Temblando

«Vale, este terremoto sí que lo noté» publiqué hace unos días en mi muro de Facebook. A continuación llegó una cascada de comentarios de mis amigos españoles, uruguayos, etc, todos muy solidarios y aliviados, y otra sucesión de comentarios de mis amigos chilenos, todos corrigiéndome porque había calificado un 5,6 de «terremoto». Los chilenos tienen muy claro que cualquier cosa por debajo del 7 en la escala Richter es «temblor». Aunque te tiemble hasta el alma. Temblor, no terremoto. Otra cosa no, pero en rigor sísmico, nadie gana a los chilenos.

Y resulta que la semana pasada tuvimos un terremoto. O dos, en realidad: un 8,3 y un 7,6. En el norte. Es bastante vergonzante, pero lo cierto es que yo me enteré a la mañana siguiente leyendo un whatsapp preocupado de mi amiga Andrea . Yo quiero mucho a Andre, amistad de años cimentada en nuestro libro de cocina , pero en aquel momento pensé que estaba delirando, le contesté con cariño, ay Andre, estamos bien, ya actualizo el blog, no te estreses, pero entonces entraron otros tres whatsapps más de distintos amigos desde España preguntando si estábamos todos bien. Y mientras calibraba posibilidad de que hubiera un virus raro suelto por ahí, agarro el periódico y zas, me doy cuenta de que Chile ha estado sacudiéndose de lo lindo toda la noche, alarma de tsunamis incluida, y mis padres y yo durmiendo a pierna suelta… Es lo que tiene vivir en un país tan largo.

Lo cierto es que cuando una vive en el país más sísmico del mundo, los temblores acaban siendo parte de la rutina, la cosa tiembla de vez en cuando, y al día siguiente lo comentas en el café, sin mucho drama. A veces, la cosa tiembla más de la cuenta, y entonces al día siguiente, prensa, radio y TV arden con análisis científicos en los que se explica la cantidad de energía que el centro de la tierra tiene que liberar aún, en lo que parece ser un intento de tranquilizar a la población. Obviamente no lo consiguen, y así llegamos a los reportajes en los que se explica el «know how» básico en caso de sismo, que incluye el tener siempre cerca de la cama, los zapatos, el móvil cargado y un kit básico con una linterna, dinero y comida. Los zapatos, ok, el móvil imposible o el whatsapp me mantendría eternamente en vela. El kit básico… bueno, el kit básico es como el spray pimienta que tengo en el cajón de la mesilla de noche, por si alguna vez entra alevosamente en mitad de la noche el asesino violador destripador de la muerte. Pues bien, yo estoy segura de que si alguna vez eso ocurre, yo agarraré el spray y entonces, para gran cabreo mío (y descojone profundo del asesino violador destripador de la muerte), resultará que se ha secado por falta de uso. Pues el kit será también algo  así: el día que lo necesite, seguro que se le habrán gastado las pilas a la linterna, o se habrá estropeado la comida, el dinero habrá salido de circulación, o sencillamente, Rosa me lo habrá cambiado de sitio…

El caso es que estos días el norte de Chile siguió removiéndose, aquí en Santiago apenas nada fuera de las habituales sacudidas (y tuvimos varias en febrero, por cierto, es la temporada, me informaron mis rigurosos amigos chilenos), una de ellas, finalmente, un poquito más alta, que me valió mi heroico apunte en mi muro (ferozmente corregido por mis rigurosos amigos chilenos), y así llegamos al viernes de noche en Valparaíso. Yo había llevado a mis padres a una nueva exposición conceptual, que convenientemente destrozaron, y después de cenar nos fuimos para el hotel, un hotelito boutique muy mono en Cerro Alegre, todo madera y escaleras, rehabilitado según la geografìa porteña… y ahí, felizmente instalados, crujió. Quiero decir que el puto hotel boutique todo madera y escaleras rehabilitado segun la geografía porteña, crujió hasta las entrañas y a continuación nos removimos como si aquello fuera a despeñarse cerro abajo…luego remitió, pero siguió meciéndose durante casi un minuto… mi madre y yo lo pasamos agarradas de la mano, pero ahí llegó mi padre a tranquilizarnos, gritando con la boca llena de pasta de dientes desde el cuarto de baño si aquello era un terremoto o el camión de la basura… Paró el temblor, respiramos, mi padre salió del cuarto de baño, aún molesto de que no le hubiéramos aclarado la duda, y en estas se fue la luz, otro clásico de los temblores (amigos rigurosos chilenos informan), así que entonces decidi que era momento de seguir alguna de las instrucciones en caso de sismo: tomé control de la situación y conminé a mis padres a salir de la habitación e ir a un lugar más seguro. A tientas por las puñeteras escaleritas mi padre y yo seguimos a mi madre, y nos fuimos chocando con todos los empleados del hotel, certificando que éramos los únicos huéspedes que habíamos optado por salir, lo que mi padre me hizo notar con enfado. Volvió la luz, retornamos a la habitación, y ahí nos dimos cuenta que no habíamos seguido a mi madre, sino que sencillamente la habíamos dejado atrás. Mi madre se había quedado sentadita en la cama, y nos preguntó tan pancha que a qué cuento venía salir a subir escaleras si se había ido la luz. Mi padre me miró mas enfadado aún pero mi madre no lo dejó despacharse, porque mientras nos había esperado sentada, había elucubrado quien tenia toda la culpa de los terremotos: los cabrones de los yanquis, que no paran de taladrar la tierra para sacar gas a mas profundidad y así no comprárselo a Bolivia, y claro, la tierra se rebela furiosa desde sus entrañas…

El movil rugía con whatsapps. El whatsapp funciona tras los temblores, y con ellos, y con las aplicaciones de medidores sísmicos que todos los habitantes de Chile tenemos descargadas en los teléfonos, descubrimos que había sido un 5,6 con epicentro cercano a Valparaíso. Informé a mis padres, que me contestaron que apagara la luz, que ya era hora de dormir. A oscuras, les dije que tuvieran los zapatos a mano, por si había que salir corriendo. Mi padre me contestó adormilado, en la inconsciencia de haber confundido un 5,6 con el camión de la basura, que tenía sueño y que pasaba de todo. Yo ya me resignaba a buscar los zapatos de todos a oscuras, así que tuiteé mi frustración buscando algo de solidaridad, pero al día siguiente, me encontré con que la respuesta del autor de mis días era considerada reaccion digna de Clint Eastwood, y casi trending topic.

Y bueno, aquí seguiremos, temblando. Ninguna prisa por experimentar un verdadero terremoto… Y esto se lo dedico a mis padres adorados, que siempre han sabido mantenerme en mi sitio, aunque tiemble todo alrededor…

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