Orientales

Mirando hacia atrás (II)… Silvina

Sigo en pleno trajín de limpieza y siguen saliendo tarjetas, recibos, postales, papeles y más papeles, que me retrotraen a momentos determinados de mis cuatro años en Uruguay… hoy apareció una factura del Puerto de San Anselmo, que es un restaurante a las afueras de Piriápolis, y recordé mi primer viaje a Punta del Este, con Pilar y Silvina. Este es un recuerdo hermoso pero que ahora me resulta triste, porque recientemente supimos de la muerte de Silvina, tras una larga enfermedad.

Recuerdo perfectamente el día que conocí a Silvina. Sábado, 4 de octubre de 2008. Yo había llegado a Montevideo el 1 de octubre, ese mismo día conocí a Pilar, nuestra canciller en el Consulado, que me prestó el colchón sobre el que dormí mis primeras semanas aquí (favorcito), y además me presentó a algunos de los que luego serían mejores amigos (favorazo). Eso lo hizo el sábado, que era fin de semana de Patrimonio, que en Uruguay se celebra al modo francés de “puertas abiertas”: pasé la mañana caminando por la Ciudad Vieja con Pilar y Gus, al que adoré desde el segundo número 1, siguiendo las líneas amarillas que marcaban el sendero de la antigua muralla de la ciudad, un proyecto en el que había trabajado un compañero arquitecto de Gus, pasamos por la tienda de Ana Livni y Fernando Escuder, y acabamos obviamente en el Mercado del Puerto, sobre el que ya he dicho que es uno de los sitios que más me gustan de Montevideo.

Luego salimos de noche, Pilar organizó la previa en casa, y allí estaba Fa, aún recuerdo lo hermosa que me pareció, y allí estaba Silvina, una periodista argentina que estaba en la ciudad trabajando con ANSA, y que me cayó genial al instante. Esa noche fue tan tan divertida, fuimos al Lotus, una discoteca hortera en el World Trade Center, y volví a mi hotel  (entonces aún no tenía  mi casa de losa radiante), de madrugada, con una sonrisa de felicidad, por las perspectivas que Montevideo había despertado en mi primer sábado aquí.

Días más tarde, Pilar nos metió en su coche a Silvina y a mí, y nos llevó a Punta del Este, ahora me puse a rescatar nuestras fotos frente a los famosos dedos de la Playa Brava…

Pero tuvo el acierto de hacernos pasar antes por Piriápolis, que me encantó. Piriápolis es el primer desembarco de los argentinos en la costa uruguaya, atraídos por este balneario construido a la imagen de la Costa Azul, por un empresario visionario, Francisco Piria. Ahora que los argentinos se instalaron en Punta y más allá, Piriápolis ha quedado englobado en los balnearios uruguayos (Atlántida, la Floresta, las Flores, Bellavista…). Bueno, ser, son todos uruguayos, pero esos son los balnearios en los que la mayoría de los uruguayos pasan las vacaciones, porque Punta del Este, en realidad es argentino. Yo tenía muchas ganas de ver Piriápolis, tenía en mente las imágenes de la película Whisky, y aún recuerdo la impresión que me produjo ver el Hotel Argentino… hacía poco que había visto el barrio montevideano del Prado, que tiene todo el aire de una peli de Visconti… pero el Hotel Argentino es ya directamente «Muerte en Venecia»… desde ese día, he llevado a todas mis visitas al Argentino, y todos han adorado su majestuoso aire decadente.

Con Silvina fui al evento por la reapertura del Galpón, un grupo teatral cuyo teatro expropió la dictadura uruguaya, y de vuelta nos reímos con el aire circunspecto y austero de la celebración, con los aplausos justos, «estamos de fiesta» decían los presentadores con aire serio para presentar a continuación un extracto de «Montevideanas», que no es una comedia precisamente… Analizamos eso que dicen muchos de que los argentinos son más alegres porque heredaron la vitalidad de los italianos, mientras que los uruguayos tienen la contención pausada de los castellanos, afirmación con la que yo no me mostré muy de acuerdo, sobre todo por la parte española que me toca, ¡austera, pausada y contenida, yo!!

