Aficiones (lo que me gusta)

Desayuno con mariquitas

Mariquitas descansando tras festín de pulgón
Mariquitas descansando tras festín de pulgón

Vale, amo a mis mariquitas. Aquí estoy, tomándome el desayuno con ellas. Son mi nueva familia.

Reconozco que el primer día no fue tan bien, y que si hubiera escrito entonces, el encabezamiento hubiera sido «mis mariquitas son unas imbéciles». Hay que entender que el viaje para ellas fue traumático, porque venían en su caja, primorosamente envueltas y protegidas, las 16 que me llegaron perfectas (gracias, Javier!!). Pero al llegar, con todo el traqueteo, estaban como las locas.

Mis mariquitas estaban como las locas. (chiste fácil, ok, pero es que fue así).

Meterlas en sus dos nuevas casitas (dos tuppers acondicionados según lo investigado en la web) fue un caos: corrían, volaban, se quedaban en la ranura de la tapa de cierre (he aprendido que les encanta este tipo de huecos, ahora les puse un carton ondulado y están tan contentas ahí), con lo que no podía cerrarlos y mientras las sacaba, las otras echaban a correr… Encima, pronto uno de los tuppers resultó defectuoso: resulta que les había abierto una ranura demasiado grande y por ahí que se iban. Ese día, al volver de la oficina, las cabronas se paseaban por mi vestíbulo, casi podía oír sus risitas, aquí estamos, menuda casa de m… que nos has hecho…

Y por supuesto, pasaban de los pulgones. Eso sí que era irritante. Los pulgones se paseaban por el tupper como Pedro por su casa… hubo uno que incluso pasó entre un grupo de ellas… ¡y ellas se apartaron para dejarlo pasar!! Casi las mato del cabreo.

Pero al tercer día, la cosa empezó a cambiar. Las había juntado a todas en el mismo tupper (de donde no pueden escaparse), y eso les gusta. Son animales de grupo estas catarinas (estoy aprendiendo nuevas definiciones), les encanta estar juntitas, a veces las pillo descansando amontonadas… luego empecé a ver que ya no había pulgón alguno… y luego aprendí que hay horas del día en que casi hibernan, así que podía abrirles la caja, cambiarles todo y ellas ni se inmutaban…

Ayer, de vuelta de una cena, decidí que se merecían un festín, así que les incluí un pétalo de rosa infestado de pulgón… fue un espectáculo increíble. Ya nunca más pensaré en la mariquita como un animalito que saca su manto y se va a misa… pensaré en zombis tranquilos devorando a sus víctimas… En un momento determinado, los pulgones se dieron cuenta de la que se le venían y trataron de huir, en grupo, una masa compacta verde moviéndose por el pétalo… las mariquitas se mantuvieron tan tranquilas como un GEO de servicio, y sin hacer mucho drama los cercaron.

Y los devoraron.

Mi problema ahora es que mucho comer, mucho darle tientos a las pasitas que les puse como golosina, mucho bañarse en los algodones húmedos, mucho hibernar… pero de fornicar, nada.

Mis Vaquitas de San Antonio estaban muy castas ellas.

¿Cómo hacer para que se pusieran en faena? ¡Houston, necesitamos un afrodisiaco para mariquitas! Ahí fue ST el que llegó tranquilo, y me recomendó ponerles a Marvin Gaye, al ritmo de Lets get it on. «Pero sin son sordas, qué se van a enterar»

«Works every time, baby»

Así que probé…

Mariquitas fornicando al fin...
Mariquitas al ritmo de Marvin Gaye

Every time…

Así que aquí estoy, esperando a los huevos…

CONTINUARÁ (espero)

Mariquitas

Mariquitas

Mariquita, mariquita, ponte el manto y vete a misa…

¿Por qué eso de «ponerse» el manto? Es absurdo, es su piel. Y eso de irse a misa, ¿a qué viene?

Fue lo primero que pensé al volver de mi largo viaje de trabajo y fui a ver mis rosas… Las había podido admirar desde la calle, al mirar mis ventanas, qué bonitas se veían… claro que desde la calle no se veían los pulgones… y los tenían. Muchos. A decenas. Mis hermosas rosas de incipiente primavera cubiertas de pulgones… se veían más verdes que rosas… tras dos semanas sin fumigarlas, los cabrones de habían aprovechado a base de bien y ahí estaban, tan felices.

