Qué pena que no estarás para ver a los pichones…

Hace casi un año que Héctor Vidal y Gustavo Zidan me hablaron de su nuevo proyecto artístico, la adaptación de la novela «Maluco» del uruguayo Napoleón Baccino, que cuenta el viaje de Magallanes/Elcano, a partir de la ficción de un supuesto bufón que también participó en la empresa y que reclama ante el Rey Carlos que se le conceda la pensión correspondiente. Es un relato estremecedor que me impresionó mucho sobre todo porque lo leí mientras viajaba por Patagonia, y podía imaginarme mejor que nunca el paisaje brutal y el periplo atroz que pasaron mis compatriotas, aquella gente que se metía en un barco dios sabe muy bien por qué afán de aventura o riquezas y, guiados por la ambición de glorias, que no de oro, de sus jefes, fueron dejando la vida en el camino. Y digo afán de glorias, porque no creo que fuera el deseo de ser rico lo que empujó a Magallanes y a los demás a abandonar a sus familias y meterse en semejante empresa tan incierta… Era más bien la ambición sin límites de querer hacer Historia, de no pasar por este mundo sin dejar huellas. Como suelo decir, en esta vida hay gente que actúa y gente que escribe guiones… y estos eran de los que escribían los guiones.

De la historia me quedé con el momento en que Magallanes reprime el intento de motín a la altura de la actual Santa Cruz en Patagonia, y el castigo es espeluznante: Quesada es decapitado por su mejor amigo (que se resiste hasta el final al lamento de «¡¡prometí a su madre que velaría por él…!»), y el tullido Cartagena es abandonado a su suerte junto con el sacerdote en la playa… y me impresionó la fría dignidad con la que ese paralítico que ya había tenido los redaños de meterse en esa aventura, afronta la perspectiva de agonía lenta… mientras el cura observa desesperado al borde de la locura como todos los demás preparan los barcos para partir, él sencillamente se queda observando los pájaros, los mismos probablemente que luego yo admiraría en el Calafate, escribiendo sobre ellos, analizando su comportamiento, y cuando el bufón le insinúa que quizá debiera suplicar por su vida, él lo desprecia, y se despide de él gritando: «qué pena que no estarás para ver a los pichones…»

Así que cuando escuché a Fernando Dianesi decir esas palabras, me emocioné como hace mucho que no me emociono en el teatro… y pensé en el orgullo cerrado, furioso, inútil, valiente, admirable y sin objetivos que siempre tuvieron mis compatriotas y que a veces pienso es la característica que más me une a mi país…

Cruzado de la Orden de Isabel la Católica… a pesar de una Genia de Grandes Ideas

Vale, hace años, cuando era una tierna e ingénua alumna de la Escuela Diplomática, el Jefe de Protocolo del Ministerio (llamado el «Introductor de Embajadores») nos dio un par de clases memorables, y en un momento determinado nos dijo que, en todo evento protocolario de envergadura, más tarde o más temprano aparecería un iluminado/genio de la lámpara/inventor de la pólvora/etc: básicamente, un tipo/a que, en el momento en que el evento está más o menos encarrilado, decide que Zeus lo ha puesto ahí para desfacer el entuerto, porque por supuesto sólo él puede ver que todo está mal, y sólo se podrá arreglar si se le hace caso y se siguen sus indicaciones… en esos momentos, nos instruyó el Introductor de Embajadores, vuestro objetivo es evitar que alguien con poder de decisión lo escuche y se convenza, porque entonces todos tendréis que bailar al son de ese subnormal, y todo saldrá fatal, y por supuesto la culpa será vuestra, porque estos tíos nunca asumen la responsabilidad del resultado de sus geniales ocurrencias… mi consejo es que lo «neutralicéis», hacedlo como veais, pero hacedlo, porque esos tíos son bombas de relojería…

Casi un año más tarde me encontré en mi primera experiencia protocolaria, la Cumbre Iberoamericana de Salamanca en 2005, en la que hacía de oficial de enlace con la delegación peruana, y en un momento determinado en que de pronto un traslado en apariencia sencillo del Presidente Toledo empezó a torcerse, yo empecé a ponerme nerviosa de verdad, y me puse a hablar con nuestro jefe de seguridad, Miguel, un policia como la copa de un pino, y él me señaló a un tío que de pronto se había colado en el séquito, nadie sabía muy bien cómo… la culpa de todo es de él, me dijo Miguel, está mareando la perdiz todo el rato sobre el recorrido que habría que hacer para que el Presidente pueda ver mejor la ciudad, y yo lo miré y en ese momento nos interceptaron la gente de protocolo y seguridad peruanos, que eran super profesionales y estupendos, y, señalando al mismo tío, nos dijeron sin rodeos: «Ahí está ese Genio de las Grandes Ideas, ¿no podrían ayudarnos pegándole un tiro? no hace falta matarlo, sólo quitarlo de en medio un rato…» Nos reímos a carcajadas, y en ese momento aprendí que el Protocolo es una ley internacional no escrita que no conoce diferencias culturales ni fronteras…

