chilenos

Elogio del cotilleo

Mi nana Rosa (the Pooh) me pregunta mientras se sienta a observar como desayuno: «¿En España es así, la gente no sabe nada de nada del vecino, viven todos apartados…?» Porque aquí en Chile, me relata a continuación, no es así: en su barrio se conocen todos, las casas están todas juntitas y todos saben la vida de todos… Se le nota feliz y satisfecha, y yo me encuentro esta mañana entendiéndola perfectamente.

En España es similar. En mi Granada natal, crecí compartiendo detalles íntimos de mis vecinos, las paredes de papel que nos ha regalado la moderna construcción de mi país, lo permitían sin problema. Y lo que no oíamos a través de las paredes (o el techo), nos enterábamos en el descansillo de cada planta, cada vez que nos encontrábamos los vecinos y nos parábamos a comentar antes de subir al ascensor. Y lo que no nos enterábamos por ahí, nos enterábamos por la portera o portero de turno, que normalmente se las componía para saber vida y milagros de absolutamente todo el mundo. Y si algo se le escapaba al portero, ya estaba allí la tienda de la esquina, toda un centro de información que ya quisiera la CIA, mi padre volvía siempre de la frutería con todo el recuento que le hacía «la Toñi», nada se le escapaba a la Toñi, yo creo que en algún momento el Mossad barajó reclutarla.

En Madrid, toda una capital, conformada por barrios con fuerte personalidad, la vida cotidiana puede podía ser similar, aún recuerdo mi Barrio de la Florida, la china del Todo a 1euro (seguro reclutada por el Kuomingtan) te ponía al día en un plis plas cuando ibas a comprarle un bolígrafo. Y también estaba el bar de la esquina, en el que me informaron puntualmente que la socia (casada) del gimnasio al que yo iba, se había liado con el profesor de salsa; y luego en el propio gimnasio, una vez despedido fulminatemente el susodicho profesor, su sustituto estuvo brujuleando con una de las alumnas y con el monitor de sala, pues, como me comentaban los chicos que entrenaban con las pesas y máquinas, «el muchacho aún no lo tiene muy claro...». Todo esto por supuesto, sin obviar al portero de mi edificio, que sabía TODO, y lo que no sabía se lo inventaba sin mayor problema, y como la invención era tanto más jugosa que la verdad, pues todos tan contentos. En mi calle de la Florida, todos sabíamos de las razones que habían llevado a Nelly, la indigente sin techo que vivía allí, a acabar en esa situación y negarse en redondo a acudir a un albergue, y cuando finalmente un invierno se murió, los del bar de la esquina compraron una corona de flores, que colocaron en la marquesina del bus en la que ella solía dormitar las borracheras.

Ya en Uruguay, al principio pensé que los orientales eran más reservados, pero pronto tuve oportunidad de conocer a la buena señora Castillo, de mi edificio, que sobre una humeante taza de té con pastas te hacía partícipe de todos los vericuetos de mi (añorada) cuadra de la Avenida Artigas. Y lo que se le escapaba a la señora Castillo, me lo completaba mi grupo de pilates, o las chicas con las que compartía el champú en la ducha del gimnasio, como las extraño a todas.

Y ahora me encuentro aquí, bendiciendo las paredes de papel, a los vecinos que aporreaban al techo, a las horas muertas de charleta en el descansillo con la puerta del ascensor abierta. A las confidencias en las corralas, plazas y piscinas comunitarias. A las tiendas de la esquina, a los bares de la esquina, a los gimnasios de barrio. A las chinas de los «Todo a 1 euro«, a las Toñis, y a los porteros de todo el mundo mundial. Porque si por un casual a un vecino degenerado le diera por encerrar a su hija en un sótano, o secuestrar a unas adolescentes, con la simpática intención de convertirlas en sus esclavas sexuales, esa increíble ingeniería de información lo harían imposible en la práctica. Y por eso, esas cosas horribles que una lee en la prensa, en general siempre suceden allá, y nunca acá.

Mi nana Rosa the Pooh

¡No había escrito sobre mi nana! Parecería que Darling ya había agotado el tema de las empleadas domésticas chilenas, pero no, el tema tiene mucha enjundia, y la llegada de Rosa a mi nuevo hogar de Pedro Valdivia Norte es buena prueba de ello.