Comiéndose mis rosas.

La furia me embargó. Miré con rabia las arañas que triscan felices por mi alféizar (mi alféizar es un pequeño zoo de insectos, vamos) y les grité: ¿por qué no coméis pulgones?

Y fue ahí que me acordé de las mariquitas que se ponen el manto y se van a misa. Me acordé que entre misa y misa, la mariquita es conocida por comerse a los pulgones.

Me fui al móvil para guasapear a mi amigo Javier. Mi amigo Javier es el mejor jardinero urbano que conozco. Su casa es un invernadero feliz lleno de plantas hermosas y relucientes. Mis tres tristes alféizares no son ni de lejos nada parecido a la casa de Javier, pero bueno, yo me defiendo, tengo mis tres ventanitas, y las tres tienen plantas que me gusta mirar cuando llego hasta el portal de mi casa y echo una ojeada hacia arriba.

«Javier, dónde puedo conseguir mariquitas?»

Javier se tomó su tiempo en responder. Al cabo de un rato largo se iluminó la pantalla. «No entiendo»

«Que dónde puedo conseguir mariquitas… no sé, comprarlas, alquilarlas…»

«Sigo sin entender»

«Es que creo que serían muy útiles, y además son chulas»

«¿Para qué?

«¡Pues para mis rosas! A ver, se alimentan de pulgones, no??»

Supongo que en este punto debería aclarar que mi amigo Javier es gay. Y que justo cuando estaba tecleando algo así como «LOS HOMOSEXUALES SOMOS SERES HUMANOS, NO COSAS ÚTILES QUE COMPRAR, Y YA NO QUIERO SER TU AMIGO…», se le encendió la bombilla con lo del pulgón y me llamó muerto de la risa…

El caso es que Javier no sabía nada de mariquitas. Del insecto rojo con 7 lunares negros, entiéndase.

Así que me puse a investigar en internet. Y descubrí un mundo. La mariquita despierta pasiones. Resulta que son unos bichitos voraces. Pero cuando son pequeñas. Cuando son larvas. Al crecer, se la pasan poniéndose el manto y volando, no para ir a misa precisamente, sino para encontrar pareja con la que fornicar como locas y poner huevos. Porque las mariquitas son muy heterosexuales, que conste. Pero de esos huevos salen unas larvas ciegas que durante su tiempo de gusanito comen en torno a 50 pulgones por día. Solo de pensar en esa matanza pulgonera me pongo a temblar de la alegría… Seguí googleando para ver cómo conseguir mariquitas, y así fue como descubrí a Javier. Otro Javier. No sé si este Javier es gay o no. Lo que sí que puedo decir es que es un «mariquita lover«. Pero furioso. Él siempre quiere tener mariquitas cerca. Y elaboró tanto su pasatiempo que acabó haciendo un negocio del tema. Tiene una página chulísima que os recomiendo www.criamariquitas.com

Acabé llamándolo por teléfono. Javier es majísimo. Al principio fue pesimista: un par de plantas de jardín no serían suficientes para unas larvas voraces. Yo le aseguré que mis rosas ya no son rosas sino verdes, de la cantidad de pulgón que tienen encima. Aún así, dudó, en una maceta, en una ventana, no sé yo, se te pueden echar a volar… Se ve que lo de ponerse el manto e irse a misa es más fuerte que ellas, vamos… Al final, juntos llegamos a la conclusión de que podría instalar una casita de mariquitas en mi ventana. Con sol y sombra, y que no se calienten mucho. Y que les eche pulgones de alimento. Y que lo más seguro es que se pusieran a follar como descosidas y que de ahí saldrían huevos que posar en el rosal.

Acabo de hacer la transferencia. Este miércoles llegarán mis 15 mariquitas.