Y recuerdo perfectamente la última vez que vi a Silvina. Fuimos juntas a ver «Las viudas de los jueves», que retrata los días del «corralito», pero desde la perspectiva de un country argentino, de unos ricachones que se niegan a ver que están tan arruinados como el resto de sus compatriotas… a la salida, Silvina me estuvo contando sus propios recuerdos de aquellos días de Navidad de 2001-2002, las manifestaciones contra De la Rúa, los cambios de gobierno, la frustración, el miedo…

Hace poco volví a ver Whisky, que retrata maravillosamente el Uruguay posterior a su crisis bancaria de 2002, en la que ni coches circulaban por las más tristes que nunca calles de Montevideo… vista ahora, sin embargo, la película resulta anticuada, el Uruguay que muestra ya no es el Uruguay del que me estoy despidiendo, lo que ha cambiado en estos 4 años… incluso veo a los uruguayos distintos, menos contenidos y austeros, ahora aplauden más, me parece que se empiezan a creer que son un gran país… me gustaría mucho conversar sobre esto con Silvina, qué pena me da pensar que no volveré a disfrutar de su charla inteligente y amena…

Mirando hacia atrás… Rocha en invierno

Estos días de preparación de la mudanza, me dedico a hacer limpieza, en un patético intento de no llegar a Chile cargada de papeles y objetos absurdos… digo patético, porque obviamente, no sé a quién pretendo engañar, es imposible evitar lo inevitable, que en mi contenedor acaben llegando unas cuantas cajas de papeles sin clasificar. Como me comentaba David el otro día, uno dice a los de la mudanza: «deje, deje eso ahí que yo ya lo arreglo…» y la caja va siendo empujada poquito a poco en un armario o bajo una cama, para ser descubierta, totalmente intacta, 3-4 años más tarde, al limpiar de nuevo para la mudanza siguiente… lo gracioso es que ese proceso se va repitiendo, traslado tras traslado… recién llegada a Madrid, Aurora me contaba que se enfrentó a esa caja, que lleva sin abrir desde su salida de Dublín, ya hace más de 10 años, y que había decidido quemarla directamente, considerando que llevaba ya una década sin vivir sin esos papeles y que no había pasado nada… pero no sé si se atreverá, los papeles ejercen una especie de respeto profundo que te impide arrojarlos a la basura aún a sabiendas de que son inútiles.

Pero bueno, en limpieza me encuentro, y los papeles también tienen la virtud de traerte recuerdos, y han salido facturas del Parador de San Miguel, al norte de Rocha, en donde me alojé con un amigo en julio de 2009, en un viaje un poco raro, porque normalmente nadie va a Rocha en invierno. Entonces escribí:


Vale, ir a Rocha en invierno es la cosa más extraña que se puede hacer en este país. No os podéis figurar las caras alucinadas que recibí cada vez que comenté que tenía intención de pasar un finde en Rocha… lo normal es que la gente flipe con esto de que haya gente a la que le interese el interior de Uruguay (importante porcentaje de población uruguaya incluida), pero ya con esta propuesta el asombro llegó a preocuparme… y es cierto que hubo un momento en que yo misma me pregunté qué narices hacía yo allí, concretamente cuando estábamos en medio de la niebla en una carretera perdida rodeados de humedales, palmeras diseminadas y vacas…

La primera noche la pasamos en Punta del Este, el balneario aún me sorprendía entonces…

El viernes por la noche dormimos en Punta del Este, en casa de Gus. Fue alucinante ver una vez más Punta absolutamente vacío, nada, apenas cuatro gatos por las calles, la mayoría de tiendas y bares cerrados, te cuesta creer que en unos meses esto volverá a estar lleno a rebosar. Asombra el concepto creado alrededor de Punta: en España, la Costa del Sol no llega a vaciarse nunca completamente, hay meses en que hay menos gente, claro está, y dependiendo del mes se ve un turismo distinto, pero aquí no es así, es un balneario turístico inmenso, carísimo y precioso… que se usa unos tres meses al año, el resto del tiempo está desierto… no sé entonces para qué la gente se compra esas casas tan caras, y paga esas contribuciones tan exageradas durante todo el año para luego ocupar la casa un par de meses al año, la verdad es que no lo entiendo, pero algo debe de tener cuando tanto brasileño y tanto argentino hacen esto.

