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#metoo vs #notmetoo

Tengo una amiga funcionaria, grupo A, bien posicionada y respetada en su departamento. Hace unos años tuvo que aguantar a un jefe baboso. No era jefe suyo directo, pero él tenía que dar el visto bueno en determinados documentos que salían del departamento de mi amiga, lo que la obligaba a tratar mucho con él. El tipo era un baboso de libro. De esos que solo te miran las tetas y hace chistecitos (sin gracias alguna) sobre lo guapa que estás, chistes que no te hacen sentir mejor en absoluto porque no tienen gracia, y porque no te apetece que un viejo desagradable te haga patente que se está imaginando cómo sería montárselo contigo. Que lo piense si quiere, pero que no lo comparta, leñe. Pero al baboso, mi amiga le gustaba más aún que al resto, o simplemente la vio más accesible, cualquiera sabe. El caso es que el tipo la acariciaba en los brazos, o incluso en las piernas si estaba sentados, a la menos ocasión, y con cualquier excusa. Le echaba miradas super desagradables. Hacía comentarios sobre su ropa: si iba algo «destapada», pues nada, a celebrarlo con las «gracias» de siempre. Si iba tapada hasta el cuello, en la ingenua creencia de que eso la salvaría, al contrario, el tipo se pasaba media reunión lloriqueando por lo tapada que iba. Que el tipo era un baboso lo sabía todo el mundo. Pero con respecto al tratamiento especial que daba a mi amiga, ésta había optado por no contarlo a nadie excepto a nosotras, sus compañeras de café y amigas. A su marido prefería no contarle nada. Pero era tan evidente que su jefe directo y sus compañeros acabaron notándolo. Así que lo que hacían era evitarle ir a esas reuniones. O permitirle entregar telemáticamente los informes. O incluso, si no había otra que ir a una reunión con el baboso, ellos se colocaban físicamente rodeando a mi amiga para que el tipo no pudiera ni rozarla. Eran buenos tipos. Pero lo curioso es que a ninguno se le ocurrió decirle nunca, oye, por qué no denuncias a este impresentable. Tampoco hablaron con el tipo directamente, o informaron a superiores comunes. Tampoco lo hicimos ninguna de sus amigas. Sabíamos que al final la cosa se volvería en contra de mi amiga, que se montaría un escándalo, que todo el mundo la señalaría, que tendría detractores, que todo el mundo opinaría, muchas veces criticándola, y que habría quienes defenderían al tipo desde lo alto porque era un jefe con muchos contactos…ella lo sabía, así que lo fue llevando como pudo y, eso sí, cuando el tipo se jubiló y le dieron una copa de despedida, ni ella ni otras muchas fuimos, en señal de solidaridad. Hubo quien nos lo afeó: como sois, si el tipo es así, no puede evitarlo, si ya se jubilaba…

 

Tengo otra amiga. Aprobó unas oposiciones dificilísimas. De esas que los abuelos ponen de ejemplo cuando quieren hablar de alguien muy listo o trabajador. Las aprobó. En su promoción apenas había mujeres, eran todo tíos. Un día salieron de marcha todos, y uno de ellos, que era conocido por ser «rarito», se tomó dos copas de más y se puso super pesado con ella. Baboso. Pesado. Nada de flirteo inocente. Cuando un tío se te pone pesado en un bar y no hay manera de quitártelo de encima. Al final se fue a su casa porque no podía aguantarlo más. Compartió taxi con otros dos compañeros que estuvieron de acuerdo con ella en que el tipo se había pasado varios pueblos. Al día siguiente, mi amiga fue al despacho del tipo, y le hizo ver lo absolutamente desubicado que había estado. Le preguntó si le gustaría que alguien hubiera tratado así a una hermana suya. El tipo se enfureció, negó todo, y empezó a criticarla siempre que podía. Automáticamente, toda la promoción se colocó en una pura y exquisita neutralidad, no queremos meternos, todos, incluidos los que la habían acompañado en el taxi. Pasadas unas semanas, mi amiga se dio cuenta de que ya no la llamaban para quedar, y cuando preguntó, le dijeron que preferían no llamarla, para que no coincidiera con el tipo. Como ahora andáis peleados… Al final, mi amiga tuvo que transigir, arreglar como pudo la situación, ¡cómo si la culpa fuera suya!, porque veía que iba a quedarse sin amigos en el trabajo.

