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El olor de nuestra vida (II)

Hoy llegó mi contenedor.

Un diplo expatriado con el olor de cartón recién cortado como olor básico de su vida, experimenta una sensación de alegría y desazón cuando esas palabras se hacen realidad: por un lado, la obvia alegría de poder tener tus cosas de nuevo; por otro, la desazón de saber que pronto tu vida volverá a ser invadida por las sempiternas cajas…

Mi contenedor llegó hoy. Salió de Montevideo tras un periplo inesperado (ingénuamente inesperado, Zeus Todopoderoso me ama y quiere que aprecie la futilidad de lo material asegurándose de que mis mudanzas siempre lleguen con retraso, no sé de qué me sorprendo a estas alturas, leñe), que mirándolo por el lado positivo me ha permitido conocer la diferencia entre un camión exclusivo y otro consolidado (atención, expatriados, NUNCA contratéis un camión consolidado!!!). Atravesó la pampa argentina, y el viernes llegó al Paso del Libertador. Durante este fin de semana los funcionarios de las aduanas argentina y chilena se pasaron por el forro de los calzones el principio de inviolabilidad de los bienes diplomáticos y se dedicaron a abrir un buen número de MIS cajas. El lunes pasó el SAG (el control sanitario chileno), en donde debían estar convencidos de que yo llevaba el jamón de pata negra escondido en la librería, si no, no me explico que abrieran todas las cajas de libros, y dejaran intactas todas aquellas que tenían bien clarito puesto: restos de la despensa (si algún funcionario del SAG me lee, que no se altere, allí sólo iban botellas de vino, permitidas todas…). El martes bajó la serpenteante carretera de bajada de los Andes, despacito porque justo  había nevado muchísimo este fin de semana (Zeus, eres un cachondo mental, así de claro te lo digo), y hoy, ¡llegó a mi nueva casa en Providencia! (nota para no chilenos: Providencia, barrio de Santiago)

El procedimiento es siempre similar, pero aún así, la ilusión permanece intacta: se chequean los sellos de seguridad que certifican que el contenedor es el propio y no hay nada añadido (en mi caso, algo ridìculo, después de que funcionarios argentinos y chilenos se hayan pasado el finde abriéndome cajas, pero bueno, hacía ilusión), y después te dan una hoja con números que vas tachando conforme van saliendo cajas, una tras otra. Así que hoy los tipos iban gritando, «¡la setenta y tres, siete-tres, la cincuenta y seis, cinco-seis…! y yo tachando, y para cuando ya rozábamos la caja 165 (uno-seis-cinco), yo ya no sabía si cantar bingo o echarme a llorar… Señores del TPI, nunca me cansaré de decirlo, urge la tipificación del delito de comercialización de artesanías típicas absurdas… Eso sí, cuando reconocí el bulto que contenía mi guitarrita, el corazón me dio un vuelco de la alegría.

Cuando terminan con las cajas, empiezan los muebles. Ahí los operarios inician su propio ritual, miran el bulto, lo sopesan, lo rodean, miden el ascensor, el hueco de la escalera, niegan con la cabeza repetidamente, y te hacen gestos que una interpreta como «oiga, el sofá este, ¿no le serviría igual en la escalera, de verdad lo necesita dentro de la casa…?» Al final, suben todo, por el ascensor, por la escalera, encaramado con polea por el balcón, y tú los contemplas jadear mientras cargan con tus muebles, a veces incluso sientes la necesidad de explicarles la historia del mueble en cuestión, ese es el sillón de mi abuela, una reliquia, me acompaña siempre… y aunque el tipo te deja bien claro con la mirada que maldito lo que le importa, y que te apartes, leñe, que el p… sillón pesa y lo estoy llevando a cuestas, una sigue, incontinente, y mira que es viejo, pero le tengo mucho cariño, ni siquiera le quiero cambiar la tapicería, con lo desgastada que está, pero me encanta así… Y al fin, cuando parece que ya han subido todo, llega la guinda del pastel, el Mueble Maldito. El Mueble Maldito es ese mueble absurdo, puede ser una cómoda, un canapé, un escritorio, un secreter, heredado o adquirido en momento especial, siempre con una historia emotiva vinculada, y siempre con dimensiones completamente desproporcionadas que ponen en jaque a los operarios. En mi caso, se trataba de una vitrina, mi bendita vitrina, comprada en un momento de debilidad con Aurora en un remate de antiguedades vejestorias en el sector cutre de la Casa Bavastro, restaurada con mimo, esas peleas con El Portugués (el herrero montevideano de nombre verdadero desconocido), para que copiara exactamente las varas de hierro de soporte de las estanterías de cristal… Aún recuerdo lo que fue empaquetarlo, los operarios uruguayos llamando por radio, atención, control, esto no es una estantería como nos dijeron, es una especie de pecera de cristal gigante… Ahora la pecera cruzó los Andes, y los operarios chilenos se enfrentaban al desafío de subirla a mi salón tras constatar que la puerta del ascensor era exactamente 4 centímetros menos alta. Al final subió por la escalera, los 6 operarios cargando con ella, mientras yo les seguía, solidaria, dándoles ánimos mientras les contaba la historia de la vidriera (yo creo que así la subieron más rápido, aunque sólo fuera para que me callara de una vez). Y llegó. Intacta.

Una vez vaciado el camión (hay que comprobar que no queda nada en él y que todos los numeritos se han tachado), empieza la segunda parte: el desembalaje. Ese es el momento en que una sueña en desembalar tranquilamente, dedicando tiempo a cada caja, decidiendo con calma donde colocar cada objeto en el nuevo hogar, dejar amorosamente los cuadros apoyados en las paredes para que cada uno encuentre de forma natural el hueco que va a pertenecerle, dedicar un rato a cada papel, clasificarlo bien de una vez por todas, pensar en formas imaginativas de destruir cada artesanía ridícula comprada en mercadillos del infierno… pero eso es un sueño, por supuesto, en la vida real, los operarios tienen unas horas que dedicarte (y gracias), y si no dejas que ellos abran las cajas, te tocará hacerlo a ti, incluyendo el sacar los kilos y kilos de cartón al basurero. Así que yo hoy me resigné, y traté de conservar algo de orden en medio de la locura, fui colgando mi ropa (¡mi ropa interior me la guardo yo!), me emocioné viendo las notas manuscritas de mi (nunca suficientemente añorada) Elena, que amorosamente había ordenado y clasificado todas las prendas, y mientras tanto trataba de lidiar con el operario-terremoto que en segundos iba sacando mis vajillas y cuberterías en la cocina, señora, ¿esto donde lo pongoooo?, me desesperaba descubriendo los primeros rasguños y bollos de cada mueble (los operarios se apresuran a señalarlos para que luego no los responsabilices), y me iba preocupando conforme veía que los tornillos interiores de la bendita vidriera no aparecían por ningún lado. Y por supuesto, conforme seguía escuchando la bendita pregunta, señora, ¿esto donde lo pongooooo?, empecé a responder con el mayor de los clásicos: déjelo en ese rincón, que ya lo ordenaré yo. Muchas veces, esa caja pasará años sin abrir bajo una cama y así de intacta saldrá para la siguiente mudanza.