Rosa tiene apellido mapuche, vino de Concepción con su hija, y cuando fui a España en Navidad me pidió, como único encargo, una biblia especialmente editada en Valencia que había comprado por internet, y que vino a buscar rauda y feliz a mi casa el mismo domingo de mi llegada. Aparte de leer la biblia, a Rosa lo que más le gusta en la vida es hablar, amasar panes y «queques», contarme el precio de las frutas y verduras del mercado de los sábados, y chequear cómo va el huertito que me ha montado en una de las jardineras de la casa. Lo de hablar lo han podido comprobar todas mis visitas de este verano (Violeta jura que la seguía hasta la puerta del cuarto de baño y podía escuchar su charleta mientras se duchaba). Los panes y «queques» los disfrutó sobre todo Leandro, para quien Rosa amasó feliz cada mañana. Y el huertito lo disfruto mientras escribo, que miro por mi ventana la flor que tiene la planta del zapallo, los matorrales de menta y albahaca, y la timidez del cilantro, que al fin se animó a salir. En cambio, a Rosa mi armario le produce reacciones incomprensibles, ha decidido que unos leggins super fashion de Max Mara son en realidad un trapillo para hacer gimnasia, al tiempo que cuelga primorosamente junto con mis trajes de chaqueta, el vestido viejo que me pongo para estar en casa.  Luego Rosa tiene el mismo tic que tienen absolutamente todas las nanas del mundo mundial, la manía de colocar los adornos ladeados. Fue mi amiga Aurora la que me dio la pista, y desde entonces he podido contrastar con distintos amigos: tú pon a una empleada doméstica de Bangkok, Nairobi o Tegucigalpa a limpiar una mesa de café con los típicos librotes de adorno, y ella automáticamente los colocará ladeados, hagan la prueba, no sé porqué no se investiga un hecho globalizador tan asombroso. Pero a pesar de todo ello, me gusta Rosa, hasta me gusta esto de que nada más llegar se sienta a charlar conmigo mientras desayuno (los precios del mercado, que son su obsesión, aunque poco a poco se va soltando con otros temas).

Al poco de que los panes y los queques de Rosa llegaran a mi vida, ocurrió algo asombroso: sus obras panaderas rara vez superaban las 24 horas de vida en mi cocina, y sin embargo mi báscula no me regañaba a resultas de ello. Y es que no era yo quien se comía los panes y los queques. Era Rosa. Yo algo sabía de que en Chile es obligatorio dar de comer a las nanas si las tienes a jornada completa, yo la tengo a media jornada, pero aún así, tampoco me pareció muy grave que Rosa picoteara algo… No pasa nada si come usted algo, Rosa, le dije con el mismo tono con que el obispo de Los Miserables perdonaba a Jean Valjean… No obstante, he de reconocer que el día que llegué a casa molida a las 10 de la noche con la sana intención de cenar un filete y acostarme, y me encontré con que Rosa se lo había zampado, ahí me puse a pensar que Javert el policia tenía su punto de razón al querer enchironar a Jean Valjean.

Al día siguiente, aún hambrienta, cuando Rosa se disponía a contarme que las avellanas en Concepción están mucho más baratas y buenas, la confronté con la verdad de filete. Ella no negó nada. De hecho lo reconoció con cándida sinceridad: «uy, si es que cuando lo vi solo en la heladera, pensé, ¡este filetito para mí…!» Casi diez años de diplomacia activa no me han dado la preparación suficiente para responder a un argumento así… Opté entonces por intentar ordenar la situación, le empecé a sugerir que revisara los tuppers en donde guardo restos de comidas, que yo siempre cocino de más… y ahí tuve una nueva e inesperada revelación: la dieta de las nanas es un desastre. Consulté con amigos, y todos me contaron historias similares. A unos se les comían el embutido, a otros golosinas varias, rara vez un plato decente de cuchara. Vamos, que una se la pasa instruyendo a sus empleadas para que le cocinen verduras y pescado para tener una alimentación sana y equilibrada, pero luego ellas, a la hora de la verdad, arramblan con la bolsa de patatas fritas. Yo tardé un tiempo en averiguar qué comía realmente Rosa, (además de pan y queques), veía vasos de «quesillo» (queso blanco) a medio en la nevera, y finalmente Violeta me dió la pista definitiva sobre el tarro de miel. Fue entonces cuando tuve que asumir la verdad: mi Rosa es la versión chilena de Winnie the Pooh. Yo ya podía cansarme sugiriéndole que se comiera el resto de pollo rehogado, la pasta con carne picada o la sopa de pepino. Sí, si, donde se quede un buen bocadillo con pan recién horneado, quesillo y miel…

Así que por ahora estoy comprando miel y quesillo a granel (eso sí, pasé a comprar de la marca blanca del Jumbo, que la tragaldabas se me zampó en tres días un bote de miel fina de abejas mimadas por no sé qué monjas de clausura de una región inaccesible del Chile natural, que me salió por una pasta). Mejor que se atiborre de miel, sobre todo ahora que llegan mis padres con las provisiones acostumbradas. Que se coma el pan, los queques, la miel, el quesillo… pero la estrangularé con mis propias manos como se atreva con el jamón ibérico.