 

Estoy hablando de dos funcionarias de la Administración. En donde hay leyes que nos protegen. Un oasis en el que la igualdad está más que reconocida, en donde se supone que no hay discriminación. Y aún así… son cosas que pasan, a diario, que te pueden pasar a ti, aunque estés en un puesto alto, en una buena situación. Y no se habla del tema porque al final, si la cosa no se desmadra mucho y no pierdes tu puesto, o algo irremediable, pues te aguantas. De hecho, mis dos amigas no existen como tales. Son una mezcla de varias, he distorsionado datos, porque sé que si las protagonistas reales se reconocieran en mi blog se sentirían muy incómodas. Son temas desagradables, cosas que pasan, que no apetece airear. Lo del #metoo no cala aquí.

 

Por eso es tan fantástico lo que estas mujeres de Hollywood han hecho. Porque al decir #metoo aparte de dar voz a las que no tienen poder, ni capacidad alguna, a las débiles, han dejado claro que estas cosas que pasan pueden pasarnos a todas, incluso a las que nos sentimos protegidas por nuestra posición, por nuestra situación económica, por nuestra ubicación social. Si le pasó a Salma Hayek, a Ashley Judd, a las dos actrices que interpretaban a unas brujas buenas que luchaban contra el mal con tacones y minifalda…(y que apenas han vuelto a actuar, por cierto y ahora sabemos por qué), al final te das cuenta que te puede pasar a ti también. Por eso es alucinante lo que hicieron. Y por eso todas nos emocionamos cuando Oprah gritó but their time is up .

 

Bueno, no todas. Las mujeres somos tan diversas como los hombres, y de todo hay en esta viña de Zeus. Es curioso porque en mis años de diplo en el exterior, siempre he sostenido con uñas y dientes que España no es más machista que otros países de Europa. Una especie de leyenda negra actualizada nos señala a veces como tales, y yo defiendo a los hombres (y mujeres) de mi país. No somos los más machistas de Europa. Y muchas veces añado, «en mi opinión, Francia es tanto o más machista». Es verdad que es el país de Olympe de Gouges, de Flora Tristán y de Simone de Beauvoir. Pero también es el país en el que a Edith Cresson en su discurso de investidura como PM de Mitterrand, le gritaron obscenidades e insultos que nunca escuché en un parlamento español. Es también el país que considera que era super moderno tener a un presidente polígamo manteniendo a sus dos mujeres en la casa oficial pagada con los impuestos de los ciudadanos. El país en el que muchos están seguros de que su presidente actual es gay sencillamente porque está casado con una mujer 24 años mayor. Así que el manifiesto de las 100 intelectuales y artistas contra el #metoo no me ha sorprendido mucho. Me ha cabreado, obviamente también ha habido mujeres en Francia igualmente cabreadas, y realmente, como europea, me hubiera gustado que este movimiento hubiera tenido más mujeres de aquí equivalentes a las de Hollywood. Quizá nadie acosa ahora a Catherine Deneuve (no por ser vieja, sino porque es poderosa). Pero me apuesto la mano derecha a que sí tuvo que aguantar lo suyo cuando era una actriz joven y poco conocida. O no tan conocida. Nadie le pedía que lo contara, pero su cinismo al firmar ese manifiesto retrógrado ha sido decepcionante. Y encima seguro que todas se creen super modernas y valientes.

Pero ya digo que no me ha sorprendido. Porque esto de definir el acoso sexual como flirteo o seducción es algo de toda la vida. Tan viejo como definir la violación como un acto consentido en el que la mujer es demasiado tonta como para darse cuenta de que era consentido, o sencillamente, se ha enfadado y busca vengarse de cualquier forma. Y de la misma actualidad. No hay más que dar un repaso a la vomitiva defensa de los «buenos hijos» de La Manada. 

Pero bueno, estaba claro que no iba a ser fácil. Hay que seguir. Their time is up. Tandis que le votre, chères demoiselles, c’est tout à fait fini. 