Ya se fueron. Mañana vuelven, terminarán de desempacar y un supervisor sacará fotos de las cosas estropeadas. Mi nueva casa está cubierta de cajas, papeles de desembalar, muebles mal colocados, libros apilados y ropa a medio colgar. Yo quería dormir esta noche ya en mi cama, pero (San) David me convenció de que pasar por el martirio de buscar las sábanas y las almohadas en medio de esa locura sería el trago menos recomendable en mi situación mental actual, y que era mejor que me quedara a dormir con Juancho una noche más. Pero mañana tendré que enfrentarme a las cajas: el viernes es el bendito 12 de octubre y tengo que decidir qué abrigo llevar para la ofrenda a O’Higgins y a Colón, que estas cosas suelen eternizarse y siempre me hielo ante los próceres de la patria (señor, esos vientos helados orientales en la Plaza de la Independencia ante Artigas…); y las sábanas tendrán que salir, que el finde llega mi prima Soli de visita (¡mi primera visita en Chile!) y no la voy a mandar a un hotel por no tener sábanas en las camas…

Mañana. Mañana será otro día. Aunque el olor seguirá siendo el mismo. El olor de nuestra vida…

Mirando hacia atrás (III): la Patagonia

Sigo en mi ejercicio recordatorio, y ahora me tocó recordar mi viaje tan lindo a principios de 2011 a la Patagonia, tanto argentina, como chilena, y ahora que en breve cruzo los Andes, bien me parece recordar mi primer paso fronterizo chileno-argentino, y la primera vez que pisé Chile…

El viaje empezó en el Calafate, con un percance fronterizo anunciado…

Vale, tengo una suerte impresionante, es la leche… y no lo digo por el tiempo, que anuncian lluvias para toda la semana, no, eso forma parte del acuerdo personal al que llegué con Zeus el día en que le pedi que por favor no lloviera el día en que quemábamos nuestra falla en Ciudad Vieja, y a cambio le di permiso para que me mandara lluvia los días que quisiese en los siguientes meses (de todas formas, Zeus, yo creo que ya basta, que menudo primer día me diste en las cataratas de Iguazú)… no, no me refiero a eso, me refiero al hecho de que el presidente Piñera haya elegido esta semana para anunciar las subidas de los precios del gas, un 20% quiere subir, y lo anuncia en la Patagonia, en donde el gas es producto de primera necesidad, y claro, los chilenos patagónicos pues se han mosqueado, y ¿qué hace un habitante del cono sur cuando se cabrea? pues cortar una carretera, obviamente, y si encima hay cerca una una binacional fronteriza (que son las que más morbo despiertan), pues allá que se plantan todo felices… así que miles de turistas y demás ciudadanos están a ambos lados del paso de Punta Arenas sin poder pasar… ayer dejaron pasar de vez en cuando, pero no parece que la cosa vaya a cambiar mucho en los próximos días, así que posiblemente me pasaré la semana en Calafate sin poder ir a Chile…  

Pasé el primer día paseando, hizo un día precioso (Zeus, que es un cachondo y me manda sol cuando no tengo excursiones programadas ya pagadas, pero bueno, un trato es un trato), así que caminé por este pueblito de construcciones alpinas, en esta época rebosante de turistas. Almorcé en una libreria cafetería que mis padres me habían recomendado de cuando estuvieron por aquí, llena de libros del Che y con la música de los Diarios de Motocicleta (un poco exagerada la cosa, pero es que el Che es omnipresente en la zona, y eso que él pasó a Chile más hacia el norte, seguro que porque a el también le cortaron el paso de Punta Arenas por los precios del gas…). Acabé paseando por la Costanera, un paseo que bordea el lago Argentino, y miré pájaros de todo tipo (primera vez que vi flamencos rosados) sobrevolando sobre sus aguas celestes…

Y es que en Patagonia aprendí mucho de historia argentina y chilena…

Vale, el relato de hoy necesariamente tiene que empezar con las controversias fronterizas entre Chile y Argentina, porque el Chaltén es efecto directo de una de ellas. Voy a hacer un poquito de historia, el tema se retrotrae a las primeras décadas de vida independiente de las naciones americanas , cuando las fronteras se decidían por el principio uti possidetis, que en lenguaje claro significa «vamos a no pelearnos por las fronteras y mejor hacemos caso de los mapas que nos dejaron los españoles, que para algo tienen que servir a fin de cuentas»… pero por supuesto, no siempre se respetó, y las fronteras entre Chile y Argentina es un ejemplo… es difícil encontrar referencias objetivas en internet, pero parece que en teoría el principio uti possidetis beneficiaba a Chile porque la Patagonía estaba integrada en su zona en la época del imperio español, pero teniendo en cuenta que la zona estaba muy despoblada, apenas unos pobres indios que no se indentificaban ni como chilenos ni argentinos y que Chile se lo montó fatal en el XIX, peleándose con todos los países que le rodeaban, pues Argentina lo tuvo fácil para proponerle una línea de separacion basada en los Andes, y en este batuburrillo de glaciares, canales, ríos y demás que tanto sufrieron Magallanes y los suyos, pues se basaron en el principio «Chile en el Pacífico y Argentina en el Atlántico»… la frontera quedó algo liosa, los argentinos tienen que pasar por Chile para llegar a Tierra de Fuego, por ejemplo (y de ahí que el corte de los chilenos por el gas sea tan puñetero), y por supuesto, ninguno quedó muy conforme, especialmente los chilenos, que se han pasado todo el siglo XX tratando de sacar más territorio… para un turista las cosas no son fáciles, pues uno mira el mapa y hay momentos en los que la línea fronteriza sencillamente no está dibujada, no hay nada claro ni consensuado en varias zonas…

Con el Canal de Beagle («empieza en aguas del Pacífico y termina en aguas del Atlántico»), las cosas estuvieron a punto de salirse de madre varias veces, y en Navidad de 1978 ambos países estuvieron al borde de la guerra. Hay una pelicula chileno argentina que recomiendo, «Mi buen enemigo», sobre unos soldados chilenos que se pierden en la Patagonia, encuentran a unos argentinos igualmente perdidos y acaban haciéndose coleguitas, la mejor escena es cuando intentan ellos delimitar la frontera por su cuenta y son incapaces, y acaban jugándoselo en un partido de fútbol… Esta controversia acabó con un laudo arbitral del Papa en 1985, pero mientras tanto los chilenos seguían a la suya con otras zonas de la Patagonia, y se pasaron los primeros años de la década de los 80 dando títulos de propiedad falsos en determinada zona gris de esas con las que el mapa no te aclaras, para que chilenos se instalaran alllí, haciéndolo territorio chileno de facto… la respuesta argentina no se hizo esperar, y crearon un pueblo, el Chaltén, que poblaron con gente a la que prometieron trabajo como funcionarios. El pueblo nació oficialmente el 12 de octubre de 1985 (me encanta la fecha elegida), «para preservar la soberanía», y durante mucho tiempo el pueblo era una maqueta en mitad de la nada… pero ganaron finalmente, y hoy el pueblito de 800 habitantes se autodenomina «Capital mundial del trekking», y está enteramente dedicado al turismo natural… aunque si yo fuera argentina llamaría al pueblo «Aún no nació el chileno capaz de robarle a un argentino»