Y tiramos para Rocha, a sus dunas, a sus humedales inmensos sembrados con palmeras muy separadas entre sí… (muestra al parecer de que crecieron de forma natural). Entre las aguas pantanosas y las palmeras solitarias, pasean vacas y ovejas con aire apacible, y así durante kilómetros…

Era 18 de julio, aniversario de la jura de la primera constitución uruguaya, así que era fiesta nacional… y lo gracioso es que llegamos a un pueblo que se llamaba ¡18 de julio! Así que estaban de fiesta, en la plaza había puestos, y algunos vestían trajes típicos, ellos de gaucho y ellas con falda larga, aunque el frío y la lluvia impedían mostrar mucho… este país tiene todas sus fiestas importantes en invierno, así que son menos folclóricas al final por el frío muchas veces. Jerome se compró un sombrero gaucho, y nos acercamos a una especie de cabaña decorada con cabezas de jabalí… dentro uno grupo de gente se afanaba en torno a cacerolas sobre un fuego. Nos invitaron a pasar, se autodenominaron la Casa del Gaucho, y el presidente nos explicó que eran una cooperativa de pequeños propietarios rurales de Rocha, que se juntaban para unir esfuerzos en temas comunes, y para organizar romerías y comidas. En cuanto tomaron confianza, empezaron a preguntarnos, no sabían mucho de Europa, allí no era como en Montevideo en donde todo el mundo tiene un pariente o ancestros europeos, aquello era el interior, un universo a miles de años luz de la capital, es increíble la diferencia. Una de las señoras era la maestra del pueblo, y yo quedé asombrada cuando supe que ese pueblito tenía ¡200 niños en la escuela! Luego iríamos viendo que en cada pueblito, de los habitantes, un tercio son siempre niños. Aún así, en cuanto crecen se van, al extranjero o a Montevideo, y pocos vuelven, nos explicó el Presidente de la asociación. Los dejamos a todos cocinando el carpincho para la cena (una especie de cerdo salvaje) y el presidente nos acompañó para mostrarnos la sede de la asociación, porque la cabaña la usan para las comidas. Fuimos a una casa en donde en una sala se amontonaban una veintena de hombres, mujeres y niños, sentados y tumbados sobre colchones, alrededor de la chimenea, comiendo torta frita y  escuchando la música de dos guitarristas. Eran ganaderos de otras zonas de Rocha, que habían venido al pueblo de romería con sus caballos para estar en la fiesta, tardan varios días, y por la noche se van quedando en estancias, esa noche iban a dormir en esa sala. Nos contaron que la asociación les permitía viajar a zonas más urbanas (¡porque ese pueblito para ellos era casi ciudad!), y conocer a otros propietarios. El presidente era muy activo, también estaba en la junta vecinal, y después nos decía que su empeño era ofrecer atracciones y actividades para que llegaran turistas: “si no ofrecemos nada, ¿quién va a venir por aquí?”.

 

Nos alojamos en el Fortín de San Miguel, una antigua fortaleza española, ahora reconvertida en posada, muy bonita y tranquila, y cenamos en un gran salón con chimenea. Al día siguiente, tras hacer fotos y jugar un rato con el perro del hotel, Obama (“porque es joven y negro” nos explicaron), nos dirigimos al Chuy, la gran ciudad de frontera con el Brasil.