Desde entonces, miro mis rosas con pulgones y sonrío con maldad… ya os llegará vuestra hora, malditos cabrones…

Razones para amar Breaking Bad

Vale, tenía a Breaking Bad en el radar de series que debía ver, pero la verdad es que siempre encontraba razones para no empezarla, entre otras cosas porque me habían comentado que era muy violenta y desagradable. Hace unas semanas, ST se empeñó en que viera un capítulo, que no me impresionó mucho. Luego vimos otro. Y otro. Creo que fue al cuarto o al quinto que me empezó a enganchar y caí rendida a lo que ST llama «efecto Breaking Bad»… Y ahora, semanas después, ya terminada, tras una última temporada de infarto en la que me obligué a ver solo un capítulo por noche para aumentar la emoción, me atrevo, modestamente, a enumerar las razones por las que he AMADO Breaking Bad.

(A partir de aquí, spoilers a tutiplén, no sigas leyendo si no quieres que te destripe la serie)

  1. Porque es una serie con coherencia hasta el final. Es una característica de las series de calidad del S.XXI. Antes los guionistas no se planteaban un final, o al menos no desde el principio. Aguantaban la trama mientras había audiencia. Ni siquiera Twin Peaks: la serie siguió, de forma penosa, después de desvelarnos quién había matado a Laura Palmer. Yo creo que esto cambió con Lost, con esa fantástica última temporada en la que se nos remitía a incógnitas de los primeros episodios. Breaking Bad es así: todo tiene sentido al final, y disfrutas el darte cuenta de que el guionista tenía claro desde el primer episodio cómo iba a terminar la historia. La misma coherencia que se disfruta en Como conocí a vuestra madre.
  2. Porque es una historia ética. Vivimos en un mundo cada vez más falto de valores morales laicos, los únicos que siguen dictando lo que está correcto y lo que no, son los religiosos. Pero los que no seguimos una religión concreta estamos cada vez más huérfanos de direcciones éticas. Y películas y series glorifican de forma distinta al pillo, al ladrón, al asesino (y si es caníbal, mejor). Una especie de obsesión por mitificar y dotar de fascinación al Mal, que tuvo su gracia al principio, pero ya agota. Breaking Bad no es así. Aquí todos los que han hecho cosas mal tienen su propio castigo al final, incluso aquellos con los que has podido empatizar con el paso de las temporadas. Porque asesinar a un ser humano y disolver su cuerpo en ácido está mal. Cocinar drogas sintéticas para que mafias criminales hagan dinero fácil a costa de la adicción humana está mal. Defraudar al fisco y lavar dinero negro está mal. Usar tu permiso de abogado para cometer actos ilícitos está mal. Y no es ya porque sea contrario a la ley, es que está mal. Y los que hacen cosas malas, acaban siendo malos, que es definitiva lo que le pasa a Walter White (el título significa, literalmente, «volverse malo»). En Breaking Bad no sale un solo sacerdote, y la existencia del alma se niega en un fantástico diálogo  («aquí no hay nada más que química»)  y sin embargo es una de las series que más presente tienen en todo momento los clásicos conceptos del Bien y el Mal. Reconfortante, en estos brumosos inicios de S.XXI.
  3. Porque es una serie quijotesca. Walter White, como Alonso Quijano el Bueno, frisa la edad de cincuenta años, y decide reinventarse del todo, e iniciar una vida de aventuras. Se inventa un nuevo nombre, recibe más palos que una estera, y aunque termine siendo malo, no hay que olvidar que al principio es bueno. Y, para mí la similitud más clara, elige como compañero de viaje a un Sancho Panza cómico, simplón, algo bobalicón, dotado de una fortaleza moral básica pero a prueba de balas: Jesse Pinkman termina la historia llorando (literalmente) cada una de sus malas acciones. Como en el Quijote, la dinámica entre Walter y Jesse, entre dos caracteres tan distintos, es uno de los mayores atractivos.
  4. Porque es una serie de hombres… con mujeres cabreadas de vivir en un mundo de hombres. Los hombres copan los personajes principales, es en definitiva la historia patriarcal de un hombre que se empeña en proveer de riqueza a su familia, sin tener en ningún momento en cuenta la opinión de ésta. Skyler es un personaje secundario, pero fascina su empeño en no serlo. No está contenta con su papel de esposa complaciente, y Walter tendrá que pelear con ella a cada momento, porque ella no se resigna. Y eso es lo fantástico: siendo una serie que desde luego no cumple el Test Bechdel no por ello es machista. Refleja un mundo en el que los hombres se comportan como se supone que se tienen que comportar los hombres de acuerdo a los valores patriarcales de toda la vida: son dominantes, temerarios, empecinados, reservados, antes se arrancan la piel a tiras que demostrar sus sentimientos, los que lloran son ridiculizados, defienden sus posturas con agresividad, cuando no con pura violencia, y actúan de acuerdo con sus propios intereses, en el entendimiento de que esos intereses son los que valen. Pero no es un mundo de hombres felices, de hecho todos los dramas se desencadenan siempre por esa actitud machista: las peleas sin sentido entre Walter y Jesse, la tozudez de Hank, el egoísmo de Walter. Jesse nunca sabrá lo importante que llega a ser para Walter, que su empeño en manipularlo es su mayor muestra de cariño porque es así como trata a toda su familia. Walter Jr nunca sabrá que su padre hizo todo lo que pudo por salvar a su tío. Hank muere por su tozudez en querer pillar a Heisenberg en solitario. Skyler nunca sabrá hasta qué punto su marido es un hombre fiel y enamorado. Todo el dolor del machismo se refleja en su última conversación, cuando él, derrotado y sólo, le confiesa, al fin: «todo lo hice por mí», y no por su familia.