El tour para el Chaltén me recoge temprano, es un minibus en el que también van tres matrimonios argentinos, y una portuguesa, una rusa y un danés, los tres víctimas del corte de la frontera, a los que la Agencia ha recolocado en esta excursión para que no pierdan el día… luego a la noche cenaré con Gaby, una amiga de un amigo de Manolo, que me insistieron mucho en Baires para que la llamara y lo hice, un encanto la chica, y ella me comenta en la cena que en el fondo están felices con el corte de ruta: «los argentinos siempre somos los salvajes piqueteros, los que siempre están de lío, mientras que los chilenos son siempre los buenos… pues bien, que quede claro, que ellos también cortan rutas, que no son tan civilizados…» Cuestión de perspectiva…

El primer día patagónico, visitando el Chaltén, estuvo muy interesante, y descubrí que tenía familiares ilustres en la zona… y además casi me lío a tortas defendiendo la orientalidad de Gardel…

El Chaltén es el nombre que los nativos indios tehuelches daban a la montaña ahora conocida como Cerro Fitzroy (en honor al oficial que acompañaba a Darwin), literalmente significa «montaña que humea», porque creían que era un volcán, siempre cubierto de nubes que veían como humo, de hecho apenas  vemos el cerro un rato porque el día está nubladísimo (Zeus que sigue en la suya) y en seguida se cubre su linda silueta. Ahora mismo el Fitzroy es un mito para todos los montañeros del mundo, porque, aunque no es muy alto (unos 3500 metros), es muy complicado de escalar por su material granítico y por los fuertes vientos, el último en matarse fue un escalador profesional brasileño…

Tomamos la mítica ruta nacional 40, la que recorre Argentina de norte a sur, y recorremos páramos desolados que acaban en una especie de meseta escalonada, y que recuerdan al desierto de las películas del Oeste… de hecho, hay una película del Oeste que transcurre en este paisaje patagónico, «Dos hombres y un destino», pues aquí acabaron Butch Cassidy y Sundance Kid. Paramos en la Estancia La Leona, en donde los dos bandidos pararon a descansar tras atracar un banco en Tierra de Fuego. Circular por la ruta 40 es un placer aunque la guía, Margarita, nos comenta que está asfaltada en esa zona desde hace muy poco en esta provincia, que se circulaba «en ripio» siempre… al igual que en el Calafate, en donde las calles también se asfaltaron hace poco… ¿mejoras de la Administración K a su provincia? Es probable, por la noche Gaby me contará que el nuevo aeropuerto en el Calafate, también obra de los K,  ha sido clave para el desarrollo del turismo en la región.

Aún así, Santa Cruz no es una zona pobre, ni mucho menos, tiene enormes recursos de petróleo, gas, oro y plata, además de la exportación de la lana de sus ovejas merino australianas… el turismo es un rubro en expansión en esta enorme región dos veces el tamaño de Portugal, aunque poco poblada (unos 200000 habitantes), y parece que los K no han hecho sino potenciarlo, empezando por unos cuantos hoteles impresionantes propiedad de ellos… pero no oigo hablar mucho de los K, Gaby se ríe a la noche diciendo que parecía que nadie los quería, pero que luego se murió Nestor y salieron seguidores de debajo de las piedras…

Margarita la guía, a la que se la ve claramente de origen indígena (aunque igual ella no se reconoce como tal) nos habló de los tehuelches, los indios originarios de la región, así como de los mapuches, y de cómo fueron desposeídos de sus tierras en el XIX… porque sí, los grandes atentados contra los derechos de los indios del cono sur se cometieron ya alejados de la órbita española… no voy yo a poner la conquista española como ejemplo de respeto a los derechos de los nativos, pero ahora que estamos con los bicentenarios, estaría bien que las nuevas naciones se pagaran una copa en esto de las culpas colectivas… pero bueno, el caso es que me acordé de Fede, mi colega en la Cancillería argentina, que me contó del tema del reciente resarcimiento de territorio robado a los indios, esto ha sido otra cosa de los K, se les ha dado nuevas tierras para resarcirles de los robos del XIX, así que se lo comento a Margarita… Margarita es una guía diplomática, que antes se ha negado en rotundo a ponerse a hablar de las Malvinas a pesar de la insistencia de los argentinos de Rosario del tour, y en esto tampoco se explaya mucho, pero al final me dice que las «devoluciones» se están haciendo al norte, en la provincia de Chubut, nada en la de Santa Cruz, y me parece oir un deje de amargura en su voz…

En fin, gracias a Margarita descubro que tengo primos ilustres en la región patagónica… ¡la familia Menéndez! Descendientes de emigrantes españoles de principios del XX, acabaron emparentados con otras dos familias de pioneros, los Braun y los Behety, …Los Braun- Menéndez- Behety son los dueños del principal supermercado de la zona, la «Anónima», y luego Gaby me cuenta que la Patagonia está llena de Braun-Menéndez, de Menéndez-Behety, de Braun-Menéndez-Behety, todo depende, a ambos lados de la frontera además, son parte viva de la historia local…

Comemos en el Chaltén, yo ya me he hecho coleguita de la rusa, y en la mesa se nos unen Margarita y el chófer, que me cuentan que se pusieron muy contentos con que ganáramos el Mundial: «lo necesitaban ustedes, después de un año tan malo, fue como nosotros en el 86, fue una terapia colectiva inigualable…» Claro que el momento más surrealista vino cuando no sé cómo salió el tema de Gardel, y antes los ojos alucinados de la rusa (que no entendía nada), y de los argentinos (que no se lo podían creer), el danés y yo nos enfrascamos en una furiosa discusión sobre el origen de Gardel, el maldito vikingo estaba empeñado en que era francés, y yo defendiendo a mi Tacuarembó del alma, casi llegamos a las manos… luego nos fuimos todos a pasear… Chaltén tiene tres calles, pero aún así me las arreglé para perderme, y conmigo se perdieron los tres matrimonios argentinos, que habían seguido mansamente a la ciudadana honoraria de Tacuarembo… si es que yo tengo dotes de liderazgo, está claro: ser una Menéndez imprime carácter…

Aunque lo mejor del viaje fue sin duda el Perito Moreno…

Hoy Zeus se portó de lujo y mandó un sol precioso para mi visita al rey de la zona: el Perito Moreno. Porque lo es, sencillamente. Mira que el día anterior nuestra guía Margarita se desgañitó repitiendo que el glaciar Viedma, que vimos tras el Chaltén, navegando sobre el lago Viedma, era 4 veces más grande, y mira que desde la compañía de cruceros de Gaby, insisten en que el Uppsala es también impresionante para que así la gente compre el crucero «todo glaciares», pero da igual , por su disposición, la ubicación, la perspectiva, la accesibilidad, el rey indiscutible es el Perito Moreno, mi amiga rusa me lo repitió hasta la saciedad en el barco frente al glaciar Viedma, ya verás el Perito, ese sí que es un glaciar…

 