 

#metoo

Time Person of the Year

 

Razones para amar Breaking Bad

Vale, tenía a Breaking Bad en el radar de series que debía ver, pero la verdad es que siempre encontraba razones para no empezarla, entre otras cosas porque me habían comentado que era muy violenta y desagradable. Hace unas semanas, ST se empeñó en que viera un capítulo, que no me impresionó mucho. Luego vimos otro. Y otro. Creo que fue al cuarto o al quinto que me empezó a enganchar y caí rendida a lo que ST llama «efecto Breaking Bad»… Y ahora, semanas después, ya terminada, tras una última temporada de infarto en la que me obligué a ver solo un capítulo por noche para aumentar la emoción, me atrevo, modestamente, a enumerar las razones por las que he AMADO Breaking Bad.

(A partir de aquí, spoilers a tutiplén, no sigas leyendo si no quieres que te destripe la serie)

  1. Porque es una serie con coherencia hasta el final. Es una característica de las series de calidad del S.XXI. Antes los guionistas no se planteaban un final, o al menos no desde el principio. Aguantaban la trama mientras había audiencia. Ni siquiera Twin Peaks: la serie siguió, de forma penosa, después de desvelarnos quién había matado a Laura Palmer. Yo creo que esto cambió con Lost, con esa fantástica última temporada en la que se nos remitía a incógnitas de los primeros episodios. Breaking Bad es así: todo tiene sentido al final, y disfrutas el darte cuenta de que el guionista tenía claro desde el primer episodio cómo iba a terminar la historia. La misma coherencia que se disfruta en Como conocí a vuestra madre.
  2. Porque es una historia ética. Vivimos en un mundo cada vez más falto de valores morales laicos, los únicos que siguen dictando lo que está correcto y lo que no, son los religiosos. Pero los que no seguimos una religión concreta estamos cada vez más huérfanos de direcciones éticas. Y películas y series glorifican de forma distinta al pillo, al ladrón, al asesino (y si es caníbal, mejor). Una especie de obsesión por mitificar y dotar de fascinación al Mal, que tuvo su gracia al principio, pero ya agota. Breaking Bad no es así. Aquí todos los que han hecho cosas mal tienen su propio castigo al final, incluso aquellos con los que has podido empatizar con el paso de las temporadas. Porque asesinar a un ser humano y disolver su cuerpo en ácido está mal. Cocinar drogas sintéticas para que mafias criminales hagan dinero fácil a costa de la adicción humana está mal. Defraudar al fisco y lavar dinero negro está mal. Usar tu permiso de abogado para cometer actos ilícitos está mal. Y no es ya porque sea contrario a la ley, es que está mal. Y los que hacen cosas malas, acaban siendo malos, que es definitiva lo que le pasa a Walter White (el título significa, literalmente, «volverse malo»). En Breaking Bad no sale un solo sacerdote, y la existencia del alma se niega en un fantástico diálogo  («aquí no hay nada más que química»)  y sin embargo es una de las series que más presente tienen en todo momento los clásicos conceptos del Bien y el Mal. Reconfortante, en estos brumosos inicios de S.XXI.
  3. Porque es una serie quijotesca. Walter White, como Alonso Quijano el Bueno, frisa la edad de cincuenta años, y decide reinventarse del todo, e iniciar una vida de aventuras. Se inventa un nuevo nombre, recibe más palos que una estera, y aunque termine siendo malo, no hay que olvidar que al principio es bueno. Y, para mí la similitud más clara, elige como compañero de viaje a un Sancho Panza cómico, simplón, algo bobalicón, dotado de una fortaleza moral básica pero a prueba de balas: Jesse Pinkman termina la historia llorando (literalmente) cada una de sus malas acciones. Como en el Quijote, la dinámica entre Walter y Jesse, entre dos caracteres tan distintos, es uno de los mayores atractivos.
  4. Porque es una serie de hombres… con mujeres cabreadas de vivir en un mundo de hombres. Los hombres copan los personajes principales, es en definitiva la historia patriarcal de un hombre que se empeña en proveer de riqueza a su familia, sin tener en ningún momento en cuenta la opinión de ésta. Skyler es un personaje secundario, pero fascina su empeño en no serlo. No está contenta con su papel de esposa complaciente, y Walter tendrá que pelear con ella a cada momento, porque ella no se resigna. Y eso es lo fantástico: siendo una serie que desde luego no cumple el Test Bechdel no por ello es machista. Refleja un mundo en el que los hombres se comportan como se supone que se tienen que comportar los hombres de acuerdo a los valores patriarcales de toda la vida: son dominantes, temerarios, empecinados, reservados, antes se arrancan la piel a tiras que demostrar sus sentimientos, los que lloran son ridiculizados, defienden sus posturas con agresividad, cuando no con pura violencia, y actúan de acuerdo con sus propios intereses, en el entendimiento de que esos intereses son los que valen. Pero no es un mundo de hombres felices, de hecho todos los dramas se desencadenan siempre por esa actitud machista: las peleas sin sentido entre Walter y Jesse, la tozudez de Hank, el egoísmo de Walter. Jesse nunca sabrá lo importante que llega a ser para Walter, que su empeño en manipularlo es su mayor muestra de cariño porque es así como trata a toda su familia. Walter Jr nunca sabrá que su padre hizo todo lo que pudo por salvar a su tío. Hank muere por su tozudez en querer pillar a Heisenberg en solitario. Skyler nunca sabrá hasta qué punto su marido es un hombre fiel y enamorado. Todo el dolor del machismo se refleja en su última conversación, cuando él, derrotado y sólo, le confiesa, al fin: «todo lo hice por mí», y no por su familia.

