Desde las alturas

«Estar en tierra hace mal» sentencia el instructor de Guillermo. Es un hombre encantador, todo un caballero que no ha descansado hasta verme sentada en su propia silla (porque poco más había en su simple despacho) y con una bebida fría en la mano. Estamos en el aeropuerto Angel Adami, en Melilla, a las afueras de Montevideo, y acabo de volar por primera vez en avioneta ligera, pilotada por mi amigo Guillermo. Guille trabaja en nuestra Oficina Comercial como becario del ICEX, pero su verdadera pasión es volar, sacó su título de piloto en España, y ahora está completando las horas de vuelo que necesita para pedir trabajo en aerolíneas.

Con Guille he aprendido que ser piloto no es sencillo hoy en día. La mayoría de las aerolíneas en América Latina, por ejemplo, exigen la nacionalidad del país de origen de la aerolínea, y si no se tiene, hay que tener más horas aún de vuelo, y eso cuesta. E Iberia ya no contrata, si tiene falta de pilotos, lo hace a través de empresas terciarias. Me parece una lástima que se haya pasado de tener un colectivo hiperprivilegiado (había un tiempo en Madrid en que la conversación habitual con un taxista era criticar a los pilotos de Iberia) a tenerlos terciarizados… ¿no había un término medio posible?

Cuando Guille me avisó que podía llevarme a volar este finde, dije sí sin dudar, pero confieso que una vez que me subí a la avioneta empecé a pensar que igual me iba a marear muchísimo y que no iba a disfrutar nada del vuelo. No fue así para nada, estuvo genial y fue de lo más interesante ver todos los pasos previos, primero fuimos a pedir permiso de vuelo, hay que poner todos los datos del vuelo y el trayecto, que te tienen que autorizar para poder salir. Ya en la avioneta («Charlie Xray»), Guille hace coincienzudamente todo el protocolo de seguridad inicial de rutina y me lo va contando, yo automáticamente adopto el modo sobrecargo y le escucho muy atenta, y cuando mira a derecha y a izquierda al grito de si los flaps suben o bajan bien, yo miro también, vaya a ser que los flaps esos decidan no bajarse o subirse correctamente y tengamos un disgusto. Guille incluso hace un intento de explicarme qué tendría que hacer si él perdiera la conciencia, y a mí me da pena hacerle ver la verdad; que si él se desmaya, lo vamos a tener crudo, porque mi reacción será echarme a llorar y poco más.

Pero bueno, despegamos, apenas lo noté, y el viaje fue muy tranquilo, el instructor nos había dicho que iba a estar movido por el viento, pero no, o por lo menos no me lo pareció, o sencillamente es que Guille pilotó de lujo, que también es bastante probable. Llegamos hasta el puerto de Montevideo, toda la parte de la refinería está prohibido sobrevolarlo (así como cárceles, zonas militares… y suele aconsejarse no sobrevolar la Embajada estadounidense, porque creen capaces a los yanquis de lanzarte un misil sin mayor problema sin importarles el país en el que estén). En el puerto, nos dejó la torre de control del Angel Adami, y pasamos a depender de la de Carrasco, oímos la voz femenina saludando a «Charlie Xray» (algo mosqueada porque no la oíamos al principio y tuvo que repetir), y ya ahí sobrevolamos la bahía, todas las playas, se veía todo perfecto, normalmente los vuelos comerciales suben muy rápido y no puede verse todo con mucha claridad, pero aquí se veían los coches, la gente chiquita, se veía claramente la arteria principal de Bulevar Artigas saliendo de la perfectamente definida «Punta» de Carretas… Cuando llegamos a la altura del hotel de Carrasco, dimos la vuelta, no sin antes escuchar en la radio a la controladora del aeropuerto hablar con el vuelo de Iberia que se preparaba para volar hacia Madrid…

Volvimos, Guille me advirtió que el aterrizaje iba a estar movido, pero de nuevo no me enteré, fue muy suave y llegamos perfectamente. Al parecer he sido la primera pasajera propiamente dicha de Guille, así que queda registrado para la historia…

 

Un tren es una cosa muy seria… y pública

«Si es que no cuidan las cosas, no las mantienen, y claro, los trenes están todo estropeados…» María, la cuidacoches del gimnasio al que voy por las mañanas antes del trabajo, lo tiene claro, y no tiene dudas sobre el origen del horrible accidente de tren en Buenos Aires. La culpa es la falta de inversión en mantenimiento: María lo ha visto todo en Crónica, su cadena de TV favorita, que me recomienda vivamente, y que piensa volver a ver para seguir informándose en cuanto termine su jornada laboral en la puerta del gimnasio cuidando coches. (Nota para españoles: Crónica es un canal argentino de noticias tremebundas, sobre tragedias, catástrofes varias y crímenes espeluznantes, que los uruguayos adoran porque no hay cosa que le guste más a un uruguayo que ver en la pantalla lo «bravas» que están las cosas en Argentina)

