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Levantando sospechas

Cena de amigos. La conversación transcurría con normalidad (yo asegurándome de que nadie pase por alto que los Borbones son de origen francés), cuando de pronto, inesperadamente, el tema giró y nos encontramos hablando de amores. Yo me irrité, es muy deprimente hablar de amores cuando tienes un par de parejas homosexuales delante. Porque sí, lo confieso, tengo envidia de los homosexuales, y del modo en que van escalando posiciones en el panorama sentimental.

Antes, lo que una envidiaba de los gays, era el sexo libre y frecuente. Los gays siempre parecían tener una facilidad para arrejuntarse con cualquiera en cualquier lado, aún recuerdo mi estupefacción cuando mi compi de piso en Madrid salió un día a correr por el parque, y volvió tan contento porque había ligado con otro corredor, y ambos se lo habían montado felices como conejos tras unos matorrales. Yo cuando salgo a entrenar lo único que consigo es mala conciencia por lo pronto que me canso, además de que me ladren los perros con que me cruzo… Pero había un monopolio que las heterosexuales detentábamos sin discusión y era el del amor eterno. Los gays follarían mucho, pero a la hora de encontrar una pareja estable, ganábamos. Pues bien, hasta en eso nos ganan ahora: «lo conocí en un almuerzo de trabajo», «fui a una cena de compromiso que me apetecía cero, y acabé conociendo al amor de mi vida», «un día paseando, nos cruzamos por la calle y ya nunca más nos separamos»… sí, todas esas historias dignas de guión de Hollywood, son las historias de amor de mis actuales amigos gays, todos felizmente emparejados, todos protagonistas de historias como las que antes interpretaban Rock Hudson y Doris Day, y que ahora interpretarían… bueno, Rock Hudson y Doris Day, en realidad.

Mientras tanto, las chicas de la cena nos enfrentábamos a nuestra triste realidad actual: «Yo no levantamos ni sospechas» dijo una (no digo su nombre… pero es una amiga argentina, y morocha, y vive en Chile desde hace tiempo… vamos, que era Marisol). «Levantar» en rioplatense = «ligar» en español de España. Y no lo traduzco al chileno, porque no tengo ni flowers de cómo se dice en chileno, lo cual es indicativo de mi vida amorosa en en el Santiago bip!, así que para qué extenderse… Pero en mi caso hay una razón, como quise explicar a los allí presentes: es el pacto que hice con Zeus y el destino, a cambio de tener siempre asegurado encontrar aparcamiento.

A ver, «flashback» al estilo de «Cómo conocí a vuestra madre»: verano de 2010, una noche en La Barra de Punta del Este. Yo en el coche con Ifat y Fabiana, dando vueltas como locas, buscando un lugar en donde soltar el coche. Cualquiera que haya estado en La Barra de Punta del Este en enero, se carcajeará imaginando nuestra situación. Yo juraba en arameo, mientras Fa e Ifi respondían frenéticas a mensajes de texto de tíos que preguntaban por qué no habíamos llegado aún a la fiesta a la que se suponía debíamos llegar. Antes, aquella noche, durante la cena, las tres habíamos intercambiado nuestros deseos para el Nuevo Año, lo típico, como afortunadamente teníamos salud y tampoco es que estuviéramos mal de trabajo, nuestras peticiones se habían centrado en el amor. Pues bien, tras pasar por el mismo sitio por quinta vez sin tener visos de poder soltar el coche en ningún lado, cuando empezaba a plantearme si dejarlo en Montevideo y caminar desde allí a La Barra, lo dije, en voz alta y sonora: «pues mi deseo de Año Nuevo no es encontrar a un tío, es encontrar aparcamiento de una p… vez!!!!» Y entonces, APARECIÓ. El hueco más increíble del mundo, en plena calle principal de La Barra, a pocos metros del lugar de la fiesta. Científicos de la NASA tendrían que haber ido allí para dejar constancia del paranormal fenómeno… y así, se selló mi destino, que empezó aquella misma noche: Ifi y Fa «levantaron» como locas, mientras que yo contemplaba mi coche líndamente estacionado… Decenas de personas posteriormente han podido atestiguar el hecho: parkings atestados de centros comerciales en sábado, calles en horario de cierre de oficinas, barrios en plena efervescencia nocturna, yo siempre encuentro aparcamiento. Aparecen así nomás… y como bien saben mis amigas orientales, mi vida sentimental en Uruguay fue un páramo desolado y aquí en Chile ni siquiera sé cómo se dice «ligar».

«La solución es muy sencilla» apuntaron los comensales de la cena, una vez concluido mi relato. «Sencillamente tienes que renunciar a tu privilegio de aparcamiento»… Yo empecé a temblar, ¡¿renunciar a mi privilegio?! ¿Ahora, que por fin parece que llega mi coche, tras toda una travesía oceánica y un periplo burocrático de casi 5 meses, ahora que desembarcó en Iquique desde donde me manda fotitos saludando, ahora que parece que «al tiro» me llega (un par de mesecitos más, vamos)…? ¡¿Ahora voy a renunciar a mi privilegio?! …

Porque sí, amigos lectores, no se escandalicen ni asombren: pertenezco a una generación de mujeres descreídas, que ya hemos superado la fase del cuento de hadas y del reloj biológico, y a estas alturas, con una mochila de situaciones embarazosas y de relaciones que una jura no haber tenido en realidad, de llamadas de teléfono y mensajes de texto sin respuesta, de puñadas certeras al corazón y de llantos frustrantes, de confusiones y señales mal entendidas, pues bien, una ya no sueña con que la espere en casa el Príncipe Azul de Cenicienta, sino, como bien dice mi amiga Maria Inés, el mayordomo de Batman.

