos mamarrachos infantiles inseguros con la menopausia, a Cameron Díaz renunciando a ser arquitecta para casarse, a Julia Roberts haciendo el idiota para agenciarse tipos que desde luego NO son Cary Grant ni Gary Cooper… ¡y además incluso nos dicen que todo eso representa el feminismo del siglo XXI…!

Chicas, ¿qué coño nos ha pasado…?

 

Arte en construcción

Ayer fui a ver «La piel que habito» (increíble, una película española que tan solo llega unas semanas después de su estreno a Uruguay)… la película es impecable, magníficamente rodada, bien contada, fotografía increíble, buenas actuaciones, se ve bien la evolución de Almodóvar, trata temas recurrentes de él, la transexualidad, amores tormentosos con secuestro y violencia de por medio, el amor filial, la maternidad, la infidelidad… y sin embargo, terminó y quedé en silencio, Almodóvar se defendió ante la prensa (que lo está destrozando por esta película) diciendo que la gente queda en silencio al final de la película por el «shock»… pero yo no estaba shockeada… estaba indiferente… indiferencia, esa fue mi reacción, y pasé toda la noche pensando en porqué, pues de verdad que la película por otro lado es impecable… hoy leí una nueva crítica, de nuevo mala, y ésta decía que el problema de «La piel que habito» es que está hecha sin corazón…

Zeus me libre de ponerme a escribir sobre algo tan trillado como la necesidad de poner el corazón en el arte si se quiere que el resultado llegue a su vez al corazón de los que lo contemplen… pero me hizo pensar en que en estas últimas semanas tuve la oportunidad de ver una especie de «arte en construcción»…  fue la oportunidad que me dio Javier Rebollo de ver su última película «El muerto y ser feliz», aún sin terminar, sin efectos de sonido y alguna escena sin grabar (el propio Javier iba completando en voz alta los trozos que faltaban mientras un grupito la veíamos en la Sala Dos de Cinemateca). Es una «road movie» argentina, con momentos geniales que captan, de nuevo con trazos rápidos, la geografía interna del país, es una película recomendable para quienes quieran conocer la Argentina más allá del tópico, qué gracia que la hiciera un español… y José Sacristán está que se sale, y su contraparte uruguaya, Roxana Blanco, a la que he conocido estos días, no desmerece en ningún momento. Y antes vi otra película «en construcción», una peli en la que participó Paula y que nos enseñó a Javier, Alejandra y a mí en mi casa (tras devorarnos una fondue de queso que me salió bastante bien, por cierto). Se llama «Ojos de madera», aún le falta la banda sonora, los efectos sonoros, el montaje está sin terminar, creo que es la vez que más consciente he sido de la importancia del lado técnico en el cine… y sin embargo, me cautivó, quedé enganchada por conocer el final (el CD se estropeó justo cuando faltaba un rato)…

Y ahora recordé, pensé en Javier haciendo él mismo sobre la marcha los sonidos que faltaban en «El muerto y ser feliz», en esos planos de Florencia Zabaleta lindísima en «Ojos de madera», y pensé que lo que había visto en la pantalla, por encima de todo, era corazones latiendo a ritmo desmesurado… justo lo que no vi en una película acabada, impecable y con todos los detalles técnicos calculados al milímetro.  Una Dorothy debería guiar a Almodóvar por el camino de baldosas amarillas hasta allá donde viva el Mago de Oz en la Mancha para que recupere su corazón…

Judias pintas e historias contadas

Vale, el sábado me salté la dieta Dukan a lo grande: tortilla de patatas, atún y pimientos, y judías pintas con morcilla y chorizo… ¡¡¡de España!!! Se me caían los lagrimones de la felicidad.