Y lo cierto es que es impresionante, vaya una maravilla, no me cansaba de mirarlo, esos témpanos azules sobre el agua de aspecto cremoso, los guías nos tuvieron que sacar casi a la fuerza… yo tenía comprado el trekking sobre el glaciar, una versión light, pero trekking sobre el glaciar, qué narices, y vaya si lo disfruté, de las cosas más divertidas y emocionantes que he hecho, nos colocaban unos crampones de hierro en los pies, y tras unas lecciones sencillas, nos tiramos para el Perito, triscando felices por las laderas congeladas, observando los riachuelos y los agujeros azules sobre la blanca superficie, atravesando un túnel natural de hielo, y escuchando de vez en cuando el estruendo terrible cuando caía un trozo de hielo… porque el Perito es un glaciar en movimiento, por razones naturales, va avanzando como si de un lento curso de un río se tratara,  y dejando caer trozos de hielo sobre el lago… hay que tener cuidado porque un metro cúbico de ese hielo puede llegar a pesar 900 kilos, y al caer provoca pequeños tsunamis, así que no nos dejaron acercarnos a la costa antes de subir… estuvimos un buen rato esperando a que se derrumbara una torre que tenía toda la pinta de estar a punto de caer, pero por supuesto cayó cuando todos nos dimos la vuelta, aunque luego desde la cumbre pudimos ver la nubareda que se formaba al caer un trozo grande…

 

Caminábamos en fila india, y los dos guías, Nico y Jorge, adivinaron mis cualidades de líder y me nombraron cocapitana del grupo… emocionada (y asumiendo que estos lo que quieren es un visado), consigo no perderme por una vez y guío a la gente muy bien, me pongo muy contenta de haber sido alumna sobresaliente (es que los Menéndez también tenemos madera de repelentes Vicentes), y en premio, consigo dos raciones de whisky sobre el improvisado bar sobre el hielo que tienen montado los guías.

Por la noche,  Nico y Jorge me sacan a cenar en calidad de alumna brillante (o igual lo que querían era ligar, cualquiera sabe). Se juntan en el Libro Bar con el resto de los guías, la mayoría trabaja en el Calafate en temporada, y aprovechan estos meses para escalar las distintas cumbres de la zona… todos están obsesionados con el Fitzroy, no paran de hablar de él, sólo uno ha conseguido llegar hasta la cumbre, el resto tuvo que dejarlo en algún punto, Nico la última vez se tuvo que bajar cuando apenas le faltaban 140 metros, pero, como me explica, la clave en la escalada es dejar de avanzar cuando no tienes claro si vas a poder volver, incluso si son sólo unos pasos, y aquel día Nico vio cubrirse el cielo y adivinó las ráfagas de viento mortal que se acercaban, así que se volvió, llorando de rabia, pero la próxima tiene claro que va a coronar la cumbre… son curiosos estos montañistas, en un momento determinado les pregunto por qué demonios se juegan la vida por subirse a una montaña que saben es peligrosísima, y ninguno acierta a responder… quizá porque ya lo hizo Hillary en su día, cuando le preguntaron lo mismo frente al Everest… porque está allí…

Al final logré pasar a Chile, el piquete fronterizo sólo duró una semanita, aunque de ese primer periplo en el país en el que voy a pasar los próximos años de mi vida, lo que más me llamó la atención fue la frontera…

Vale, a mí siempre me han gustado mirar mapas, pero tras una semana en la Patagonia voy a acabar sencillamente perdiéndoles el respeto… todo ha empezado con mi paso a Chile, a visitar el Parque Nacional de Torres del Paine, y los glaciares del otro lado… resulta que del Calafate hasta Torres del Paine hay una distancia cortita, pero no me quedaba otra que hacer un rodeo hasta Puerto Natales, en un viaje de casi seis horas en total. En su día, desde la agencia de viajes argentina me lo habían explicado con la siguiente metáfora: en un reloj, el Calafate está en las menos cinco y Torres del Paine en las menos cuarto, distancia corta si fuéramos hacia atrás, pero no queda otro remedio que hacer el recorrido de las manecillas del reloj para llegar… “eso son tres-cuatro horas mínimo, y luego está, claro, cruzar la frontera…” No hice mucho caso de lo segundo, me quedé con esa distancia entre esas menos cinco y menos cuarto, y con curiosidad me dirigí a un mapa a buscar qué montaña o glaciar impedían el paso directo… mi búsqueda se interrumpió cuando me di cuenta de que el mapa patagónico tenía una particularidad…

Porque por las razones que ya expliqué en los capítulos precedentes, esto de las fronteras no es un tema sencillo en la región patagónica, aunque se acepte en general la regla de «las altas cumbres» que ayudara a establecer el perito Francisco Moreno, hay zonas grises, y de ahí que los dibujantes de mapas aquí hayan optado por una solución salomónica: cuando llegan a una zona controvertida, sencillamente no dibujan línea divisoria alguna, así que hay momentos en los que no hay manera de ver lo que es Argentina o Chile… eso se da intensamente en la zona del Chaltén en realidad, no en el paso de Río Turbio que yo tenía que tomar, pero se hace muy difícil leer un mapa en el que las líneas se cortan simplemente en un determinado momento… luego más tarde en el Museo del Glaciar en Calafate, podré ver las divisiones entre el Hielo Patagónico Norte y el Hielo Patagónico Sur, nítidamente delimitadas, pero de fronteras nada, el guía me lo dirá claramente, es que hay zonas en que no están muy claras, y como aquí no nos hacen mucha falta porque nos limitamos a investigar el hielo, pues no las ponemos… y esa idea es la que siguen la mayoría de los mapas y planos: las montañas, los ríos, los senderos, los glaciares… todos están clarísimos,  así que todo bien para estos anarco-alpinistas (Nico gritando sobre el Perito que el glaciar no era ni argentino ni chileno, sino que pertenecía a toda la humanidad), ellos chochos de la vida, pero yo soy una mimada europea a la que le gustan las fronteras, no sé, me parece cómodo esto de saber lo que es Francia y lo que es España, esto de tener muy claro dónde está Gibraltar, o dónde se acaba (y dónde no empieza) Alemania, y que todo eso esté dibujadito claramente en el mapa…

Así que yo busca que te busca en todos los mapas que pillaba, y cada vez más confundida, llegando a momentos surrealistas como en el control de frontera argentino, cuando me fui a curiosear en el mapa colgado en la oficina, y resulta que un cachondo había recortado justamente la parte que estábamos cruzando…

Claro está, que a mí me gustan las fronteras para verlas lindamente dibujadas sobre el mapa, pero luego a mí me gusta atravesarlas sin problemas, como se atraviesa la franco-española (que Zeus derrame sus bendiciones sobre el territorio Schengen), o como atravesé esa clarísima triple frontera Argentina-Paraguay-Brasil, que trae por la calle de la amargura a los yanquis porque sospechan que allí se financian grupos terroristas a mansalva, anda que no tuvo gracia ir de Ciudad del Este a Foz de Iguazú a pie, pasando por un control paraguayo sin nadie dentro y saludando en la distancia a los polis del control brasileño que estaban tomando el fresco (y que vieron claramente en mi cara que yo tenía el pasaporte en regla, así que para qué molestarse en ir a chequearlo)… así me gustan las fronteras a mí, claramente delimitadas y sencillamente franqueables…