 
 

La Verdad sobre los chilenos

Vale, hoy es 12 de diciembre de 2012 (12/12/12), lo que amerita reflexiones profundas a lo Paulo Coelho, o que sencillamente actualice el blog, que a lo tonto llevo ya más de un mes sin escribir nada.

Ya en España, de vacaciones prenavideñas… desde la distancia, me he reencontrado con todo lo malo que conlleva ser española (en el extranjero, una se queda con el buen vino y la paella, pero en cuanto bajas del avión, te metes en el taxi, y te sumerges en la primera «tertulia griterío» de la radio, recuerdas con resignación que no es sólo jamón ibérico lo que viene con nuestro pasaporte…) y me he puesto a reflexionar sobre mis primeros meses en Chile. No sé si es la fecha mágica del calendario, haber escuchado a Wyoming en la tele (ese entra en la categoría del jamón ibérico) o las lentejas de mi madre, pero el caso es que he tenido una Revelación Total y Absoluta (de la muerte).

Ahí va mi Revelación Total y Absoluta (de la muerte): Zeus me ha enviado a la Tierra para dar a conocer la Verdad a los chilenos.

Sí, amigos lectores chilenos (y ya de paso, orientales, españoles y lo que se tercie), yo tengo el mandato divino de haceros ver la Verdad, esa que durante unas cuantas décadas os habéis negado a aceptar… A ver, sois una gente bien, en serio, atentos y agradables, buenas personas, de verdad. Pero en algún momento de vuestra historia, un cabrón (con pintas) se plantó en vuestro hermoso país y os soltó que sois los prusianos de América Latina. Y vosotros os lo creísteis. Con intensidad, sin ambajes ni reservas, como si el cabrón (con pintas) fuera el Nuevo Mesías dictando la Biblia del siglo XXI. Y aquí llega el duro momento de revelaros la Verdad.

¿Preparados?

No sois los prusianos de América Latina.

Ni siquiera de Sudamérica, ni del Cono Sur, ni del Arco del Pacífico, vamos que no sois prusianos, leñe, que no lo sois ni de lejos, ni de coña, ni siquiera un poquito, vamos, que no lo sois, y punto.

Porque si fuérais prusianos, no me habría tenido que pelear con todos y cada uno de los corredores inmobiliarios a los que contacté para alquilar un piso, ni habría acabado de los pelos con la ejecutiva de cuentas del banco en el que, oh pecado, pretendía ingresar mi dinero, ni estaría hoy hablándole como si de un amante esquivo se tratara al vendedor de coches para que me haga el (incomensurable) favor de venderme uno. Si fuerais prusianos, los del SAG de la aduana no se hubieran puesto a abrir como locos todas las cajas de libros de mi contenedor, mientras otras cajas lucían claramente con rótulos del tipo «vinos y varios», «productos de cocina», etc. Si fuerais prusianos, mi casero no le hubiera encargado la pintura del salón a un subnormal que pintó encima de todos los clavos que había dejado la loca (prusiana de verdad) con horror vacui que vivía antes allí. Si fuerais prusianos, la señora chilena que he contratado para limpiar en mi casa no tendría problemas en entender recetas de cocina o manuales de instrucciones, a pesar de no ser analfabeta. Si fuerais prusianos, las tiendas no negarían la tarjeta de crédito a los extranjeros con el argumento de que «no sabemos si va a abandonar el país sin pagar». Si fuérais prusianos, no le pondríais queso parmesano a las ostras. En definitiva, si fuerais prusianos, cuando cualquier extranjero residente en Santiago se encontrara con otro por la calle, no se pondrían en seguida a valorar la conveniencia de llevar al cabrón (con pintas) al Tribunal Penal Internacional por engañar tan vilmente a toda una nación.