Fue una cena en la casa preciosa de Alejandra, una de las dos coordinadoras de Cinemateca uruguaya (ambas se merecen ya un lugar en la historia montevideana por el corazón y el esfuerzo que están poniendo en sacar a ese tesoro que es la Cinemateca adelante).  Alejandra tenía de invitado a Javier Rebollo, que viene de rodar una película con José Sacristán en Argentina, y que esa noche ofició de cocinero con productos españoles traídos a hurtadillas en la maleta (los españoles somos los únicos ciudadanos del mundo capaces de desafiar cualquier control fronterizo con tal de llevar consigo un chorizo ibérico y una morcilla). Yo había visto la película de Javier, «La mujer sin piano», en la que me encantó ver patente que Carmen Machi es mucho más que Aída, y que tiene unas escenas fantásticas de la Estación Sur de Autobuses de Madrid, que creo que cualquier ser humano que haya padecido la experiencia de pasar por ahí apreciará sin duda. El sábado Javier me dejó «Lo que sé de Lola», que vi ayer y me gustó aún más, los personajes quedan muy bien definidos en pocos trazos, y entiendes y te metes en los ambientes al segundo.

En la cena también estaba Inés Bortagaray, una de las guionistas de «La vida útil» (película uruguaya que, de forma imperdonable, aún no vi), y los cuatro, alentados por las cuatro botellas de vino que nos pimplamos felices, tuvimos una velada muy divertida. Yo tenía ganas de conocer a Javier, aunque sólo fuera para darle las gracias, porque me consta que anima a otros cineastas españoles a venirse a Uruguay a mostrar sus películas, Jonás Trueba y Oliver Laxe me lo dijeron durante el último Festival de Cinemateca, lo que es sin duda una alianza inapreciable para una pobre funcionaria que ve con frustración cómo las películas españolas, incluso las de Almodóvar o Amenábar, pueden tardar hasta un año en llegar, cuando llegan, pero que eso sí, se venden «truchas» antes como rosquillas, lo que demuestra que hay un público que quiere ver cine español, al que no se le está dando respuesta de forma adecuada…

Javier nos grabó con una camarita tamaño móvil en algunos momentos durante la cena, sobre todo a Inés y a mí, cuando recordábamos alguna anécdota o cuento, nos contó que últimamente está rumiando junto con Jonás Trueba, que a veces lo bonito de una historia no es tanto la historia en sí, sino la persona que la cuenta, como cuando te cuentan un chiste y te mueres de la risa, y luego cuando tú quieres repetirlo, maldita la gracia o el interés que tiene, y no ya sólo por lo divertida que pueda ser o no la persona, sino porque la historia queda así tintada de su propio punto de vista, de su enfoque, su reacción, todo… y eso es lo que hace irrepetible a la historia… Me pareció una teoría muy cierta, yo cuando relato anécdotas de gente que conozco, también me parece muchas veces que está faltando la parte más importante, que es la persona en particular contándola en directo… quizá por eso Javier insistió en tomar personalmente las fotos de sus judías, tras verme a mí fotografiar a la tortilla…

Cuchillo de palo

Poco antes de irme de vacaciones de agosto a España, vi la película española del DocMontevideo, «Cuchillo de palo» de la paraguaya Renate Costa. Creo que es de las historias más poderosas y conmovedoras que he visto últimamente: se trata de la investigación que la directora realiza para conocer las causas de la muerte de su tío, que era homosexual y murió en extrañas circunstancias en los años 80 en Asunción. Cuchillo de palo es una historia terrible de opresión (Stroessner odiaba especialmente a los homosexuales) y de intolerancia, y así vamos contemplando todo un camino de auto exclusión doloroso de un hombre que acabó creyéndose y asumiendo el rechazo de los demás, su familia en primer lugar, que dejaba las sillas cerca de él vacías en las reuniones familiares, hasta el punto de encerrarse y perder toda su alegría de vivir… observamos héroes increíbles y maravillosos, el dueño del bar gay que jugaba con el tío cuando eran adolescentes («nos disfrazábamos y bailábamos calladitos para que no nos descubrieran…»), que se define como un «marica total», pero al que luego admiramos porque se atrevió a tener un bar al que iban los homosexuales en los peores momentos, una transexual que al principio nos parece ridícula, perdiendo las pestañas mientras llora como una descosida por el tío de Renate (la primera persona que llora por él en la pantalla), pero que nos deja como una pieza cuando, tras hablar con calma del calvario que tuvo que pasar, afirma tranquila: «yo nunca he tenido miedo de mostrar abiertamente lo que soy… una mujer hermosa», y la profesora de baile, una viejecita tranquila, de esas que te cruzas en el mercado con el carrito de la compra, y que se plantaba todos los días en la comisaría para interceder por los alumnos que la policía detenía periódicamente por asumir que un hombre que baila es gay… me quedé petrificada con el momento en que la voz de Renate nos cuenta que su madre, que había abandonado a su marido y quedado embarazada de su nuevo novio, también sufrió el boicot familiar delante de ella, que era una niña, en un funeral en el que nadie se sentaba a su lado… hasta que el tío se acercó a ella, tomó su mano y rezaron juntos…