Que obviamente era gay, pero eso ya no importa.

 

Mirando hacia atrás (II)… Silvina

Sigo en pleno trajín de limpieza y siguen saliendo tarjetas, recibos, postales, papeles y más papeles, que me retrotraen a momentos determinados de mis cuatro años en Uruguay… hoy apareció una factura del Puerto de San Anselmo, que es un restaurante a las afueras de Piriápolis, y recordé mi primer viaje a Punta del Este, con Pilar y Silvina. Este es un recuerdo hermoso pero que ahora me resulta triste, porque recientemente supimos de la muerte de Silvina, tras una larga enfermedad.

Recuerdo perfectamente el día que conocí a Silvina. Sábado, 4 de octubre de 2008. Yo había llegado a Montevideo el 1 de octubre, ese mismo día conocí a Pilar, nuestra canciller en el Consulado, que me prestó el colchón sobre el que dormí mis primeras semanas aquí (favorcito), y además me presentó a algunos de los que luego serían mejores amigos (favorazo). Eso lo hizo el sábado, que era fin de semana de Patrimonio, que en Uruguay se celebra al modo francés de “puertas abiertas”: pasé la mañana caminando por la Ciudad Vieja con Pilar y Gus, al que adoré desde el segundo número 1, siguiendo las líneas amarillas que marcaban el sendero de la antigua muralla de la ciudad, un proyecto en el que había trabajado un compañero arquitecto de Gus, pasamos por la tienda de Ana Livni y Fernando Escuder, y acabamos obviamente en el Mercado del Puerto, sobre el que ya he dicho que es uno de los sitios que más me gustan de Montevideo.

Luego salimos de noche, Pilar organizó la previa en casa, y allí estaba Fa, aún recuerdo lo hermosa que me pareció, y allí estaba Silvina, una periodista argentina que estaba en la ciudad trabajando con ANSA, y que me cayó genial al instante. Esa noche fue tan tan divertida, fuimos al Lotus, una discoteca hortera en el World Trade Center, y volví a mi hotel  (entonces aún no tenía  mi casa de losa radiante), de madrugada, con una sonrisa de felicidad, por las perspectivas que Montevideo había despertado en mi primer sábado aquí.

Días más tarde, Pilar nos metió en su coche a Silvina y a mí, y nos llevó a Punta del Este, ahora me puse a rescatar nuestras fotos frente a los famosos dedos de la Playa Brava…

Pero tuvo el acierto de hacernos pasar antes por Piriápolis, que me encantó. Piriápolis es el primer desembarco de los argentinos en la costa uruguaya, atraídos por este balneario construido a la imagen de la Costa Azul, por un empresario visionario, Francisco Piria. Ahora que los argentinos se instalaron en Punta y más allá, Piriápolis ha quedado englobado en los balnearios uruguayos (Atlántida, la Floresta, las Flores, Bellavista…). Bueno, ser, son todos uruguayos, pero esos son los balnearios en los que la mayoría de los uruguayos pasan las vacaciones, porque Punta del Este, en realidad es argentino. Yo tenía muchas ganas de ver Piriápolis, tenía en mente las imágenes de la película Whisky, y aún recuerdo la impresión que me produjo ver el Hotel Argentino… hacía poco que había visto el barrio montevideano del Prado, que tiene todo el aire de una peli de Visconti… pero el Hotel Argentino es ya directamente «Muerte en Venecia»… desde ese día, he llevado a todas mis visitas al Argentino, y todos han adorado su majestuoso aire decadente.

Con Silvina fui al evento por la reapertura del Galpón, un grupo teatral cuyo teatro expropió la dictadura uruguaya, y de vuelta nos reímos con el aire circunspecto y austero de la celebración, con los aplausos justos, «estamos de fiesta» decían los presentadores con aire serio para presentar a continuación un extracto de «Montevideanas», que no es una comedia precisamente… Analizamos eso que dicen muchos de que los argentinos son más alegres porque heredaron la vitalidad de los italianos, mientras que los uruguayos tienen la contención pausada de los castellanos, afirmación con la que yo no me mostré muy de acuerdo, sobre todo por la parte española que me toca, ¡austera, pausada y contenida, yo!!

Y recuerdo perfectamente la última vez que vi a Silvina. Fuimos juntas a ver «Las viudas de los jueves», que retrata los días del «corralito», pero desde la perspectiva de un country argentino, de unos ricachones que se niegan a ver que están tan arruinados como el resto de sus compatriotas… a la salida, Silvina me estuvo contando sus propios recuerdos de aquellos días de Navidad de 2001-2002, las manifestaciones contra De la Rúa, los cambios de gobierno, la frustración, el miedo…

Hace poco volví a ver Whisky, que retrata maravillosamente el Uruguay posterior a su crisis bancaria de 2002, en la que ni coches circulaban por las más tristes que nunca calles de Montevideo… vista ahora, sin embargo, la película resulta anticuada, el Uruguay que muestra ya no es el Uruguay del que me estoy despidiendo, lo que ha cambiado en estos 4 años… incluso veo a los uruguayos distintos, menos contenidos y austeros, ahora aplauden más, me parece que se empiezan a creer que son un gran país… me gustaría mucho conversar sobre esto con Silvina, qué pena me da pensar que no volveré a disfrutar de su charla inteligente y amena…