Aunque no esté muy de acuerdo con su particular fuente, tengo que dar la razón a María: para tener líneas de tren decentes hay que cuidarlas, ni más ni menos. Y en Argentina hace ya tiempo que eso no se hace, lo comenté cuando miré con pena las líneas abandonadas del Transandino al cruzar los Andes y ahora vemos que la cosa puede tener consecuencias aún más trágicas. Lo dice bien Martín Caparrós en su blog hoy: «Hubo tiempos en que la red ferroviaria estatal argentina tenía 40.000 kilómetros y 190.000 empleados; era la más extensa de América Latina y era, de algún modo, un esqueleto: el país se había ido estructurando en pueblos que nacieron a lo largo de esas vías… Hace veinte años, en plena furia privatista del consenso de Washington, un presidente peronista decidió que su déficit de un millón de dólares diarios era demasiado y había que cerrarla casi toda –y malvender lo poco que quedara. En 2005 recorrí buena parte del interior de la Argentina; a los costados de cada carretera, en medio de la nada, las vías herrumbradas, alzadas, retorcidas eran como una instalación de arte conceptual, una obra que se llamaba la Argentina Ya No…»

Pero esto que pasó en Argentina, tengámoslo en cuenta, puede pasar en cualquier otro sitio: hemos tenido varios accidentes ferroviarios en Europa, y qué casualidad, suelen suceder en países que privatizaron sus líneas, dejándolas en manos de privados que obviamente sólo buscan el beneficio económico. En Inglaterra por ejemplo, ir en tren es prohibitivo, pero yo he alucinado al ver el estado de los vagones, para esto he pagado yo la fortuna que he pagado… no está mal que nos apliquemos el cuento, sobre todo ahora que en época de crisis nos pueden dar los frenesis privatizadores… no voy a defender la gestión pública pura y dura para todo, pero hay cuestiones que deben de ser muy vigiladas por el Estado.

Como los trenes. O si no, pasa lo que pasa…

Antígona oriental

Ayer fui al estreno de «Antígona oriental«, una obra a partir de Sófocles con testimonios de presas políticas, hijas y exiliadas de la dictadura uruguaya, que actuaban en la obra haciendo de coro. El texto es el punto de partida para hacer una crítica feroz, no ya a los responsables de la dictadura, sino a su enjuiciamiento por los crímenes cometidos, a toda la cuestión de la Ley de Caducidad, y a la política seguida en todo el tema por el Frente Amplio desde que llegó al poder. Había una gran expectación, varia gente me había comentado del estreno, pero yo sobre todo sabía por Paula.

Porque hace alrededor de un año, en los paseos por la rambla al atardecer que Paula y yo solemos hacer juntas, ella empezó a hablarme de un proyecto en el que estaba empezando a trabajar, una versión «oriental» de Antígona, reescrita y adaptada para incluir aspectos de la dictadura uruguaya. Paula pasó de un cierto escepticismo inicial a sentirse cada vez más involucrada, me iba contando lo duro que estaba siendo escuchar los testimonios de las antiguas presas, a partir de los cuales estaban escribiendo los textos del coro, lo complicado que le estaba resultando conocer esta faceta tan conocida y tan desconocida al mismo tiempo de su propia historia. Yo por mi parte, conforme me iba dando detalles, estaba sorprendidísima que el proyecto viniera avalado y subvencionado por el Instituto Goethe, pues el director estaba a cargo de un alemán, Volker Losch, especializado en este tipo de reescritura de clásicos, con una interacción de actores profesionales y personas anónimas con testimonios poco conocidos.

