Eugenia de Montijo, qué pena pena…

«O sea, que no quieren ni yonquis, ni putas, ni indios, ni rojos, ni maricones…» Catorce personas se atragantan, tosen repetidamente, beben agua y finalmente se me quedan mirando aterrorizados… pobre madrina mía, hay que ver el poco caso que le hago cuando me insiste en que soy demasiado bruta para este continente. En mi descargo, dire que el comentario no iba dirigido a las catorce personas en cuestión, sino a mi colega portuguesa, que estaba sentada a mi lado (y que es divertida y divina como mi añorada Raquel). Y que las catorce personas en cuestión no eran latinoamericanas, sino europeas. Los representantes culturales de los países UE presentes en el país, reunidos para concretar los últimos detalles del Festival de Cine Europeo. Las organizadoras nos comentaban que desde alguna de las sedes, vinculada a una universidad católica, les habían dejado caer que preferían no emitir películas con «temática conflictiva». Y alguno preguntó que qué era «temática conflictiva», y ahí es cuando yo hice mi comentario a mi colega portuguesa. No es mi culpa que en ese momento todos decidieran quedarse calladitos, de forma que mi comentario se escuchó claro y sonoro en toda la sala. Si le pasó a Mujica también me puede pasar a mí, digo yo… «Disculpad mi francés» dije, y entonces fue mi colega galo el que me lanzo una mirada acusadora…

Mis colegas franceses me acusan de ser francófoba. A mí me parece exagerado, vale que no haya cosa que me ponga de mejor humor que repasar detalles de la batalla de San Quintin, pero no me parece que eso conlleve automáticamente la etiqueta de francófoba… en cierto modo, lo mío es un determinismo onomástico-geográfico. Vamos, que es lo que tiene llamarse MªEugenia y ser de Granada.

Explicación histórica para aquellos que no han pillado la referencia: yo comparto nombre y lugar de nacimiento con la ilustre MªEugenia de Montijo, granadina que llegó a ser Reina de Francia pues se casó con Napoleón III. Invito a los lectores a revisar detalles reales de su historia, se dice que fue una mujer inteligente, que influyó en importantes reformas de la Francia de su tiempo, que además tuvo una juventud loca, y que fue por eso que conoció a Napoleón III, al que también le iba la farra, y que se casó con él, no tanto por ser reina, sino por fastidiar a su hermana, que se acababa de casar con el Duque de Alba. A mí me gusta esa Eugenia juerguista que se engancha a un emperador para ser más que la Duquesa de Alba, pero  no es esa la Eugenia de la imaginería popular con la que yo he crecido…

MªEugenia nació en Granada, la leyenda asegura que en un verano de intensos temblores, que obligó a la gente a dormir en la calle muchas veces, así que en la calle nació, sellando su destino errante. En «Violetas imperiales» vemos a una chica predestinada por la profecía de una gitana (Carmen Sevilla, bien évidemment) que lee en su mano que va a ser reina. Tras una conversación con Prospero de Merimée, en la que se comenta de pasada que Napoleón III ya es rey y aún soltero, se va de vacaciones a París con su madre y su primo (Luis Mariano, bien évidemment). Allí va a un baile de la corte y el Emperador se queda embelesado, tras verla poner firme a una francesita impertinente que la había insultado por ser española. Como la película es una coproducción hispano-francesa, Napoleón III queda bien retratado, un hombre de bien que en seguida habla con la madre de Eugenia para pedirle su mano, pero la imaginería española es mucho más radical, asumiendo que un politico republicano a fuerza debe de ser un lujurioso pecador (no, no voy a hacer chistes de Strauss Kahn en el Sofitel de Nueva York…). Cuántas veces he escuchado el relato de esa MªEugenia señalando majestuosa a la torre de la iglesia en respuesta a las demandas carnales prematrimoniales del francés: «sans passer par là, rien de rien…» Y de hecho yo creo que la firme decencia inquebrantable con la que la gitana Violeta/Carmen Sevilla se resiste a los requiebros coquetos de Luis Mariano, están inspirados en esa imagen…