Porque en el cálculo de tiempo que me hizo la agencia de viajes, me hablaban siempre del tiempo de control de frontera, yo no presté mucha atención, y claro, así me quedé, con la boca abierta por las dos horas largas que me chupé en el paso de Río Turbio (oficina la Dorotea), más de una hora haciendo una cola absurda en una oficinita argentina, para que un funcionario pudiera mirarnos la cara a cada uno personalmente, y luego otra larga hora en otra oficinita en plena inmensidad chilena, para que otro funcionario pudiera vernos a su vez la cara, mientras otro comprobaba que no llevábamos alimentos orgánicos en la maleta (en la maleta, no, pero en la cabina del bus todo el mundo traía multitud de alimentos orgánicos para merendar, pero eso parece que no les preocupa tanto)… hasta ahora, entrar en EEUU había sido para mí una de las experiencias más absurdamente tediosas desde el punto burocrático… ahora, la frontera chileno-argentina en la Patagonia no queda muy lejos en comparación…

En fin, que tras este viaje me va a quedar el tic de pegarle en los higadillos al próximo que me diga que la Unión Europea es un fracaso, porque parece que se nos olvida, demasiado a menudo, apreciar lo que es cruzar una frontera con el carné de identidad en la mano…y mientras tanto, conseguí ver un mapa completo en Chile, con toda las líneas dibujadas, sí, una maravilla, yo en éxtasis… hasta que de pronto me di cuenta que el mapa en cuestión ponía al Chaltén dentro de Chile… estaba en un parador en la entrada de Torres del Paine, y yo a esas alturas decidí resarcirme de tanto ataque mapero, así que puse mi mirada más inocente y en voz bien alta dije, anda, mira qué gracia, si resulta que el Chaltén es chileno, yo que pensaba que era argentino… y me alejé mientras una familia de porteños se abalanzaba sobre el mapa y se ponía a gritar y hacer aspavientos como sólo los porteños saben hacerlo… A veces me asombra lo cabrona que puedo llegar a ser…

El lado chileno estuvo bien, pero como viajé sola, me quedó en el recuerdo los buenos amigos que hice en el Calafate, más que cualquier paisaje de Torres del Paine, lugar al que tengo que volver, por otro lado…

…disfruté menos que en el Calafate, y creo que fue porque los chilenos, aunque corteses y amables, no tienen esa alegría galante que tienen los argentinos, que me ha permitido hacer amigos en tan solo una semana… le daré una nueva oportunidad a Chile, obvio, pero me voy con pena del Calafate, ayer llegué a mi hotel Kosten Aike y cuando los mozos me dieron mi traguito de bienvenida, ellos que me han mimado bien porque tienen familia en Uruguay y les encantaba oírme hablar de allí, todos las noches me dejaban escrito las horas de salida al día siguiente para que no olvidara, pues me sentí en casa… luego a la noche salí con Gaby y sus amigas, todas muy simpáticas e interesantes, me cuentan cómo acabaron aquí viviendo, una de ellas relataba divertida su llegada en autobús un día de nieve, cuando el pueblo aún no tenía aeropuerto y las calles estaban sin asfaltar… un pueblo que se llena en temporada, de jóvenes que trabajan como locos para aprovechar estos meses, pero que aún así luego salen todas las noches porque el pueblo se anima muchísimo en temporada, y al día siguiente enganchan a trabajar, una locura, pero es divertido, así que luego el invierno llega como una especie de vacación alargada y relajada… todas se declaran felices aquí… Gaby me lleva luego a los dos “bolichitos” que se abarrotan en la noche, y durante toda la noche o esta mañana durante mi último paseo por el pueblo antes de irme, me voy encontrando a gente conocida, a Patricia, la chica de la Agencia que se preocupaba como gallina con su polluelo ante el cierre de la frontera, mis guías, Margarita, Nico, Jorge (luego Gaby me cotilleó que los guías tienen fama de altivos entre la gente que trabaja en turismo, así que los trabajadores como ella que trabajan del lado de las oficinas, los aguantan poco), a Miguel, mi compañero de mate de la “costanera”, que me contó todos sus apuros por su reciente separación (se separa cada verano de la madre de su hijo, pero luego en invierno, cuando se encuentran en todos lados porque no hay gente en el pueblo, pues se acaban liando por aburrimiento, así que nunca logran divorciarse del todo), a Matías, el encargado del Museo del Hielo, que quedó encantado de que yo decidiera pasarme una hora entera escuchando música de mi mp3 mientras disfrutaba del maravilloso paisaje que había desde la cafetería, la montaña sobre el lago Argentino, a Gustavo, el chico que me vendió el primer día la “vincha” con la que he logrado sobrevivir sin los témpanos perforados a este viento huracanado… esta mañana me despedí del pueblo y de mis nuevos amigos con pena (Gustavo con ojeras aprotándose su mate porque había enganchado directamente del boliche a su puesto de ventas)… con ellos y este paisaje imponente, he aprendido de glaciares, cerros inalcanzables, senderos cortados por el hielo, animales distintos, pájaros exóticos, fronteras incompletas, piquetes, guerras que llegan a parecer absurdas en este contexto de hielo… en definitiva, he aprendido de la importancia de las perspectivas, lo que siempre aprendo en cada viaje, pero aquí quizá con más intensidad, porque la Patagonia, en definitiva, obtuvo su nombre de un error de perspectiva maravilloso: los españoles de la expedición de Magallanes pusieron el nombre de “patagones”, en honor al gigante Patagón de una novela de caballería, a los tehuelches y demás nativos locales, porque les parecieron enormes… pero no eran tan grandes, 1,80 mt los más altos, es que los españoles eran muy bajitos, y me voy desde este aeropuerto local, mirando las aguas azulísimas del lago, fabulando sobre estos indios, me imagino a dos de ellos, dos tranquilos tehuelches sentaditos tomando mate con las montañas nevadas a su espalda… ¿oíste?, dicen que andan por la región unos extranjeros navegando en unos barcos enormes, ah, mirá qué interesante, ¿y cómo son?, ah, pues unos petisos feísimos y peludos, y con una mala leche terrible, ni te los acerques… es que la gente chica suele tener peor humor, se les acumula la mala sangre en el cuerpo más pequeño (suspiro) mirá si no mi suegra… ¿querés más mate…?

Mirando hacia atrás… Rocha en invierno

Estos días de preparación de la mudanza, me dedico a hacer limpieza, en un patético intento de no llegar a Chile cargada de papeles y objetos absurdos… digo patético, porque obviamente, no sé a quién pretendo engañar, es imposible evitar lo inevitable, que en mi contenedor acaben llegando unas cuantas cajas de papeles sin clasificar. Como me comentaba David el otro día, uno dice a los de la mudanza: «deje, deje eso ahí que yo ya lo arreglo…» y la caja va siendo empujada poquito a poco en un armario o bajo una cama, para ser descubierta, totalmente intacta, 3-4 años más tarde, al limpiar de nuevo para la mudanza siguiente… lo gracioso es que ese proceso se va repitiendo, traslado tras traslado… recién llegada a Madrid, Aurora me contaba que se enfrentó a esa caja, que lleva sin abrir desde su salida de Dublín, ya hace más de 10 años, y que había decidido quemarla directamente, considerando que llevaba ya una década sin vivir sin esos papeles y que no había pasado nada… pero no sé si se atreverá, los papeles ejercen una especie de respeto profundo que te impide arrojarlos a la basura aún a sabiendas de que son inútiles.

