Mirando hacia atrás… Rocha en invierno

Estos días de preparación de la mudanza, me dedico a hacer limpieza, en un patético intento de no llegar a Chile cargada de papeles y objetos absurdos… digo patético, porque obviamente, no sé a quién pretendo engañar, es imposible evitar lo inevitable, que en mi contenedor acaben llegando unas cuantas cajas de papeles sin clasificar. Como me comentaba David el otro día, uno dice a los de la mudanza: «deje, deje eso ahí que yo ya lo arreglo…» y la caja va siendo empujada poquito a poco en un armario o bajo una cama, para ser descubierta, totalmente intacta, 3-4 años más tarde, al limpiar de nuevo para la mudanza siguiente… lo gracioso es que ese proceso se va repitiendo, traslado tras traslado… recién llegada a Madrid, Aurora me contaba que se enfrentó a esa caja, que lleva sin abrir desde su salida de Dublín, ya hace más de 10 años, y que había decidido quemarla directamente, considerando que llevaba ya una década sin vivir sin esos papeles y que no había pasado nada… pero no sé si se atreverá, los papeles ejercen una especie de respeto profundo que te impide arrojarlos a la basura aún a sabiendas de que son inútiles.

Pero bueno, en limpieza me encuentro, y los papeles también tienen la virtud de traerte recuerdos, y han salido facturas del Parador de San Miguel, al norte de Rocha, en donde me alojé con un amigo en julio de 2009, en un viaje un poco raro, porque normalmente nadie va a Rocha en invierno. Entonces escribí:


Vale, ir a Rocha en invierno es la cosa más extraña que se puede hacer en este país. No os podéis figurar las caras alucinadas que recibí cada vez que comenté que tenía intención de pasar un finde en Rocha… lo normal es que la gente flipe con esto de que haya gente a la que le interese el interior de Uruguay (importante porcentaje de población uruguaya incluida), pero ya con esta propuesta el asombro llegó a preocuparme… y es cierto que hubo un momento en que yo misma me pregunté qué narices hacía yo allí, concretamente cuando estábamos en medio de la niebla en una carretera perdida rodeados de humedales, palmeras diseminadas y vacas…

La primera noche la pasamos en Punta del Este, el balneario aún me sorprendía entonces…

El viernes por la noche dormimos en Punta del Este, en casa de Gus. Fue alucinante ver una vez más Punta absolutamente vacío, nada, apenas cuatro gatos por las calles, la mayoría de tiendas y bares cerrados, te cuesta creer que en unos meses esto volverá a estar lleno a rebosar. Asombra el concepto creado alrededor de Punta: en España, la Costa del Sol no llega a vaciarse nunca completamente, hay meses en que hay menos gente, claro está, y dependiendo del mes se ve un turismo distinto, pero aquí no es así, es un balneario turístico inmenso, carísimo y precioso… que se usa unos tres meses al año, el resto del tiempo está desierto… no sé entonces para qué la gente se compra esas casas tan caras, y paga esas contribuciones tan exageradas durante todo el año para luego ocupar la casa un par de meses al año, la verdad es que no lo entiendo, pero algo debe de tener cuando tanto brasileño y tanto argentino hacen esto.

Y tiramos para Rocha, a sus dunas, a sus humedales inmensos sembrados con palmeras muy separadas entre sí… (muestra al parecer de que crecieron de forma natural). Entre las aguas pantanosas y las palmeras solitarias, pasean vacas y ovejas con aire apacible, y así durante kilómetros…