Y sin embargo, ayer fallé a la hora de neutralizar a mi propia «Genia de las Grandes Ideas», como en Salamanca, no hubiera sido necesario matarla, tan sólo empujarla y encerrarla en el cuarto de baño, pero se me escapó en el momento en que convenció a mi jefa de que cambiáramos todo, la distribución y el orden de todo, cuando la cosa ya estaba perfectamente bien… y así me fue, que casi me da un infarto del disgusto, convenientemente disimulado, mientras me dejaba la salud para arreglar el desaguisado después (del que como bien nos enseñó el Introductor, la Genia no se responsabilizó en ningún momento, y reaccionó dolida y estupefacta a mi mirada asesina… y un pelín acojonada, todo hay que decirlo)… Menos mal que el acto en cuestión transcurrió con normalidad al final, que la jefa se adaptó a las circunstancias con profesionalidad como siempre, que los protagonistas eran gente estupenda y tranquila, y sobre todo que el homenajeado, el ahora Cruzado de la Orden de Isabel la Católica por disposición de SM el Rey Don Juan Carlos,  era un señor sencillamente encantador, un verdadero caballero… y fue justamente porque me dio verguenza molestar a ese pedazo de caballero, que al final no me animé a hacer lo que otros hicieron sin rubor, hacerse fotos a su lado con toda tranquilidad, yo no tuve valor para agobiarlo, así que de este momento de flashes y focos de cámaras de todos los medios periodísticos habidos y por haber, yo me quedo únicamente con el enfado de no haber sabido neutralizar a la Genia de las Grandes Ideas, y con esa mirada que me dirigió en un segundo, a mí sola, mientras hacía fotos con mi iPhone recién estrenado…

Suspiro limeño o sueños de presente

Ayer tuve reunión de mi grupo de cocina… significativamente, vino el sector peruano del grupo, Sergio y Mili, y cocinamos ají de gallina, uno de mis platos peruanos favoritos, considerando además que yo adoro la cocina peruana… y digo significativamente porque en unas horas termina el plazo para pedir el puesto de Consejero Cultural en Lima. Lima es una ciudad apetecible, Perú, un país interesantísimo (y además en la región!!), el Embajador que en breve parece que se irá para allí es estupendo,  me encantaría hacer otro puesto con competencias culturales, y es en estas convocatorias especiales, fuera del plazo reglamentario habitual (lo que los diplos españoles llamamos «bombitos»), en donde tendría una oportunidad para que me dieran un puestazo así (como fue el caso de Montevideo, de hecho)… así que ayer Sergio y Mili me miraron con la boca abierta sobre la fuente de pollo en tiras que mezclábamos en la salsa de ají cuando les dije que había decidido no pedirlo, porque si me lo dieran tendría que incorporarme a Perú el 1 de noviembre… y aún no quiero irme de Montevideo.

«Es cortoplacista», me dijo Sergio, «si de todas formas te queda poco menos de un año aquí…» Marcela, que viene de participar en un encuentro gastronómico en Lima y volvió fascinada, asentía en silencio… Pues sí, tiene razón, sacrifico una esperanza de futuro, por una seguridad de presente… o quizá no es así… yo prefiero verlo como una manera de vivir el presente, y tener el futuro como una segunda prioridad, no perderlo de vista, claro está, pero que el presente sea lo primero. Fue algo que decidí cuando un Embajador que presidía el tribunal de mis oposiciones aquel año, y cuyo nombre no pienso publicitar aquí, se desahogó conmigo de algún enfado que tendría aquel día (o que era así de amargo siempre), y me suspendió la prueba del ensayo escrito de forma clamorosamente injusta (y lo digo con la misma tranquilidad con la que reconozco que otros años sí que había dado razones para que me suspendieran)… y entonces yo, que apenas lograba encarar la perspectiva de tener que pasar otro año encerrada estudiando, sin de nuevo tener la más mínima seguridad de que aprobaría al año siguiente, que decidí de pronto que ya estaba harta de consagrarlo todo al futuro y que ya era hora de disfrutar un poco más el presente… y así fue que volé de mi habitación de estudiante de mi casa en Granada, una ciudad maravillosa pero que sentía ya me había dado todo lo que podía darme, y me independicé en Madrid, en mi primer piso compartido en la calle Florida, en donde pasaría tanto frío… 😉 Y fui feliz, viviendo un presente distinto, una aventura nueva y vital que el cuerpo me pedía a gritos… y al final aprobé al año siguiente, así que no fue tan mala estrategia de futuro.

