Madres (y padres) de hoy

«Mi hijo me ha apuntado a una nueva actividad en el campo, esta vez hay que cocinar platos típicos sobre una hoguera… yo he pensado que los voy a cocinar en casa, los llevo en el coche escondidos, y cuando me toque, los saco así como si nada… ¿cómo lo veis?» GA nos mira buscando aprobación, pero en mi ojos encuentra sobre todo una inmensa misericordia. Y es que mi amiga GA lleva lo de la maternidad a otro nivel.

A ver, que no se me ofenda nadie, mi vida ha transcurrida rodeada de padres maravillosos y sacrificados, empezando por los míos: mi padre, que se chupó decenas de conciertos del coro infantil de su hija, y mi madre, toda conceptual ella, pero que durante años, se quedó todos los días previos a la Navidad en vela hasta las tantas cosiendo los traje de pastorcilla de sus dos hijas. Pero es que a mí me da la impresión de que el mundo actual posmoderno le exige demasiado a los padres de hoy día. Vamos, que yo no termino de entender que mi hermano, por el bien de la comunicación con sus hijos, tenga que concerse al dedillo las reglas del juego endemoniado de ordenador que los tiene absortos, ese Club Penguin de las narices. Hablo con amigos de mi generación con hijos, y me suele pasar que acabo acordándome de una peli argentina fantástica, «Derecho de familia», en la que Daniel Hendler se preguntaba por qué tenía que meterse en una piscina y bailar cogido de la mano con los padres de los compañeros de parvulario de su hijo, que por qué el colegio no se conformaba con la clásica función de Navidad. No sé, igual la próxima generación va a ser más rica emocionalmente, pero espero que por lo menos sean conscientes del duro recorrido realizado por sus padres.

Tomemos a GA, con su permiso, de ejemplo. Al poco de conocernos me llama comentando que está preparando una especie de feria de las naciones con el resto de las madres españolas del colegio internacional de Santiago al que va su hijo. Mis compatriotas se lo curraron bien, todo hay que decirlo, además de la consabida paella e hicieron una especie de mosaico gigante sobre una imagen de Gaudí, e imanes de nevera en forma de toro, además de paella y tortillas de patatas. Lástima que su esfuerzo se viera opacado por la competencia absolutamente desleal del grupo de madres asiáticas, que aparecieron vestidas con unos vestidos típicos, sí, pero ajustadísimos y con escote, y ante una audiencia de niños de media de 10 años, ejecutaron una danza provocativa con acordes orientales. Los nenes no parecieron tener ningún tipo de complejo al ver a unas madres bailar como golfas, de hecho las jalearon con gusto, ante mis pobres madres españolas con su mosaico, sus toros, su paella y sus tortillas de patata. GA no me ha dicho nada, pero a mí no me cuesta nada imaginarme lo que pasó por la mente de todas, en plan castizo: «para la próxima montamos una expo de portadas de la Interviú, y se van a enterar estas p**** chinas…» (nota para no españoles: Interviú es una revista que siempre tiene mujeres en topless de portada)

Pero los trabajos de Hércules de GA en pro de la maternidad no terminan ahí: al poco su hijo se apuntó a los Scouts. Lejanos quedan los tiempos en que los nenes se iban de acampada y los padres se quedaban en casa relajaditos. Ahora lo que se lleva es acompañar a tu hijo. GA se consiguió una tienda de campaña (nota para no españoles: «carpa»), que montó en el salón de su casa a modo de ensayo, y de acampada que se va con su hijo. Llegó al campo de noche, y en ningún momento había calculado que el suelo del salón de su casa difería bastante del terreno natural al que se tuvo que enfrentar, así que allí que estuvo durante horas, cavando en la más absoluta soledad, bajo la luz  del iPhone, descubriendo que la tierra de Chile es una de las tierras más duras del mundo, como las llagas de sus manos al otro día pudieron atestiguar. Y es lo que digo, lo de los padres y madres de esta generación no es paternidad ni maternidad, es apostolado…

En fin, que ya antes me parecían absolutamente heroicos los padres que llevaban a sus hijos al cine a ver películas de Parchís (mi pobre prima Carmen, que se aguantó «Chispitas y sus gorilas»)… pero creo que mi generación se está tomando muy a pecho el temor de que los niños se pillen un trauma por no tener padres participativos y amigos… la verdad es que a mi madre no le salieron mal comparativamente aquellas horas cosiendo trajecitos de pastorcillas…

 

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