Rumbo a las reducciones jesuíticas (III): Paraguay

Vale, no voy a señalar, pero creo que puedo decir que Paraguay es un país al que sus vecinos le hacen escasa justicia… no voy a reproducir las bromas y comentarios chistosos que se me hicieron los días previos a nuestro viaje, cuando contaba que me iba al Paraguay… y no digo ya cuando metía a Asunción como posible próximo destino… y sin embargo, son pocos los que conocen Paraguay y los que sí que lo conocen, como Ifat, hablan bastante bien tanto de la capital como del país. Quizá son resabios de la Guerra de la Triple Alianza, cuando Brasil, Argentina y Uruguay se juntaron para cargarse entre los tres el diseño de fronteras que España (con Bolivia se hizo otro tanto, por cierto, pero no es momento ni lugar para comentar el XIX latinoamericano), y literalmente destrozaron a Paraguay (casi el 90% de su población masculina adulta murió, quedaron únicamente mujeres, niños y viejos)… Sobre la Triple Alianza hay un debate actual iniciado por el Revisionismo histórico argentino, iniciado entre otros por la Presidenta CFK, que se refirió a esta guerra como un capítulo más del colonialismo británico en el continente, entendiendo que la guerra estuvo impulsada y auspiciada por el Reino Unido que no quería hegemonías en la región, y que los nuevos países estuvieran en buenos términos… así nos la contará luego uno de los guías de las misiones en el lado argentino… obviamente, no es sitio ni lugar para analizar el tema, pero me parece interesante señalarlo… (sobre todo porque es bastante probable que la mayoría de mis lectores españoles no tengan ni flowers de lo que es la Guerra de la Triple Alianza, considerando lo poquito que estudiamos el siglo XIX de América Latina en las escuelas…)

Pero vamos a centrarnos: llegamos a Paraguay de noche, tras un largo viaje por carreteras argentinas y una entrada en Posadas, capital del departamento de Misiones,bastante pesada… con cierto esfuerzo (y la ayuda de un militar argentino que nos dio explicaciones como si de una clase se tratara, “repasemos, ¿cuántas cuadras tienen que pasar tras la plaza con la bandera…?”), logramos llegar al impresionante puente fronterizo sobre el Río Paraná, y así llegamos a Encarnación. Ingresar en Paraguay es un placer, ya lo experimenté brevemente en Ciudad del Este, y aquí se repite: nada de funcionarios pesados, nada de aduanas con colas interminables, nada, un militar guapísimo sonriendo adormilado y ya está.

Encarnación es una ciudad bastante sencilla en su diseño de calles, pero obviamente de noche una primera vez no es el mejor momento para comprobarlo, así que nos perdemos vilmente, pero un paraguayo nos guía a la puerta del hotel con su coche siguiendo después su camino sin esperar lasgracias. Esa amabilidad espontánea y natural de la gente será la constante de estos días. Amabilidad mezclada de sorpresa de que a unos españoles-orientales (la matrícula del coche a veces les llevará a pensar que somos orientales sin reparar en el acento) hayan decidido pasar sus vacaciones en su país y que ademáslo estén disfrutando. Es el mismo perfil bajo acomplejado que ya he visto muchas veces en Uruguay (¡¿pero de verdad te gusta Montevideo?!), pero que aquí se da con más intensidad incluso.

Sería un poco osado por mi parte dibujar un panorama correcto de Paraguay con tan sólo unos días de estancia, me centraré más en el sector servicios que fue el que lógicamente más observamos: nos dio la impresión de un país con muchisimas potencialidades, y que inicia su andadura aún con muchas faltas, pero con bastantes perspectivas de futuro. Perspectivas en las que quizá ni los propios paraguayos confían. Encarnación y el hotel en donde nos alojamos son un buen ejemplo: el hotel estaba sobre una costanera espectacular sobre el Río Paraná, una maravilla, un paseo magnífico, bien construido, con una playa espectacular y lindos chiringuitos sobre la arena… pues bien, la costanera estaba desierta la mayor parte del tiempo, y el hotel, bastante lindo y con pinta de ser de los mejores de la ciudad, estaba bien, pero tenía defectos de cajón increíbles, unos cuartos de baño minúsculos en los que había que saltar por encima del inodoro para llegar a la ducha… una nocha pegamos la hebra con una pareja de paraguayos, se les notaba gente de dinero (en realidad nos hablaron ellos primero, felices al oir el acento, de que hubiera españoles de turismo en la ciudad), y nos contaron que la costanera es una obra muy nueva, tanto que ni los propios habitantes de Encarnación se habían hecho a la idea de que esa parte de la ciudad, tradicionalmente pobre, fea, sucia y marginalizada, era ahora el mejor encanto que ofrece, por lo que aún no se habían acostumbrado a ir… el hotel llevaba mucho tiempo allí, «un visionario el dueño» nos decía el paraguayo, pero cuando la costanera no existía, el hotel no tenía mucha gracia, y era ahora, con la nueva situación, que estaba siempre a rebosar (damos fe, de hecho no había sitio para los días feriados de la Semana Santa, porque mucha gente viajaba para disfrutar de la hermosa playa).