Mi amigo colombiano Alfonso tiene la teoría de que todas las ciudades de frontera en América Latina son iguales. Él vio muchas y dice que es así. Chuy es el prototipo: una agrupación de casas sin ningún tipo de orden o planificación, sin NADA de vegetación (“plánteme usted un arbolico” dice Alfonso, “que le rodea la selva, caray”, pero nada, no hay plantas), arena, tiendas libres de impuestos, y árabes. Chuy está lleno de árabes, normalmente son libaneses, pero estos son palestinos, o así me pareció, porque si no sería raro tanta foto de Arafat. La leyenda urbana dice que en Chuy se festejó el 11 de septiembre, y que adoran a Bin Laden, y dicen que la CIAmanejó este lugar como uno de los posibles escondites del terrorista… pero normalmente es el lugar al que los uruguayos van a comprar electrodomésticos y cosméticos sin impuestos en el lado uruguayo, y comida, sábanas y toallas en el lado brasileño… porque sí, cada lado de la única calle del pueblo pertenece a un país distinto, así que con cruzar unos metros estás en un país distinto, y las tiendas son completamente distintas. No sé muy bien cual es la reglamentación, y bajo qué ley viven las gentes de Chuy, ni siquiera si hay gente que vive en Chuy, o sencillamente van allí a trabajar, el señor de la Casa del Gaucho nos contó que llevaba sus productos semanalmente allí, se los compraban, y ya otra gente se ocupaba de pasarla por la frontera legalmente.

 

Ahora que en Uruguay hay más cosas, y se encuentra todo en las tiendas, Chuy ha perdido algo de encanto, pero mis amigas me cuentan cosas que me hacen pensar en la magia de ir de compras a Andorra en los 80, cuando allí se encontraban marcas de galletas y chocolates desconocidos por los niños españoles… el chófer de la Embajada me contó que fue a Chuy a hacerse del ajuar antes de su boda, y que eso era lo típico entonces…

Luego nos dirigimos a la segunda fortaleza española, Santa Teresa, objeto de eternas disputas entre portugueses y españoles, y hoy conservada bastante bien como museo, la verdad es que es de lo mejorcito que este país tiene en plan museo. Desde entonces, siempre he aconsejado a todos los turistas, sobre todo los españoles, que vayan a Santa Teresa, porque es el mejor ejercicio histórico que pueden hacer, no tanto por lo que tiene el edificio, sino por el emplazamiento, en mitad de la nada más nada, palmeras y vacas, y uno piensa que qué narices harían mis compatriotas allí… la respuesta es sencilla: vigilar que no pasaran los portugueses procedentes de Brasil…

 La vista era increíble, y desde ahí se divisaba un bosque inmenso con el mar detrás, Jerome quiso ir allí, yo objeté que se veían militares, que seguramente era una instalación reservada, pero alguien nos comentó que era un camping… y sí, lo era, sólo que quien nos abrió la valla a la entrada era un militar. Luego supimos el porqué. Es el Parque Nacional de Santa Teresa, la joya de los parques del Ministerio de Defensa que, como Ifat nos explicó al teléfono, son las instalaciones que el Ejército tiene para que su gente vaya de vacaciones, aunque también están abiertos a todo el mundo (sólo que es difícil conseguir plaza en los campings o en las cabañas, pues tienen buena calidad y los precios son muy asequibles, como luego pudimos comprobar preguntando en la capitanía general a un atento soldado). Las playas eran increíbles, tienen la reputación de ser las mejores playas del país, y el parque estaba poblado de árboles y especies increíbles, cabañitas para avistar pájaros, lagos, un surtidor natural… me pareció precioso que un lugar tan increíble fuera en realidad un sitio en el que la gente podía pasar vacaciones asequibles…

En fin, que con tanto recuerdo, apenas hice limpieza… ay, esos cajones de papeles que me voy a llevar a Chile… 