Pero bueno, en limpieza me encuentro, y los papeles también tienen la virtud de traerte recuerdos, y han salido facturas del Parador de San Miguel, al norte de Rocha, en donde me alojé con un amigo en julio de 2009, en un viaje un poco raro, porque normalmente nadie va a Rocha en invierno. Entonces escribí:


Vale, ir a Rocha en invierno es la cosa más extraña que se puede hacer en este país. No os podéis figurar las caras alucinadas que recibí cada vez que comenté que tenía intención de pasar un finde en Rocha… lo normal es que la gente flipe con esto de que haya gente a la que le interese el interior de Uruguay (importante porcentaje de población uruguaya incluida), pero ya con esta propuesta el asombro llegó a preocuparme… y es cierto que hubo un momento en que yo misma me pregunté qué narices hacía yo allí, concretamente cuando estábamos en medio de la niebla en una carretera perdida rodeados de humedales, palmeras diseminadas y vacas…

La primera noche la pasamos en Punta del Este, el balneario aún me sorprendía entonces…

El viernes por la noche dormimos en Punta del Este, en casa de Gus. Fue alucinante ver una vez más Punta absolutamente vacío, nada, apenas cuatro gatos por las calles, la mayoría de tiendas y bares cerrados, te cuesta creer que en unos meses esto volverá a estar lleno a rebosar. Asombra el concepto creado alrededor de Punta: en España, la Costa del Sol no llega a vaciarse nunca completamente, hay meses en que hay menos gente, claro está, y dependiendo del mes se ve un turismo distinto, pero aquí no es así, es un balneario turístico inmenso, carísimo y precioso… que se usa unos tres meses al año, el resto del tiempo está desierto… no sé entonces para qué la gente se compra esas casas tan caras, y paga esas contribuciones tan exageradas durante todo el año para luego ocupar la casa un par de meses al año, la verdad es que no lo entiendo, pero algo debe de tener cuando tanto brasileño y tanto argentino hacen esto.

Y tiramos para Rocha, a sus dunas, a sus humedales inmensos sembrados con palmeras muy separadas entre sí… (muestra al parecer de que crecieron de forma natural). Entre las aguas pantanosas y las palmeras solitarias, pasean vacas y ovejas con aire apacible, y así durante kilómetros…

Era 18 de julio, aniversario de la jura de la primera constitución uruguaya, así que era fiesta nacional… y lo gracioso es que llegamos a un pueblo que se llamaba ¡18 de julio! Así que estaban de fiesta, en la plaza había puestos, y algunos vestían trajes típicos, ellos de gaucho y ellas con falda larga, aunque el frío y la lluvia impedían mostrar mucho… este país tiene todas sus fiestas importantes en invierno, así que son menos folclóricas al final por el frío muchas veces. Jerome se compró un sombrero gaucho, y nos acercamos a una especie de cabaña decorada con cabezas de jabalí… dentro uno grupo de gente se afanaba en torno a cacerolas sobre un fuego. Nos invitaron a pasar, se autodenominaron la Casa del Gaucho, y el presidente nos explicó que eran una cooperativa de pequeños propietarios rurales de Rocha, que se juntaban para unir esfuerzos en temas comunes, y para organizar romerías y comidas. En cuanto tomaron confianza, empezaron a preguntarnos, no sabían mucho de Europa, allí no era como en Montevideo en donde todo el mundo tiene un pariente o ancestros europeos, aquello era el interior, un universo a miles de años luz de la capital, es increíble la diferencia. Una de las señoras era la maestra del pueblo, y yo quedé asombrada cuando supe que ese pueblito tenía ¡200 niños en la escuela! Luego iríamos viendo que en cada pueblito, de los habitantes, un tercio son siempre niños. Aún así, en cuanto crecen se van, al extranjero o a Montevideo, y pocos vuelven, nos explicó el Presidente de la asociación. Los dejamos a todos cocinando el carpincho para la cena (una especie de cerdo salvaje) y el presidente nos acompañó para mostrarnos la sede de la asociación, porque la cabaña la usan para las comidas. Fuimos a una casa en donde en una sala se amontonaban una veintena de hombres, mujeres y niños, sentados y tumbados sobre colchones, alrededor de la chimenea, comiendo torta frita y  escuchando la música de dos guitarristas. Eran ganaderos de otras zonas de Rocha, que habían venido al pueblo de romería con sus caballos para estar en la fiesta, tardan varios días, y por la noche se van quedando en estancias, esa noche iban a dormir en esa sala. Nos contaron que la asociación les permitía viajar a zonas más urbanas (¡porque ese pueblito para ellos era casi ciudad!), y conocer a otros propietarios. El presidente era muy activo, también estaba en la junta vecinal, y después nos decía que su empeño era ofrecer atracciones y actividades para que llegaran turistas: “si no ofrecemos nada, ¿quién va a venir por aquí?”.

 

Nos alojamos en el Fortín de San Miguel, una antigua fortaleza española, ahora reconvertida en posada, muy bonita y tranquila, y cenamos en un gran salón con chimenea. Al día siguiente, tras hacer fotos y jugar un rato con el perro del hotel, Obama (“porque es joven y negro” nos explicaron), nos dirigimos al Chuy, la gran ciudad de frontera con el Brasil.

Mi amigo colombiano Alfonso tiene la teoría de que todas las ciudades de frontera en América Latina son iguales. Él vio muchas y dice que es así. Chuy es el prototipo: una agrupación de casas sin ningún tipo de orden o planificación, sin NADA de vegetación (“plánteme usted un arbolico” dice Alfonso, “que le rodea la selva, caray”, pero nada, no hay plantas), arena, tiendas libres de impuestos, y árabes. Chuy está lleno de árabes, normalmente son libaneses, pero estos son palestinos, o así me pareció, porque si no sería raro tanta foto de Arafat. La leyenda urbana dice que en Chuy se festejó el 11 de septiembre, y que adoran a Bin Laden, y dicen que la CIAmanejó este lugar como uno de los posibles escondites del terrorista… pero normalmente es el lugar al que los uruguayos van a comprar electrodomésticos y cosméticos sin impuestos en el lado uruguayo, y comida, sábanas y toallas en el lado brasileño… porque sí, cada lado de la única calle del pueblo pertenece a un país distinto, así que con cruzar unos metros estás en un país distinto, y las tiendas son completamente distintas. No sé muy bien cual es la reglamentación, y bajo qué ley viven las gentes de Chuy, ni siquiera si hay gente que vive en Chuy, o sencillamente van allí a trabajar, el señor de la Casa del Gaucho nos contó que llevaba sus productos semanalmente allí, se los compraban, y ya otra gente se ocupaba de pasarla por la frontera legalmente.