Era 18 de julio, aniversario de la jura de la primera constitución uruguaya, así que era fiesta nacional… y lo gracioso es que llegamos a un pueblo que se llamaba ¡18 de julio! Así que estaban de fiesta, en la plaza había puestos, y algunos vestían trajes típicos, ellos de gaucho y ellas con falda larga, aunque el frío y la lluvia impedían mostrar mucho… este país tiene todas sus fiestas importantes en invierno, así que son menos folclóricas al final por el frío muchas veces. Jerome se compró un sombrero gaucho, y nos acercamos a una especie de cabaña decorada con cabezas de jabalí… dentro uno grupo de gente se afanaba en torno a cacerolas sobre un fuego. Nos invitaron a pasar, se autodenominaron la Casa del Gaucho, y el presidente nos explicó que eran una cooperativa de pequeños propietarios rurales de Rocha, que se juntaban para unir esfuerzos en temas comunes, y para organizar romerías y comidas. En cuanto tomaron confianza, empezaron a preguntarnos, no sabían mucho de Europa, allí no era como en Montevideo en donde todo el mundo tiene un pariente o ancestros europeos, aquello era el interior, un universo a miles de años luz de la capital, es increíble la diferencia. Una de las señoras era la maestra del pueblo, y yo quedé asombrada cuando supe que ese pueblito tenía ¡200 niños en la escuela! Luego iríamos viendo que en cada pueblito, de los habitantes, un tercio son siempre niños. Aún así, en cuanto crecen se van, al extranjero o a Montevideo, y pocos vuelven, nos explicó el Presidente de la asociación. Los dejamos a todos cocinando el carpincho para la cena (una especie de cerdo salvaje) y el presidente nos acompañó para mostrarnos la sede de la asociación, porque la cabaña la usan para las comidas. Fuimos a una casa en donde en una sala se amontonaban una veintena de hombres, mujeres y niños, sentados y tumbados sobre colchones, alrededor de la chimenea, comiendo torta frita y  escuchando la música de dos guitarristas. Eran ganaderos de otras zonas de Rocha, que habían venido al pueblo de romería con sus caballos para estar en la fiesta, tardan varios días, y por la noche se van quedando en estancias, esa noche iban a dormir en esa sala. Nos contaron que la asociación les permitía viajar a zonas más urbanas (¡porque ese pueblito para ellos era casi ciudad!), y conocer a otros propietarios. El presidente era muy activo, también estaba en la junta vecinal, y después nos decía que su empeño era ofrecer atracciones y actividades para que llegaran turistas: “si no ofrecemos nada, ¿quién va a venir por aquí?”.

 

Nos alojamos en el Fortín de San Miguel, una antigua fortaleza española, ahora reconvertida en posada, muy bonita y tranquila, y cenamos en un gran salón con chimenea. Al día siguiente, tras hacer fotos y jugar un rato con el perro del hotel, Obama (“porque es joven y negro” nos explicaron), nos dirigimos al Chuy, la gran ciudad de frontera con el Brasil.

Mi amigo colombiano Alfonso tiene la teoría de que todas las ciudades de frontera en América Latina son iguales. Él vio muchas y dice que es así. Chuy es el prototipo: una agrupación de casas sin ningún tipo de orden o planificación, sin NADA de vegetación (“plánteme usted un arbolico” dice Alfonso, “que le rodea la selva, caray”, pero nada, no hay plantas), arena, tiendas libres de impuestos, y árabes. Chuy está lleno de árabes, normalmente son libaneses, pero estos son palestinos, o así me pareció, porque si no sería raro tanta foto de Arafat. La leyenda urbana dice que en Chuy se festejó el 11 de septiembre, y que adoran a Bin Laden, y dicen que la CIAmanejó este lugar como uno de los posibles escondites del terrorista… pero normalmente es el lugar al que los uruguayos van a comprar electrodomésticos y cosméticos sin impuestos en el lado uruguayo, y comida, sábanas y toallas en el lado brasileño… porque sí, cada lado de la única calle del pueblo pertenece a un país distinto, así que con cruzar unos metros estás en un país distinto, y las tiendas son completamente distintas. No sé muy bien cual es la reglamentación, y bajo qué ley viven las gentes de Chuy, ni siquiera si hay gente que vive en Chuy, o sencillamente van allí a trabajar, el señor de la Casa del Gaucho nos contó que llevaba sus productos semanalmente allí, se los compraban, y ya otra gente se ocupaba de pasarla por la frontera legalmente.