Había muchísimo público, la sala principal del Solís a rebosar, y creo el espectáculo estuvo a la altura de muchas de las expectativas. Desde el punto de vista teatral, todo era muy simple, la historia clásica de Antígona, desafiando a Creonte para enterrar a su hermano. Es una historia que tiene muchas lecturas, yo me quedé bastante con la idea de que el enfrentamiento Antígona-Creonte, es el enfrentamiento entre el poder estatal y el poder familiar, el Estado frente al clan/familia, siendo Antígona, por ser mujer y por tanto apegada a las tradiciones y costumbres, la representante del poder más reaccionario en definitiva. Aquí la lectura era completamente distinta: Antígona representaba la opresión sufrida doblemente por mujeres anónimas ante el poder autoritario (masculino). El coro, integrado por antiguas presas políticas, empezaba desde el principio relantando testimonios espeluznantes, todas a una contando historias individuales de tortura, prisión, abusos, injusticia, violaciones, huída, exilio y muerte. El punto de partida no podía ser más claro («¡cuando se inicia la dictadura, el movimiento tupamaro estaba derrotado!)… y más discutible (justamente fui con Violeta, una colega de la Embajada, española pero nacida en Uruguay, y que recordaba perfectamente los avisos de bomba y los desalojos de edificios en los meses previos a junio de 1973)… pero los relatos eran impecables, las mujeres hablaban al unísono, contaban cómo fueron violadas, golpeadas, humilladas, a veces había chispazos de rebeldía, de cómo no llegaron a delatar a compañeros, de cómo conseguían pequeños triunfos con sus carceleros… a mí, de todo lo que contaron, lo que más me conmovió fue cómo una madre exigió a los militares que iban a detener a su hija que la dejaran tomar el desayuno antes, y cómo le calentó la leche mientras ella se vestía en su cuarto, pensé que mi madre en una situación así también se esforzaría por regalarme un ejemplo similar de coraje sereno como amuleto de despedida… y luego la que contó, ya en solitario, cómo había extrañado bañarse en el mar mientras estaba en prisión, pero que, ya libre, le era imposible meterse en el Río de la Plata, recordando que los cuerpos de sus compañeros estaban allí sepultados…

La obra tenía momentos durísimos, como cuando el coro denunciaba a torturadores, con nombres, apellidos, lugar de trabajo (¡algunos siguen siendo funcionarios en activo!), y de residencia, o como cuando las tres increparon al Presidente por no haber resuelto aún la cuestión de la Ley de Caducidad («Señor Presidente, ¿cuándo dejó de ser de los nuestros…?»)… en un momento determinado los tres hombres bestiales que dan vida a Creonte piden perdón al público por los crímenes cometidos (el Gobierno uruguayo ya ha anunciado que este marzo pedirá perdón formalmente a Macarena Gelman en nombre del Estado uruguayo), y el coro finaliza su canto (vestidas ahora ya todas de rojo, genial el trabajo de Paula) exigiendo a la izquierda que no de la espalda a la Historia, «¡que se sepa!»

Violeta y yo nos fuimos con Jenny y una amiga suya también actriz, MªElena, al cóctel que daba el Goethe, allí encontramos a Paula, que estaba preciosa aunque agotada porque el proyecto ha sido extenuante y no es el único en el que está ahora. Yo por mi parte seguía con sentimientos encontrados ante el hecho de que todo fuera avalado por el Instituto Goethe… porque una Embajada no puede posicionarse ante un elemento de la política interior del país en el que se encuentra, sencillamente, porque está prohibido. Cierto que el programa indica que el «Instituto no asumía responsabilidad por las opiniones vertidas en la obra» pues no había participado en la elaboración de los textos, pero el aval es claro, es un posicionamiento del instituto cultural de un país sobre la historia de otro. También en el programa, el director alemán justificaba su participación, asegurando que son temas que traspasan fronteras, y que justamente él, como alemán, podía decirlo mejor que nadie: «si hay algo que los alemanes aprendimos de nuestro pasado homicida es que la elaboración del pasado es algo necesario y no se puede hacer de una manera general y magnánima…» Justamente pensando en los nazis, yo lo que más admiro de los judíos es su determinación para que no se olvide la Historia, y el empeño que pusieron en juzgar a aquellos que persiguieron y asesinaron a su gente…

No obstante, quizá soy demasiado diplomática en este punto de mi vida, pero yo nunca hubiera avalado un proyecto así, no hubiera permitido que pudiera acusarse a la Embajada de España de meterse en la Historia uruguaya actual… en realidad, fue lo que se le dijo a Garzón cuando detuvo a Pinochet en Londres, que se ocupara de su propia historia y no de la de los demás… y justamente fue lo que hizo al final, y bueno…

¿Qué pasaporte hay que tener para enjuiciar el secuestro de una adolescente embarazada, su posterior asesinato y la entrega del bebé a unos desconocidos…?

O sencillamente, ¿quién tiene legitimidad para exigir que no se olvide la historia? ¿…y para ayudar a recordarla…?