Rumbo a las Reducciones jesuíticas (I): amores lorquianos en Salto

Iniciamos nuestro viaje a las Reducciones jesuíticas del Paraguay en Salto, posiblemente la ciudad que más me gusta del interior del Uruguay, sobre todo porque es una de las pocas que merece el apelativo de “ciudad”… pero además me gusta porque tiene mucha personalidad, se notan aún los vestigios de cuando Salto plantaba cara a Montevideo en actividad, de cuando los salteños se fijaban más en Buenos Aires, que técnicamente les pilla más cerca, que en su propia capital, a la hora de construir edificios, por ejemplo, y de cuando las grandes compañías que circulaban por Argentina incluían a Salto en sus giras (Salto tiene de hecho uno de los teatros más lindos del interior). Además están las termas, y hoteles como el Horacio Quiroga, al que mis padres y yo nos declaramos adictos por el entorno impresionante, uno de los mejores sitios para desconectar. Aunque esta vez nos quedamos en el Concordia, en pleno centro, muy bonito aunque con ese aire decadente (y falta de acondicionamiento en definitiva) que adolecen tantos edificios en Uruguay lamentablemente.

En mi primera visita a Salto, con mis padres, ya hace tres años, tuvimos un guía de primera, Edmundo, un profesor de arquitectura de la facultad, hijo del arquitecto responsable de algunos de los edificios recientes más emblemáticos de la ciudad. Edmundo es un verdadero enamorado de Salto y nos la enseñó con todo el cariño… en esa visita conocimos a una pintora y escultora, Elsa Troilo, que es una de las mujeres más interesantes que conozco. Vive en una casa art déco maravillosa, llena de cuadros y esculturas, de todos los materiales imaginables, trabajó mucho inspirándose en poemas de San Juan de la Cruz, dorados y cera sobre las letras de los versos, y ahora está con Rafael de Courtoisie. Elsa es un volcán de actividad, cuando no imparte un taller, está dando clases, u organizando a un grupo de artistas locales, o participando en una exposición colectiva o mandando cuadros a Punta del Este para coleccionistas brasileños.

Hoy nos vamos al Museo Gallino (museo de bellas artes de la ciudad, muestra clara del poderío que tuvo en su momento), en donde Elsa exhibe una escultura de un taller en el que trabaja y en el que también está su hija Gabriela. Elsa ha hecho para la ocasión un ángel de tamaño humano, mientras que su hija ha hecho una especie de virgen con huesos de vaca y cemento, una mole impresionante que desde lejos parece un manto de encaje, y con el que Gaby ha querido resaltar los huesos de los animales que dieron la riqueza a Salto en su día, en un museo que fue construido gracias a esas vacas.

Estos días en Salto la gran comidilla es el libro de Rafael Rocangliolo, “El amante uruguayo”, en el que relata los supuestos amores entre Enrique Amorim y Lorca. El autor se ha documentado bastante para hacer el relato, aunque está por ver la realidad de lo que cuenta. Elsa nos comenta que la supuesta homosexualidad de Amorim produjo sorpresa en la ciudad, en donde se le tenía por un mujeriego. Edmundo, por su parte, tiene escasa simpatía por el personaje, en la línea de cómo lo describe Roncagliolo en realidad, al que califica del “primer cholulo del Río de la Plata”, siendo “cholulo”, un tipo que gusta acercarse a los famosos y demás… el libro termina insinuando que los restos de Lorca están en Salto, en el monumento que Amorim hizo construir en su día en honor al poeta.

Paseamos hasta allí, es un túmulo de piedras, moderno y original, rodeado por el Río Uruguay, muy bonito. Se construyó por los años 50, Edmundo duda de si su padre fue el diseñador pues era encargado de obras de la Intendenciaen aquella época, y fue el primer monumento de homenaje que tuvo Lorca en todo el mundo. Tiene inscrito los últimos versos del poema de Machado: Labrad, amigos/ de piedra y sueño en el Alhambra/ un túmulo al poeta/ sobre una fuente donde llore el agua / y eternamente diga: / el crimen fue en Granada, ¡en su Granada!