Y bueno, también podríamos añadir que porque es la historia con la que los yanquis adoptan al fin el «cuñadismo» como eje central de una historia. Y porque es una historia bilingüe, de ese bilingüismo natural anglohispano del que tanto podríamos aprender. Todos tenemos nuestras propias razones para AMAR Breaking Bad. ¿Cuál es la tuya?

Breaking Bad

Cómo Walter Quijano White pasa de ser Bueno a Malo

 

 

Madres

 Madres… He conocido muchas madres, aparte de la mía. Yo no tengo ningún problema con la mía, por cierto. Es verdad que acostumbra a dar su opinión en voz alta, pero ya me acostumbré. No obstante, madres hay como colores, a qué negarlo. Y yo he conocido muchas que me han hecho dudar de si realmente quiero tener hijos. Sobre todo las madres de adolescentes. Aún recuerdo una compañera que entró una vez a mi despacho, tras tener una bronca monumental con su hijo de 17 años. “No tengas hijos, NO TENGAS HIJOS” me gritó. También tenía una amiga, madre de un muchachote que amenazaba con irse de casa con cada pelea. Ella a continuación escribía un mensaje a su marido: “cariño, no me quiero hacer ilusiones, pero algo me dice que esta vez por fin sí que se larga…”

Yo creo que el único momento en que he tenido claro tener hijos fue de niña, jugando con muñecas. Nuestro mundo predetermina a las niñas a tener hijos con los juguetes. Es increíble que los malthusianos no se hayan planteado la posibilidad de restringir el acceso de muñecos a las niñas. Apuesto que la natalidad descendería automáticamente. Ya mayor, me desaparecieron las ganas (que reconozco que la Barbie había puesto ya muy a prueba). Desde entonces, no he oído nunca, ni una sola vez, ese llamado reloj biológico que todas las mujeres tenemos supuestamente.

Mi sordera se mantuvo durante los 4 años que viví en Uruguay, y eso sí que es asombroso. Nunca conocí mujeres con instinto maternal más furioso que las uruguayas. Bueno, miento, conocí a una, que quizá por oposición con el medio, era la más antimaternidad que he conocido. Suspiraba al entonar un sempiterno “la especie humana subsistirá incluso si yo no tengo hijos…”. Alguna vez estuvo por contestarle que, la especie humana en general, sí, pero que la oriental, considerando que sólo había tres millones, capaz que sí que necesitaba el apoyo de todas sus mujeres. En todo caso, el resto con el que me crucé, todas adeptas por la causa. ¿Por qué no te congelás los ovulos?, escuché mucho en aquellos años. El Óscar se lo lleva una amiga con la que comentaba un día lo poco que me parecía iba a durar con un noviete que tenía entonces. En un momento, me interrumpió con un: y ahora que todavía estás de novia, antes de dejarlo, ¿por qué no aprovechás y tenés un nene?