Y ahora no quiero perderme este poco menos de un año que me queda en Montevideo por un (previsiblemente pero nunca seguro) buen futuro en Lima… no quiero perderme estos meses trabajando en un puesto que me encanta, con una jefa estupenda y con un montón de proyectos aún sin terminar… no quiero perderme estos meses pasando el tiempo con amigos fantásticos, estos mismos que cuando les hablaba de Lima me gritaban que era un «embole de ciudad» para que no pidiera el puesto porque tampoco ellos querían que me fuera aún… y en definitiva no quiero perderme esta cuenta atrás de los meses que me quedan en esta decadente, exquisitamente depresiva, nostálgica, llena de agua y MARAVILLOSA ciudad de Montevideo… Aún no terminé mi ciclo aquí.

Eso sí, el ají de gallina estuvo espectacular… eso sí que me hizo suspirar a la limeña… me aburrí de segunda fase Dieta Dukan, paso oficialmente a la tercera, que permite una «cena de gala» a la semana…

Judias pintas e historias contadas

Vale, el sábado me salté la dieta Dukan a lo grande: tortilla de patatas, atún y pimientos, y judías pintas con morcilla y chorizo… ¡¡¡de España!!! Se me caían los lagrimones de la felicidad.

Fue una cena en la casa preciosa de Alejandra, una de las dos coordinadoras de Cinemateca uruguaya (ambas se merecen ya un lugar en la historia montevideana por el corazón y el esfuerzo que están poniendo en sacar a ese tesoro que es la Cinemateca adelante).  Alejandra tenía de invitado a Javier Rebollo, que viene de rodar una película con José Sacristán en Argentina, y que esa noche ofició de cocinero con productos españoles traídos a hurtadillas en la maleta (los españoles somos los únicos ciudadanos del mundo capaces de desafiar cualquier control fronterizo con tal de llevar consigo un chorizo ibérico y una morcilla). Yo había visto la película de Javier, «La mujer sin piano», en la que me encantó ver patente que Carmen Machi es mucho más que Aída, y que tiene unas escenas fantásticas de la Estación Sur de Autobuses de Madrid, que creo que cualquier ser humano que haya padecido la experiencia de pasar por ahí apreciará sin duda. El sábado Javier me dejó «Lo que sé de Lola», que vi ayer y me gustó aún más, los personajes quedan muy bien definidos en pocos trazos, y entiendes y te metes en los ambientes al segundo.

En la cena también estaba Inés Bortagaray, una de las guionistas de «La vida útil» (película uruguaya que, de forma imperdonable, aún no vi), y los cuatro, alentados por las cuatro botellas de vino que nos pimplamos felices, tuvimos una velada muy divertida. Yo tenía ganas de conocer a Javier, aunque sólo fuera para darle las gracias, porque me consta que anima a otros cineastas españoles a venirse a Uruguay a mostrar sus películas, Jonás Trueba y Oliver Laxe me lo dijeron durante el último Festival de Cinemateca, lo que es sin duda una alianza inapreciable para una pobre funcionaria que ve con frustración cómo las películas españolas, incluso las de Almodóvar o Amenábar, pueden tardar hasta un año en llegar, cuando llegan, pero que eso sí, se venden «truchas» antes como rosquillas, lo que demuestra que hay un público que quiere ver cine español, al que no se le está dando respuesta de forma adecuada…

Javier nos grabó con una camarita tamaño móvil en algunos momentos durante la cena, sobre todo a Inés y a mí, cuando recordábamos alguna anécdota o cuento, nos contó que últimamente está rumiando junto con Jonás Trueba, que a veces lo bonito de una historia no es tanto la historia en sí, sino la persona que la cuenta, como cuando te cuentan un chiste y te mueres de la risa, y luego cuando tú quieres repetirlo, maldita la gracia o el interés que tiene, y no ya sólo por lo divertida que pueda ser o no la persona, sino porque la historia queda así tintada de su propio punto de vista, de su enfoque, su reacción, todo… y eso es lo que hace irrepetible a la historia… Me pareció una teoría muy cierta, yo cuando relato anécdotas de gente que conozco, también me parece muchas veces que está faltando la parte más importante, que es la persona en particular contándola en directo… quizá por eso Javier insistió en tomar personalmente las fotos de sus judías, tras verme a mí fotografiar a la tortilla…