Pienso en Granada y en nuestro poeta más universal, y pienso que quizá no sería un mal fin, que igual Lorca hubiera estado conforme con que su última sepultura fuera este lindo rincón a orillas del Río Uruguay, construido con todo el cariño por alguien que como mínimo lo admiró enormemente, y financiado por un pueblo que respiraba civilización y libertad cuando nosotros vivíamos en dictadura…

Antígona oriental

Ayer fui al estreno de «Antígona oriental«, una obra a partir de Sófocles con testimonios de presas políticas, hijas y exiliadas de la dictadura uruguaya, que actuaban en la obra haciendo de coro. El texto es el punto de partida para hacer una crítica feroz, no ya a los responsables de la dictadura, sino a su enjuiciamiento por los crímenes cometidos, a toda la cuestión de la Ley de Caducidad, y a la política seguida en todo el tema por el Frente Amplio desde que llegó al poder. Había una gran expectación, varia gente me había comentado del estreno, pero yo sobre todo sabía por Paula.

Porque hace alrededor de un año, en los paseos por la rambla al atardecer que Paula y yo solemos hacer juntas, ella empezó a hablarme de un proyecto en el que estaba empezando a trabajar, una versión «oriental» de Antígona, reescrita y adaptada para incluir aspectos de la dictadura uruguaya. Paula pasó de un cierto escepticismo inicial a sentirse cada vez más involucrada, me iba contando lo duro que estaba siendo escuchar los testimonios de las antiguas presas, a partir de los cuales estaban escribiendo los textos del coro, lo complicado que le estaba resultando conocer esta faceta tan conocida y tan desconocida al mismo tiempo de su propia historia. Yo por mi parte, conforme me iba dando detalles, estaba sorprendidísima que el proyecto viniera avalado y subvencionado por el Instituto Goethe, pues el director estaba a cargo de un alemán, Volker Losch, especializado en este tipo de reescritura de clásicos, con una interacción de actores profesionales y personas anónimas con testimonios poco conocidos.

Había muchísimo público, la sala principal del Solís a rebosar, y creo el espectáculo estuvo a la altura de muchas de las expectativas. Desde el punto de vista teatral, todo era muy simple, la historia clásica de Antígona, desafiando a Creonte para enterrar a su hermano. Es una historia que tiene muchas lecturas, yo me quedé bastante con la idea de que el enfrentamiento Antígona-Creonte, es el enfrentamiento entre el poder estatal y el poder familiar, el Estado frente al clan/familia, siendo Antígona, por ser mujer y por tanto apegada a las tradiciones y costumbres, la representante del poder más reaccionario en definitiva. Aquí la lectura era completamente distinta: Antígona representaba la opresión sufrida doblemente por mujeres anónimas ante el poder autoritario (masculino). El coro, integrado por antiguas presas políticas, empezaba desde el principio relantando testimonios espeluznantes, todas a una contando historias individuales de tortura, prisión, abusos, injusticia, violaciones, huída, exilio y muerte. El punto de partida no podía ser más claro («¡cuando se inicia la dictadura, el movimiento tupamaro estaba derrotado!)… y más discutible (justamente fui con Violeta, una colega de la Embajada, española pero nacida en Uruguay, y que recordaba perfectamente los avisos de bomba y los desalojos de edificios en los meses previos a junio de 1973)… pero los relatos eran impecables, las mujeres hablaban al unísono, contaban cómo fueron violadas, golpeadas, humilladas, a veces había chispazos de rebeldía, de cómo no llegaron a delatar a compañeros, de cómo conseguían pequeños triunfos con sus carceleros… a mí, de todo lo que contaron, lo que más me conmovió fue cómo una madre exigió a los militares que iban a detener a su hija que la dejaran tomar el desayuno antes, y cómo le calentó la leche mientras ella se vestía en su cuarto, pensé que mi madre en una situación así también se esforzaría por regalarme un ejemplo similar de coraje sereno como amuleto de despedida… y luego la que contó, ya en solitario, cómo había extrañado bañarse en el mar mientras estaba en prisión, pero que, ya libre, le era imposible meterse en el Río de la Plata, recordando que los cuerpos de sus compañeros estaban allí sepultados…

