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Rumbo a las reducciones jesuíticas (V): los peligros del mate

Cruzamos la frontera desde Encarnación hacia Posadas (ciudad de «kurupíes», como llaman los paraguayos a los argentinos, del guaraní, «chancho»), escuchando en la radio noticias sobre unos piquetes de protesta de productores de mate por un nuevo control de precios del gobierno sobre la yerba… el mate, ay el mate… los jesuítas ya se mostraban preocupados por el mate: «esta es la yerba usada en aquellas tierras entre ricos y pobres, libres y esclavos, como el pan y como el vino en España» escribe el Padre José Cardiel en el S.XVIII. «Los naturales indios la toman una vez al día» continúa preocupado el Padre Antonio Ruiz de Montoya, «los españoles han hallado en ella remedio para todos los males… a cuya causa la usan por aquellas partes sin orden ni medios…»

Normalmente la gente que va a Misiones, va a las cataratas de Iguazú, y como mucho, se anima a bajar a ver San Ignacio, obviando a Loreto y Santa Ana, pero como nosotros ya vimos las cataratas y estamos en plan misionero, nos concentramos en un paseo turístico minoritario lleno de encanto. Como después nos dirá el guía de Santa Ana, merece ver cada misión, porque aunque todas en sus orígenes eran similares, cada una tuvo un recorrido distinto después, así que en cierto modo, cada una tiene su propia personalidad.

San Ignacio es la más conocida, se restauró en los años 40, al calor de la fama de gente como Horacio Quiroga que vivía a unos metros de las ruinas, pero en aquella época los criterios de restauración eran distintos, ahora los técnicos tiemblan de espanto al ver los muros apuntalados con cementos, pero hay que ser justos con San Ignacio, es populosa, llena de buses de turistas y puestos de chucherías, pero también es el gran foco de atención a las misiones, que quizá serían mucho más desconocidas sin San Ignacio. Los guías de Santa Ana y Loreto no tienen otras que admitirlo. Loreto planteó un dilema a los restauradores, porque el estado de ruina era total, la selva prácticamente había comido por entero los vestigios, y entonces quedaba la duda de qué merecía más respeto, la naturaleza o las ruinas, y por el momento habían llegado a soluciones eclécticas curiosas, como el caso de una palmera gigante nacida sobre un muro.

Pero fue desde Santa Ana, con un guía muy preparado y entusiasta, que cerramos nuestro periplo reflexionando sobre el fin de las misiones jesuíticas. Tras el edicto de expulsión, los 30 pueblos fueron divididos en tres misiones (benedictinos, dominicos y franciscanos), para evitar un nuevo empoderamiento de una sola orden… los guaraníes (que según nuestra guía paraguaya, Cinthya, pudieron haberse enfrentado a la fuerza contra la expulsión de sus adorados jesuítas) no se llevaron bien con los nuevos padres, que nunca demostraron la inteligencia de sus predecesores a la hora de tratar con los nativos. Poco a poco, las misiones quedaron despobladas… la leyenda dice que los guaraníes volvían a la selva, pero resulta poco creíble. Esos indios ya estaban hechos a la vida occidental, a vivir bajo techo y dormir en cama, así que emigraron a las ciudades, como Corrientes. Los que quedaron, aguantaron como pudieron a los nuevos padres, hasta que llegaron las guerras por la emancipación, y nuevamente la condición estratégica de las misiones, situadas en zonas de frontera, las colocó en el ojo del huracán, y ejércitos de uno y otro bando las arrasaron.

La última noche asistimos al espectáculo nocturno de San Ignacio, con juegos de luz, relieves y música… seguimos el periplo de un niño guaraní, que crece, se casa, lucha contra los bandeirantes que atacan la misión, pero finalmente será «un rey al otro lado del mar» el que de el golpe definitivo a la misión. Y nos vamos de allí bajo una noche de estrellas y luna llena… lindo sueño y hermoso proyecto el de nuestros jesuítas, e increíble la inteligencia con que los guaraníes lo hicieron suyo.