 

Ahora que en Uruguay hay más cosas, y se encuentra todo en las tiendas, Chuy ha perdido algo de encanto, pero mis amigas me cuentan cosas que me hacen pensar en la magia de ir de compras a Andorra en los 80, cuando allí se encontraban marcas de galletas y chocolates desconocidos por los niños españoles… el chófer de la Embajada me contó que fue a Chuy a hacerse del ajuar antes de su boda, y que eso era lo típico entonces…

Luego nos dirigimos a la segunda fortaleza española, Santa Teresa, objeto de eternas disputas entre portugueses y españoles, y hoy conservada bastante bien como museo, la verdad es que es de lo mejorcito que este país tiene en plan museo. Desde entonces, siempre he aconsejado a todos los turistas, sobre todo los españoles, que vayan a Santa Teresa, porque es el mejor ejercicio histórico que pueden hacer, no tanto por lo que tiene el edificio, sino por el emplazamiento, en mitad de la nada más nada, palmeras y vacas, y uno piensa que qué narices harían mis compatriotas allí… la respuesta es sencilla: vigilar que no pasaran los portugueses procedentes de Brasil…

 La vista era increíble, y desde ahí se divisaba un bosque inmenso con el mar detrás, Jerome quiso ir allí, yo objeté que se veían militares, que seguramente era una instalación reservada, pero alguien nos comentó que era un camping… y sí, lo era, sólo que quien nos abrió la valla a la entrada era un militar. Luego supimos el porqué. Es el Parque Nacional de Santa Teresa, la joya de los parques del Ministerio de Defensa que, como Ifat nos explicó al teléfono, son las instalaciones que el Ejército tiene para que su gente vaya de vacaciones, aunque también están abiertos a todo el mundo (sólo que es difícil conseguir plaza en los campings o en las cabañas, pues tienen buena calidad y los precios son muy asequibles, como luego pudimos comprobar preguntando en la capitanía general a un atento soldado). Las playas eran increíbles, tienen la reputación de ser las mejores playas del país, y el parque estaba poblado de árboles y especies increíbles, cabañitas para avistar pájaros, lagos, un surtidor natural… me pareció precioso que un lugar tan increíble fuera en realidad un sitio en el que la gente podía pasar vacaciones asequibles…

En fin, que con tanto recuerdo, apenas hice limpieza… ay, esos cajones de papeles que me voy a llevar a Chile… 

Ruego remita cuarto presupuesto de mudanza…

Vale, si ya mentí (indignamente) una vez con eso de que a mí los desplazamientos periódicos me parecen emocionantes, ahora me toca mentir asegurando que esto de organizar la mudanza es pan comido, algo natural a lo que una ya está acostumbrada…

Y acostumbrada, las narices. Imposible acostumbrarse a la maquinaria burocrática de nuestro ministerio, a ese Servicio de Viajes capaz de lograr que un Larra resucitado volviera pegarse un tiro de puro terror… una siempre empieza la tramitación de la mudanza con una actitud de paciencia (oriental, tanto china como uruguaya), y para ser justos, el Servicio tiene una buena presentación, mandando toda la info e impresos necesarios a tu correo en cuanto se publica tu traslado… pero la cruda realidad es que el empezar a consumir ansiolíticos de forma compulsiva es tan sólo cuestión de tiempo…

Para empezar, hay que presentar tres presupuestos para la mudanza de tres empresas distintas. Buscar a esas empresas no es mucho problema, porque ellas ya te buscan a ti, mucho antes incluso de que sea público que te toca trasladarte… en la ingenuidad, uno pregunta a los compañeros al principio, pero al final dejas de hacerlo, porque cada empresa cuenta en su haber con similar número de defensores y de detractores, todos tienen historias de terror tipo mudanza Riad-Nairobi, en el que el contenedor inexplicablemente se queda varado en el Canal de Panamá durante 3 meses, así que al final uno elige las empresas así como se elige el número de la loteria de Navidad, rogando ínternamente no ser el protagonista de la historia de la semana de la cafetería del Ministerio (¿habéis oído lo del tío ese que tenía su contenedor en el barco que se hundió en el Golfo de Guinea…?). Bien, una vez preseleccionadas las tres empresas estrellas, éstas se plantan en tu casa, chusmean todas tus pertenencias, hasta el último par de zapatos, y de modo cuasi mágico, dictaminan los metros cúbicos. En mi caso, parece que son 38 m… esa soy yo, esa es mi casa flotante, mi valija diplomática… 38 metros cúbicos.

