Mi nana Rosa the Pooh

¡No había escrito sobre mi nana! Parecería que Darling ya había agotado el tema de las empleadas domésticas chilenas, pero no, el tema tiene mucha enjundia, y la llegada de Rosa a mi nuevo hogar de Pedro Valdivia Norte es buena prueba de ello.

Rosa tiene apellido mapuche, vino de Concepción con su hija, y cuando fui a España en Navidad me pidió, como único encargo, una biblia especialmente editada en Valencia que había comprado por internet, y que vino a buscar rauda y feliz a mi casa el mismo domingo de mi llegada. Aparte de leer la biblia, a Rosa lo que más le gusta en la vida es hablar, amasar panes y «queques», contarme el precio de las frutas y verduras del mercado de los sábados, y chequear cómo va el huertito que me ha montado en una de las jardineras de la casa. Lo de hablar lo han podido comprobar todas mis visitas de este verano (Violeta jura que la seguía hasta la puerta del cuarto de baño y podía escuchar su charleta mientras se duchaba). Los panes y «queques» los disfrutó sobre todo Leandro, para quien Rosa amasó feliz cada mañana. Y el huertito lo disfruto mientras escribo, que miro por mi ventana la flor que tiene la planta del zapallo, los matorrales de menta y albahaca, y la timidez del cilantro, que al fin se animó a salir. En cambio, a Rosa mi armario le produce reacciones incomprensibles, ha decidido que unos leggins super fashion de Max Mara son en realidad un trapillo para hacer gimnasia, al tiempo que cuelga primorosamente junto con mis trajes de chaqueta, el vestido viejo que me pongo para estar en casa.  Luego Rosa tiene el mismo tic que tienen absolutamente todas las nanas del mundo mundial, la manía de colocar los adornos ladeados. Fue mi amiga Aurora la que me dio la pista, y desde entonces he podido contrastar con distintos amigos: tú pon a una empleada doméstica de Bangkok, Nairobi o Tegucigalpa a limpiar una mesa de café con los típicos librotes de adorno, y ella automáticamente los colocará ladeados, hagan la prueba, no sé porqué no se investiga un hecho globalizador tan asombroso. Pero a pesar de todo ello, me gusta Rosa, hasta me gusta esto de que nada más llegar se sienta a charlar conmigo mientras desayuno (los precios del mercado, que son su obsesión, aunque poco a poco se va soltando con otros temas).

Al poco de que los panes y los queques de Rosa llegaran a mi vida, ocurrió algo asombroso: sus obras panaderas rara vez superaban las 24 horas de vida en mi cocina, y sin embargo mi báscula no me regañaba a resultas de ello. Y es que no era yo quien se comía los panes y los queques. Era Rosa. Yo algo sabía de que en Chile es obligatorio dar de comer a las nanas si las tienes a jornada completa, yo la tengo a media jornada, pero aún así, tampoco me pareció muy grave que Rosa picoteara algo… No pasa nada si come usted algo, Rosa, le dije con el mismo tono con que el obispo de Los Miserables perdonaba a Jean Valjean… No obstante, he de reconocer que el día que llegué a casa molida a las 10 de la noche con la sana intención de cenar un filete y acostarme, y me encontré con que Rosa se lo había zampado, ahí me puse a pensar que Javert el policia tenía su punto de razón al querer enchironar a Jean Valjean.

Al día siguiente, aún hambrienta, cuando Rosa se disponía a contarme que las avellanas en Concepción están mucho más baratas y buenas, la confronté con la verdad de filete. Ella no negó nada. De hecho lo reconoció con cándida sinceridad: «uy, si es que cuando lo vi solo en la heladera, pensé, ¡este filetito para mí…!» Casi diez años de diplomacia activa no me han dado la preparación suficiente para responder a un argumento así… Opté entonces por intentar ordenar la situación, le empecé a sugerir que revisara los tuppers en donde guardo restos de comidas, que yo siempre cocino de más… y ahí tuve una nueva e inesperada revelación: la dieta de las nanas es un desastre. Consulté con amigos, y todos me contaron historias similares. A unos se les comían el embutido, a otros golosinas varias, rara vez un plato decente de cuchara. Vamos, que una se la pasa instruyendo a sus empleadas para que le cocinen verduras y pescado para tener una alimentación sana y equilibrada, pero luego ellas, a la hora de la verdad, arramblan con la bolsa de patatas fritas. Yo tardé un tiempo en averiguar qué comía realmente Rosa, (además de pan y queques), veía vasos de «quesillo» (queso blanco) a medio en la nevera, y finalmente Violeta me dió la pista definitiva sobre el tarro de miel. Fue entonces cuando tuve que asumir la verdad: mi Rosa es la versión chilena de Winnie the Pooh. Yo ya podía cansarme sugiriéndole que se comiera el resto de pollo rehogado, la pasta con carne picada o la sopa de pepino. Sí, si, donde se quede un buen bocadillo con pan recién horneado, quesillo y miel…

Así que por ahora estoy comprando miel y quesillo a granel (eso sí, pasé a comprar de la marca blanca del Jumbo, que la tragaldabas se me zampó en tres días un bote de miel fina de abejas mimadas por no sé qué monjas de clausura de una región inaccesible del Chile natural, que me salió por una pasta). Mejor que se atiborre de miel, sobre todo ahora que llegan mis padres con las provisiones acostumbradas. Que se coma el pan, los queques, la miel, el quesillo… pero la estrangularé con mis propias manos como se atreva con el jamón ibérico.

 
 

1 Comment

  1. Te regalo el metro marino que quizás me pertenece de esta larga culebra oceánica… | bitacora de bronte - 17 agosto, 2015

    […] de los abogados de Bolivia fuera español. Por tanto, no me extrañó nada el día que mi Rosa me contó que había estado viendo por la tele una de las sesiones. Después de 10 minutos se […]

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