Pero la película en cambio es 100% acorde con la idea generalizada en España sobre Eugenia… a ver, la tipa se engancha al rey de un imperio que por entonces se atrevía a tocarle las narices a los EEUU en América Latina (que les saliera mal, no les quita el merito), y cuando el emperador en cuestión cayó, ella no se lo terminó de montar mal, murió anciana toda tranquilita en Bayona… en fin, en la carrera de echarse un buen novio, Eugenia se nos licenció con honores, lo normal sería que se la considerara una triunfadora…

Pues no. Los españoles sienten lástima por Eugenia. Pobrecita… ¡Si se fue de Granada, qué necesidad, a ver, con lo a gusto que se está en Granada! Así se lo hacía ver la madre de Eugenia en la película al compositor Merimée: «¡Se va a París, con el frío que hace…! Su Carmen se le va a helar…» Y luego Luis Mariano le canta a Carmen Sevilla (que viaja a París acompañando a la ya Emperatriz Eugenia), «Piensa que en esta corte francesa, eres más que gitana princesa… vuelve a tu rincón de la Alhambra, donde copia la luna tus zambras, Violeta de España, tú en tierra extraña…» Y como nuestra Carmen se nos muere de nostalgia en París, al final la reina la deja volver, y solo en la Alhambra consigue Luis Mariano que acepte ser su esposa. Y se casan en la catedral de Granada, bien évidemment, qué Notre Dame ni qué ocho cuartos…

Y fuera de la pantalla del cine, a mi tocaya le quedan esas coplas de Concha Piquer, que dejan clara la inmensa compasión con que el español la mira, y que yo tantas veces he escuchado…

Eugenia de Montijo, qué pena, pena… Que dejas a tu España, para ser reina…

Y ahí está todo dicho. Ni para ser reina está justificado que una granadina abandone España. Yo es que no entiendo como los españoles hicimos las Américas y fuimos los primeros en dar la vuelta al mundo…

Por la lises de Francia, Granada dejas…

Ea, mira que preferir a una florecilla de lis a una buena granada… aunque ahí podíamos pensar que la canción compara al trajín de la corte francesa con la tranquilidad granadina. Vamos a concederle esa posibilidad al compositor, aunque en la siguiente estrofa, el tipo definitivamente entra en barrena y se le va la olla…

Y las aguas del Darro, por las del Sena…

¡Si al menos hubiera dicho el Guadalquivir! Y si no le cabía en el verso, que se hubiera permitido la licencia geográfica y hubiera dicho el Tajo o el Ebro. Pero no, así, tajante y claro, la copla popular iguala sin empacho un riachuelo de aguas residuales con uno de los principales ríos de Europa, de fama universal. Con un par. Orgullo hispano y popular, que no se diga.

Eugenia de Montijo, qué pena pena…

(Dedico esta entrada a mi amiga Nathalie, divina, simpatica, atenta, y francesa)

 

2 Comments

  1. Jose Luis G. - 8 mayo, 2013

    Muy suspicaz este post. Me ha gustado mucho leerlo. Los españoles somos muy nuestros, como los franceses. La diferencia es que en el fondo, por muy orgullosos que parezcamos, carecemos del aire de superioridad que gira sobre las cabezas de los galos. Un saludo.

  2. Bronte - 9 mayo, 2013

    Muchas gracias, Jose Luis, viniendo de un entendido francófono (según aprecio en tu blog!), se agradece doblemente. Estoy de acuerdo contigo, aunque te diré que cada vez pienso más que ese "aire de superioridad" lo tenemos todos los países con culturas poderosas y pasado colonial. Eso es lo que quería decir en realidad: chauvinismo será palabra francesa, pero españoles (e ingleses, alemanes…) la hacemos nuestra a diario!

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