 

Ahora que en Uruguay hay más cosas, y se encuentra todo en las tiendas, Chuy ha perdido algo de encanto, pero mis amigas me cuentan cosas que me hacen pensar en la magia de ir de compras a Andorra en los 80, cuando allí se encontraban marcas de galletas y chocolates desconocidos por los niños españoles… el chófer de la Embajada me contó que fue a Chuy a hacerse del ajuar antes de su boda, y que eso era lo típico entonces…

Luego nos dirigimos a la segunda fortaleza española, Santa Teresa, objeto de eternas disputas entre portugueses y españoles, y hoy conservada bastante bien como museo, la verdad es que es de lo mejorcito que este país tiene en plan museo. Desde entonces, siempre he aconsejado a todos los turistas, sobre todo los españoles, que vayan a Santa Teresa, porque es el mejor ejercicio histórico que pueden hacer, no tanto por lo que tiene el edificio, sino por el emplazamiento, en mitad de la nada más nada, palmeras y vacas, y uno piensa que qué narices harían mis compatriotas allí… la respuesta es sencilla: vigilar que no pasaran los portugueses procedentes de Brasil…

 La vista era increíble, y desde ahí se divisaba un bosque inmenso con el mar detrás, Jerome quiso ir allí, yo objeté que se veían militares, que seguramente era una instalación reservada, pero alguien nos comentó que era un camping… y sí, lo era, sólo que quien nos abrió la valla a la entrada era un militar. Luego supimos el porqué. Es el Parque Nacional de Santa Teresa, la joya de los parques del Ministerio de Defensa que, como Ifat nos explicó al teléfono, son las instalaciones que el Ejército tiene para que su gente vaya de vacaciones, aunque también están abiertos a todo el mundo (sólo que es difícil conseguir plaza en los campings o en las cabañas, pues tienen buena calidad y los precios son muy asequibles, como luego pudimos comprobar preguntando en la capitanía general a un atento soldado). Las playas eran increíbles, tienen la reputación de ser las mejores playas del país, y el parque estaba poblado de árboles y especies increíbles, cabañitas para avistar pájaros, lagos, un surtidor natural… me pareció precioso que un lugar tan increíble fuera en realidad un sitio en el que la gente podía pasar vacaciones asequibles…

En fin, que con tanto recuerdo, apenas hice limpieza… ay, esos cajones de papeles que me voy a llevar a Chile… 

Rumbo a las reducciones jesuíticas (III): Paraguay

Vale, no voy a señalar, pero creo que puedo decir que Paraguay es un país al que sus vecinos le hacen escasa justicia… no voy a reproducir las bromas y comentarios chistosos que se me hicieron los días previos a nuestro viaje, cuando contaba que me iba al Paraguay… y no digo ya cuando metía a Asunción como posible próximo destino… y sin embargo, son pocos los que conocen Paraguay y los que sí que lo conocen, como Ifat, hablan bastante bien tanto de la capital como del país. Quizá son resabios de la Guerra de la Triple Alianza, cuando Brasil, Argentina y Uruguay se juntaron para cargarse entre los tres el diseño de fronteras que España (con Bolivia se hizo otro tanto, por cierto, pero no es momento ni lugar para comentar el XIX latinoamericano), y literalmente destrozaron a Paraguay (casi el 90% de su población masculina adulta murió, quedaron únicamente mujeres, niños y viejos)… Sobre la Triple Alianza hay un debate actual iniciado por el Revisionismo histórico argentino, iniciado entre otros por la Presidenta CFK, que se refirió a esta guerra como un capítulo más del colonialismo británico en el continente, entendiendo que la guerra estuvo impulsada y auspiciada por el Reino Unido que no quería hegemonías en la región, y que los nuevos países estuvieran en buenos términos… así nos la contará luego uno de los guías de las misiones en el lado argentino… obviamente, no es sitio ni lugar para analizar el tema, pero me parece interesante señalarlo… (sobre todo porque es bastante probable que la mayoría de mis lectores españoles no tengan ni flowers de lo que es la Guerra de la Triple Alianza, considerando lo poquito que estudiamos el siglo XIX de América Latina en las escuelas…)

Pero vamos a centrarnos: llegamos a Paraguay de noche, tras un largo viaje por carreteras argentinas y una entrada en Posadas, capital del departamento de Misiones,bastante pesada… con cierto esfuerzo (y la ayuda de un militar argentino que nos dio explicaciones como si de una clase se tratara, “repasemos, ¿cuántas cuadras tienen que pasar tras la plaza con la bandera…?”), logramos llegar al impresionante puente fronterizo sobre el Río Paraná, y así llegamos a Encarnación. Ingresar en Paraguay es un placer, ya lo experimenté brevemente en Ciudad del Este, y aquí se repite: nada de funcionarios pesados, nada de aduanas con colas interminables, nada, un militar guapísimo sonriendo adormilado y ya está.

Encarnación es una ciudad bastante sencilla en su diseño de calles, pero obviamente de noche una primera vez no es el mejor momento para comprobarlo, así que nos perdemos vilmente, pero un paraguayo nos guía a la puerta del hotel con su coche siguiendo después su camino sin esperar lasgracias. Esa amabilidad espontánea y natural de la gente será la constante de estos días. Amabilidad mezclada de sorpresa de que a unos españoles-orientales (la matrícula del coche a veces les llevará a pensar que somos orientales sin reparar en el acento) hayan decidido pasar sus vacaciones en su país y que ademáslo estén disfrutando. Es el mismo perfil bajo acomplejado que ya he visto muchas veces en Uruguay (¡¿pero de verdad te gusta Montevideo?!), pero que aquí se da con más intensidad incluso.

Sería un poco osado por mi parte dibujar un panorama correcto de Paraguay con tan sólo unos días de estancia, me centraré más en el sector servicios que fue el que lógicamente más observamos: nos dio la impresión de un país con muchisimas potencialidades, y que inicia su andadura aún con muchas faltas, pero con bastantes perspectivas de futuro. Perspectivas en las que quizá ni los propios paraguayos confían. Encarnación y el hotel en donde nos alojamos son un buen ejemplo: el hotel estaba sobre una costanera espectacular sobre el Río Paraná, una maravilla, un paseo magnífico, bien construido, con una playa espectacular y lindos chiringuitos sobre la arena… pues bien, la costanera estaba desierta la mayor parte del tiempo, y el hotel, bastante lindo y con pinta de ser de los mejores de la ciudad, estaba bien, pero tenía defectos de cajón increíbles, unos cuartos de baño minúsculos en los que había que saltar por encima del inodoro para llegar a la ducha… una nocha pegamos la hebra con una pareja de paraguayos, se les notaba gente de dinero (en realidad nos hablaron ellos primero, felices al oir el acento, de que hubiera españoles de turismo en la ciudad), y nos contaron que la costanera es una obra muy nueva, tanto que ni los propios habitantes de Encarnación se habían hecho a la idea de que esa parte de la ciudad, tradicionalmente pobre, fea, sucia y marginalizada, era ahora el mejor encanto que ofrece, por lo que aún no se habían acostumbrado a ir… el hotel llevaba mucho tiempo allí, «un visionario el dueño» nos decía el paraguayo, pero cuando la costanera no existía, el hotel no tenía mucha gracia, y era ahora, con la nueva situación, que estaba siempre a rebosar (damos fe, de hecho no había sitio para los días feriados de la Semana Santa, porque mucha gente viajaba para disfrutar de la hermosa playa).