Mientras las empresas cubican, a una le toca hacer el inventario valorado de enseres… afortunadamente, soy más ordenada de lo que siempre creo, y guardaba el inventario que hice en 2008 cuando me destinaron en Montevideo… con una tierna sonrisa, miro la lista de mis muebles comprados en Ikea con Álvaro, mi jefe de entonces, y amigo para siempre, recuerdo las votaciones de Cris, Marta y Sole a la hora del café en la Plaza Mayor (media hora, estipulada por convenio, no se alteren) sobre si debía comprarme el sofá amarillo o naranja, y también los apuros que pasé para valorar el mantón de manila de mi abuela, o cómo sencillamente renuncié a poner precio al sombrerito de terciopelo que me regalaron mis hermanos el día de antes de marcharme a trabajar a Inglaterra… ahora tengo nuevos recuerdos que consignar, esas sillas compradas con Aurora en la feria de Tristán Narvajas, los cojines de piel de vaca de la Patria Gaucha, y de nuevo renuncio a valorar cosas como ese par de zapatos que compré con Jerome en aquella zapateria de Ipanema que parecía la cueva de Aladino…

Las empresas te dan sus presupuestos, todas tratan de sonsacarte sobre los presupuestos de las demás, y una se resiste a sus zalamerías como a los cantos de sirena, y finalmente, con una mezcla de nervios, impaciencia, y alivio, presentas toda la documentación al Servicio de Viajes. La respuesta llega de inmediato: ruego remita cuarto presupuesto de empresa de transportes…

Y es así como el Servicio de Viajes saca a relucir su veteranía y su árbol genealógico que lo enroca con lo más tradicional de la Administración española, esa de los Austrias, de cuando el funcionario del pueblo perdido del Virreinato de Nueva Granada, que desde la cuenca del Amazonas pedía dinero para comprar un juego de café (media hora, ya entonces estipulada por convenio, no se alteren) y se le exigía desde el Escorial que mandara tres presupuestos… y es que si entonces la Administración de Felipe II asumía que el funcionario del Virreinato de Nueva Granada era un jeta (no por tomar café sino por seguro pedir dinero de más para la compra y quedarse con la diferencia), ahora el Servicio de Viajes asume que tus tres presupuestos de tres empresas en realidad son de una sola, que te ha dado los tres amañados, y sobrevalorados. Y sí, es verdad que son muchos los que aceptan que una sola empresa confeccione los tres presupuestos para así quitarse de líos, aún a sabiendas que entonces eso permite que la empresa suba los costos; pero habría que ver si son mayoría con respecto a las desgraciadas como yo, que durante días han soportado a trabajadores de tres empresas de transporte distintas fisgonear en los cajones de mi ropa interior…

Pero da igual, me piden un cuarto, y ya me avisan compañeros que pudiera ser que se me exigiera un quinto… una es tan convencida de lo público que lo tolera con mansedumbre, todo por ahorrarle dinero a la Administración, que es de todos. Así que no es por eso que empecé con los ansiolíticos hoy: es porque el Servicio decidió avisar a la cuarta empresa de mudanzas antes que a mí, así que hoy me desperté con la llamada a mi movil personal, de una tipa desde la oficina en Nueva York de una internacional de transportes, que con desparpajo me pidió mi dirección para ir a «inspeccionar» mi casa…

En fin, paciencia y Lexatin, que esto no ha hecho más que empezar…

Terapia en la cocina

Empezó casi como una broma del grupo, deberíamos hacer un libro de cocina, decíamos, con la cantidad de recetas que estamos probando… así que empezamos a hacerle fotos a los platos, muy rudimentario, Eli con su iPhone, aunque alguna vez Marcela y Gus se ocuparon de armar un decorado bonito…luego yo escribí algunas anécdotas, Alfonso escribió una suerte de prólogo, y así tuvimos nuestra primera versión de “Terapia en la cocina”, pensada para regalar a los amigos. En aquellos días no hablábamos mucho del cáncer de Andrea, porque en realidad no éramos conscientes de la importancia que el grupo y de la dinámica de las clases habían tenido para su recuperación.