Pero no os pongáis tristes. Porque ahora llego con la Segunda Verdad (esta de propina, la próxima ya os la cobro): el cabrón (con pintas) que os engañó, también os hizo creer que ser los prusianos de América Latina era la ser la madre del cordero porque los prusianos son lo más perfecto del mundo (mundial). Y no lo son. De verdad, no lo son. De hecho, pueden ser lo más lejano a la Perfección, e incluso los hay que son bastante subnormales (otros no, obviamente, un beso para mi amiga Steffi si me está leyendo!). Y cualquiera que haya vivido en Prusilandia, os podrá confirmar que su administración fue la que inspiró a Kafka, y que no hay nada más amargo que un prusiano en un día gris de lluvia.

Si fuérais prusianos, no sonreiríais nunca, ni diríais cachai, ni sí poh, no comeríais sopaipillas ni bailaríais cueca, y ya os habríais cargado Valparaíso, con el pretexto de arreglarla. Si fuérais prusianos, no sabríais disfrutar de la vida, ni se os vería caminar bajo el sol en los parques. Si fuérais prusianos, os creériais de verdad que las Malvinas son británicas, y no sólo para dar por saco a los argentinos.  Si fuérais prusianos, vuestros taxistas o vuestros policías serían igualmente honestos, pero quizá no tan amables. Si fuérais prusianos, no tendríais la sabiduría de contemplar los Andes, que con su presencia de milenios te hacen ver que en el fondo todos somos unos piltrafillas que venimos de paseo por la Tierra durante unas décadas.  Si fuérais prusianos, no habríais tenido el sentido del humor de terminar esta lectura.

En definitiva, si fuérais prusianos, yo no hubiera estado tan feliz en mis primeros 6 meses con vosotros.

Así que gracias, y felices fiestas.

Mi primer temblor (chispas!)

Vale, sé que mi país está en crisis y que hay muchas personas que están padeciendo verdaderas desgracias, y que por tanto resulta vergonzoso que me queje. Pero en definitiva esta bitácora es mi terapia particular de desahogo, así que, qué narices, voy a quejarme: ¿es o no es la leche que justo en el momento en que terminan de desembalar mis cosas, cuando tengo toda mi vajilla desplegada y los vasos apilados sobre la encimera de la cocina de cualquier modo, cuando tengo los jarrones sobre los sofás y los cuadros apoyados sobre las paredes, que justo en ese momento, al suelo aquí le de por temblar??!!

Así fue, queridos lectores, un temblor de 5,7 escala Richter es lo que Santiago ha experimentado hoy, justo hoy. A ver, ¿tengo o no tengo derecho a enfadarme con Zeus??!! (por cierto, en cualquier otro lugar, un 5,7 es un terremoto, pero en Chile, eso es «sólo» un temblor…)

También es verdad que debo reconocer que tuve suerte: el temblor no me sorprendió en mi apartamento, (y en un sexto piso, por lo que dicen, un 5,7 es de ponerse a llamar a la madre a gritos). No, me sorprendió en la peluquería. (Sí, en la peluquería. ¡Qué pasa, acaso se pretende que reciba a las masas en un 12 de octubre, con los pelos de loca tras un día de estrés de mudanza??!!) Y la peluquería estaba en un bajo, así que no noté mucho, pero cuando volví corriendo a casa (¡mi vitrina, mi vitrina, Zeus, llévame a mi, pero salva a mi vitrina!!),vi que varios muebles se habían desplazado,pero eso sí, todo intacto: ¡viva la arquitectura antisísmica chilena!!

Por mi parte, yo llevaba semanas siendo aleccionada por compatriotas que me pedían no reaccionara con excesivo miedo ante mi primer temblor, para no dejar en mal lugar a los españoles frente a los chilenos. Es decir, que se me exigía que mantuviera el tipo en cuanto la tierra se pusiera a temblar, para de este modo salvaguardar el honor de la raza de Agustina de Aragón. Brutal responsabilidad, pero creo que logré estar a la altura: fue iniciarse el temblor, mientras yo hablaba con David al móvil (oye, David,me muevo,se mueve todo,eso es lo que pasa con los terremotos, ¿verdad?), y todos,peluqueros y clientes, echaron a correr. Yo no. Me gustaría decir que fue un acto de valentía de raza, pero la realidad es otra: ¡¡tenía todo el tinte en el pelo! Así que no me moví, allí me quedé sentadita, toda valiente, qué remedio, y al cabo de un rato me puse a gritar: oigan, si van evacuar, que se quede alguien y que me quite el tinte antes, vamos, que no pretenderán que me eche a la calle con esta pinta…