Vamos, que lo dedico a aquellos que simplifican nuestro paso por el continente… busquen un proyecto parecido en cualquier colonia británica o francesa.

Nota: agradezco a Facundo, de nuestra OTC en Paraguay, por sus comentarios y correcciones a estos capitulos del blog.

Rumbo a las reducciones jesuíticas (IV): recorriendo

Iniciamos nuestro periplo jesuítico-guaraní un poco desordenado, porque las primeras misiones se establecieron en Paraguay, luego ascendieron hacia el actual Brasil, pero fueron bajando por la orilla del Río Uruguay huyendo de los «bainderantes» que atacaban las misiones para llevarse a los indios y venderlos como esclavos, llegando así al actual lado argentino del Río Paraná (mucho más abajo de las cataratas del Iguazú, la película «La Misión» localizó las escenas allí por razones estéticas obvias), y ya al final  terminaron de nuevo en el actual lado paraguayo del Paraná, en donde muchos casos de hecho ni dio tiempo a acabarlas.

Es el caso de nuestra primera misión, la de Jesús de Tabarangüé («la que no pudo ser»), que aún no estaba terminada cuando se emitió el decreto de expulsión de los jesuítas. Nuestra guía Cinthya nos lleva por las ruinas muy bien restauradas, con toda la cartelería con el símbolo de la AECID. Es la única misión en la que puede verse más apoyo a la reconstrucción, porque el ambicioso proyecto de cooperación española para las misiones (que lideró mi jefa) fue más allá de la mera rehabilitación, buscó crear un circuito en la que colaboraran Paraguay, Argentina y Brasil, con sinergias de formación conjunta e intercambio. En Argentina nos contarán los guías lo muchísimo que significó para ellos un viaje a cargo del proyecto que hicieron para conocer las misiones del lado paraguayo y ver lo que se hacía allí… Cinthya nos explica el trazado básico de toda misión, que incluía la iglesia, claustro, campanario (la campana de Jesús se escuchaba en San Ignacio, ahora en Argentina) y una plaza: «cada pueblo tiene junto a la iglesia una plaza, muy grande y hermosa, para espectáculos públicos de 400 pies de ancho y lo mismo de largo» relata el Padre Antonio Sepp en el XVIII. En esas plazas se entrenaba el ejército (de nuevo, «La Misión» falta a la realidad histórica porque cada misión tenía su ejército para defenderse de los ataques exteriores). Las misiones también tenían una zona privada de los jesuítas (dos por misión, más el «padre miní», «pequeño» en guaraní, que era el padre indígena que servía de intérprete) que incluía un huerto (pues los guaraníes no eran de comer frutas y verduras), pequeños lujos como una especie de sauna que vemos en Jesús, y las plantaciones (las misiones eran autosuficientes cultivando mate, azúcar y algodón); también estaban las escuelas (niños y niñas recibían una educación básica que incluía leer y escribir más las cuentas), los talleres (recordemos que eran los guaraníes los que construían las misiones, los jesuítas les enseñaban, y además hacían instrumentos, aprendían música, hacían cerámica, pintaban, esculpían…) y finalmente, las viviendas. Con las viviendas se ve la inteligencia del espíritu jerárquico castrense jesuítico, que respetó las jerarquías guaraníes, y cuidó a los caciques, que vivían en zonas especiales, lo que garantizó su éxito (además de quitarse de encima a los líderes religiosos… esto se ve al principio de «La Misión», Jeremy Irons toca la flauta en la selva y un indio la rompe, es el líder religioso que ve el peligro, y llega después el cacique, encantado con la música, que intenta arreglar la flauta y saluda ya con cariño al sacerdote).