Nos empezamos a dar cuenta en realidad cuando Andrea empezó a decir que le gustaría hacer un proyecto más amplio, algo que pudiera ayudar a personas que hubieran pasado por su enfermedad, y con lo que se pudiera recaudar dinero para la lucha contra el cáncer. Yo me ofrecí a colaborar, pasé mis vacaciones de enero escribiendo a partir de las entrevistas a Andrea, su familia, al grupo y de mis propias impresiones, junté las recetas con algunas de las anécdotas, y al final salió esto, algo modesto, chiquito, pero creo bastante digno. No se trataba de escribir el libro definitivo sobre el cáncer. No se trataba de publicitar una terapia milagrosa. Ni siquiera se trataba de hacerun compendio de recetas fuera de lo común. Sólo queríamos transmitir un poco del empuje vital de nuestro grupo, y de la felicidad interior que nos proporcionaban esas horas cocinando juntos. Y Andrea quería contar a gritos que había sobrevivido al cáncer y que si ella lo había hecho, los demás también podían.

 Andrea peleó como una campeona hasta conseguir, peso a peso, los auspicios necesarios para que el libro se imprimiera, y ya está, ya lo tenemos, increíble me pareció pasar las páginas de nuestro librito… y hoy lo presentamos y lo vendemos, todo a beneficio de la Comisión Honorariade Lucha contra el Cáncer en Uruguay. Salimos en la tele, en la radio y en algunos periódicos, ayer en el gimnasio unas compañeras a las que apenas conozco me preguntaban por la presentación, y bueno, es bastante probable que logremos vender toda la edición y que recaudemos un buen cheque para la Comisión, pero sobre todo, hoy tengo la felicidad de haber colaborado en que un proyecto sencillo y bonito haya visto la luz.

Porque todos tenemos o hemos tenido un grupo de amigos geniales con los que se ha compartido momentos inolvidables. Todos tenemos una afición que nos ha aportado alegría de vivir y paz interior. Y muchos consiguen aunar ambas cosas. Pero no todo el mundo logra que esos momentos inolvidables y esa alegría de vivir queden plasmados en algo físico, para compartir con todo el mundo y con un objetivo final generoso.

Es razón más que suficiente para que me sienta feliz, ¿verdad…?

Rumbo a las reducciones jesuíticas (V): los peligros del mate

Cruzamos la frontera desde Encarnación hacia Posadas (ciudad de «kurupíes», como llaman los paraguayos a los argentinos, del guaraní, «chancho»), escuchando en la radio noticias sobre unos piquetes de protesta de productores de mate por un nuevo control de precios del gobierno sobre la yerba… el mate, ay el mate… los jesuítas ya se mostraban preocupados por el mate: «esta es la yerba usada en aquellas tierras entre ricos y pobres, libres y esclavos, como el pan y como el vino en España» escribe el Padre José Cardiel en el S.XVIII. «Los naturales indios la toman una vez al día» continúa preocupado el Padre Antonio Ruiz de Montoya, «los españoles han hallado en ella remedio para todos los males… a cuya causa la usan por aquellas partes sin orden ni medios…»

Normalmente la gente que va a Misiones, va a las cataratas de Iguazú, y como mucho, se anima a bajar a ver San Ignacio, obviando a Loreto y Santa Ana, pero como nosotros ya vimos las cataratas y estamos en plan misionero, nos concentramos en un paseo turístico minoritario lleno de encanto. Como después nos dirá el guía de Santa Ana, merece ver cada misión, porque aunque todas en sus orígenes eran similares, cada una tuvo un recorrido distinto después, así que en cierto modo, cada una tiene su propia personalidad.

San Ignacio es la más conocida, se restauró en los años 40, al calor de la fama de gente como Horacio Quiroga que vivía a unos metros de las ruinas, pero en aquella época los criterios de restauración eran distintos, ahora los técnicos tiemblan de espanto al ver los muros apuntalados con cementos, pero hay que ser justos con San Ignacio, es populosa, llena de buses de turistas y puestos de chucherías, pero también es el gran foco de atención a las misiones, que quizá serían mucho más desconocidas sin San Ignacio. Los guías de Santa Ana y Loreto no tienen otras que admitirlo. Loreto planteó un dilema a los restauradores, porque el estado de ruina era total, la selva prácticamente había comido por entero los vestigios, y entonces quedaba la duda de qué merecía más respeto, la naturaleza o las ruinas, y por el momento habían llegado a soluciones eclécticas curiosas, como el caso de una palmera gigante nacida sobre un muro.