La obra tenía momentos durísimos, como cuando el coro denunciaba a torturadores, con nombres, apellidos, lugar de trabajo (¡algunos siguen siendo funcionarios en activo!), y de residencia, o como cuando las tres increparon al Presidente por no haber resuelto aún la cuestión de la Ley de Caducidad («Señor Presidente, ¿cuándo dejó de ser de los nuestros…?»)… en un momento determinado los tres hombres bestiales que dan vida a Creonte piden perdón al público por los crímenes cometidos (el Gobierno uruguayo ya ha anunciado que este marzo pedirá perdón formalmente a Macarena Gelman en nombre del Estado uruguayo), y el coro finaliza su canto (vestidas ahora ya todas de rojo, genial el trabajo de Paula) exigiendo a la izquierda que no de la espalda a la Historia, «¡que se sepa!»

Violeta y yo nos fuimos con Jenny y una amiga suya también actriz, MªElena, al cóctel que daba el Goethe, allí encontramos a Paula, que estaba preciosa aunque agotada porque el proyecto ha sido extenuante y no es el único en el que está ahora. Yo por mi parte seguía con sentimientos encontrados ante el hecho de que todo fuera avalado por el Instituto Goethe… porque una Embajada no puede posicionarse ante un elemento de la política interior del país en el que se encuentra, sencillamente, porque está prohibido. Cierto que el programa indica que el «Instituto no asumía responsabilidad por las opiniones vertidas en la obra» pues no había participado en la elaboración de los textos, pero el aval es claro, es un posicionamiento del instituto cultural de un país sobre la historia de otro. También en el programa, el director alemán justificaba su participación, asegurando que son temas que traspasan fronteras, y que justamente él, como alemán, podía decirlo mejor que nadie: «si hay algo que los alemanes aprendimos de nuestro pasado homicida es que la elaboración del pasado es algo necesario y no se puede hacer de una manera general y magnánima…» Justamente pensando en los nazis, yo lo que más admiro de los judíos es su determinación para que no se olvide la Historia, y el empeño que pusieron en juzgar a aquellos que persiguieron y asesinaron a su gente…

No obstante, quizá soy demasiado diplomática en este punto de mi vida, pero yo nunca hubiera avalado un proyecto así, no hubiera permitido que pudiera acusarse a la Embajada de España de meterse en la Historia uruguaya actual… en realidad, fue lo que se le dijo a Garzón cuando detuvo a Pinochet en Londres, que se ocupara de su propia historia y no de la de los demás… y justamente fue lo que hizo al final, y bueno…

¿Qué pasaporte hay que tener para enjuiciar el secuestro de una adolescente embarazada, su posterior asesinato y la entrega del bebé a unos desconocidos…?

O sencillamente, ¿quién tiene legitimidad para exigir que no se olvide la historia? ¿…y para ayudar a recordarla…?

La Redota

«Che, te vamos a pedir que bajes un poco el tono español… que no se te note mucho el acento, vamos, que aquí los gauchos son muy nacionalistas y sentidos e igual no les gusta escucharte…» Miro a Gaby y Bruno y contesto con mi mejor tono español orientalizado: «No rompáis las bolas… recién le saqué una foto a una gaucha cebándose un mate y me contó que tiene la nacionalidad española porque su abuela era catalana…»

Estoy en Río Negro, exactamente en la Escuela Rural nº9, esperando a la marcha de jinetes… esto forma parte de los actos de recreación de la Redota, que han organizado desde la Comisión del Bicentenario. Me gustan mucho las cosas que están organizando para el interior por el Bicentenario, por un lado, están haciendo oídos a los gustos más tradicionales y conservadores de la gente del interior, pero están intentando ponerle a todo un toque moderno y original… estuvo la coordinación para que todo el país cantara la típica canción «A Don José» al mismo tiempo (grandes pantallas en escenarios en las plazas de las principales ciudades, yo lo vi desde Colonia con Fa, Eli, Yuko, Pilar y Caro, anda que no tuve que insistir para plantarnos en la plaza a las 12 en punto de la noche, porque hacía un frío horrible…)