Y bueno, también podríamos añadir que porque es la historia con la que los yanquis adoptan al fin el «cuñadismo» como eje central de una historia. Y porque es una historia bilingüe, de ese bilingüismo natural anglohispano del que tanto podríamos aprender. Todos tenemos nuestras propias razones para AMAR Breaking Bad. ¿Cuál es la tuya?

Breaking Bad

Cómo Walter Quijano White pasa de ser Bueno a Malo

 

 

Hoy va de zombis

Vale, lo reconozco: me encanta The Walking Dead. Para los no entendidos, es una serie estadounidense que retrata un mundo actual que ha sido arrasado por una plaga endémica de zombis, y que sigue las peripecias de un grupo de supervivientes. No es la única serie que me gusta, soy una seriófila empedernida. Tampoco es la única ficción de zombis que me ha gustado, en realidad, me suelen gustar las películas y comics de zombis. Me reí de lo lindo con la versión zombi de «Orgullo y prejuicio». Supongo que en esa dicotomía urbana actual entre zombis y vampiros, yo me decanto por los zombis.

Se preguntarán mis lectores por esa afición. Bueno, hay varias razones. La principal, porque me gusta el modo en que suele verse a unos ciudadanos modernos y civilizados perder la urbanidad y las buenas formas en cuestión de días. Creo que se asemeja a la realidad: en Chile, tras el terremoto de 2010, fue cuestión de unas horas sin luz y agua corriente para que la gente se arrojara a las calles a saquear lo que pillaba. Y no eran los pobres, precisamente, luego salieron a relucir fotos de profesionales acomodados que usaban sus todoterreno de lujo para arrancar las verjas de los supermercados… Así somos, nos comportamos bien, como miembros aplicados de un club, pero en cuanto los cimientos de éste tiemblan ligeramente, volvemos a la vieja y cómoda ley del más fuerte, y en seguida somos capaces de hacer las peores atrocidades para asegurarnos una ración de pan… Pero ojo, también somos capaces de lo mejor: y cuántas veces he llorado en The Walking Dead ante los más bellos ejemplos de heroicidad generosa.

(Spoilers de la serie a tutiplén)