Pero fue desde Santa Ana, con un guía muy preparado y entusiasta, que cerramos nuestro periplo reflexionando sobre el fin de las misiones jesuíticas. Tras el edicto de expulsión, los 30 pueblos fueron divididos en tres misiones (benedictinos, dominicos y franciscanos), para evitar un nuevo empoderamiento de una sola orden… los guaraníes (que según nuestra guía paraguaya, Cinthya, pudieron haberse enfrentado a la fuerza contra la expulsión de sus adorados jesuítas) no se llevaron bien con los nuevos padres, que nunca demostraron la inteligencia de sus predecesores a la hora de tratar con los nativos. Poco a poco, las misiones quedaron despobladas… la leyenda dice que los guaraníes volvían a la selva, pero resulta poco creíble. Esos indios ya estaban hechos a la vida occidental, a vivir bajo techo y dormir en cama, así que emigraron a las ciudades, como Corrientes. Los que quedaron, aguantaron como pudieron a los nuevos padres, hasta que llegaron las guerras por la emancipación, y nuevamente la condición estratégica de las misiones, situadas en zonas de frontera, las colocó en el ojo del huracán, y ejércitos de uno y otro bando las arrasaron.

La última noche asistimos al espectáculo nocturno de San Ignacio, con juegos de luz, relieves y música… seguimos el periplo de un niño guaraní, que crece, se casa, lucha contra los bandeirantes que atacan la misión, pero finalmente será «un rey al otro lado del mar» el que de el golpe definitivo a la misión. Y nos vamos de allí bajo una noche de estrellas y luna llena… lindo sueño y hermoso proyecto el de nuestros jesuítas, e increíble la inteligencia con que los guaraníes lo hicieron suyo.

Vamos, que lo dedico a aquellos que simplifican nuestro paso por el continente… busquen un proyecto parecido en cualquier colonia británica o francesa.

Nota: agradezco a Facundo, de nuestra OTC en Paraguay, por sus comentarios y correcciones a estos capitulos del blog.

Rumbo a las reducciones jesuíticas (IV): recorriendo

Iniciamos nuestro periplo jesuítico-guaraní un poco desordenado, porque las primeras misiones se establecieron en Paraguay, luego ascendieron hacia el actual Brasil, pero fueron bajando por la orilla del Río Uruguay huyendo de los «bainderantes» que atacaban las misiones para llevarse a los indios y venderlos como esclavos, llegando así al actual lado argentino del Río Paraná (mucho más abajo de las cataratas del Iguazú, la película «La Misión» localizó las escenas allí por razones estéticas obvias), y ya al final  terminaron de nuevo en el actual lado paraguayo del Paraná, en donde muchos casos de hecho ni dio tiempo a acabarlas.

