26 de julio de 2008

Hay días en que el método Zuckeberg para conservar la memoria individual, me provoca sensaciones intensas y largas. Hoy, en mis “recuerdos para rememorar”, al final de todo, había una anotación en inglés de 2008. En inglés, porque eran los primeros años de Facebook, cuando era aún una aplicación rara, que teníamos unos cuantos, bastantes, pero no todo el mundo. Eran los años en que aún te preguntaban si estabas en Facebook, porque no estarlo era una posibilidad (hoy es una opción vital que te retrata). El caso es que, en aquellos primeros años, yo usaba el inglés para comunicarme en FB. La anotación en mi muro dice: “Hysterical: what do you take with you for three years across the Atlantic Ocean????
El 26 de julio de 2008 yo ya sabía que me iba destinada a Montevideo. No sabía cuánto tiempo estaría allí, por eso hablo de tres años, y por supuesto no podía adivinar que luego vendría para Chile, por lo que serían 8 años los que pasaría al otro lado del Atlántico. Hoy, 26 de julio de 2016, me encuentro, una vez más, preparándome al momento en que mi casa quede reducida a cajas, a que me invada el olor a cartón fresco, olor de nuestra vida, llevándome de vuelta algo más que entonces… me llevo un contenedor de 40 pies, casi 60 m2… se ve que he progresado, o al menos tengo una idea clara de qué llevarme al otro lado del océano. Entre otras cosas, echaré un cuaderno en el que apunté un esquema de una explicación resumen que hice en 1998 sobre la posible extradición de Pinochet desde Londres… quién hubiera tenido una bola mágica entonces, que me hubiera dicho que acabaría viviendo en el país natal del dictador latinoamericano más conocido en España.

 

 

Es difícil encontrar una sola palabra para definir estos 8 años. Tengo la fuerte sensación de abandonar este continente (¡por el momento!) siendo mejor persona y, espero al menos, mejor diplomática. He aprendido tanto, imposible condensarlo todo… pero creo que puedo destacar tres cosas: la primera, el concepto del desarraigo y la expatriación. Yo ya había viajado mucho y vivido temporadas en el extranjero, pero nunca había llegado a vivir expatriada. Y aunque considero que los diplos somos expatriados de lujo (lujo, no por la vida de boato y glamour que la tele falsamente vincula a nuestro colectivo laboral, taaaan desconocido, sino porque los trámites para el acceso e instalación en el país de turno suelen ser mucho más fáciles que para el inmigrante normal), aunque seamos expatriados de lujo, al final somos expatriados, y eso afecta. No lo creí nunca, pero afecta. Estar fuera de tu ambiente, de tu acento al hablar, de las expresiones cotidianas, de la comida, de los programas de la tele y la radio… aunque sea en un país hermano, como son los latinoamericanos, al final es otro país, y se nota. A veces no te das cuenta, pero te va afectando, sibilinamente… la expatriación es una enfermedad lenta y silenciosa, cuya única medicación es volver a tu país periódicamente… y no todos pueden, así que he aprendido el sufrimiento de los inmigrantes económicos, de los exilados políticos, de los que se van de su país para no volver. Yo vuelvo, otros no tienen esa suerte.
Vinculado a esto, he aprendido de la importancia de la amistad. Sin amigos, no hubiera sobrevivido estos 8 años, me habría vuelto loca, o enfermado de tristeza. Gracias a todos los amigos increíbles que me han acompañado estos 8 años.
He aprendido mucho de España, como país, como pueblo, como civilización, como actor de la Historia universal. Latinoamérica es un buen sitio para tener perspectiva sobre el lugar de España en el mundo. He aprendido a apreciar que entonces esos españoles vinieron bajo un proyecto global, que luego cada uno interpretaba y deshacía a su antojo, por supuesto, pero existir, existía. He aprendido a valorar la legislación avanzadísima con la que se buscó proteger a los habitantes originarios del continente, las Leyes de Indias. Luego no se cumplirían, pero existir, existían, e invito a leerlas: algunos artículos son calcados a la legislación actual de derechos humanos. Y he aprendido a admirar la inventiva, el valor, y el entusiasmo de aquellos expatriados que se subieron a barcos rumbo a lo desconocido, esos sí que se iban para no volver, y no tenían ni idea de a qué llegaban. Esa Inés Suárez, buscando agua en el desierto de Atacama, cómo no admirarla… Me van a criticar por decir esto, pero mis lectores ya saben que no tengo miedo a la sinceridad…
Porque además también he aprendido a avergonzarme de la cara oscura de nuestra Historia, pero más de la reciente que de la clásica que suele criticarse. Cuánta vergüenza de la prepotencia, y simple mala educación de muchos de mis compatriotas actuales… Qué apuros he pasado a veces, mirando la actitud chulesca de algunos españoles tratando a latinoamericanos, qué aires de superioridad ridículos, qué desprecio que en realidad tapaba una abismal ignorancia… creo que no son muchos, y creo sinceramente que no son mayoría, porque los apuros normalmente fueron compartidos (cuánta mirada de circunstancias me he cruzado con otros españoles), pero con que exista uno, ya son demasiados. Y lo digo, porque parte de la admiración presente a mi cultura y civilización, se la debo a los latinoamericanos, que hablan español mucho mejor que los españoles, y que tratan con mucho mayor cariño y respeto a elementos fundamentales de la tradición compartida.
Porque ahora llega una próxima enseñanza, una nueva lección que aprender. Esta esquina del mundo ha creado en mí un intenso cariño, una admiración sin límites, un asombro ante las maravillas físicas y humanas de este continente. Se me recibió con una generosidad apabullante, que me ha ayudado a diario, y ahora mismo escribo entre lágrimas, viendo que la cabecera de mi blog ya dice “De vuelta en España”. Esa será la próxima experiencia: ser emigrante en mi propio país, extrañar otros paisajes, otras hablas, otras cotidianidades, otra forma de vivir. Ya nunca más veré a España con los mismos ojos, el filtro del Cono Sur estará siempre ahí, transformando cada realidad, obligándome a comparar, e incluso a juzgar.
Y esa es una carga de precio incalculable que, afortunadamente, no se lleva ni en la maleta ni en el contenedor.
Nos vemos en la Plaza de las Ventas de Madrid.

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