Mi reloj biológico sigue muy controlado actualmente. Y eso que ya por edad debe de estar dándome alaridos. Me encantan los bebés, me derrito al ver su ropita, pero no siento esas punzadas que muchas mujeres me han dicho que sienten. Lo único que me hace dudar es el recuerdo de una figurita de escayola que pinté para mi madre cuando tenía 5 años. Era una paloma dorada, con una vela roja. Una vez mi madre la sacó de un cajón y quedé en shock al ver lo espantosamente horrible que era… en mi memoria, era la figura más hermosa y delicada del mundo. Recuerdo que la víspera del Día de la Madre, cuando debía dársela, yo no podía dormir de puro nervio. Pensaba que iba a entregarle el regalo más bonito que se podía dar a ser humano: el que se merecía, en definitiva. Y ese recuerdo me lleva a ese amor intenso, despiadado, egoísta y ansioso que tienen los niños por sus madres. A veces tengo algo de pena de no experimentar que es sentir ese amor de otro ser vivo.

Y toda esta reflexión me viene por una amiga uruguaya, que acaba de adoptar a un bebé hermoso. Me anunció su intención de adoptar hace años, y reconozco que la apoyé muy poco. En parte porque desconfiaba mucho de los servicios de adopción del país. Pero ahora que es mamá de un niño sano y feliz, quiero enlazar aquí el relato de su proceso de adopción. Creo que define a la perfección el instinto maternal más puro.

Por cierto que mis dos amigas, madres de adolescentes, esta semana pusieron sendas fotos de sus retoños en su perfil de Whatsapp. Y las dos me comentaron lo orgullosísimas que se sentían de sus últimos logros. Algo debe de tener para que a diario decenas de miles de mujeres se decidan a alistarse en el ejército de madres…

Madres

(Dedicado a las “no madres”, porque son las que mejor me van a entender…)

La reina de las princesas

Se nos fue la Princesa Leia…

Crecí en un mundo en el que todas las niñas queríamos ser princesas. No creo que fuera casual el hecho de que quisiéramos ser princesas, y no reinas. Estoy segura de que era algo predeterminado de nuestro mundo patriarcal machista, haciendo que nuestra ambición quedara reducida a ser una segunda en la línea de poder.

La uniformidad en nuestro sueño de ser princesas era aterradora: todas queríamos llevar vestidos de colores pasteles (curiosamente, las reinas solían vestir de colores fuertes), con cancanes y volantes, lazos ridículos y tacones incómodos. Las princesas eran siempre delicadas, de voz dulce y modales exquisitos. Había por ahí un cuento particularmente espantoso, en el que se identificaba a una porque su piel era tan delicada que notaba un guisante bajo una pila de colchones. Y, ya para rematar, las princesas además rara vez lo eran por derecho propio. Normalmente lo eran por matrimonio. Así que nuestras heroínas eran dobles segundonas, por debajo de un rey, de una reina, y de su propio marido. Y por supuesto, aunque eran protagonistas de los cuentos, siempre lo eran de una historia en el que eran rescatadas por un héroe, toda su felicidad final recaía en la acción de un hombre.

Así crecimos. Queriendo ser esos seres etéreos e inútiles. Hasta que llegó ELLA. Ella era una princesa clásica total: hermosa, delicada, con vestidos blancos vaporosos y un peinado extraño. Y el cuento además empezaba como cualquier cuento de princesa que se precie: la raptaban, pedía auxilio y la rescataban. Pero en seguida se notaba que ella era distinta. Para empezar: desde el primer minuto desafiaba al Malo Malísimo de Darth Vader (¿se podía ser mas malo que Darth Vader??), y la habían raptado porque era parte protagonista en un plan para acabar con el Jefe del Malo Malísimo. Por supuesto que era distinta: en un plisplas, se ponía a regañar a sus salvadores («estos rescates hay que planearlos mejor»), cogía un arma y se ponía en primera línea a disparar.  A partir de ahí, no dejó de superarse a sí misma: siempre en la vanguardia, parte activa de todos los planes, sin perder el sentido del humor, el carácter y, lo más importante, sin dejar de ser princesa en ningún momento. Y cuando se enamoró, no se enamoró de un Príncipe Encantador, sino de un golfo adorable, al que convertía (esa parte del cuento sí que era un poquito clásica, pero se la perdonamos). Y encima, ¡era preciosa! Ese bikini sensual con el que estrangulaba a Jabba the Hutt, seguro que las lesbianas adultas de hoy, se iniciaron con ella.