Mi destino de Acuario (o «hello, I’m from Tacuarembó»)

Sólo por lo que he trabajado esta semana, me podrían dar el sueldo de dos meses y la extraordinaria, impresionante, tres eventos internacionales de primer nivel, tres, en la misma semana, y en los tres, España tenía interés y por tanto nuestro Ministerio nos había dado instrucciones para no perdernos ni una sola sesión, y con nuestro Ministro Consejero de licencia matrimonial, y con eventos culturales varios, gestiones de la UE, y con cócteles después de cada sesión… Con dolor he aprendido porqué los diplos experimentados dicen siempre que sólo van a un cóctel si no les queda otra, obvio, las ganas de irte una noche a tomarte un refresco (pues uno no debe beber cuando está de servicio) y un canapé inmundo con la misma ropa y los tacones de todo el día, a ver a la misma gente del trabajo que ves todos los días, y seguir trabajando pues te tienes que dedicar a sonsacar detalles, información nueva, o, peor aún, sonreírte con el mismo pelma que has tenido que aguantar durante toda una sesión, cuando uno preferiría estar en un bar en vaqueros tomando cerveza con amigos, o en casa en pantuflas sobre el sofá viendo el último capítulo de Glee (o de The Walking Dead, o de Downton Abbey, o de Barrio Sésamo, lo que sea)… pero bueno, esta es la vida que elegí, y esta es la vida que tengo, así que no me quejo, en absoluto.

Sobre todo, porque es gracias a mi trabajo que tengo la oportunidad de conocer a gente interesante, como esta semana en que conocí a Martín Sastre. Martín es un artista uruguayo multifacético, que ha hecho carrera en España, con lo que representa bien el camino de vuelta España-Uruguay-España que hemos tratado de reflejar también en este año de Bicentenario. Martin dirigió una película hispano-uruguaya que me encanta, «Miss Tacuarembó», basada en el libro de Dani Umpi. Como le dije al propio Umpi el día que lo conocí, y ahora le he dicho a Martín, no sé si la peli era una tomadura de pelo o una obra maestra, pero sencillamente me encantó. Me encantó ver ese Tacuarembó del que yo siempre digo que soy cuando se me acerca un tío en un bar con una cerveza en la mano, me encantó ver a esos niños bailando al ritmo de la música de “Parchís” (“los chicos de Parchís no pueden estar equivocados, ¿no ves todos los discos que venden?»), me encantó ver a Natalia Oreiro bajo el “hongo” de la plaza de Tacuarembó suspirando, “¡tenemos que salir de Tacuarembó!”, y su amigo Carlos replicando, “linda, si en enero vamos a Montevideo…” (y Natalia displicente, “Montevideo es como Tacuarembó pero más grande…”)… Recuerdo que le dije a Dani Umpi que la peli me había parecido muy española, y él me comentó que de hecho había tenido una primera oferta de adaptar su libro a la realidad española totalmente y titularla “Miss Alicante”. Martín me lo confirmó ahora, y que de hecho se barajó alguna que otra actriz española, como Natalie Verbeke, pero que finalmente se decidió hacerla en Tacuarembó y con la Oreiro. Yo me alegro, sobre todo porque haciéndola “uruguaya”, y que haya salido tan “española”, me demuestra una vez más esto que yo ya repito ad nauseam, de que 200 años no son nada, etc etc

Martín llegó a mi oficina en un día de locos en el que yo había conseguido, de manera milagrosa, reservarme un rato para comer como es debido, así que le propuse irnos a comer juntos, al Tinkal, que es un boliche sobre la rambla, super racial (con dueños gallegos, obviamente), y que de hecho está cerca de la sede de la ALADI, en donde tenía que pasar la tarde en otra sesión. Ir de mi oficina a la ALADI, parando en el Tinkal, es algo así como pasar por el cuarto de baño yendo para la cocina, pero como yo me pierdo muchas veces haciendo ese recorrido en mi casa, pues no es de extrañar que no encontrara el Tinkal y me perdiera con Martín por el Barrio Sur… yo apuradísima, porque cuando me pongo nerviosa porque no encuentro el camino, normalmente mis habilidades conduciendo ya se desploman al nivel de las Fosas Marianas, así que me iba saltando “pares” y “ceda el paso”, atropellando ciclistas y viejitos con mate, mientras trataba de mantener una conversación civilizada con alguien al que acababa de conocer, literalmente… menos mal que Martín demostró ser un tío encantador, y consiguió relajarme con una pregunta sorprendente: “¿eres Acuario, verdad?… y sí, era obvio, los acuarianos nos perdemos siempre…”