Luego volvieron, no para quitarme el tinte, que conste, sino porque se había acabado el temblor. Y ahí entonces me encontré con una nueva sorpresa desagradable: ¡no funcionaba el internet!!! Lo cortan o se rompe tras un temblor, qué poca seriedad: ¿como se supone que va a poder una actualizar su facebook tras un temblor??!! O escribir a todo el mundo por el guachap que has sobrevivido a un temblor, a ver… En fin, que me quedé esperando a que volviera el 3G, mientras me quitaban el tinte, y la peluquera me contaba aún pálida que, desde el terremoto de 2010, estaba tan traumatizada que no lograba soportar temblor alguno… ahí me sentí algo mal por mi frivolidad, pero luego pensé que gracias al tinte había hecho un despliegue de templanza racial hispana, que ni un soldado de Valdivia, vamos. Así que no estuvo del todo mal.

Y mi vitrina, intacta, que es lo importante.

Amores perros

Esto era una vez un perro que conoció a una perra, se olisquearon, se dieron toquecitoscon el morro, corrieron juntos, ladraron felices y finalmente el perro se dispuso a montar a la perra. Así de simple podría parecer que es la vida amorosa canina, pero no, la experiencia de Juancho y Noa me ha enseñado que hasta los perros dan sus vueltas antes de entregarse al desenfreno carnal… En realidad, Juancho y Noa lo tuvieron facilísimo: ambos sus dueños/padres estaban felices de cruzarlos para tener una camada de peluditos pastores catalanes, y facilitaron los encuentros. Pero aunque Juancho ponía empeño y Noa lo animaba cada poco, nunca terminaban de completar el acto, en el fondo se les veía más pendientes de sus dueños voyeuristas que de ponerse en faena, y claro,así no había manera de terminar de engendrar a los pequeños gos d’atura… La dueña/madre de Noa finalmente aceptó que su hija/perra querida pasara  la noche fuera de casa, por vez primera, y así darles el tiempo y la intimidad necesaria. De este modo los dos amantes pudieron pasar una noche romántica y lujuriosa (a partesiguales) en el coqueto jardín del hogar de David en Pedro Valdivia Norte… A la mañana siguiente, Noa amaneció con cara melancólica y apesadumbrada, en plan “quizá nos hemos apresurado, no sé bien si estoy preparada para iniciar una relación seria, será este un buen padre para mis cachorros…”, mientras que Juancho la miraba desconfiado en plan “vaya, pero todavía no te fuiste, bueno, te doy el desayuno pero no vayas a pensar que esto ya es serio, yo no estoy preparado para comprometerme…” Pasaron el día sin hablarse mucho, con gesto embarazoso, y cuando la dueña/madre de Noa vino a buscarla, ésta no disimuló su alivio alegre de poder irse, justo cuando Juancho empezaba a vislumbrar la posibilidad de una nueva sesión amatoria, en plan “bueno, ya que sigues sin irte, aprovechemos, pero sin compromiso,eh”.

Por supuesto, Juancho no la llamó en los siguientes días, ni siquiera para un “hola, cómo estás, te llamo aunque no seas mi novia, porque compartimos un momento lindo y sólo por eso eres importante, aunque no vayamos a casarnos, es puro respeto y cariño, ya está, porque está feo acostarse con una tía y no llamarla al día siguiente y yo no soy así…”, pero bueno, todos los hombres, perdón, los perros son iguales… eso sí, cuando la dueña/madre de Noa la trajo de nuevo a casa (por si el encuentro nocturno no había sido lo suficientemente fértil), Juancho la recibió con renovado alborozo lujurioso. Una perra de otras latitudes quizá hubiera entrado en el juego histeriqueante de Juancho, pero Noa es una catalana orgullosa y le respondió con gruñidos, descartando la posibilidad de un nuevo polvo. Como todos los hombres, perdón, perros, Juancho se rasgó las vestiduras asegurando no entender a las mujeres, perdón, a las perras, y se echó a los brazos de Darling, que lo consoló como todas las madres consuelan a sus hijos (y así nos va): “¿viste, Juancho? Ella no te quería de verdad, era solo lujuria…”