Gracias a ella, las niñas que crecimos en un mundo en el que había que ser princesas, tuvimos un modelo distinto de princesa. Una princesa independiente, fuerte, valiente, decidida. Nos mostró un camino distinto, nos enseñó que nuestros sueños podían ser mejores. Todo en plena época de Reagan, cuando nadie podía ni imaginarse que una mujer pudiera presentarse a Presidenta de los EEUU. Luego llegarían princesas más modernas, hasta las de Disney se adaptaron, y ahora lo que pega es dar mensajes modernos a las niñas. Pero no sé si sirve de mucho porque las tiendas de juguetes siguen teniendo una sección aparte color de rosa, y el modelo de las chicas de hoy es Miley Cyrus, que para quitarse la etiqueta de adolescente pazguata se quitó toda la ropa. Qué gran mensaje. No es de extrañar que haya adolescentes criadas en Occidente que se dejen convencer de que irse a Siria a ser esclavas sexuales de un barbudo con turbante, es lo máximo.

Por eso, Princesa Leia, hoy te estoy llorando a lágrima viva. Te lloro como se llora a un familiar cercano. Porque tú fuiste la Reina de las Princesas, y hoy, nos dejas un vacío que ninguna princesa de Disney podrá llenar.

Hasta siempre, Alteza. Descansa en paz. Y que la Fuerza te acompañe.

Princesa Leia

… y fueron felices y comieron perdices…

Iba yo tan rícamente hace unos días paseando por Chicago (sí, Chicago), cuando de pronto se me apareció un espíritu con la cara  de Katherine Heigl. Lo juro, era igualita. Sí, la actriz que interpretaba a esa petarda que no tenía otra cosa que hacer en la vida que ser dama de honor de 27 amigas suyas, en la eterna espera de encontrar marido. El espíritu con cara de Katherine Heigl me miró sonriendo y me dijo: «querida, paseas sola, es Chicago, hace un sol divino de otoño, luces preciosa y juvenil, pero sencilla, nada escandalosa, qué gorrito de lana tan monísimo… está claro, hoy conoces al Hombre de tu Vida… sí, es hoy, hoy toca… será un hombre espectacular, con el físico de James Mardsen, Gerald Butler o Edward Burns… Hugh Grant está algo más pasado de moda… tendréis un encuentro casual, quizá accidentado que te haga enfadarte con él al principio, pero la química será tan fuerte que no podrás resistirte… eso sí, tardarás en aceptar que es el Hombre de tu Vida, y desde luego no lo besarás en seguida… no, no porque compartas habitación de hotel con tu prima, sino porque has sufrido muchas decepciones en el amor y tienes miedo de volver a enamorarte y sufrir… es posible que él también tenga miedo de volver a enamorarse y sufrir… que no, que aunque eches a tu prima del cuarto, que no lo vas a besar en seguida… y luego te lo encontrarás de nuevo en Chile, y ahí seguirás con el miedo a enamorarte y sufrir, por lo que seguirás sin atreverte a dar el paso, pero finalmente, tras una conversación reveladora con tu Mejor Amigo Gay, te darás cuenta de que debes apostar para ser feliz y correrás tras él… vuestro primer beso será en público y todo el mundo alrededor aplaudirá. Os casaréis, seréis felices, tendréis muchos hijos y comeréis muchas perdices» Y así, el espíritu con cara de Katherine Heigl desapareció. Y yo lo supe. Con total seguridad. Mi día perfecto en Chicago tendría una falla porque desde luego no iba a conocer al Hombre de mi Vida, no me iba a casar con él ni iba a tener muchos hijos, así que nunca sería un día totalmente perfecto. Tenía que asumirlo: soy una víctima más de las comedias románticas de Hollywood.

Es alucinante que lo sea porque no soporto las comedias románticas de Hollywood y me niego en redondo a ir a ver una voluntariamente. Pero aún así, se te cuelan en tu vida: sufres insomnio en un avión y te está poniendo una, o te equivocas y te metes en la sala equivocada del cine, o vas con un grupo grande a ver otra película, no hay entradas, y de una manera absurda la mayoría decide ir a una comedia romántica (la democracia está sobrevalorada en las relaciones de amistad), o estás enfermo en casa viendo la tele, se le acaba la pila al mando a distancia y no puedes cambiar de canal, o estás prisionera en Guantánamo, etc, etc. En fin, que hay múltiples maneras de que una acabe viendo una comedia romántica de Hollywood en contra de su voluntad. Y yo las odio, porque de forma inconsciente, influyen en mi vida…