Debió ser una vida alegre y apacible la de las misiones:  “La mañana de Resurrección es cosa de la gloria» relata el Padre Cardiel, «al alba ya está toda la gente en la iglesia. Por las calles, plazas y pórticos, todo está lleno de luces; todo es resonar de cajas y tambores, tamboriles y flautas, tremular banderas, flámulas, estandartes y gallardetes…»

En Trinidad, la segunda misión, podemos ver la ambición a veces podía a los jesuítas y guaraníes, que quisieron construir una imponente bóveda representando el firmamento que finalmente se derrumbó probablemente por error en el diseño de la estructura: «La iglesia de la S.Trinidad, cuenta el Padre Oliver, es la mayor y mejor de las misiones. Toda de piedra, con bóveda muy hermosa… la hizo un hermano coadjutor, gran arquitecto, y no tiene pilares, sino que está hecha al modo de Europa…»

Y finalmente, San Cosme y San Damián, la única que no tiene la categoría de Patrimonio de la Humanidad por una razón muy sencilla: el pueblo («la comunidad» nos dice la guía) nunca dejó de utilizarla, celebran misas, catequesis, talleres, procesiones… periódicamente le hacen arreglos que quizá no respetan arqueológicamente la construcción, pero que les permite seguir dándole el uso para el que fue pensada, así que resulta bonito ver una misión aún con vida… además en San Cosme y San Damián  los paraguayos han instalado un modesto pero digno centro astronómico, porque fue allí donde trabajó el Padre Buena Ventura Sánchez, primer astrónomo de América Latina, con sus propios instrumentos y telescopios con lentes de cuarzo, y donde escribió el «Lunario de un siglo, 1741-1840» (vemos una edición facsímil reeditada hace poco por la AECID), una impresionante obra en la que este jesuita se atrevió a establecer cómo estaría el firmamento en el siglo siguiente, y la leyenda dice que Gaspar Rodríguez de Francia («doctor Francia» como lo llama el guía), se fijo en cómo estaría la luna en los días de mayo de 1811 en que Paraguay inició su andadura para la emancipación, para así saber qué noches serían las más oscuras…

El guía nos cuenta las leyendas guaraníes que rodeaban a las estrellas, de las estrellas Tapecue, que consideraban eran las fogatas que sus ancestros habían dejado al descender del cielo para que ellos algún día pudieran encontrar el camino de vuelta, o del Tigre azul que periódicamente se comía a la luna o al sol, dejando todo en oscuridad, por lo que los indios lanzaban flechas al cielo hasta que el tigre soltaba su presa y volvía la luz… y nos podemos imaginar al Padre Buenaventura escuchando a sus guaraníes contar esas historias, y luego volver a sus notas, con sus rudimentarios instrumentos, para, desde aquel rincón perdido del mundo, predecir todo un siglo. Con la modesta grandeza de nuestros antepasados jesuitas…

Rumbo a las reducciones jesuíticas (III): Paraguay

Vale, no voy a señalar, pero creo que puedo decir que Paraguay es un país al que sus vecinos le hacen escasa justicia… no voy a reproducir las bromas y comentarios chistosos que se me hicieron los días previos a nuestro viaje, cuando contaba que me iba al Paraguay… y no digo ya cuando metía a Asunción como posible próximo destino… y sin embargo, son pocos los que conocen Paraguay y los que sí que lo conocen, como Ifat, hablan bastante bien tanto de la capital como del país. Quizá son resabios de la Guerra de la Triple Alianza, cuando Brasil, Argentina y Uruguay se juntaron para cargarse entre los tres el diseño de fronteras que España (con Bolivia se hizo otro tanto, por cierto, pero no es momento ni lugar para comentar el XIX latinoamericano), y literalmente destrozaron a Paraguay (casi el 90% de su población masculina adulta murió, quedaron únicamente mujeres, niños y viejos)… Sobre la Triple Alianza hay un debate actual iniciado por el Revisionismo histórico argentino, iniciado entre otros por la Presidenta CFK, que se refirió a esta guerra como un capítulo más del colonialismo británico en el continente, entendiendo que la guerra estuvo impulsada y auspiciada por el Reino Unido que no quería hegemonías en la región, y que los nuevos países estuvieran en buenos términos… así nos la contará luego uno de los guías de las misiones en el lado argentino… obviamente, no es sitio ni lugar para analizar el tema, pero me parece interesante señalarlo… (sobre todo porque es bastante probable que la mayoría de mis lectores españoles no tengan ni flowers de lo que es la Guerra de la Triple Alianza, considerando lo poquito que estudiamos el siglo XIX de América Latina en las escuelas…)