Lo primero que se le cae a la civilización contemporánea, es la igualdad de género. Por eso yo defiendo el feminismo hasta la muerte, porque soy consciente de que la igualdad es una cosa que se pierde al primer chasquear de dedos. Que se lo digan a las pobre iraquíes, sirias y afganas que en los años 70 fueron a la universidad en minifalda. Cuando rige la ley del más fuerte, lo que vale es la testosterona, y ahí es donde se nos fastidia el invento a las mujeres. En la primera temporada de The Walking Dead ya veíamos que en la división de tareas del primer campamento de supervivientes, a las mujeres les tocaba cocinar y lavar la ropa. Qué grandioso ese capítulo en el que las mujeres se quedaban solas en la granja de Hershell, y la petarda de Lori, que siempre estaba mangoneando a todas por aquello de que estaba casada con el líder (y que, significativamente, acabará muriendo al dar a luz) se pone a reprocharle a Andrea que no ayude en la limpieza y en la cocina… Pobre Andrea. Yo siempre fui fan de Andrea, era la representante de las «singles», la Carrie Bradshaw y la Peggy Olsen del apocalipsis zombi. Sufrí con sus ansias de independencia, con su desesperación ante lo poco que contaba en el grupo por no ser madre ni esposa, con sus ganas de aprender a pelear para ser autosuficiente… y con su innata capacidad de elegir al hombre equivocado. Qué hermoso símbolo fue que muriera en brazos de su fiel amiga Michonne, intentando salvar a todos.

Pero mi mujer favorita, la reina de los muertes vivientes, es Carol. Esa ama de casa tímida y maltratada por su marido, que ha acabado convertida en la versión femenina de Rambo, sin perder su maestría en la cocina. Y por supuesto, amo su estilo de pelo corto y canoso, con zapato bajo y rebequitas de lana, nada de minifaldas y de escotes: cuando te pasas la mitad del día matando zombis, el sujetador de encaje se queda en casa. Todas suspiramos por Daryl, pero hasta ahora, la única que lo ha abrazado ha sido ella. Y si no ha habido nada más, tengo claro que es porque, de momento, no ha tenido el más mínimo interés.

Así que he seguido con intensidad las peripecias de Rick y su gente durante los últimos 6 años (que se dice pronto, las series son el mejor ejemplo de lo rápido que pasa el tiempo). Ayer sufrí con ganas con el último capítulo de la temporada 6. Lloré, temblé, sufrí, tomé valerianas y no pude dormir… del enfado. Porque fue de juzgado de guardia.

(A partir de aquí, spoilers de la última temporada a tutiplén)

1. Que Carol haya abandonado a su gente, a su familia, y se haya echado al monte al grito de que no quiere seguir asesinando (porque claro, en el exterior no va a tener que asesinar nada… por eso se carga a 8 tíos cuando no lleva ni 10 kms recorridos), es para matar al guionista. Nuestra Carol no es así. Si querían darle una nueva dimensión ética a su personaje, ok, pero eso se desarrolla con más argumento. Su cara a cara con la pelirroja Paula en el fantástico episodio de mujeres que nos ha regalado esta temporada («Same boat»), iba en esa dirección, pero no fue suficiente.

2. Hemos aprendido a respetar a Rick junto con el resto del grupo. Todos lo aceptamos como líder. Todos estábamos de acuerdo en que ya era hora de que echara un polvo. Y que haya sido con Michonne, pues mejor aún. Pero está claro que la calma post-coital le ha cercenado un poco el raciocinio: a ver, si uno inicia una guerra contra otra tribu, lo mínimo es conocer un poquito a esos enemigos, saber su capacidad, sus posibilidades, medir sus fuerzas antes que tirarse a muerte contra ellos… No tiene sentido lo poco que analizó el primer ataque, ni lo poco que meditó que la primera batalla, la habían ganado con sorpresa (y alevosía: y reconozco que fue muy bueno ver a nuestros héroes matar a traición… no hay nobleza en las guerras de supervivencia). Su cara de lívido terror al caer de rodillas ante Negan era un claro reconocimiento: ¿¿cómo he podido estar tan tonto??

3. Si aún no se ha matado al guionista con el punto 1, desde luego no hay posibilidad de perdón con el modo chapucero con el que despachan a la única doctora de la comunidad. A ver, regla básica de supervivencia del apocalipsis zombi: si solo tienes un médico, no te la llevas a trotar por unos bosques en donde sabes que hay, aparte de zombis, gente muy mala…