Antes de seguir, que quede claro, por «comedia romántica de Hollywood», me refiero a esas historias protagonizadas por una treinteañera urbana, con gran éxito profesional y buen nivel socioeconómico, pero que por supuesto es profundamente desgraciada porque está soltera y sin hijos, cuando todo el mundo sabe que la única fuente de felicidad final de una mujer son el marido y los hijos. La película cuenta como conoce al Hombre de su Vida, cómo no se quiere dar cuenta porque ha sufrido muchas decepciones y tiene miedo de volver a enamorarse y sufrir, pero cómo finalmente decide abrir su corazón. Y se casan, son felices, y comen muchas perdices.

A mí las comedias románticas de Hollywood me ponen nerviosa porque añaden un punto de amargura o de simple cabreo a mi vida. Lo de Chicago no es más que un ejemplo, hay otras ocasiones… por ejemplo, las comedias románticas hacen que mis días asquerosos sean aún más asquerosos. Todos tenemos días malos, días asquerosos, días en los que uno debió quedarse en la cama. Yo últimamente los llamo «Días Dracarys», en homenaje a Danaerys de «Juego de Tronos», que cada vez que se cabrea grita «dracarys», y cualquiera de sus tres dragones, o los tres a la vez, chamuscan al subnormal con pintas que la ha cabreado. Yo en esos días asquerosos me encantaría gritar «dracarys», y chamuscar a un subnormal con pintas, cualquiera de los muchos que una se cruza en un día asqueroso. Y el no tener ni tres, ni dos, ni un dragón al que gritar «dracarys» es factor de mosqueo añadido…

Pero esos días asquerosos suelen ser los escenarios favoritos de las heroínas de las comedias románticas para conocer a sus respectivos Príncipes Azules. Ellas suelen toparse con el Hombre Ideal en medio de un día horrible, pero como están inmersas en su amargura, no se dan cuenta, de hecho son las únicas que no se dan cuenta,  porque todos los espectadores en el cine, las moscas que revolotean por la sala del cine, las cucarachas que escarban en la basura del cine, todos tienen clarísimo que el subnormal que normalmente una querría chamuscar si tuviera dragones, es el Hombre Ideal de la heroína. Sólo ella no se da cuenta, básicamente porque es idiota, más todavía que el subnormal, porque aunque sea una mujer con carrera profesional, no tiene marido ni hijos, así que algo de discapacitada debe de tener… cómo supera su incapacidad fundamental y se acaba dando cuenta, es el resto de la película.

Pues bien, yo por culpa de las comedias románticas de Hollywood me cabreo aún más en un día asqueroso. Yo llego a casa en plan, bien, hoy me peleé con mi jefe, me peleé con la mitad de mi equipo, me peleé con mi padre, se fue la luz antes de que pudiera guardar el informe infecto con el que llevo 3 días peleándome, el internet ha ido de pena y por eso no entró ningún correo a tiempo y mañana me esperarán todos, una niñata esquelética en una tienda miró con superioridad mis muslos antes de anunciarme que no tenía pantalones de mi talla, al meter el coche en el garaje lo rallé contra esa maldita columna que se cambia de sitio todos los días, en mi nevera sólo hay un cartón de leche caducado, ninguna amiga coge el teléfono, me hice una rozadura en el pie y no encontré una maldita tirita (curita) en todo el planeta así que estoy cojeando, no tengo ningún dragón al que gritarle «dracarys», y encima NO HE CONOCIDO A MI PRÍNCIPE AZUL…