En la (impresionante) represa de Yaciretá tuvimos otro ejemplo: a la entrada del pueblo, Ayolas, nos recibió una cohorte de chicos jóvenes que nos inundaron de folletos, y regalos promocionales de la zona, pero luego al entrar no pudimos ver la represa porque habían acortado las frecuencias de visita justo en esos días de Semana Santa por falta de personal, y tampoco pudimos almorzar en el pueblo porque era muy tarde y pilló justo en la hora de cambio de personal de las cocinas… sí que pasamos un rato en la playa, otro precioso remanso a orillas del Paraná, en donde gente del pueblo nos recibió con sonrisas, ofertándonos cervecitas y dejándonos sentar en sus propias sillas plegables, nos pidieron hacer una foto de grupo al irnos, felices de conocer a españoles visitando su pueblo…

Amabilidad, en todas partes la encontramos. El primer día en la Misión de Trinidad un chófer de autobús se acercó para avisarnos de que nos colgaba una pieza de la parte de abajo del coche… lindo souvernir de la carretera argentina, en donde nos comimos restos de una cubierta de camión abandonada en medio del asfalto, y que pensamos no había dañado el coche, pero sí… en seguida nos mandaron a un mecánico que tenía foso, llegamos con relativa facilidad (las carreteras paraguayas son poquitas, pero las que vimos estaban en muy buen estado y mucho mejor señalizadas), y allí nos recibió un chico rubio espectacular… sí, queridas lectoras, hay hombres espectaculares en Paraguay. No es ya sólo que los guaraníes eran unos indios guapos, que se mezclaron con españoles (que no estamos mal, a qué negarlo), sino que además el país tiene importantes colonias de alemanes y otros (ucranianos, etc)… resultado, mezclas sorprendentes… obviamente hay de todo, pero era habitual que cada día te toparas con varios hombres de infarto… el mecánico rubio fue el mejor ejemplo, echó un ojo a los bajos (de mi coche, sob sob), y decidió que era imposible salvar la cubierta guardapolvos y que no había en Encarnación taller que pudiera ponernos un recambio, pero él se ofreció a hacernos un apaño que nos permitiera salvar las vacaciones… salieron entonces otros tres chicos dignos de calendario Cosmopolitan, que se afanaron en mis bajos (los del coche, again sob sob), mientras yo dudaba entre buscar a la camara oculta porque ya me parecía de chiste o sencillamente echar a mis padres y consagrarme a hacer nuevos amigos en el país… terminaron en seguida, «seguro como la muerte» me sonrió el rubio (y tuvo razón, el coche aguantaría casi tres semanas más con el apaño hasta que pudieron cambiarme la pieza en Montevideo), y se negó a cobrarme nada, sólo tras mucha insistencia dijo que aceptarían «algo para la merienda», y ahí les dimos unos cientos de miles de guaraníes, que es una moneda desconcertante porque en cuanto te descuidas empiezas a contar en millones, y que luego vi en un supermercado era el precio de una botella de Cava Freixenet, así que no estuve mal…

Nos quedamos tres días en Paraguay, uno más del previsto (salimos el Jueves Santo en medio de la tormenta brutal que asoló gran parte de Argentina aquellos días, cruzamos el puente sin que se viera el río de lo espesa que era la lluvia, y menos mal que finalmente no hicimos por cruzar por Ituzaingó, al otro lado de la represa de Yaciretá, porque al llegar a nuestro hotel en Posadas, vimos que había sido de las ciudades más castigadas por el temporal), y desde aquí no puedo sino insistir: hagan justicia a Paraguay, y vayan a visitarlo… antes de criticar, «tenés que sentirlo…»

Rumbo a las reducciones jesuíticas (II): las misiones, utopias adelantadas a su tiempo…

El segundo tramo de nuestro viaje a las reducciones jesuíticas es el más agotador: cruzamos el puente Salto-Concordia, ingresamos a Argentina con bastante facilidad, y conducimos hasta el norte por carreteras en desigual estado, con un tráfico infernal de camiones en bastantes ocasiones, y sobre todo con una ausencia total de cartelería, para qué, dirán los argentinos, cuál es el punto de informar a la gente de por donde tienen que ir o donde están… encima yo estoy resfriada, con lo que mis padres dictaminan que el aire acondicionado es un peligro en mi estado, y atravesamos esa estepa inmensa bajo un sol de justicia derritiéndonos a ojos vista… el único momento agradable y descansado es durante el desvío para almorzar en Yapeyú, tierra «en la que tres pueblos encontraron su libertad» (no uno ni dos, tres), y que se anuncia como una «tierra sin maldad»… esa era una de las definiciones que los guaraníes daban a las misiones, y es que Yapeyú, a orillas del Río Uruguay, es uno de los 30 pueblos jesuíticos organizados en en el corazón de la Cuenca del Plata, en los actuales territorios de Paraguay, Brasil y Argentina.

Mi vida en América Latina me va convirtiendo en una creciente admiradora de mis antepasados, y este circuito por las Misiones jesuíticas, no va a hacer sino añadir nuevos matices a mi admiración por sus gestas en este continente… como reza el folleto de la oficina de turismo paraguaya: «Nunca antes en la historia, la humanidad logró llevar a la práctica la utopía de crear una sociedad diseñada según los cánones de lo que, en la época, se consideraba como bueno y justo…» Las Reducciones fueron un proyecto colosal de los jesuítas, apoyados por la Corona de España, verdaderos falansterios, ciudades utópicas en las que la vida transcurría plácidamente («sin maldad») para todos. Todos ganaban con las misiones: los jesuítas, que lograban «reducir» el paganismo contra el que luchaban, los guaraníes, que encontraban refugio de los «bandeirantes» portugueses que los cazaban para esclavizarlos, y la Corona de España, que afianzaba control en territorios en disputa con Portugal (y de ahí las Ordenanzas de Alfaro, que dotaron de un verdadero blindaje jurídico a las misiones).

Las misiones eran ciudades perfectas, con estructuras jerárquicas, ejército propio,  escuelas, talleres, plantaciones, ganado, se autosustentaban perfectamente.  Ahora mismo las misiones son denominadas jesuítico-guaraníes, y es lo justo, porque los guaraníes eran tan dueños de ellas como los jesuítas: tras los primeros  momentos de conversión espiritual, ayudados de la música (ese Jeremy Irons tocando la flauta en «La Misión»), los jesuítas tuvieron la inteligencia de respetar las estructuras indígenas, cuyos caciques adoptaron el sistema con entusiasmo, y fueron ellos en realidad los que construyeron los muros de las iglesias, y las imágenes de los templos… impresionante la capacidad de liderazgo de esos padres, pues sólo dos vivían en cada misión, el resto, eran guaraníes. Casi 150000 habitantes llegaron a tener esos 30 pueblos en total… habitantes que aceptaban el sistema, pero sobre todo respetaban a estos jesuítas inteligentes, firmes y pacíficos… la Corona, quedaba lejos…

Sigo citando al folleto turístico argentino: «Despertaron admiración entre quienes profesaban las utopías, pero también sospechas entre quienes detentaban el poder político, quienes lograron desacreditar a la Compañía de Jesús hasta que el Rey Carlos III firmó la expulsión de los jesuítas de los dominios españoles»

«Abandonas a su suerte, en 1767, destruidas por las invasiones portuguesas y paraguayas (habría que discutir este adjetivo con el redactor del folleto argentino, en realidad, fueron pasto de las disputas fronterizas entre los nuevos países, y ya luego la Guerra de la Triple Alianza contra Paraguay, puso la puntilla final) entre 1816 y 1819 y posteriormente saqueadas, de las reducciones quedó el ejemplo de una experiencia civilizadora inédita…»

Y sobre esa experiencia, pretendo aprender más en los próximos días…

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