Sin RUT no eres nada en el Santiago BIP

Días antes de llegar, San David me comentó que me iba a dejar una «tarjeta VIP», para que pudiera usarla. Yo me puse muy contenta, pensé que sería algo similar a mi antigua tarjeta de los (nunca suficientemente añorados) VIPs de Madrid, o algo similar en atención a lo megaimportante y divina que soy. Ja, ilusa yo, se trataba de una tarjeta bip!, que se usa fundamentalmente para pagar en el transporte público de Santiago, llamada así por el ruidito bip que hace al pasarla por la máquina.

En Santiago todo hace bip!, en realidad. Desde que una pone el pie en la calle, empieza a escuchar el puñetero sonidito, suena en el micro (autobús), en el metro (que por cierto cuesta lo mismo todos los santos días, sin posibilidad de abono semanal, mensual o ticket reducido de 10 pasajes, nada, un bip! de las narices de 600 pesitos chilenos cada vez que te subes. También hace bip! la autopista, el coche suena cada vez que pasas por los invisibles peajes automáticos, mi nueva amiga Carolina (sobrina de Jenny, la Internacional Oriental, que funciona muy bien) me contaba que una vez con su marido que se equivocaron de salida y se tuvieron que recorrer la Costanera antes de poder dar la vuelta, cada bip! les iba recordando lo cara que les iba a salir la bromita…
Otra cosa que tiene el Santiago de hoy es el RUT, el equivalente de nuestro DNI, pero que va mucho más allá, porque aquí nuestro DNI o nuestro número de pasaporte se la trae al pairo, lo único que te aceptan es su RUT, que te dan junto con la residencia legal, y que la Cancillería chilena aún no me ha dado. Sin RUT no abres una cuenta bancaria, no te dan una línea de teléfono, no compras por internet, y muchos de mis (nunca suficientemente odiados) corredores inmobiliarios me histeriquean (aún más) ante la ausencia del numerito de marras…

Pero más allá del eterno bip!, el no tener RUT, y los histeriqueos de los corredores inmobiliarios, estoy contenta con el balance de estas dos primeras semanas en Santiago. Llueve sin parar, algo rarísimo según me cuentan todos, y estoy anhelando que amanezca soleado para poder disfrutar al fin de la vista de la cordillera sin polución.

Voy conociendo gente interesante: los responsables del Centro Cultural Estación Mapocho (su director,Arturo Navarro, una institución en gestión cultural, me habló de lo que marcó la exposición Letras Españolas, que el Ministro Solé Tura montó para la Feria del Libro del Francfort del 92, y que luego Felipe González quiso llevar al Chile que reiniciaba su democracia), a los organizadores de la XVIII Bienal de Arquitectura

También vi una peli chilena muy interesante, que volvió premiada de Cannes: «NO». Relata la campaña publicitaria que realizó la Concertación, durante el referéndum que Pinochet convocó para ganar pero finalmente perdió. Un publicista (al parecer ficticio) que interpreta Gael García Bernal, convence a la gente de la Concertación de que sólo podrían ganar con un mensaje positivo, alegre, de confianza en el futuro, en vez de recrearse en las ya conocidas imágenes de los horrores de la dictadura, y esa línea optimista va ganando adeptos en la población, que poco a poco van arrinconando a la campaña plúmbea y acartonada del SI. Fui con el grupo de David, y (San) Carlos decía a la salida que había sido una vuelta a su infancia, a aquellos anuncios felices del NO con su canciocilla pegadiza que todo el mundo tarareaba y al arcoiris que poco a poco la gente se atrevió a ponerse de pin o de camiseta. Fue divertido escuchar al público chileno reírse ante las imágenes, sobre todo ante el video de cierre de la campaña del SI, con un Pinochet sonriendo a la cámara: «si algo hice mal, pido perdón…»

En realidad, la película enseña cómo hasta la izquierda más radical dentro de la Concertación acabó aceptando las reglas del merchandising más básico en un sistema de libre mercado… de ahí al Santiago bip!, sólo había un paso…

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