Arte en construcción

Ayer fui a ver «La piel que habito» (increíble, una película española que tan solo llega unas semanas después de su estreno a Uruguay)… la película es impecable, magníficamente rodada, bien contada, fotografía increíble, buenas actuaciones, se ve bien la evolución de Almodóvar, trata temas recurrentes de él, la transexualidad, amores tormentosos con secuestro y violencia de por medio, el amor filial, la maternidad, la infidelidad… y sin embargo, terminó y quedé en silencio, Almodóvar se defendió ante la prensa (que lo está destrozando por esta película) diciendo que la gente queda en silencio al final de la película por el «shock»… pero yo no estaba shockeada… estaba indiferente… indiferencia, esa fue mi reacción, y pasé toda la noche pensando en porqué, pues de verdad que la película por otro lado es impecable… hoy leí una nueva crítica, de nuevo mala, y ésta decía que el problema de «La piel que habito» es que está hecha sin corazón…

Zeus me libre de ponerme a escribir sobre algo tan trillado como la necesidad de poner el corazón en el arte si se quiere que el resultado llegue a su vez al corazón de los que lo contemplen… pero me hizo pensar en que en estas últimas semanas tuve la oportunidad de ver una especie de «arte en construcción»…  fue la oportunidad que me dio Javier Rebollo de ver su última película «El muerto y ser feliz», aún sin terminar, sin efectos de sonido y alguna escena sin grabar (el propio Javier iba completando en voz alta los trozos que faltaban mientras un grupito la veíamos en la Sala Dos de Cinemateca). Es una «road movie» argentina, con momentos geniales que captan, de nuevo con trazos rápidos, la geografía interna del país, es una película recomendable para quienes quieran conocer la Argentina más allá del tópico, qué gracia que la hiciera un español… y José Sacristán está que se sale, y su contraparte uruguaya, Roxana Blanco, a la que he conocido estos días, no desmerece en ningún momento. Y antes vi otra película «en construcción», una peli en la que participó Paula y que nos enseñó a Javier, Alejandra y a mí en mi casa (tras devorarnos una fondue de queso que me salió bastante bien, por cierto). Se llama «Ojos de madera», aún le falta la banda sonora, los efectos sonoros, el montaje está sin terminar, creo que es la vez que más consciente he sido de la importancia del lado técnico en el cine… y sin embargo, me cautivó, quedé enganchada por conocer el final (el CD se estropeó justo cuando faltaba un rato)…

Y ahora recordé, pensé en Javier haciendo él mismo sobre la marcha los sonidos que faltaban en «El muerto y ser feliz», en esos planos de Florencia Zabaleta lindísima en «Ojos de madera», y pensé que lo que había visto en la pantalla, por encima de todo, era corazones latiendo a ritmo desmesurado… justo lo que no vi en una película acabada, impecable y con todos los detalles técnicos calculados al milímetro.  Una Dorothy debería guiar a Almodóvar por el camino de baldosas amarillas hasta allá donde viva el Mago de Oz en la Mancha para que recupere su corazón…

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