Pero vamos a centrarnos: llegamos a Paraguay de noche, tras un largo viaje por carreteras argentinas y una entrada en Posadas, capital del departamento de Misiones,bastante pesada… con cierto esfuerzo (y la ayuda de un militar argentino que nos dio explicaciones como si de una clase se tratara, “repasemos, ¿cuántas cuadras tienen que pasar tras la plaza con la bandera…?”), logramos llegar al impresionante puente fronterizo sobre el Río Paraná, y así llegamos a Encarnación. Ingresar en Paraguay es un placer, ya lo experimenté brevemente en Ciudad del Este, y aquí se repite: nada de funcionarios pesados, nada de aduanas con colas interminables, nada, un militar guapísimo sonriendo adormilado y ya está.

Encarnación es una ciudad bastante sencilla en su diseño de calles, pero obviamente de noche una primera vez no es el mejor momento para comprobarlo, así que nos perdemos vilmente, pero un paraguayo nos guía a la puerta del hotel con su coche siguiendo después su camino sin esperar lasgracias. Esa amabilidad espontánea y natural de la gente será la constante de estos días. Amabilidad mezclada de sorpresa de que a unos españoles-orientales (la matrícula del coche a veces les llevará a pensar que somos orientales sin reparar en el acento) hayan decidido pasar sus vacaciones en su país y que ademáslo estén disfrutando. Es el mismo perfil bajo acomplejado que ya he visto muchas veces en Uruguay (¡¿pero de verdad te gusta Montevideo?!), pero que aquí se da con más intensidad incluso.

Sería un poco osado por mi parte dibujar un panorama correcto de Paraguay con tan sólo unos días de estancia, me centraré más en el sector servicios que fue el que lógicamente más observamos: nos dio la impresión de un país con muchisimas potencialidades, y que inicia su andadura aún con muchas faltas, pero con bastantes perspectivas de futuro. Perspectivas en las que quizá ni los propios paraguayos confían. Encarnación y el hotel en donde nos alojamos son un buen ejemplo: el hotel estaba sobre una costanera espectacular sobre el Río Paraná, una maravilla, un paseo magnífico, bien construido, con una playa espectacular y lindos chiringuitos sobre la arena… pues bien, la costanera estaba desierta la mayor parte del tiempo, y el hotel, bastante lindo y con pinta de ser de los mejores de la ciudad, estaba bien, pero tenía defectos de cajón increíbles, unos cuartos de baño minúsculos en los que había que saltar por encima del inodoro para llegar a la ducha… una nocha pegamos la hebra con una pareja de paraguayos, se les notaba gente de dinero (en realidad nos hablaron ellos primero, felices al oir el acento, de que hubiera españoles de turismo en la ciudad), y nos contaron que la costanera es una obra muy nueva, tanto que ni los propios habitantes de Encarnación se habían hecho a la idea de que esa parte de la ciudad, tradicionalmente pobre, fea, sucia y marginalizada, era ahora el mejor encanto que ofrece, por lo que aún no se habían acostumbrado a ir… el hotel llevaba mucho tiempo allí, «un visionario el dueño» nos decía el paraguayo, pero cuando la costanera no existía, el hotel no tenía mucha gracia, y era ahora, con la nueva situación, que estaba siempre a rebosar (damos fe, de hecho no había sitio para los días feriados de la Semana Santa, porque mucha gente viajaba para disfrutar de la hermosa playa).