4. Claro que es que si algo hemos aprendido últimamente de nuestros amigos del grupo de Rick, es lo mucho que les gusta echarse al campo a los muy puñeteros. ¿Que estás rodeado de malos, vivos y muertos, y por fin tienes un refugio seguro en el que protegerte? Pues nada, abandonas el refugio, te vas de paseo, y dejas tu casa protegida por un cura con buena intención, pero que hasta hace dos capítulos no lograba ni sostener un hacha… Que Daryl se fuera con su moto y su ballesta (parece que estaba deseando que se las quitaran de nuevo) fue de tontos. Que se fueran a buscarlo prácticamente los mejores guerreros del grupo, fue de idiotas. Que a continuación se separaran, fue de subnormales. Y que, finalmente, los pocos guerreros que quedaban para defender Alexandria se fueran de camping en una caravana que no puede superar los 70 por hora (¡y porque habían dejado que les mataran a su único médico!!), nos hizo preguntarnos si no sería que los zombis ya les habían comido el cerebro…

Durante los últimos espantosos 10 minutos de capítulo, lo único que me pedía el cuerpo era gritarle a la pantalla «¡¡¡eso es pasa por tontos del culo!!!!»… qué mal lo pasé. Y que nos quedemos sin saber quién es la víctima de Lucille es un recurso facilón, indigno de los que creemos que esta una serie sobre seres humanos empujados a límites insospechados, y no una mera ruleta de qué personaje se van a cargar en cada temporada…

Pero aún así, reconozco que me sigue gustando la serie, y espero con ansias la séptima temporada. Es lo que tenemos los seguidores de los zombis… nuestra pasión es eterna, aunque huela a podrido.

 

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Siete razones para amar el final de «Como conocí a vuestra madre»

Vale, aviso a todos los que no hayan visto la última temporada de Como conoci a vuestra madre (HIMYM, How I met your mother): ¡¡SPOILERS a tutiplén!!!