Martín y yo hablamos de todo, me contó de su próximo proyecto cinematográfico, de inspiración Buñueliana (o Buñuelesca, o como se diga), y de su idea de hacer una itinerancia por América Latina con su primer periodo artístico con videos, en una expo que tendría a Rafael Doctor de comisario, y que quieren que empiece en Montevideo, en el Espacio de Arte Contemporáneo. Me encanta el proyecto, me pongo muy contenta en medio de mi día de locos, en medio de mi semana en la que me estoy ganando el sueldo de dos meses y la extraordinaria, pero en realidad, la razón primera de mi alegría es que acabo de descubrir que esto de perderme hasta para llegar a mi casa, esta nula capacidad mía de orientación que padezco, esta cruz que llevo a cuestas resignada (a ratos, la mayoría de las veces me desespero y juro en arameo), esto, en realidad, no es un defecto único, sino que lo comparto con otros Hermanos en Desorientada Desolación, los Acuarianos del mundo, que sufrimos el mismo destino… y como soy una tonta a la que le consuela saber que su mal es de muchos, pues me pongo tan contenta…

Andanzas donjuanescas

Vale, he tenido muchos momentos felices en este país… y sin duda uno de los mejores fue aquella mañana de 3 de noviembre que abro la puerta de mi cocina para recoger el periódico (“La Diaria” entre semana, “El Observador “  los findes, y todos los demás, incluyendo los resúmenes de la radio “El Espectador”,  en la oficina, soy de las personas que más sabe de prensa en este país), y me encontré con esta portada…

Oficio de difuntos

En el Cementerio Central revive la tradición española de representar la obra de Don Juan Tenorio, De José Zorrilla, por el Día de los Muertos.

En España y en México es común encontrar la obra Don Juan Tenorio en cartelera por esta época de Día de los Muertos. Y también toparse con su representación en un cementerio: la obra, escrita por José Zorrilla en 1844, retoma la mítica historia de Don Juan en clave ibérica de arrepentimiento y reconciliación con el más allá.

Ahora la Embajada de España y el teatro El Galpón se propusieron dar a conocer esa tradición en nuestro país con la puesta en escena de Don Juan Tenorio en el Cementerio Central. La versión, dirigida por Graciela Escuder con codirección de Dardo Delgado y Maruja Fernández y actuación de Soledad Frugone, Pablo Robles, Walter Rey y Pablo Pípolo, empezó a representarse anoche y continuará hasta el viernes, siempre a las 21.00 y con entrada gratuita, debiendo retirarse las invitaciones en El Galpón, de 15.00 a 21.00.

La cooperación cultural española anuncia que la iniciativa está en sintonía con sus objetivos de recuperación de espacios públicos para la ciudadanía. El Cementerio Central, por su parte, se halla inscripto en el circuito del necroturismo desde febrero del año pasado, pudiendo realizarse visitas guiadas nocturnas.

Y fue como un rayo paralizante… ¡¡¡yo había impulsado y montado esa representación de Don Juan en el cementerio!! Vale, no me pongo medallas ajenas, la idea original fue de Ricardo Ramón cuando dirigía el Centro Cultural en Lima, la jefa dio la matraca con el tema hasta que no me quedó otra que ponerme a ello, pero quien lo intentó sucesivamente con la EMAD (la Escuela de Teatro municipal), la Comedia Nacional (tres meses que se pasó su Director para decirme después que no lo hacían), para finalmente recabar en El Galpón y en Graciela Escuder, fui yo. Y yo fui quien la convenció, y la que la escuchó boquiabierta el día que me llamó para decirme que las entradas para las 5 funciones se habían agotado en 15 minutos… y luego fue todo una locura de entrevistas en radio, periódicos, televisión(aún recuerdo mis amigos llamando como locos, che, te estoy viendo en «Esta boca es mía»…), incluso polémicas en la radio, discusiones sobre si estaba bien hacer teatro en un cementerio, yo no me podía creer haber logrado algo así, aún recuerdo a Jenny en la entrada del cementerio suspirando contenta, qué bueno, gente haciendo cola para ver teatro… creo que es la vez que más satisfecha me he sentido de mi trabajo cultural.

Este año volvimos a repetirlo, tendría gracia que acabara asentándose como tradición, en Lima aún lo siguen repitiendo… volver dentro de unos años a Montevideo y encontrarme con que se repite la función… eso sí que sería otro rayo paralizante…