También yo consolé a Juancho (no sé bien por qué, si en el fondo pienso que todos estos (perros) cabrones tienen lo que se merecen), pero a mi manera: Juancho ya no sólo duerme en mi cuarto, a veces salta a mi cama. David me regaña, con toda la razón, lo estoy mal acostumbrando, pero es que Juancho es listo (como todos los hombres, perdón, perros) y sabe aprovechar la oportunidad para meterse en la cama de una chica, básicamente cuando estoy dormida y no tengo fuerzas para echarlo… además, últimamente las noches son tan frías que se agradece tener su cuerpo peludo sobre los pies… la culpa del frío es de David, que no supo ser humilde con los técnicos de la caldera. La caldera se rompió, no funcionaba la calefacción y David llamó a la empresa de mantenimiento, éstos vinieron (tres días después, prisas las justas) y tras apretar dos tuercas, dictaminaron que todo estaba perfecto. Aquella noche la calefacción seguía sin funcionar, y ahí es cuando le aconsejé a David que representara el papel de “damisela de la Madre Patria, obviamente subnormal”, pero David es un orgulloso hidalgo español que entiende que hay que exigir que se cumpla lo pactado, así que firmemente emplazó a la compañía a que arreglaran bien la caldera. Los chilenos llevan muy mal que les lleves la contraria cuando han dictaminado que una cosa está ya solucionada (bueno, en realidad llevan muy mal que les lleves la contraria en cualquier cosa), así que los operarios vinieron por segunda vez (cuatro días después, a ver qué necesidad de tanta prisa), apretaron tres tuercas más y se fueron diciendo que estaba ya arreglada. Aquella noche, bajo los primeros síntomas de congelación (fue entonces cuando Juancho saltó a mi cama), volvimos a llamar a la compañía, que mostraron su sorpresa incrédula de que la cosa no estuviera ya resuelta, y finalmente los operarios volvieron (a la semana siguiente, ¿quién necesita de calefacción en invierno?), y ya ahí reconocieron que había un problema con “la tarjeta”, dijeron que volverían con una nueva… y en esa estamos…

Mientras tanto, yo sigo progresando en mi instalación en el Santiago bip! Ya tengo tarjetas de crédito (mi ordalía para abrir una cuenta bancaria merece un capítulo aparte), y chachan, ¡ya tengo apartamento! En el mismo barrio de Valdivia Norte, al otro lado del Mapocho a la altura de Providencia, un tranquilo barrio de casitas, atravesado por la avenida Pedro Valdivia Norte, calle que van cortando sucesivamente las calles de los Conquistadores, los Hidalgos, los Españoles, los Navegantes , el Comendador, los Araucanos y los Misioneros. Vamos, que es un barrio temático. En mi nueva calle lamentablemente se les acabó la imaginación y sólo se llama del Cerro, con lo genial que hubiera estado vivir en la calle Caupolicán… pero por lo demás estoy contenta, sobre todo tras haber triunfado en las intensas negociaciones que han precedido la firma, prácticamente todas en torno al color de las paredes. Todo el apartamento era amarillo, amarillo albero en el salón, amarillo crema en los dormitorios, amarillo con pintitas en los cuartos de baño. Todo amarillo (menos el dormitorio, que estaba cubierto de papel azul celeste con florecitas). Mi nueva amiga Maria Inés me contó que esto de los chilenos con el amarillo es digno de estudio sociológico, una verdadera obsesión que no sólo abarca a la decoración sino también a la moda, que ella tiene una amiga que se enamoró de un perro, perdón, hombre, que gustaba de llevar camisas amarillo clarito (de manga corta) con el traje de chaqueta, y claro, eso complicó enormemente la relación.

Pero aparte de la soberbia de los técnicos de calderas, la obsesión con el amarillo, y las jugadas de mi (nunca suficientemente odiados) corredores inmobiliarios (con excepción de la que finalmente me ha conseguido el apartamento: nos hemos hecho amiguitas), sigo descubriendo cosas positivas de los chilenos. La última: ¡bailan! Todos, no sólo las mujeres, no sólo los gays, todos, como las locas, una maravilla. Se me saltaron las lágrimas de la emoción cuando en una velada superchic de gente de teatro, con ostras, empanadas y champagne, acabaron poniendo música y arrancaron a bailar. Nadie entiende mi alegría aquí, cuando les digo que he pasado los últimos 4 años de mi vida en un país en el que sólo bailan una noche al año, que llaman Noche de la Nostalgia, se ríen a las carcajadas asumiendo que les estoy gastando una broma…

Y para concluir, mensaje de la dueña/madre de Noa: se muestra agotada, nerviosa y con mucha hambre… ¿seremos finalmente todos titos de la primera camada de gos d’atura chilenos??

 

4 of 5
12345