  1. El final consigue que la historia tenga por fin coherencia. Como bien dice la hija de Ted, resultaba absurdo contar una historia de amor a una mujer en la que la mujer en cuestión apenas sale. Pero había una razón: porque la historia en realidad no iba sobre el amor de Ted por la madre de sus hijos, sino sobre el amor de Ted por Robin. Y por eso la serie arranca con Ted conociendo a Robin, no a Marshall, a Lily o a Barney. Y así, la serie cuyo final, todos creíamos conocer desde el primer capítulo, consigue finalmente, sorprendernos.
  2. Se ha dicho que Como conoci a vuestra madre era el equivalente de “Friends” del siglo XXI. Puede ser, porque ambas relatan ese momento idílico de la juventud post-universitaria de las tribus urbanas contemporáneas, el de la primera adultez, cuando se tienen pocos compromisos y obligaciones, cuando todo está por descubrir, y los amigos son la antesala de la propia familia. En ambas, los personajes viven en burbujas irreales, en las que el tiempo parece pertenecerles a voluntad, de forma que pueden estar siempre divirtiéndose con los amigos, sin más preocupación de ir a pedir otro café o cerveza a la barra. En ambas, la ficción hizo que esas burbujas se alargaran más de lo que suelen durar en la vida de las personas. Pero sin embargo, “Friends” no se atrevió a sacar a sus personajes de ese hermoso limbo, y la serie concluye con los seis amigos dirigiéndose a tomar de nuevo café, en el sitio de siempre. Quizá por eso ese último capítulo resultó tan olvidable. En contraste, HIMYM se atreve a llegar mucho más allá, hace estallar la burbuja, y durante todo un capítulo final memorable, vemos a nuestros queridos personajes viviendo… en la Realidad.
  3. Todo es real en ese último capítulo, aunque nos duela, aunque nos chirrie, aunque no nos guste verlo, todo casa con la Realidad. Empezando por el final de la historia de amor de Barney y Robin. No resultaba lógico que un juergas pichabrava y una trabajólica, ambos egocéntricos y obsesionados con sus propios proyectos personales y profesionales, tuvieran una relación amorosa duradera. Duele verlo contado en un par de minutos, porque nos hemos pasado seis temporadas enamorándonos de su historia de amor, pero lo bonito es que, a mí por lo menos, no me quedó la sensación de que su historia de amor es un fracaso… sencillamente es una historia de amor preciosa y divertida, que dura, lo que tenía que durar. Hemos soportado durante décadas la insistencia de los guionistas estadounidenses en hacernos creer que la única historia de amor digna de respeto era la que duraba toda la vida, pero ahora, menos mal, parecen haber descubierto que hay historias de amor, gloriosas y memorables, que no duran tanto. Porque el corazón tiene más cuartos que una casa de putas… Quizá por fin leyeron a García Márquez.
  4. No era justo que Robin acabara con Barney. Porque Barney, en definitiva, era el Chico Malo. Aunque nos cayera bien, porque los Chicos Malos suelen ser encantadores de hecho, y él, más que todos. Pero no dejaba de ser un mujeriego mentiroso, sin un ápice de respeto por el género femenino. Durante siglos, las mujeres hemos oído la cantinela del Don Juan redimido por el amor de un Mujer Buena y Distinta (a las demás, que son unas golfas todas). Nos la están contando hasta hoy, mire usted si no las dichosas “Cincuenta sombras de Grey”, pero cualquier mujer con dos dedos de frente sabe que esa historia es una mentira patriarcal y retrógrada. Veremos si finalmente Barney aprende con su hija a respetar a las mujeres. Pero una serie con los hermosos toques feministas que ha tenido Como conocí a vuestra madre no podía terminar con ese cuento (de brujas, que no de hadas).
  5. Era muy lógico que Robin se enamorara del Chico Malo y se aburriera con el Chico Bueno. Primero porque Barney es uno de los personajes más divertidos y atractivos de la televisión de los últimos años, (un Joey mejorado, mucho más atractivo, además de listo y ocurrente) mientras que Ted, en cambio, nos ha exasperado con su romanticismo infantil y sus dudas eternas. Pero sobre todo, porque Robin tenía ventitantos, treintaytantos. Y las chicas a los esa edad “sólo quieren divertirse…”. Tenían que pasar los años, llegar a los cuarentaytantos (quizá el mayor salto cualitativo en la cabeza de una mujer), madurar, librarse de las inseguridades que la llevan a liarse con un hombre con los mismos defectos que su padre, para acabar rechazando a los Chicos Malos (primero con rabia, luego con condescendiente simpatía); para apreciar las virtudes sencillas pero atemporales de los Chicos Buenos; para, por fin, valorar con justicia a Ted.
  6. No es la única que madura, también tenía que hacerlo Ted, que se pasa toda la serie tratando de convertir a la ultra independiente y moderna Robin en la mujer hogareña y maternal que él buscaba. Otro cuento (de brujas, que no de hadas). Del mismo modo que a Barney no lo iba a convertir el Amor de una Mujer Buena y Distinta, a Robin no iba despertársele un instinto maternal a instancias del Amor de un Hombre Bueno y Distinto. Ted también va aprendiendo con los años, de sus fracasos amorosos (las egoístas Stella y Zoey), de los amores que no pudieron ser más largos (Victoria, la sabia repostera), y comprende finalmente que Robin sólo cambiará, si a ella le da la gana hacerlo.
  7. Pero sobre todo, la serie nos entrega un regalo inmenso: la constatación de que, en la Realidad, aunque existan parejas perfectas como Lily y Marshall, no por ello, ese resulte ser el único camino hacia el Amor (con mayúsculas) y la Felicidad. En la Realidad, hay personas que nunca llegan a conocer el Amor, pero aun así pueden ser felices, y hay otras que llegan al Amor, dos, tres, cuatro, muchas veces, con historias más o menos perfectas, pero todas dignas de respeto por lo que significaron mientras duraron. Vamos, que los guionistas estadounidenses han leído a García Márquez. Y es lo que le pasa a Ted, que tras muchas historias, acaba teniendo un Amor Perfecto, con una chica encantadora con la que funda la familia que tanto anhelaba. Y luego además, tiene un Amor Romántico, con la Chica Soñada, a cuya puerta acaba volviendo a golpear, tras años de paciente espera.

 

Y por todo esto, esa imagen final de Ted bajo la ventana de Robin, con el dichoso cornetín azul, con la sonrisa segura del que sabe que esta vez no va a ser rechazado, es un final redondo, pero también sorprendente. Lógico, pero también novedoso. Real, pero también muy romántico. Y también, por qué no, legen… dario.

como conocí a vuestra madre

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