En la (impresionante) represa de Yaciretá tuvimos otro ejemplo: a la entrada del pueblo, Ayolas, nos recibió una cohorte de chicos jóvenes que nos inundaron de folletos, y regalos promocionales de la zona, pero luego al entrar no pudimos ver la represa porque habían acortado las frecuencias de visita justo en esos días de Semana Santa por falta de personal, y tampoco pudimos almorzar en el pueblo porque era muy tarde y pilló justo en la hora de cambio de personal de las cocinas… sí que pasamos un rato en la playa, otro precioso remanso a orillas del Paraná, en donde gente del pueblo nos recibió con sonrisas, ofertándonos cervecitas y dejándonos sentar en sus propias sillas plegables, nos pidieron hacer una foto de grupo al irnos, felices de conocer a españoles visitando su pueblo…

Amabilidad, en todas partes la encontramos. El primer día en la Misión de Trinidad un chófer de autobús se acercó para avisarnos de que nos colgaba una pieza de la parte de abajo del coche… lindo souvernir de la carretera argentina, en donde nos comimos restos de una cubierta de camión abandonada en medio del asfalto, y que pensamos no había dañado el coche, pero sí… en seguida nos mandaron a un mecánico que tenía foso, llegamos con relativa facilidad (las carreteras paraguayas son poquitas, pero las que vimos estaban en muy buen estado y mucho mejor señalizadas), y allí nos recibió un chico rubio espectacular… sí, queridas lectoras, hay hombres espectaculares en Paraguay. No es ya sólo que los guaraníes eran unos indios guapos, que se mezclaron con españoles (que no estamos mal, a qué negarlo), sino que además el país tiene importantes colonias de alemanes y otros (ucranianos, etc)… resultado, mezclas sorprendentes… obviamente hay de todo, pero era habitual que cada día te toparas con varios hombres de infarto… el mecánico rubio fue el mejor ejemplo, echó un ojo a los bajos (de mi coche, sob sob), y decidió que era imposible salvar la cubierta guardapolvos y que no había en Encarnación taller que pudiera ponernos un recambio, pero él se ofreció a hacernos un apaño que nos permitiera salvar las vacaciones… salieron entonces otros tres chicos dignos de calendario Cosmopolitan, que se afanaron en mis bajos (los del coche, again sob sob), mientras yo dudaba entre buscar a la camara oculta porque ya me parecía de chiste o sencillamente echar a mis padres y consagrarme a hacer nuevos amigos en el país… terminaron en seguida, «seguro como la muerte» me sonrió el rubio (y tuvo razón, el coche aguantaría casi tres semanas más con el apaño hasta que pudieron cambiarme la pieza en Montevideo), y se negó a cobrarme nada, sólo tras mucha insistencia dijo que aceptarían «algo para la merienda», y ahí les dimos unos cientos de miles de guaraníes, que es una moneda desconcertante porque en cuanto te descuidas empiezas a contar en millones, y que luego vi en un supermercado era el precio de una botella de Cava Freixenet, así que no estuve mal…

Nos quedamos tres días en Paraguay, uno más del previsto (salimos el Jueves Santo en medio de la tormenta brutal que asoló gran parte de Argentina aquellos días, cruzamos el puente sin que se viera el río de lo espesa que era la lluvia, y menos mal que finalmente no hicimos por cruzar por Ituzaingó, al otro lado de la represa de Yaciretá, porque al llegar a nuestro hotel en Posadas, vimos que había sido de las ciudades más castigadas por el temporal), y desde aquí no puedo sino insistir: hagan justicia a Paraguay, y vayan a visitarlo… antes de criticar, «tenés que sentirlo…»

Rumbo a las reducciones jesuíticas (II): las misiones, utopias adelantadas a su tiempo…