Luego está el hecho de que las comedias románticas de Hollywood me hacen pensar que no tengo los amigos adecuados, particularmente los amigos gays adecuados. Yo tengo amigos maravillosos, y los amo. Muchos de ellos son gays, por cierto. Todos mis amigos me apoyan y están ahí cuando los necesito, pero las comedias románticas a veces me hacen sentir que no hacen lo que tendrían que hacer. Las protagonistas de las comedias románticas siempre tienen un Mejor Amigo Gay (a veces su vecino, a veces su compañero de piso) que no parece tener nunca mejor cosa que hacer que esperarla en casa con uno tarro de helado de chocolate para consolarla. El Mejor Amigo Gay es monísimo y elegante, da consejos amorosos que normalmente incluirán una frase de una canción de Barbra Streisand o de Madonna, no tiene vida propia, por lo que si hay que coger un avión para ir a otra ciudad a escuchar los gritos histéricos de la protagonista, lo hará, y, lo dicho, siempre tienen un tarro de helado de chocolate en la mano,es como los uruguayos con el mate, se podría decir que salieron del útero materno con el tarro de helado de chocolate en la mano. A veces hay variaciones, una bolsa de patatas fritas, una botella de vodka, (hubo un tiempo que era un paquete de cigarrillos pero eso ya está prohibido). Pero el Mejor Amigo Gay nunca tiene otra cosa en la mano, no sé, un libro o una azada para cavar…

Hay una variación al Mejor Amigo Gay: la Mejor Amiga Chistosa. La Mejor Amiga Chistosa suele ser más patética aún, está clarísimo que no tiene vida propia por lo que realmente la única razón de su existencia es escuchar los llantos de su amiga protagonista (normalmente en un café super mono o en unos grandes almacenes probando perfumes), suele estar gorda (a diferencia de a la protagonista y al Mejor Amigo Gay, a ella sí que le engorda el helado de chocolate, las patatas fritas y el vodka), y sus consejos irán de la amargura profunda, a la filosofía de Corín Tellado. Pero desde luego su intervención será decisiva para que la protagonista se de cuenta de que debe de dar el paso y abrir su corazón a pesar de haber sufrido muchas decepciones y tener miedo de volver a enamorarse y sufrir.

Pero si hay algo que me irrite más que el hecho de que mis amigos maravillosos sean infectados por la duda insultante de si esos clichés patéticos serían mejores compañeros de vida, es que las comedias románticas también han infectado mis viajes en solitario. Yo llevo mucho tiempo viajando sola. Empecé a los 17, desde París me fui a Holanda, a visitar a unos amigos de mi familia, y desde entonces no he parado, me gusta viajar sola, también me gusta viajar en compañía, pero viajar sola siempre me ha divertido. Hasta que un día que estoy subiendo fotos a Facebook de una última escapada en solitario, un amigo me comenta «desde Comer, Rezar, Amar, está el mundo lleno de tías viajando solas..»… y desde entonces mis maravillosos viajes solitarios han quedado tintados de la sospecha de que si no como cual gorda feliz (pero sin engordar), si no rezo cual monja budista feliz, y, lo más importante, si Javier Bardem con camisa de lino dejando adivinar pectorales no aparece y me consquista, de forma que yo abandone mis temores por haber sufrido muchas decepciones de volver a enamorarme y sufrir, mi viaje habrá sido un fracaso.

En definitiva, lo más irritante de las comedias románticas de Hollywood, es que Hollywood inventó estas comedias en los años 30, pero lo hizo con una Rosalind Russell quedándose con un egoísta y encantador Cary Grant, pero porque este le divertía más y le ofrecía un futuro profesional aparte de amor; con una Katherine Hepburn obligando a Cary Grant (todas tenía que ligarlas el pobre) a pasearse con un tigre a cuestas durante toda una noche antes de que él aceptara que ambos estaban hechos el uno para el otro; con una Barbra Stanwyck subiéndose a un par de libros para alcanzar a Gary Cooper y poder plantarle un beso sin pedirle permiso y sin preocuparse de las consecuencias (porque si tienes a Gary Cooper delante, lo besas sin ponerte a pensar en que vas a volver a enamorarte y sufrir, lo besas y punto, leñe); y con una Lauren Bacall volviendo loco a Humphrey Bogart con un «si me necesitas, silba…» Y 80 años más tarde, Hollywood nos planta a Sandra Bullock arrodillada pidiendo matrimonio a un pazguato, a Drew Barrymore convocando a toda una cancha de fútbol como única forma de conseguir que la bese alguien, a las inteligentes y divertidas protagonistas de «Sex and the City» convertidas en unos mamarrachos infantiles inseguros con la menopausia, a Cameron Díaz renunciando a ser arquitecta para casarse, a Julia Roberts haciendo el idiota para agenciarse tipos que desde luego NO son Cary Grant ni Gary Cooper… ¡y además incluso nos dicen que todo eso representa el feminismo del siglo XXI…!

Chicas, ¿qué coño nos ha pasado…?