En la (impresionante) represa de Yaciretá tuvimos otro ejemplo: a la entrada del pueblo, Ayolas, nos recibió una cohorte de chicos jóvenes que nos inundaron de folletos, y regalos promocionales de la zona, pero luego al entrar no pudimos ver la represa porque habían acortado las frecuencias de visita justo en esos días de Semana Santa por falta de personal, y tampoco pudimos almorzar en el pueblo porque era muy tarde y pilló justo en la hora de cambio de personal de las cocinas… sí que pasamos un rato en la playa, otro precioso remanso a orillas del Paraná, en donde gente del pueblo nos recibió con sonrisas, ofertándonos cervecitas y dejándonos sentar en sus propias sillas plegables, nos pidieron hacer una foto de grupo al irnos, felices de conocer a españoles visitando su pueblo…

Amabilidad, en todas partes la encontramos. El primer día en la Misión de Trinidad un chófer de autobús se acercó para avisarnos de que nos colgaba una pieza de la parte de abajo del coche… lindo souvernir de la carretera argentina, en donde nos comimos restos de una cubierta de camión abandonada en medio del asfalto, y que pensamos no había dañado el coche, pero sí… en seguida nos mandaron a un mecánico que tenía foso, llegamos con relativa facilidad (las carreteras paraguayas son poquitas, pero las que vimos estaban en muy buen estado y mucho mejor señalizadas), y allí nos recibió un chico rubio espectacular… sí, queridas lectoras, hay hombres espectaculares en Paraguay. No es ya sólo que los guaraníes eran unos indios guapos, que se mezclaron con españoles (que no estamos mal, a qué negarlo), sino que además el país tiene importantes colonias de alemanes y otros (ucranianos, etc)… resultado, mezclas sorprendentes… obviamente hay de todo, pero era habitual que cada día te toparas con varios hombres de infarto… el mecánico rubio fue el mejor ejemplo, echó un ojo a los bajos (de mi coche, sob sob), y decidió que era imposible salvar la cubierta guardapolvos y que no había en Encarnación taller que pudiera ponernos un recambio, pero él se ofreció a hacernos un apaño que nos permitiera salvar las vacaciones… salieron entonces otros tres chicos dignos de calendario Cosmopolitan, que se afanaron en mis bajos (los del coche, again sob sob), mientras yo dudaba entre buscar a la camara oculta porque ya me parecía de chiste o sencillamente echar a mis padres y consagrarme a hacer nuevos amigos en el país… terminaron en seguida, «seguro como la muerte» me sonrió el rubio (y tuvo razón, el coche aguantaría casi tres semanas más con el apaño hasta que pudieron cambiarme la pieza en Montevideo), y se negó a cobrarme nada, sólo tras mucha insistencia dijo que aceptarían «algo para la merienda», y ahí les dimos unos cientos de miles de guaraníes, que es una moneda desconcertante porque en cuanto te descuidas empiezas a contar en millones, y que luego vi en un supermercado era el precio de una botella de Cava Freixenet, así que no estuve mal…

Nos quedamos tres días en Paraguay, uno más del previsto (salimos el Jueves Santo en medio de la tormenta brutal que asoló gran parte de Argentina aquellos días, cruzamos el puente sin que se viera el río de lo espesa que era la lluvia, y menos mal que finalmente no hicimos por cruzar por Ituzaingó, al otro lado de la represa de Yaciretá, porque al llegar a nuestro hotel en Posadas, vimos que había sido de las ciudades más castigadas por el temporal), y desde aquí no puedo sino insistir: hagan justicia a Paraguay, y vayan a visitarlo… antes de criticar, «tenés que sentirlo…»

2 Comments

  1. MAYTE - 24 abril, 2012

    seño, como siempre tus relatos y aventuras me encantan.
    ya escribes como una mas de esas latitudes, me imagino que en el habla se te notara tambien.
    besazos ende grana
    mayte

  2. Bronte - 25 abril, 2012

    Gracias, Mayte, pues sí, se me nota mucho, es que el deje es muy fuerte, qué le vamos a hacer… 😉 A ver si te animas a ver tú estas cosas por ti misma, que Granada y sus fuentes pueden cederte por unas semanas, digo yo 🙂 Bso grande!!

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