Es el caso de nuestra primera misión, la de Jesús de Tabarangüé («la que no pudo ser»), que aún no estaba terminada cuando se emitió el decreto de expulsión de los jesuítas. Nuestra guía Cinthya nos lleva por las ruinas muy bien restauradas, con toda la cartelería con el símbolo de la AECID. Es la única misión en la que puede verse más apoyo a la reconstrucción, porque el ambicioso proyecto de cooperación española para las misiones (que lideró mi jefa) fue más allá de la mera rehabilitación, buscó crear un circuito en la que colaboraran Paraguay, Argentina y Brasil, con sinergias de formación conjunta e intercambio. En Argentina nos contarán los guías lo muchísimo que significó para ellos un viaje a cargo del proyecto que hicieron para conocer las misiones del lado paraguayo y ver lo que se hacía allí… Cinthya nos explica el trazado básico de toda misión, que incluía la iglesia, claustro, campanario (la campana de Jesús se escuchaba en San Ignacio, ahora en Argentina) y una plaza: «cada pueblo tiene junto a la iglesia una plaza, muy grande y hermosa, para espectáculos públicos de 400 pies de ancho y lo mismo de largo» relata el Padre Antonio Sepp en el XVIII. En esas plazas se entrenaba el ejército (de nuevo, «La Misión» falta a la realidad histórica porque cada misión tenía su ejército para defenderse de los ataques exteriores). Las misiones también tenían una zona privada de los jesuítas (dos por misión, más el «padre miní», «pequeño» en guaraní, que era el padre indígena que servía de intérprete) que incluía un huerto (pues los guaraníes no eran de comer frutas y verduras), pequeños lujos como una especie de sauna que vemos en Jesús, y las plantaciones (las misiones eran autosuficientes cultivando mate, azúcar y algodón); también estaban las escuelas (niños y niñas recibían una educación básica que incluía leer y escribir más las cuentas), los talleres (recordemos que eran los guaraníes los que construían las misiones, los jesuítas les enseñaban, y además hacían instrumentos, aprendían música, hacían cerámica, pintaban, esculpían…) y finalmente, las viviendas. Con las viviendas se ve la inteligencia del espíritu jerárquico castrense jesuítico, que respetó las jerarquías guaraníes, y cuidó a los caciques, que vivían en zonas especiales, lo que garantizó su éxito (además de quitarse de encima a los líderes religiosos… esto se ve al principio de «La Misión», Jeremy Irons toca la flauta en la selva y un indio la rompe, es el líder religioso que ve el peligro, y llega después el cacique, encantado con la música, que intenta arreglar la flauta y saluda ya con cariño al sacerdote).

Debió ser una vida alegre y apacible la de las misiones:  “La mañana de Resurrección es cosa de la gloria» relata el Padre Cardiel, «al alba ya está toda la gente en la iglesia. Por las calles, plazas y pórticos, todo está lleno de luces; todo es resonar de cajas y tambores, tamboriles y flautas, tremular banderas, flámulas, estandartes y gallardetes…»

En Trinidad, la segunda misión, podemos ver la ambición a veces podía a los jesuítas y guaraníes, que quisieron construir una imponente bóveda representando el firmamento que finalmente se derrumbó probablemente por error en el diseño de la estructura: «La iglesia de la S.Trinidad, cuenta el Padre Oliver, es la mayor y mejor de las misiones. Toda de piedra, con bóveda muy hermosa… la hizo un hermano coadjutor, gran arquitecto, y no tiene pilares, sino que está hecha al modo de Europa…»

Y finalmente, San Cosme y San Damián, la única que no tiene la categoría de Patrimonio de la Humanidad por una razón muy sencilla: el pueblo («la comunidad» nos dice la guía) nunca dejó de utilizarla, celebran misas, catequesis, talleres, procesiones… periódicamente le hacen arreglos que quizá no respetan arqueológicamente la construcción, pero que les permite seguir dándole el uso para el que fue pensada, así que resulta bonito ver una misión aún con vida… además en San Cosme y San Damián  los paraguayos han instalado un modesto pero digno centro astronómico, porque fue allí donde trabajó el Padre Buena Ventura Sánchez, primer astrónomo de América Latina, con sus propios instrumentos y telescopios con lentes de cuarzo, y donde escribió el «Lunario de un siglo, 1741-1840» (vemos una edición facsímil reeditada hace poco por la AECID), una impresionante obra en la que este jesuita se atrevió a establecer cómo estaría el firmamento en el siglo siguiente, y la leyenda dice que Gaspar Rodríguez de Francia («doctor Francia» como lo llama el guía), se fijo en cómo estaría la luna en los días de mayo de 1811 en que Paraguay inició su andadura para la emancipación, para así saber qué noches serían las más oscuras…

El guía nos cuenta las leyendas guaraníes que rodeaban a las estrellas, de las estrellas Tapecue, que consideraban eran las fogatas que sus ancestros habían dejado al descender del cielo para que ellos algún día pudieran encontrar el camino de vuelta, o del Tigre azul que periódicamente se comía a la luna o al sol, dejando todo en oscuridad, por lo que los indios lanzaban flechas al cielo hasta que el tigre soltaba su presa y volvía la luz… y nos podemos imaginar al Padre Buenaventura escuchando a sus guaraníes contar esas historias, y luego volver a sus notas, con sus rudimentarios instrumentos, para, desde aquel rincón perdido del mundo, predecir todo un siglo. Con la modesta grandeza de nuestros antepasados jesuitas…