Y ahora estamos en Río Negro, acompañando al grupo que está recreando la Redota (nota para españoles: la «redota» fue el éxodo migratorio que un grupo de habitantes de la Banda oriental iniciaron siguiendo a Artigas en 1811, hecho que los historiadores marcan como el inicio del carácter nacional uruguayo, pues marcó la diferencia no sólo con los españoles sino con los argentinos… la elección de 2011 como año del Bicentenario viene por esto). Para ello se llamó a aparcerías de todo el país (nota para españoles: en Uruguay hay grupos que organizan romerías a caballo, se encuentran en determinados lugares, y tienen un gran evento con la «Patria Gaucha» en Tacuarembó), y éstas respondieron felices de la vida de poder recrear el Episodio con mayúsculas de la Historia uruguaya. Salieron de San José (el día que todos cantamos la canción), y ahora van por Río Negro, hasta llegar al Ayui en Salto (la originaria Redota cruzó hasta la actual Concordia). Gaby y Bruno me invitaron a viajar durante el día para ver su parada en Young, capital de Río Negro.

Salimos temprano un grupo variopinto (prensa, Magdalena y otros colaboradores de la Comisión, Alberto el Director de Cultura de la Cancillería, incluso unas cooperantes españolas) y a mediodía ya llegábamos a la Escuela nº54 en donde estaban acampados.

 

Allí me quedé como una pieza al descubrir a los normalmente urbanitas Bruno y Gaby totalmente insertos con el paisaje… es entonces que tratan de tomarme el pelo con que debo esconder mi acento… pero yo ya he hablado con los participantes de la marcha y descubierto varios españoles (nota para uruguayos: así somos los «gallegos», estamos hasta en la Redota…), así que los mando a freir puñetas.

El protocolo de paradas normalmente se hacía siempre en torno a las escuelas, en donde los jinetes entregaban unos libros (el Manual de Cómo ser un Perfecto Oriental en 10 volúmenes), una moña del Bicentenario (nota para españoles: los niños de la escuela pública uruguaya van con moña hasta los 12… eso explica muchas cosas del carácter local, obviamente), plantan un ibirapitá (el árbol bajo el cual el Negro Alsina le cebaba el mate a Artigas según la tradición), y un payador inmortaliza el momento con unos versos cantados (según la tradición directamente heredada de los «versolaris» vascos). Todo se hace en la escuela de la zona, porque Uruguay es un país serio laico, y el centro de actividad social de cualquier agrupación de casas en el campo, no es en torno a la iglesia, sino en torno a la Escuela Rural , adonde los niños llegan a caballo incluso, en horarios que coinciden con las jornadas de campo de sus padres, que luego echan horas en mejorar y acondicionar el edificio de la escuela… por eso la Escuela nunca cierra, incluso si sólo tiene tres alumnos, como es el caso de la Escuela nº9, adonde nos adelantamos para la siguiente entrega de libros y demás.

 

Así que primero me lo paso genial viendo a los niños de la Escuela 54 felices de la vida con todas las actividades que les han montado… y luego vemos a la marcha reemprender su camino…

Y llegar a la Escuela nº9, con unos niños tan excitados que apenas pueden contenerse… y de nuevo todo el protocolo de entrega de libros, moña, arbol y canción.

Y luego de camino de nuevo hacia Young…

Nos adelantamos para ver cómo llegan después los jinetes , yo saqué mis fotos de rigor del Artigas de la plaza, el Intendente (Lafluff, del Partido Nacional) nos invita a un asado de cena, y salimos ya de noche de vuelta a Montevideo…

Qué envidia me dan los uruguayos, por tener una Historia sobre la que no se pelean (demasiado)… quién tuviera un episodio histórico que recrear sin que se despertara la Gran Bronca en España… pero a ver quién es el guapo que se pone a recrear las gestas de Viriato, Pelayo, o el 2 de mayo, si en Granada aún tenemos la pelea todos los 2 de enero con los festejos por el fin de la Reconquista… con sus 200 añitos, los uruguayos aún no saben bien lo que es pelearse a tortas por la Historia… ojalá sigan así como mínimo otros 200 años…

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