Terminada Cuchillo de Palo, Renate comentó la película con el público presente y en un momento que alguien le preguntó la razón por la que quiso contar esa historia, ella misma rompió a llorar: «porque mi tío tomó la mano de mi madre embarazada…»

 

A pesar de que la historia y la directora de Cuchillo de palo es paraguaya, la película es española, producida por Estudi Playtime. Hace unos días vino a verme la responsable, Marta Andreu, que es profesora de uno de los mejores másters de creación documental que hay en Europa, de la Pompeu Fabra, en el que se ha formado la mitad de los creadores latinoamericanos, y que ha inspirado, aupado, y ayudado en todo el proceso de creación del DocMontevideo. Marta me cae genial al minuto de conocerla. En primer lugar, porque es de esos agentes anónimos extraoficiales de los que se ha dotado la cooperación española, de los que creen realmente en sus objetivos de aprendizaje y conocimiento mutuo, formación y creación de estructuras propias. Lleva tiempo por tanto colaborando con gente de Latinoamérica en el ámbito audiovisual, y de ahí su ayuda en el DocMontevideo. Pero es que además en los ojos de Marta ves a una mujer que entiende perfectamente el lenguaje audiovisual, y yo, que he visto tanta película, tanta serie, tanto documental, y que a estas alturas no puedo soportar un truño fílmico como los que aún nos siguen colando periódicamente en las carteleras, o en la TV, o en un acto de celebración del Día de Europa, cuando nuestra adorable Delegación UE en Montevideo se descolgó con un documental sobre la inmigración europea en el Uruguay que aún recuerdo en mis más siniestras pesadillas, pues me pongo contenta cuando gente como Marta me dice que contar una buena historia con una cámara no es cuestión de dinero, sino de empeño, ganas, trabajo, talento e ilusión.

Hablamos de un proyecto que lleva circulando unos meses ya en Uruguay, y del que ella sabe porque conoce al chico que quiere dirigir el documental: se trata de la historia de un vuelo que se fletó desde España a principios de los 80 con niños (de 3 a 16 años) de exiliados políticos uruguayos en Europa. La excusa era que esos niños pudiesen ver a sus familias de origen, pero había una fuerte motivación política, en esos años en que la dictadura uruguaya empezaba a tambalearse, y los niños fueron recibidos en el aeropuerto de Carrasco como héroes al grito de «¡tus padres volverán!»… algunos de esos niños reniegan ahora de adultos de esa historia, sienten que se les utilizó, otros en cambio tuvieron una conexión fortísima con un país que sus padres les imbuían era el suyo, pero que aún no conocían… es una historia poderosa, va a recibir financiación española vía Fundación Carolina y Casa de América (desde la Embajada los asesoramos para que pidieran las ayudas), y ahora charlo con Marta sobre nuestra (mutua) esperanza de que el resultado sea algo decente desde el punto de vista fílmico, más allá del gran interés de la historia. Como dice ella, «en eso se basa que luego la película se estrene en los Renoir en Madrid, y reciba premios en Cannes, o que en cambio se ponga un día en TVE2 a la 1 de la mañana…»

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