El segundo tramo de nuestro viaje a las reducciones jesuíticas es el más agotador: cruzamos el puente Salto-Concordia, ingresamos a Argentina con bastante facilidad, y conducimos hasta el norte por carreteras en desigual estado, con un tráfico infernal de camiones en bastantes ocasiones, y sobre todo con una ausencia total de cartelería, para qué, dirán los argentinos, cuál es el punto de informar a la gente de por donde tienen que ir o donde están… encima yo estoy resfriada, con lo que mis padres dictaminan que el aire acondicionado es un peligro en mi estado, y atravesamos esa estepa inmensa bajo un sol de justicia derritiéndonos a ojos vista… el único momento agradable y descansado es durante el desvío para almorzar en Yapeyú, tierra «en la que tres pueblos encontraron su libertad» (no uno ni dos, tres), y que se anuncia como una «tierra sin maldad»… esa era una de las definiciones que los guaraníes daban a las misiones, y es que Yapeyú, a orillas del Río Uruguay, es uno de los 30 pueblos jesuíticos organizados en en el corazón de la Cuenca del Plata, en los actuales territorios de Paraguay, Brasil y Argentina.

Mi vida en América Latina me va convirtiendo en una creciente admiradora de mis antepasados, y este circuito por las Misiones jesuíticas, no va a hacer sino añadir nuevos matices a mi admiración por sus gestas en este continente… como reza el folleto de la oficina de turismo paraguaya: «Nunca antes en la historia, la humanidad logró llevar a la práctica la utopía de crear una sociedad diseñada según los cánones de lo que, en la época, se consideraba como bueno y justo…» Las Reducciones fueron un proyecto colosal de los jesuítas, apoyados por la Corona de España, verdaderos falansterios, ciudades utópicas en las que la vida transcurría plácidamente («sin maldad») para todos. Todos ganaban con las misiones: los jesuítas, que lograban «reducir» el paganismo contra el que luchaban, los guaraníes, que encontraban refugio de los «bandeirantes» portugueses que los cazaban para esclavizarlos, y la Corona de España, que afianzaba control en territorios en disputa con Portugal (y de ahí las Ordenanzas de Alfaro, que dotaron de un verdadero blindaje jurídico a las misiones).

Las misiones eran ciudades perfectas, con estructuras jerárquicas, ejército propio,  escuelas, talleres, plantaciones, ganado, se autosustentaban perfectamente.  Ahora mismo las misiones son denominadas jesuítico-guaraníes, y es lo justo, porque los guaraníes eran tan dueños de ellas como los jesuítas: tras los primeros  momentos de conversión espiritual, ayudados de la música (ese Jeremy Irons tocando la flauta en «La Misión»), los jesuítas tuvieron la inteligencia de respetar las estructuras indígenas, cuyos caciques adoptaron el sistema con entusiasmo, y fueron ellos en realidad los que construyeron los muros de las iglesias, y las imágenes de los templos… impresionante la capacidad de liderazgo de esos padres, pues sólo dos vivían en cada misión, el resto, eran guaraníes. Casi 150000 habitantes llegaron a tener esos 30 pueblos en total… habitantes que aceptaban el sistema, pero sobre todo respetaban a estos jesuítas inteligentes, firmes y pacíficos… la Corona, quedaba lejos…

Sigo citando al folleto turístico argentino: «Despertaron admiración entre quienes profesaban las utopías, pero también sospechas entre quienes detentaban el poder político, quienes lograron desacreditar a la Compañía de Jesús hasta que el Rey Carlos III firmó la expulsión de los jesuítas de los dominios españoles»

«Abandonas a su suerte, en 1767, destruidas por las invasiones portuguesas y paraguayas (habría que discutir este adjetivo con el redactor del folleto argentino, en realidad, fueron pasto de las disputas fronterizas entre los nuevos países, y ya luego la Guerra de la Triple Alianza contra Paraguay, puso la puntilla final) entre 1816 y 1819 y posteriormente saqueadas, de las reducciones quedó el ejemplo de una experiencia civilizadora inédita…»

Y sobre esa experiencia, pretendo aprender más en los próximos días…