La malquerida Ramona

Bueno, anoche tocó nueva obra de la Comedia Nacional con Gerardo, Gastón y Ángela (nota para españoles: la Comedia Nacional es el cuerpo estable de teatro de la Intendencia de Montevideo, fundado por Margarita Xirgú): «Doña Ramona», un cuento de Jose Pedro Bellán, que en los 80 fue adaptada al teatro por Manuel Leites. Yo iba con cierto reparo previo, porque todo el mundo me había dicho que la obra era «muy uruguaya», y la experiencia me ha enseñado que cuando voy a ver una obra «muy uruguaya», me tengo que preparar para ver una obra de teatro español de primera mitad del siglo XX, de Benavente en concreto, porque parece Mihura se quedó en el océano… y en efecto, me chupé mi consabida dosis de convencionalismo social, represión y doble moral burguesa con su buen efecto provocador 1900 final… El día que los uruguayos acepten que 200 años no son nada, y que son iguales que los españoles, les irá mejor la vida, porque en el fondo esto de la españolidad lo que tiene duro es la aceptación, una vez que se asume, es bastante llevadero…

Lo malo de la obra no fue el texto en sí, sino la puesta en escena, que perfectamente podría haber sido la de una obra a principios de siglo (XX), con esa rigidez y acartonamiento con que la Comedia nos regala de vez en cuando… si hasta Jimena Pérez y Florencia Zabaleta, que son dos actrices como catedrales, se veían envaradas, sólo Alejandra Wolff se veía cómoda en su papel de hermana pícara… el programa decía que la adaptación era una metáfora de la dictadura uruguaya, yo sólo vi la consabida denuncia a la doble moral burguesa, que a estas alturas ya está pelín «démodée». Yo hubiera hecho más hincapié en otros elementos que también se adivinaban en la obra, ese punto incestuoso entre los hermanos, la batalla de poder furiosa y violenta entre mujeres reprimidas por el encierro, a lo Bernarda Alba, o el chaqueteo de los ideales por el beneficio propio (la escena final de la idealista Dolores sentándose a la mesa con las hermanas tendría que haberse sentido mucho más trágica)…

Nos vamos a cenar (a Pocitos, obviamente, Gerardo presumirá de ser «outside», pero adora las comodidades «inside»…). Gerardo me tenía que contar de los cotilleos, ahora que el Ballet del SODRE (nota para españoles: el SODRE es el equivalente de RTVE) va a estrenar nuevamente con música grabada por las protestas sindicales de la orquesta, cotilleos que, sorry lector, no voy a reproducir aquí porque no quiero comprometer a mi amigo… también me contó de la gira del Ballet por España este julio, que estuvo muy bien, aunque tuvo un debut fallido en El Escorial, en un desastre de representación, al parecer provocada por el nerviosismo de los bailarines al verse en Europa por primera vez y que casi lleva a Julio Bocca a la apoplejía… Pero no importó porque ese día que debía asistir el crítico de danza de El País, resultó que se murió el coreógrafo Roland Petit, con lo que se tuvo que ir a un cybercafé a escribir la necrológica sobre la marcha, y no vio la representación… Yo le digo a Gerardo que eso fue una intervención directa de Zeus, que es bien sabido que es español, y por eso también protege a los uruguayos…

En fin, estuvo divertida la noche, y me alegré de ir a ver una obra de la Comedia. Sé que echaré de menos las temporadas de la Comedia Nacional cuando me vaya de Montevideo, aunque últimamente me tenga sometida a sobresaltos, tan pronto me emociona («Codicia», «Sloane»), como me mata (ese «Cuento de invierno» que soporté hasta el final sólo porque Leandro salía genial, como de costumbre)… eso sí, me iré de esta ciudad sin ver una sóla obra española (de verdad) representada por su elenco, ya lo voy asumiendo… Gerardo me regaña: «Vos seguí con esa cantaleta, y cualquier día te encuentras a Florencia haciendo de Malquerida…»

Glups, pues si es verdad, mejor me callo…

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